El libro Trabajos de la lectura, lecturas de la violencia. Lo creativo-lo destructivo en el pensamiento de Winnicott del Dr Rodulfonos plantea que tendremos que prepararnos a reconocer –a través de un recorrido en absoluto asequible por una vía lineal (llámese “cronológica” o “lógica”), a través de una lectura sin centro- un retrato o una imagen del bebé y del niño sensiblemente diverso al de la narrativa psicoanalítica consagrada. Además, una manera nueva de conectar a ese bebé y a ese niño con la problemática filosófica establecida, en la medida que esa metafísica siempre excluyó radicalmente al niño de toda cuestión relativa al ser. Preclusión con muchas consecuencias que Winnicott recoge”. Partiendo de esta premisa, Ricardo Rodulfo ofrece con este nuevo libro una vía de acceso diferente a un autor ya transitado –pero no siempre bien comprendido- por la literatura psicoanalítica tradicional. Retomando uno por uno sus conceptos –el self, el falso self, lo transicional y sus derivaciones-, los contrapone y los hace dialogar con las lecturas más canónicas de estas nociones, abriendo con ello un nuevo espacio de reflexión y de posibilidades al lector. Dueño de un estilo personal, Rodulfo sabe combinar muy bien el pensamiento teórico, la experiencia docente y la inconfundible marca de una clínica, para proponer una lectura, eje fundamental del libro, que haga repensar la localización de Winnicott en el presente del psicoanálisis.
La propia relación del que escribe estas páginas con la figura y la obra de Donald W. Winnicott ha conocido varios desplazamientos. Como para tantos otros colegas de su campo, su figura tendió a predominar al principio sobre la lectura. La figura –que era objeto de una fácil mitificación- era fundamentalmente la de una cierta libertad. La obra como tal no existía; sí existían algunas ideas, pero fundamentalmente había un ahogo de la obra por parte de aquellas consideraciones psicoanalíticas que, cuando tratan de historizar, clausuran a Winnicott entre los “postfreudianos” (término de valor apenas cronológico) o como un integrante un poco laxo del campo kleiniano, contemporáneo de Bion y de Fairbairn. El decir común de aquellos días –década del sesenta en Buenos Aires- a lo sumo valorizaba en Winnicott la figura del clínico, y la de un clínico sin mucha teoría detrás, en todo caso rescatable por sus valores humanos como terapeuta, querible por su escasa propensión al dogmatismo; paradójicamente se dibujaba la imagen de un librepensador sin demasiado pensamiento propio. No hay nada que pueda hacer avanzar en alguna dirección más o menos sustentable que entablar una lectura por la propia cuenta. Muchos factores la pueden ayudar, nada la puede reemplazar. Ni siquiera la mayor erudición concebible. Emprenderla, ya muy avanzada la década del setenta, le hizo al autor entrar en contacto, en una genuina experiencia de descubrimiento, con un sinnúmero de ideas. En la mayoría de ellas casi nadie parecía reparar demasiado, excepción hecha –por supuesto- del “objeto transicional”. Primera inmersión en un texto aún confusamente ubicado. En la época en que el movimiento lacaniano se autopostulaba sin tapujos como “la verdad” del psicoanálisis verdadero, no dejó de tomar nota de que, en relación a Winnicott, Lacan adoptará dos actitudes muy poco frecuentes en él: respetarlo explícitamente, exceptuándolo de la burla generalizada que en general le merecían los psicoanalistas, y citarlo explícitamente, contra su habitual propensión a usar ideas sin mencionar la fuente. Este doble reconocimiento de un verdadero interlocutor no fue comprendido por la mayor parte de sus seguidores, que se apresuraron a proponer una lectura de Winnicott “desde” Lacan. Cuatro décadas de convivencia con el psicoanálisis le han enseñado al autor de este libro que tal desde es una señal inequívoca, en manos de quien sea, de que se va a proceder a un reduccionismo desenfrenado, así como a una reapropiación. El lugar desde el cual trabajar Winnicott se lo proporcionaría el paso por la filosofía, el encuentro con algunos pioneros como Pontalis y –muy particularmente- el lento descubrimiento de que estaba y se estaba leyendo a Winnicott disfrutando de sus contenidos semánticos más conspicuos, pero salteándose por completo la tarea preliminar de emprender un verdadero trabajo de lectura (hasta ese momento Winnicott parecía simpático pero demasiado light para merecer semejante trabajo) que, a poco de emprenderlo, ponía en evidencia un completo desconocimiento del vocabulario de aquél, de su manera de usar y resemantizar las palabras, del problema de que había que restituir un texto-Winnicott que permitiera determinar qué querían decir “natural”, “espontáneo”, “externo”, “destete”, y tantos otros términos. La década del noventa estuvo dedicada a ese trabajo de elucidación de un vocabulario, elucidación que tenía además que soslayar el riesgo de algún pretendido establecimiento; para entonces se publicaban toda una serie de textos inéditos y crecía una conciencia de que Winnicott también había sido neglected, dicho de otra manera, que aquella postrera increpación suya era en el fondo autobiográfica. Este libro hubiera estado destinado, casi exclusivamente, a cierta aclaración de ese vocabulario de no haber sido arrastrado poco a poco por la cuestión de qué cosas estaba pensando su protagonista, lo que obligó a atravesar el problema de cómo usaba las palabras, a través de qué desplazamientos y de qué subrepticios neologismos. Llegaba, por fin, ya no al psicoanalista único en su género, o por lo menos ya no sólo a él, sino que alcanzarla a entrever al pensador de la existencia humana, un pensador pleno de concepciones sumamente singulares y que mantiene un vínculo ambiguo con su identidad de psicoanalista, lo que se refleja en la cantidad de veces en que se refiere a “los psicoanalistas” en tercera persona del plural, un grupo del que no forma estrictamente parte. El autor sospecha que, a horcajadas de la teoría psicoanalítica a la que tanto le debe, Winnicott se apuntaló en ella para forjar una teoría propia, a la que incluso le dio un nombre propio: “mi teoría del desarrollo del individuo”m como solía decir. Sin explicitarlo del todo, se lee allí el ligero toque de una relación metonímica. Por eso mismo, Winnicott no es ni freudiano ni antifreudiano ni posfreudiano; su intenso diálogo con Freud no se hace desde esos lugares, significantes de sujeción al Padre Fundador. Así fue como la magnitud de las problemáticas en las que aquél se mete violentamente y sin restricciones de escuela o de disciplina -con una frontera abierta, el mundo visto de nuevo, como ocurre siempre que se encuentra alguien con un pensador- dislocó la intencionalidad primera de este libro. A su autor le basta con la satisfacción de no estar entre los últimos que llevaron al verdadero descubrimiento de Winnicott pensador, descubrimiento que no es por cierto y por fortuna el del Winnicott “verdadero”. Ricardo Rodulfo
Tratándose de una propuesta de lectura problematizadora de los textos de Winnicott el eje fundamental es precisamente el concepto contemporáneo de “lectura” , que no se contenta con inventariar el vocabulario de un autor sino que procura establecer su genealogía y los modos particulares en que es utilizado cada término, caso por caso. Un segundo eje se vale de la distinción capital que Winnicott trazara y que diferencia lo espontáneo de lo reactivo a fin de considerar desde allí la problemática de distintas modalidades de la agresividad en la vida humana.
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