“Esa feroz autoridad”, la muerte, al decir de Shakespeare, acaba de arrebatarnos dos colegas, compañeras en nuestra Carrera…
Una tras otra, casi sin pausa.
La primera, la de psicopedagoga Carmen Fusca, una ya antigua compañera en nuestras actividades, como puede comprobarse leyendo un notable trabajo suyo compartido conmigo en nuestro libro “Trastornos narcisistas no psicóticos” de 1995.
Carmen se destacaba por su impecable formación en su propio campo de trabajo, pero, además, pertenecía a ese grupo de psicopedagogas característico de nuestro país, por haber abrevado en el psicoanálisis, adquiriendo su propia formación en él, como para poder compartir experiencias y sostener con mucha solvencia colaboraciones interdisciplinarias.
También es de observar: su política en lo educativo, contraria a todo adiestramiento funcional del niño/a para simular aprendizajes que en el fondo no tienen consistencia; su concepción amplia de la subjetividad, que dejaba mucho espacio para los aspectos afectivos, en compleja interacción con los cognitivos; su capacidad pedagógica, puesta de manifiesto durante tantos años.
Como toda pérdida importante, no es sustituible, por más que uno deba buscar a alguien capaz de ocupar el lugar que ella dejó vacante, a su propia manera.
La echaremos mucho de menos.
También acaba de dejarnos Helena Lunazzi, después de una estancia no tan extensa en nuestra Carrera, pero no menos fecunda.
Tuve la suerte de conocerla en su ciudad natal, La Plata, donde organizaba cursos de formación en el Colegio de Psicólogos, y me impresionó de entrada su notable rigurosidad, su modo tan metódico de procesar los datos que obtenía en la experiencia clínica, así como su preocupación por una formación de posgrado que elevase el nivel profesional del psicólogo/a.
Todo esto le ganó obtener un premio a su especialidad, otorgado por la Provincia de Buenos aires. Probablemente su aporte más importante haya sido el modo en el cual trabajó el Test de Rorschach para adaptarlo a su uso en la niñez a partir de la edad escolar, cuando siempre había sido un instrumento de evaluación pensado para adultos/as, dando muestras de este modo, de una creatividad para innovar a partir de lo ya conocido.
Excelente compañera de trabajo, siempre dispuesta a echar una mano, se ganó en seguida su lugar entre nosotros/as, quienes ahora tenemos que lamentar su muerte.
También es una noticia triste la desaparición física de Diana Rabinovich, la suya a causa del COVID 19.
Aquí se entrecruzan muchos aspectos. Principalmente, su larga trayectoria en la corriente lacaniana, donde, entre otras cosas, tradujo brillantemente diversos Seminarios de Jacques Lacan. Paralelamente, su larga actuación como profesora en la Facultad de Psicología de la UBA y, desde el proceso de normalización iniciado en 1984, que, entre otras cosas, convirtió la Carrera en Facultad, un desinteresado compromiso con la recuperación de la democracia en el plano universitario.
Como psicoanalista, conoció un período kleiniano ortodoxo que luego dio paso a su inserción en el pensamiento lacaniano. No fue de aquellas colegas que dejan una obra propia, sino, más bien, de aquellas que se consagran concienzudamente a la difusión de una obra de la cual se han convertido en discípulas creativos e inteligentes. Ambas posiciones son igualmente respetables.
Su ausencia deja un vacío muy fuerte en el grupo de profesores de nuestra Facultad, sobre todo porque su consistencia conceptual era genuina y no apelaba a una retórica de frases hechas.