El libro “Padres e hijos”. En tiempos de la retirada de las oposiciones procura inventariar los principales rasgos contemporáneos que han transformado las relaciones tradicionales entre padres e hijos, yendo más allá de los vínculos concretos para dar paso al exámen de las múltiples mutaciones míticas, sociopolíticas, religiosas, etc. que repercuten en los protagonistas de aquella relación
¿Qué nos proponemos cuando presentamos un libro? Hoy tengo claro que quiero transmitirles algo del placer que me dio leerlo, placer estético por lo bien escrito y placer directamente relacionado con lo que aprendí. Y digo aprendí sin que pueda decirles exactamente qué, si bien tal vez sea porque es un texto que abre y cuestiona ideas planteando interrogantes. Nuestro autor juega escribiendo y entonces parece de lectura fácil lo que no es del todo cierto. Y así como nos cuenta que el juego o más bien el jugar no es privilegio de los niños, el leer es algo del orden del jugar. Y lo es dado que requiere mucha atención, es un trabajo el que como todo trabajo tiene que ver con placer. Claro está que derrocando el mandato bíblico de sudor sangre y lágrimas.
Placer también porque Rodulfo compone música no solo por su estilo sino porque su manera de contarnos lo que hacen los niños y los adolescentes al tener un estilo narrativo musical, logra transmitir un cierto clima, su particular y ocurrente manera de participar de los juegos. Y no solo nos habla de los niños y adolescentes sino de la relación entre padres e hijos como lo dice el título del libro y, así queriendo no queriendo, nos hace entrar en su práctica. Hay personas que cuentan anécdotas de niños que son maravillosas, despiertan sorpresa y algo tierno. Una de ellas, a parte de Rodulfo, es Marilú Pelento que todos Uds. seguramente conocen. Y siempre me pregunto porqué esos relatos ejercen tanta fascinación. A lo mejor por cierta frescura la que poco a poco pierden algunos relatos más sofisticados. Lo que sí es cierto es que Rodulfo implementa estrategias que pueden llegar a enseñar a los padres a pensar en qué quiere decir serlo y qué quiere decir hablar con sus hijos.
Rodulfo se pasea por la literatura psicoanalítica y de otras disciplinas en las que la filosofía ocupa un lugar preponderante.Algunos de dichos autores son mencionados como se estila entre nosotros y ello forma parte de la fidelidad a las tradiciones. Pero otros se reconocen cuando denuncia como son usados y transformados en clichés. En ese caso quienes usan las ideas dejan de pensar.
Sus cuestionamientos abren vacíos y los vacíos se van creando lo que permite descubrir qué es lo que los tapan. Rodulfo tiene el arte de crear vacíos donde creíamos tener un territorio armónico. Y la tendencia diría natural de instituir lo que debiera fluir es cuestionada sin cesar. De un plumazo desaloja de su lugar hegemónico la bipolaridad, lo binario y va dando lugar a la complejidad en sus múltiples significados la que entró en nuestras conceptualizaciones con gran fuerza.
Rodulfo además destrona de su lugar poliexplicativo al complejo de Edipo. Resulta que no todo depende de él. Y con esto concuerdo ampliamente si bien reconozco que es una osadía. Otro vacío.
Y así también cuestiona nada menos que el valor del concepto de símbolo cuando se lo imagina en una relación 1 a 1 con el original. En ese caso es un obstáculo. Solo tendrá su lugar cuando como lo hace Rodulfo se lo puede deconstruir.
Rodulfo es provocador cuando afirma que lo peor que podemos hacer con un niño es acudir a la interpretación. Se refiere a aquellas interpretaciones a las que ahora ridiculizo pero que serían del orden de: a vos te pasa esto porque… o ese personaje te representa… o peor aún yo represento a tal o tal. En cambio usa estrategias que están relacionadas con el analista sujeto, el que hace, opina, se muestra.
Y también es provocador y en este caso de curiosidad. Discute ideas de un supuesto libro evidentemente de un lacaniano y no nos dice quién es el autor. Me quedé pensando quien será, luego pensé que no existía el tal autor pero que al discutir ideas de Lacan no quería citar a alguien en particular salvo al creador de lo que hoy se llaman ideas de Lacan. Después fui a mirar el prólogo, por cierto excelente, de Julio Moreno y me di cuenta que el también pasó por esas vicisitudes. Entonces me dije a mi misma.. Esto es una osadía máxima dado que evita citar el autor que a lo mejor existe. Contornea esas obligaciones editoriales según las cuales las ideas son propiedad de un autor, y tiene sobre ellas derecho de propiedad. Pero ¿una idea que no circula y de las cuales otros no se apropian tendrán sentido? Acá Rodulfo obvió este tema. Y nos interroga…Cuando alguien ha creado términos y un cuerpo teórico fuerte y tiene seguidores que por supuesto transforman las ideas originales: ¿Qué se hace? ¿Somos deudores de Freud? ¿Somos deudores de Lacan o de quién? ¿Pero por qué? Esto hace a las herencias, a cómo usarlas sin reparos, cómo rendirles tributos, cómo dar origen a alguna novedad. Y bueno Rodulfo logra hacer todo esto con una habilidad de prestidigitador o equilibrista.. Y para más nos da un modelo de lo que debería ser una discusión científica en la que se lee atentamente las ideas de otro y se las comenta con seriedad.
Vuelvo al talento de Rodulfo como escritor. Estetexto no podría haber sido escrito por alguien que no sea un alquimista, un investigador serio, un músico que no desafina, el poseedor de una cultura vasta, el ser humano. Esto no quiere decir confundirse con el niño y crear una única sinfonía sino aceptar hacer en cada sesión variaciones infinitas.
Será posible decir en pocas palabras porqué este libro enseña, atrapa. Obliga a revisar nuestros propios prejuicios y clichés. Además da cuenta de la posibilidad de transformar los encuentros en experiencia. Tal como entiendo experiencia no cualquier encuentro es una experiencia y para que lo sea tiene que pasar algo, muchas veces inesperado que crea una discontinuidad entre presente y pasado, entre recuerdo y lo que se produce, entre lo que estaba y lo que hay, que habrá de producir desconcierto y para más crea un aura. En el caso de hoy es esa mezcla de enorme seriedad y respaldo científico, experiencial y arte que trasciende lo escrito.
Rodulfo con cierta ironía piensa en la posibilidad de crear un nuevo psicoanálisis o darle vida incluyendo lo que hasta ahora había quedado excluido o no incluido. Piensen hoy la cantidad de foros, congresos, jornadas que hablan de temas tales como la violencia social, los problemas actuales creados a partir de la tecnología etc.. Esto es algo que en años anteriores no entraba en consideración de los psicoanalistas.
Otra cuestión no menor es haber transformado el par binario entre padres e hijos en un padres e hijos y devolver al concepto “entre” su potencialidad vincular. Y de ello se deriva que ir siendo padres e hijos es una construcción permanente pero no un dado por estructura. Habrá que devenir familia
Y entonces se trata de hacer con Rodulfo una travesía en la que ya no tenemos los puntos de referencia de los lugares familiares instituidos, ni tenemos centro, y tenemos un “entre” que tiende a cerrarse con todas las astucias que los seres humanos pueden desplegar cuando no toleran la incerteza inherente a la vida.
Felicitaciones y gracias a nuestro autor
Jeanine Puget
(Texto leído en la Presentación del Libro Padres e Hijos, en la Universidad del Salvador, Buenos Aires, Argentina)
Cuando comencé a leer a Borges – a mis veinticuatro años – estaba maravillado y lo fui a escuchar a unas conferencias que dio, que todavía tengo grabadas. Era un joven entusiasta y le dije a Borges -se le podían hacer algunas preguntas- e inicié una pregunta diciéndole (es una confesión con un poco de vergüenza): – “Dígame Borges, hay un cuento suyo…” y él me interrumpe y me dice: “Ah, si? Gracias…”
Entonces, hay un libro suyo profesor Rodulfo…Ricardo es un psicoanalista que ha escrito muchos libros, entonces me vino ese recuerdo cuando venía para acá… Escribe mucho regularmente sobre muchos temas.
Hay algunos motivos…él utiliza la metáfora del motivo musical, que se repite en muchos de sus libros, pero me voy a centrar en uno de sus motivos que es que escribe para los psicoanalistas, invitando, proponiendo, repensar como se piensa el Psicoanálisis. Es una insistencia permanente, que ha crecido con los años con muchos más desarrollos; es siempre una insistencia de sacudir los modos de pensar que están presentes en la tradición psicoanalítica. En esto me parece que la abarca en general. Por supuesto que tiene sus preferencias, recoge de todos, pero insiste en un modo de repensar. En este texto es un motivo que insiste con variaciones permanentes en todos los capítulos.
Quiero empezar por eso, ¿con qué elementos conceptuales insiste que deberíamos estar abiertos a escuchar? Eso es lo primero que habría que tener presente. Estar abiertos a escuchar, a leer, y a dejarse penetrar por lo que se lee y no encajarlo rápidamente en algún cubículo; experiencia que vale para cualquier lectura. Por otra parte me parece lo más saludable poder entrar en la cabeza del que piensa; es un ejercicio personal que acostumbro, el meterse en la cabeza del que piensa y no leerlo ya desde lo organizado. Sea cualquier autor del psicoanálisis indudablemente.
Hay un tema muy insistente, y es el cuestionamiento; se apoya mucho en Derrida y lo cita con insistencia, un filósofo contemporáneo…que falleció hace pocos años. Indica la importancia de una visión que no tenga la noción de centro como eje organizador. Y junto con la noción de centro, una armadura del pensamiento en oposiciones binarias, con una barra que separa de un lado y del otro, y que organiza el mundo en oposiciones “o…o”. Este es un modo de pensar no solo en Psicoanálisis sino en la metafísica occidental; más allá de desarrollos que la han cuestionado, es el ordenamiento predominante, hegemónico, y que hace creer en verdades o modos de pensar rígidos que serían de una vez y para siempre. El siglo XX se viene caracterizando por venir sacudiendo desde distintos lados estas convicciones a pesar de que este modo de pensar con el centro y las oposiciones binarias está ahí permanentemente; está acosado en todos los terrenos de la vida humana. Entonces una propuesta es poder pensar las oposiciones con la alternativa de pensarlas como diferencias, y que las diferencias no sean necesariamente oposicionales. Es algo así como si entre 0 y 1 tenemos el absoluto… la nada y 1. Pero ¿dónde podríamos decir que termina el 0 y empieza el 1? Está la discontinuidad, pero hay un gradiente de continuidades que hace que sea imposible de definir el límite. Es infinito el límite en intensión si queremos establecerlo, porque los decimales se nos acumularían y podríamos perdernos. Entonces, ¿Cuándo empieza algo? es sobre lo que va a insistir en uno de sus trabajos. El comienzo 0, absoluto… Esa idea es la que se viene a sacudir. Además, de serlo saludable para un pensamiento y para la vida en general, es muy útil para la clínica; si podemos tener gradientes en la clínica para muchísimos conceptos y no meramente polos, que no se puede negar que son ideas que organizan, pero que si los tomamos como polos nos perdemos captando sujetos con las particularidades que tiene el Psicoanálisis; nos perdemos mucho en el camino y aún hablando mucho de la singularidad, puede ser sólo pregonarla, pero en el trabajo completo, cortes estrictos de una cosa y de la otra, y que podría hacernos perder en la múltiples variaciones que tiene un sujeto.
En relación al centro, Ricardo avanza sobre los descentramientos que había hecho Freud, pero lo que él insiste, como insiste también en Derrida, es que aún con el descentramiento que produce la etapa más importante del Psicoanálisis de Lacan, lo que no hay es un descentramiento del centro. Sigue estando ahí. Lo que propone Ricardo es pensar la ausencia del centro como tal. Este sería el avance a pensar. Tal vez lo sepan, pero hace una referencia a la física cuántica que comienza ya en la época de Einstein, que viene sacudiendo estas nociones de la física clásica, y es un ámbito dentro de la ciencia donde esto ya está presente. Donde no está presente es en el campo Psicoanalítico, donde se plantean oposiciones binarias: falo-castración, ansiedades depresivas y persecutorias, etc.
No se si se hacen idea suficiente de a qué aludimos cuando se dice la importancia del centro; el centro es un organizador con cosas que giran alrededor; implica un ordenamiento; el pensamiento con centro es como en piloto automático, estamos formados así. Así hemos sido criados, educados, y nuestra mente está organizada así. Esto es occidente. Oriente tiene otros modos que son útiles a la hora de repensar estas cuestiones. Es tan fuerte esto que no nos damos cuenta de qué importancia tiene, por eso me parece tan valioso que él insista en nuestro mundo de teorías psicoanalíticas con introducir en darles a los analistas, a los psicólogos, estudiantes de Psicología, modos de repensar como pensamos. No sólo de agregar y enriquecer los enunciados.
En Ricardo es muy fuerte la presencia de un modo de enunciación. Es sobre ella que les quiero llamar la atención. Es tan fuerte esto del pensamiento con centro, que les diría para que tengan idea, que la idea de Dios tiene que ver con la idea de un centro. Aprovecho un texto de Borges, La Esfera de Pascal, donde recoge la historia de la Filosofía, y en la importancia de Dios la idea de centro. Son ideas atractivas, bonitas, incluso poéticas las que han sido usadas. Se las quiero transmitir un poco para que vean de qué se trata esto, más allá del campo en el que hablamos. Este texto ha sido tomado por el mismo Derrida, lo sabe Ricardo mejor que yo… es un texto muy conocido de Borges del año ´52. Viene de los griegos, porque el pensamiento que está siguiendo Ricardo, tomando a Derrida, es el pensamiento occidental que nace en el siglo V a. C.; el nacimiento de la filosofía griega, desde Sócrates en adelante. Entonces, la forma esférica era una forma armónica, y la esfera aparece como una forma de pensar, inclusive tomada por Parménides. Borges recoge de un autor francés de la Edad Media, la siguiente idea: “Dios es una esfera inteligible cuyo centro está en todas partes, y su circunferencia en ninguna”. La idea es bonita y atractiva poéticamente. Pero aún transformando y diseminando la idea de centro, sigue estando el centro. Dios es eso, esa esfera intelectual cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna. Es la idea de Dios del monoteísmo. Es Jehová en la Biblia, pero trasformada por el pensamiento griego y universalizada que es el Cristianismo. Paul Johnson, un historiador, escribió una Historia del Cristianismo, y luego una Historia de los Judíos, en esta última dice que el pensamiento hebreo estaba muy limitado y para trascender necesitaba universalizarse. El Cristianismo le dio la oportunidad, fue en lo que se convirtió, porque la unión del pensamiento hebreo con la filosofía griega le permitió la universalización de la que todavía abrevamos.
Pascal, que es un filósofo francés del 1600, también vuelve sobre esta idea pero con un cierto aborrecimiento y lo señala en relación a la naturaleza. La naturaleza es una esfera infinita, cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna. Borges toma esto para decir algunas cosas más, pero quiero transmitirles que la idea de centro organiza. Ricardo señala que en esa línea pueden ir el padre, cualquier concepción del poder, cualquier modo de un eje que domina los satélites que giran alrededor, y el dominio que eso implica a partir de situar un eje. Puede ser un concepto, una idea utópica… algo que se sitúe en el centro, que pretenda dar cuenta de todo. Y este es el problema. Que se pretenda dar cuenta de un todo en el que se podría sintetizar la subjetividad humana. Sea el sujeto, la fantasía inconsciente de Melanie Klein, alguna de las nociones de inconsciente que están en Freud. Como alternativa a este pensamiento, en otros campos del psicoanálisis, está la idea del paradigma de la complejidad promovido por Edgar Morin, que viene a traer un poco de salud a los modos de pensar por dominios que se articulan de distinto modo y que no ocupan ninguno el centro. Y eso ha dado lugar a algunos otros desarrollos.
Organizar la psicopatología en torno al falo y la castración como eje sintético y único, es una limitación para escuchar a un niño. Creo que es imposible no tenerla en cuenta. Pero escuchar un niño si uno quiere escuchar, leer, ver (abro todo ese panorama), se nos queda muy corto con el falo y la castración por la cantidad de dimensiones que aparecen, y como podemos tener una tendencia a ver solo lo que queremos ver… Esto es muy humano e inhumano porque desechamos y excluimos lo que no nos conviene al sistema, en vez de pensarlo; eso es otra cosa que sucede en el psicoanálisis. Es el falo o la castración, es lo que debe ser y como se lo debe pensar hoy… para tomar un pensamiento hegemónico. En otra época eran las ideas de Melanie Klein; esto es historia, en un sentido, repetida del Psicoanálisis.
Con estas ideas Ricardo revisa en particular la relación padres-hijos, Padres e hijos, que sería ese primer capítulo, y para mí el último, Hijos y padres. Está el capítulo de las Conclusiones, que lo aprovecha como un ejercicio para criticar a un psicoanalista anónimo, pero que por mi parte pude reconocer pero que por supuesto no voy a revelar. Hay un juego muy interesante. En el medio de padres e hijos e hijos y padres hay variaciones clínicas. En el segundo apartado que es Tejidos del jugar se muestran las variaciones de la clínica, de cómo se puede conjugar por decir así, la concepción de padres-hijos. La relación de padres a hijos de un modo unidireccional es una forma de seguir sosteniendo la categoría de centro. En todo caso, se hace como mucho, la reinversión: el hijo que quiere ser padre y desplazarlo, salir de su lugar. Entonces la tensión llevaría a pretender dar vuelta una cosa en la otra. En política lamentablemente hemos asistido a eso. La lucha contra amos nos ha traído, eso lo decía Lacan, nuevos amos, un amo peor, a veces más terribles. Entonces las cosas se invierten, no hay solo transformación. La revolución francesa, con todo lo que implicó…a los 15 años reinaba Napoleón, era coronado emperador. Hagan la cuenta; imagínense que hace 15 años en 1997, habría habido una revolución, y hoy coronamos un emperador; no es mucho tiempo. Nos parece lejano visto hace dos siglos atrás pero no es mucho tiempo. Hablemos del régimen soviético que no obstante las aspiraciones de libertad trajo otro amo, y probablemente peor desde algunos puntos de vista. Y este es uno de los problemas de las inversiones. Yo no voy a seguir hablando de política, menos en esta época. Vieron todos los problemas que trae tener diferencias. Si hay algo mas allá de los reconocimientos que se pueden tener por varias cosas que ha hecho este gobierno, lo que no hay es reconocimiento y señalamiento de la diferencia. Hay oposición contra oposición, entonces no se puede hablar ni pensar. No sólo tengo un amigo kirchnerista…yo soy judío…y fui el amigo judío de muchos… o amigos con los que puedo hablar y como no estoy metido en la política, en el sentido directo de la cosa, me puedo mover con tranquilidad, gastarlos y discutir graciosamente, pero cuando las discusiones tienen que ver con cuestiones más serias se pone más complicado, porque uno o está de acuerdo con todo o no está de acuerdo con nada. Y la oposición lo que tiene es que no rescata nada. Hay cosas que realmente llaman la atención por el silencio que exponen. Al mismo tiempo como en el gobierno llama la atención, por el silencio que imponen, que hacen sobre ciertas cosas que flagrantemente son irritantes…sobre algunos principios.
Lo que Ricardo nos hace ver es que la relación padres-hijos está alterada. La realidad de la relación está alterada; no es un problema de concepción. Al contrario, son ideas que intentan retomar algo que ya es distinto. El mundo está cambiando, o ha cambiado, y el pensamiento psicoanalítico puede no acompañar esos cambios. Esto no es novedad, que los psicoanalistas en pensamiento podemos ir atrás de ciertas realidades que la clínica nos ofrece todos los días. Entonces, repensar la relación de padres e hijos es parte de lo que ocurre. Hoy los chicos le enseñan a los padres además de recibir educación. La televisión y los medios de comunicación del mundo transmiten más cosas a la cabeza de un niño que la figura de un padre. Esta es una figura que queda muy pobre comparada con la antigua tradición. Ricardo explícitamente se propone ir mas allá de lo que él llama una nostálgica idea de declinación de la imago paterna. Esta es una idea bastante temprana en Lacan, pero Ricardo propone ir más allá de la nostalgia porque la declinación de la imago paterna puede volverse una especie de nostalgia por el paraíso perdido. Hace poco estuve en una mesa, acerca de cuestiones ciudadanas, con un abogado que parecía que coincidíamos en relación a los cambios en los funcionamientos de la legalidad, la vida social, los roles, pero lo que a él planteaba era la anomia como consecuencia de lo que se había perdido, entonces había que volver atrás. Siempre hay reaccionarios que quieren llevar las cosas atrás porque piensan que las cosas antes eran mejor, pero de lo que se trata es de ir para adelante y pensar mas allá de esa declinación, que en todo caso lo que trae son nuevas formas de funcionamiento de lo que es paternidad y lo que es ser hijo. La voz del padre no suena hoy como el vozarrón de Dios, es muy buena esa frase, no solo porque los chicos maduran en una capacidad crítica, muy pronto, justo antes de la adolescencia…Yo creo que los niños siempre han sido así, lo que pasa es que no se los escuchaba, o se los silenciaba, o se los acallaba a gritos con la educación, como decía Freud. No bien el niño empezó a ser escuchado, no había que esperar a la adolescencia, como dice también Ricardo, a que muestre las críticas.
Cuando empecé a trabajar como psicoanalista de niños los padres me intimidaban. Yo no había sido padre todavía. Y decir la palabra padres me centraba en toda la tradición. Y con el tiempo comprendí que son sujetos, un hombre y una mujer. Y al escuchar a los padres hay que sacudirse la idea de padres porque eso nos opera como un centro en nuestro modo de pensar. Y tal vez una pobre mujer o un pobre tipo, o un gran tipo y una gran mujer… una mezcla de todo eso, que les pasa lo que les pasa…Entonces medirlo respecto de un parámetro es un lío para la clínica; en lugar de eso habría que repensarlo. Entonces, no sólo en los hijos sus subjetividades se manifiestan distinto, sino que hay hombres que no están tan jugados en sostener la imagen tradicional del padre. Hombres que disfrutan más de una relación directa con los hijos, que están menos preocupados por ser interdictores del incesto y tener una relación mucho más directa con sus hijos. ¿Dónde está ahí lo primero y lo segundo en términos del Edipo conceptualizado? Ya en mi experiencia de la paternidad yo me deleitaba con mis hijos bebés, y lo veo ahora en un sobrino que se deleita con su hijo bebé, con una proximidad similar a la que tiene la madre…Lo que Ricardo propone es deshabitarnos de ese funcionalismo y pensar subjetividades actuando. Es distinto el autoritarismo del padre centro… tuve la posibilidad de analizar a un hombre grande hace unos años, que me ha visto en dos períodos, y la primer consulta tuvo que ver con la relación conflictiva con uno de sus hijos. Un hombre con condiciones saludables, y cierta cultura y apertura, que todo el problema consistía en eso, que él estaba endurecido, teniendo que ser una cierta imagen. Se podía relacionar con ciertas cosas de su historia, él no había tenido un padre cerca… pero no bien se empezó a desarmar esto, descubrió a los hijos. Porque esto es lo interesante, los padres en posición de centro y autoridad, no los conocen, no conocen a sus hijos. Esto lo digo yo por mi propia experiencia, y me agrada haber encontrado en las cosas que escribe Ricardo cosas que son consonantes con mi forma de pensar o de trabajar. Yo a veces escucho como hablan con los hijos: “con él no se puede hablar porque no dice nada…” “¿pero como hablás con él?”, les pregunto, “Y, sale del colegio y yo le pregunto qué hiciste, y qué te tomaron…” Yo le digo: eso es un interrogatorio, no un dialogo. Y además el chico sale de la escuela después de estar 8 horas y la mamá pide algo así como dar el parte de 8 horas. Y el niño sale de la escuela y lo que quiere hacer es cortar con lo que hizo en la escuela. Imagínense ustedes, salen de 8 horas de trabajo, y para distraerse repasan todo lo que hicieron en el día. Si tienen memoria como Funes el memorioso, van a repasar las 8 horas…Estos papás interrogan y no tienen algo, en lo que Ricardo va a insistir y que me parece fundamental, que es el pálpito o la sensibilidad de lo que es el encuentro. Por eso el “entre” va a ser la alternativa; él lo plantea como un tercer tiempo – ya estoy yendo de un texto a otro, de un artículo a otro del libro -, como una alternativa a tres movimientos que él señala. El primer tiempo es la instauración del “uno”, el segundo la instauración del “otro”; en Psicoanálisis tenemos eso: el uno, el sujeto, el psiquismo, y el otro con Winnicott y con Lacan, pero hay un tercer tiempo que señala Ricardo, y es pensar el entre. El entre estuvo siempre, no es que no estaba, pero no había sido destacado como algo desde donde se construye inclusive la subjetividad. No solo se despliega, se construye. En una experiencia personal con mi hijo varón, le leí una carta en una ocasión importante de su vida cuando él tenía 13 años, yo decía que como padres hacemos a los hijos con aquello con lo que hemos sido hechos, con lo que tenemos a mano y mientras nos estamos haciendo. Entonces como padres hemos sido padres mientras nos estábamos haciendo. Hay que tener en cuenta eso porque si no es otra manera de ver a alguien congelado. Y eso se ve mas flagrantemente en los chicos jóvenes que tienen hijos muy pronto, pero aún a los 30-40 años se es padre y se está haciendo. Si la subjetividad se la piensa como puntos de llegada y de instalación y después hacer la plancha, seguro que las cosas empiezan ahí y terminan. Pero si la subjetividad está siempre abierta, o por lo menos está la posibilidad de abrirse a lo que está abierto, no se puede pensar esto…Y lo que ocurre es que tantos cambios contemporáneos sacuden, para los hijos y para los padres, a estos sistemas de pensar con unidireccionalidad. Ricardo propone que hay que pensar la relación padres-hijos no como dar-recibir, protector-protegido, porque esto sería unidireccional. Todo eso no es que no opere, pero también hay algo que es horizontal, y eso puede estar desde el principio, y está desde el principio, y esa dimensión no puede desconocérsela porque eso construye la subjetividad, no sólo despliega lo que está, la va haciendo. Sin duda en la clínica eso es central, porque si pensamos la clínica como un despliegue de lo que ya estaba nos sentamos a esperar que las cosas vayan ocurriendo y nuestro papel está medio reducido a un clásico despliegue del rollo que está en el sujeto. Pero si podemos pensar que la clínica tiene que ver con el entre nuestra participación está ahí desde el principio. Entonces el encuentro no es algo que va a llegar con el atravesamiento del fantasma. Ese entre, y nosotros como otro sujeto en juego, estamos desde el comienzo. Y esa es la posibilidad de una nueva experiencia. El análisis como una experiencia. Como en el segundo capítulo que Ricardo escribe, que es Tener una experiencia. Y el análisis… como una experiencia a cuidar, como experiencia del cuidado o de la cura por otro; como una experiencia de la alteridad. Para nosotros la alteridad del paciente, y para el paciente la experiencia de nosotros. Esa es una manera de pensar la clínica. Por lo menos que sacude modos estancos de pensar muchas cosas de las que seguro no podemos prescindir, pero se ubica de otra manera; sin un centro, para decirlo así. El entre como dice Ricardo, tiene la forma de mamarracho, porque el entre no está escrito. Cuando yo le digo a los padres “hablen de lo que surja”, me dicen “¿pero de que le hablamos?” “no le preguntes nada, contale vos”, porque los padres no cuentan a los hijos… ¿saben ustedes?; les piden a sus hijos que le cuenten, pero no le cuentan ellos del trabajo, de si se peleó con la secretaria, de lo que hizo o de lo que le costó pagar una cuenta por ejemplo… A lo mejor no cuentan porque son cosas de grande. Se ubican frente a los hijos como un envase. Entonces el entre es un diálogo, por eso es un mamarracho. En el sentido de mamarracho que puede ser garabato, y del garabato pueden salir dibujos… Pero son previamente garabatos, informes que toman forma. Estoy parafraseando cosas que dice Ricardo en algunos otros libros. Entonces el entre es informe. El encuentro es eso, algo informe que va tomando forma, pero la forma que toma se deshace y puede volver a tomar otra. Algunas van a permanecer, pero en ese juego no hay dibujos ya hechos. Si podemos pensar la clínica así, tenemos muy otra dimensión abierta; por supuesto para el encuentro con otros y para la vida… no sólo vale para nuestro trabajo específicamente. Porque encontrarse con otro y ya tenerlo categorizado es escracharlo en algún envase donde van los prejuicios, la discriminación, las diferencias….como oposición y ajenidad. Concebir al otro es ser hospitalarios, sigo a Ricardo tomando también a Derrida, hospitalario a la recepción del otro; esa es la verdadera diferencia; que tampoco es tolerar. Derrida parece augurar como esperanza para un futuro humano mejor, más que un futuro, un porvenir donde algo sea distinto. Porque el futuro se lo puede imaginar como un mero futuro, con lo cual sería que se repita lo que estaba. Porque esa parece ser la matriz con la que estamos formados. Venimos a remedar lo que ya estaba. La vida y los cambios van más rápido que todas esas presunciones pero pensar un porvenir es apostar, como dice Ricardo también, a una idea que va a tomar de Winnicott que es la esperanza. No lo mencioné a Winnicott hasta ahora porque está en todo lo que dije y es el referente psicoanalítico más importante de Ricardo. Porque es el autor del garabato, de lo informe y la forma, de no seguir ni siquiera a Freud, ni siquiera a él mismo. Pero ha hecho, sin proclamarlo demasiado, porque no ha hecho bandera de eso Winnicott – si lo leen es de una modestia absoluta -, fue la manera en que él fue haciendo su lugar. Basta leer el juego del garabato del libro Clínica Psicoanalítica Infantil, o ver presentaciones de casos; se lo ve con una frescura y con una honestidad en mostrar como trabaja… No tiene problema en mostrar cómo es el encuentro, y decir “esto lo dije porque se me ocurrió… esto lo dije pero no se como me salió… esto lo pensé…” y nos va mostrando como piensa todo el tiempo. Si lo leen más, van a descubrir esos modos donde Winnicott cuenta lo que hace, lo que piensa, con una pretensión mucho más modesta pero mucho más esperanzada de lo que puede hacer. No en el sentido plantearse finales de análisis, atravesar el fantasma o la castración, pasar a la posición depresiva, que son como ideas que en Psicoanálisis han sido normas.
Esto, no es Ricardo el primero que lo critica, pero no obstante esa es una idea que insiste e insiste… lo otro que tiene y que utiliza muy bien, y que a mí me encanta contarlo, porque lo he usado y enseñado a mis alumnos en forma repetida, sin haberlo escrito nunca, la idea de que así situado en el entre, nuestro trabajo es improvisar. Hace años que cuando enseño a trabajar en las clases de posgrado y reflexionar sobre lo que hacemos, lo más importante es que improvisamos. Ahora, como en música…hay que saber mucha música para improvisar como lo hacen los grandes músicos del jazz; para improvisar hay que saber mucho. Pero en el improvisar ¿cuál es la idea?… que no está escrito lo que va a pasar. La vida es improvisación. Y es en borrador, no podemos corregirla a medida que la hacemos para la edición definitiva, como dice Milan Kundera. El trabajo analítico también es en borrador; lo escribiremos después; es un borrador que vamos corrigiendo e improvisando. Y esta es otra manera de pensar la clínica. Si podemos usar todo lo que sabemos con la improvisación de vivir ese entre, le haremos un buen favor a un paciente, en el sentido de que el análisis sea una experiencia. Porque experienciar es hacer que esa vivencia sea nutritiva. Sea de carácter inédita… Experiencias y acontecimientos que tienen más que ver con lo nuevo que nos pasa en la vida. Ya tenemos la vida bastante organizada y planificada de lo que va a ocurrir; así estamos todos. Yo tuve que estar acá a esta hora, después nos tenemos que ir a otra… yo tengo un tiempo acotado para hablar… o sea que hay algo que organiza la existencia. Bueno, Winnicott dice en un texto cuando lee el reloj, “yo puedo mirar la hora y decir son tal y tal, pero así puedo hacer sólo una repetición de la hora… pero si pienso en el tiempo, puedo hacer de mirar la hora algo distinto…” porque el tiempo son los minutos, los segundos que no vuelven nunca atrás, y puedo experienciar mi relación con el tiempo. No lo podemos hacer subiendo y bajando del colectivo y viendo si entra la tarjeta del SUBE y si el tipo nos quiere hacer bajar porque no funciona y en un ataque le damos una piña… Pero si tenemos esa dimensión abierta, y el Psicoanálisis tiene la posibilidad de hacerlo, esa experiencia, ese experienciar, se vuelve algo inédito, nuevo y sobre todo placentero. Porque es cierto que en Psicoanálisis estamos muy acostumbrados a las pasiones tristes, como dice Ricardo. Es una clasificación de Spinoza. Es cierto que los que nos vienen a ver es porque sufren, pero el Psicoanálisis algo a los que los tiene que habilitar es a que vivan más felices, a que disfruten un poco más de la vida. La felicidad no es el entretenimiento que es lo que colma hoy el mundo; no creo que se trate de eso. Esto es una confusión que también está en el envase de la cabeza. Por eso insiste mucho en recuperar fuentes de placer, no de experiencias trágicas, épicas, dramas, sino de algo muy modesto que se proponía Freud: amar y trabajar. O como el mismo Freud decía desde mucho antes, que pretendemos transformar una miseria neurótica en una desgracia banal. Son modos modestos de decir a qué aspiramos. No a convertir a los pacientes en héroes trágicos o románticos; lo decidirá el paciente. Pero si su vida es una fuente de dolor e insatisfacciones, habilitarlos a otra cosa.
La experiencia con el otro es un camino que me parece fundamental. Y algo que dice Winnicott, que Ricardo retoma, es darle la oportunidad al paciente: la experiencia de ser real y sentirse real. Ahí tienen un modo mucho más vivencial de una idea lacaniana sobre el objeto real… pero que Winnicott la dijo en uno de los últimos trabajos que escribió, que es El uso del objeto, lo presentó en Nueva York pocos años antes de morir y no cayó bien, no gustó, no se entendió. Él dice, ¿qué ofrece el Psicoanálisis?… que el paciente se sienta real. Vivir y sentirse real. Ahí lo toma en relación a que le puede ofrecer el analista como objeto. Ahí tienen un real que me parece que es distinto de un real abstracto. Es algo que tiene que ver con lo vivencial.
Quiero cerrar…con dos o tres puntos…Hay un análisis de la dependencia que hace en el anteúltimo último capítulo, que es muy interesante. Léanlo, en especial porque es de hijos a padres, y la importancia de lo que es la dependencia. En su Seminario de La Ética, Lacan plantea los ideales psicoanalíticos: uno es el ideal de la independencia; Lacan lo sacude. El ideal de independencia es otra cuestión importante porque Ricardo recoge que implica la dependencia. Y qué dolores implica el depender. El amar, no sólo depender de los padres, amar, y por eso se conoce la dificultad de amar. Porque amar es depender. Y lo complejo que es ese depender, y cómo se puede jugar en la relación padres-hijos. Y que eso tiene dos conjugaciones con el odio y también algo que es el rencor, que está poco trabajado… Yo había leído hace años un trabajo sobre el resentimiento en la adolescencia, que es como el rencor, y es muy interesante porque a diferencia del odio, que está mucho más trabajado en Psicoanálisis, el rencor es un sentimiento mudo, permanente, que mantiene una especie de desesperanza imperecedera porque no muere nunca. En el odio, dice Ricardo, el odiado puede decir ¿cuánto me querés destruir?, pero en el rencor la injuria es ¡cómo me has dañado!, entonces, esa herida abierta no cierra nunca, y el rencor se nutre de la herida para no poder salir nunca; hay un goce masoquístico en juego que es muy importante tener presente porque es una de las fuentes de sufrimiento, y en esto es claramente freudiano porque hay un masoquismo moral en juego, que puede acompañar toda la vida a un sujeto como un tema no resuelto porque lo que no se soporta o se odia es haber dependido, haber tenido que necesitar al otro. Y esa es una nueva manera de pensar qué es la relación con el otro y con los pares. Pero con los otros próximos que tenemos… eso es lo que impide recibir de ellos. Lo que impide el sentimiento de gratitud, tan trabajado por Melanie Klein. Ella lo oponía a la envidia. Pero me parece tan valioso el sentimiento de deuda, pero deuda de lo que se ha recibido…y uno de los problemas de la relación con el otro es recibir del otro. Dar es más fácil, pero el problema es recibir. Porque si yo recibo de otro quedo en deuda; no porque la tenga que pagar, sino porque tengo que aceptar que he necesitado del otro. Pero sólo una idealización de ser un superhéroe nos pondría al abrigo de no necesitar de otros…que nos recomienden un libro, que nos den una idea, que nos abran los caminos… hablo de las relaciones interpersonales y de la posibilidad de recibir; también está la de dar. Y la de recibir es una de las dificultades para amar y ser amado.
Quedan muchas más cosas que me hubiera gustado comentar, porque son verdaderamente muy nutritivas, pero les quiero leer la ultima frase con que Ricardo cierra “De hijos a padres”. Dice: “La ética del analista no puede limitarse al deseo o al desear, pues si hay una utopía a la que se debe hacer holding, es la que concierne a la esperanza de que la subjetividad humana contenga algún potencial para esperar algo mejor de nuestra existencia”. Debería cerrar acá, con esta cita, pero quisiera algo más… hagan de cuenta que terminé acá…Ricardo no está augurando un optimismo alegre, pero tampoco un pesimismo. Un escepticismo dice él, es saludable. O un pesimismo ilustrado del que habla Fernando Savater, leánlo y sabrán de qué se trata esa idea, pero se acerca a un esceptisismo porque nuestro trabajo no puede ser vender paraísos, pero tampoco vender tragedias. En todo caso es algo más modesto como dije antes y creo que esta frase de Ricardo “… no limitarse a desear sino a hacer el holding a algo que concierne a la esperanza de que la subjetividad humana contenga algún potencial, la relación con los otros es eso, para esperar algo mejor de nuestra existencia”.
por: Carlos Tkach (Presentación del libro “Padres e hijos” Facultad de Psicología Universidad de Buenos Aires 19 de septiembre 2012)
Este libro es fascinante e innovador. Parte de su encanto se debe a que el estilo de su escritura es coherente (como una función recurrente) con la propuesta del texto. Ricardo relata que recibió un comentario singular cuando: alguien dijo de él: “No sé desde qué campo piensa Rodulfo”. Esto le produjo alegría porque lo apartaba del pensamiento tradicional de la literatura psicoanalítica. No saber cuál es el centro desde dónde uno piensa habla de un pensamiento opuesto a las “identidades positivistas” que abundan en esa literatura.
Uno de los ejes de las propuestas renovadoras de Ricardo parte de la idea de que deberíamos trabajar sin nada en el centro. Se refiere al centro de la filosofía positivista y, en nuestro campo, al intocable Complejo de Edipo ubicado en el centro de todo, como el principio explicativo de casi todas las experiencias. ¿Podremos trabajar sin nada en el centro? Esa idea no asombraría en absoluto a biólogos, a filósofos ni a físicos. El universo, por ejemplo, fue pensado con nuestro planeta en el centro de todo y más tarde con el sol en ese lugar. También se solía pensar al cosmos quieto, estable y esférico, para llegar hoy a considerárselo informe y en permanente expansión. Ya no podemos precisar sus bordes ni, por supuesto, atribuirle ningún centro.
Freud señaló las heridas narcisísticas que nos produjo el desplazamiento del centro del universo (que ya no es la Tierra), del mundo animal (que ya no es el humano) y de la mente (que ya no es el Yo). Sin embargo, una cosa es retirar del centro algo que se suponía que estaba ahí y otra, partir de la idea de que no hay centro. “Un centro vacío –dice Rodulfo– no es un vacío de centro”. Eso se opone al modo de pensar al que hemos estado habituados por siglos: una verdad central que emite rayos que iluminan toda experiencia. Ese lugar central lo ocupan, en nuestro campo, dos núcleos determinantes: el Edipo y el inconsciente. Para acercarse a lo singular de cada quién, el buen clínico ha sabido ser un poco infiel al rigor de estos cánones. Pero lo establecido está siempre al acecho, listo para engullir y reapropiarse –y con razonamientos académicamente coherentes– de lo más propio de un psicoanalista: su libertad de pensar.
“Nada en el centro” no significa que en el centro hay un dolor, una carencia o una falta. Es la propuesta de que nada centre nuestro proceder. Recuerdo que, en mis primeros tiempos de formación en esto de ser analista, Horacio Etchegoyen me dio un consejo que aún suelo evocar: “Si cuando estás por hacer una interpretación –decía– recordás a un autor, o un texto,; seguro que estás equivocado”. Esto es, en cierto modo, cercano a la consigna que postula Rodulfo: no ser de nadie, ni seguir a nadie. Como en el garabato, esa nada en el centro cuida y protege una zona libre de causalidades, espacio crucial para nuestra práctica.
Conviene que el jugar tampoco tenga centro. Es más, el juego y el juguete parten de una profanación, un cambio de lugar que descentra lo establecido por la oficialidad, sin colocarlo en otro centro, ni siquiera en el de una transgresión. Cuando un niño toma una pieza de ajedrez y la hace ser parte de una fortaleza o cuando juega con letras sin respetar la gramática “solo por jugar con esas formas” (no como Joyce, con la intención velada de burlarse del lenguaje), está realizando una experiencia de nada en el centro.
El segundo factor que Ricardo menciona para la cruzada de la renovación de nuestro psicoanálisis es interpelar el modo de pensar “binario a rajatabla” que nos ha caracterizado. Tarea difícil porque en nuestra enciclopedia psicoanalítica (del mismo modo que en la filosofía clásica) todo parece basarse en una lógica oposicional. El mundo de arriba vs. el de abajo, el bien vs. el mal, el adentro vs. el afuera, etc. Las cuestiones del centro fijo y de lo oposicional se entrelazan y generan peligros aledaños. Quizás el mayor es que ambos nublen u oscurezcan el trabajo de la diferencia. Trabajo que toca nuestra cuerda más sensible. Decir “o esto o aquello” da por sentado que entre esto y aquello no hay nada. Decir que todo nace en un centro indiscutible hace vanos los caminos laterales, los emergentes rizomáticos. Rodulfo nota con sutil perspicacia que lo oposicional y lo central afectan también el modo en que venimos pensando la relación entre padres e hijos, y yo agregaría, entre adultos y niños. Ya no se sostienen la familia con lugares estables configurados por el Edipo ni tampoco las jerarquías que dividen a maduros de inmaduros. Las situaciones con que nos enfrenta la clínica están llenas de ambigüedades que no soportan aquel formato clásico. Los niños no son vacíos a llenar que deben ser llenados por los adultos que todo lo saben. Por momentos emerge un mundo donde son los adultos los que no saben. En ese sentido, es evidente que los niños se adaptan mucho mejor que nosotros a los cambios producidos por el pujante Big Bang mediático en que vivimos.
Todo esto en la pluma de Ricardo, todo esto no se convierte en una propuesta fanática. Denuncia nuestro acercamiento clásico, pero nota que cada una de las cuestiones que critica merece suplementarse, lo no que quiere decir desaparecer, sino reformular sus principios para dar cabida a la novedad. Por ello reivindica la ambigüedad en lugar de oposiciones tajantes. Se trata de esto y aquello más que de esto o aquello. Dudar es preferible a elegir una salida en oposición. Se trata de habitar situaciones más que de ocupar lugares.
El planteo de Rodulfo no implica solo una crítica a pensar todo como edípico. Se cuestiona ese pensamiento en sobre la base de oposiciones binarias del tipo madre/padre, niños/adultos, amor/odio. No solo por ser inapropiadas, sino porque en los tiempos que corren ya se ha comenzado a evidenciar su precipitada obsolescencia. No pretende destronar al Edipo, sino reformularlo y correrlo del lugar de principio explicativo, quitarle las pretensiones hegemónicas. Hace falta que inventemos modos de pensar que no sean tan fácilmente apropiables por las oposiciones binarias ni por los centros ocupados.
El jugar puede ser la puerta de entrada y de salida de todas estas encerronas. Alrededor de él se entraman dos conceptos cruciales: el experienciar y el holding. Podría definirse al psicoanálisis como el modo de cuidar la capacidad del paciente de experienciar y de ayudarlo a evitar que ésta le sea desapropiada. Pero no se trata de promover experiencias, sino de posibilitar que el paciente las tenga. El gesto espontáneo que abre la posibilidad de que alguien se sienta real, no es causado por el deseo del Otro ni debería ser significado con un significante. Podemos acompañar al paciente para que él lo tenga, hacerle holding no para que se adapte a nuestro deseo, por más bueno que creamos que sea. Quien experimenta no es propietario de su experiencia, es esa experiencia la que le permite a él articular el pronombre mi de “mi deseo”. Ese fue el error quizás inevitable de Descartes: al decir “yo pienso, ergo soy” comenzó aludiendo a “yo”. Como si al decir “yo experimento, por lo tanto soy” me convirtiese “yo” en el propietario de mi experiencia, cuando en realidad soy su resultado. Quizás el sujeto sea el resultado del pensar.
Hay peligros que nos acechan bajo la forma de consideraciones nobles, uno de ellos es el de ser fiel a los orígenes. El origen remite indefectiblemente al centro y la fidelidad a ese centro puede perturbar cualquier desarrollo posterior. Habría que buscar comienzos que difieran entre sí, comienzos sin origen, puntos de partida múltiples. El Big -Bang, la versión científica más aceptada del origen del universo, implica la existencia de múltiples Big -Bangs y múltiples universos. Si Freud es el origen absoluto del psicoanálisis y somos consecuentes con esa progenitura, no estamos siendo –siquiera– fieles a Freud, ya que él (re)comenzó su camino varias veces (por ejemplo, cuando abandonó su teoría de la seducción, al proponer la segunda tópica, al y considerar formas de división del psiquismo diferentes a la defensa). Es conveniente entonces buscar puntos de partida transitorios más que orígenes, no solo empezar de nuevo, sino estar dispuestos a que haya muchos de nuevo.
El psicoanálisis de niños puede ser un punto de partida beneficioso para el psicoanálisis vapuleado por un logocentrismo que lo tiene aplastado y empobrecido. Entre otras cosas, porque es capaz de poner de relieve la alegría de la diferencia, la prevalencia de la experiencia y la primacía del juego como profanador indiscutido de los pensamientos sacralizados. Que a alguien “le vaya bien” en la profesión o en los negocios, que un niño “juegue bien” al ajedrez o al fútbol o tenga un desempeño académico adecuado, no constituyen condiciones suficientes para decir que se siente real ni feliz. Esas ocupaciones no alcanzan si están desprendidas del sutil tono lúdico presente en la frase “me gusta lo que hago”. Nuestra sociedad, nuestras escuelas y nuestros modos de producir, están plagados de consignas de eficiencia y desprovistos de eso lúdico, de lo que gusta porque gusta. No porque adquiera sentidos libidinales, ni porque sean estrategias para de vencer al rival edípico… Habría que poder estar bien sin un sentido que dé razón de ello y desde muy temprano, desde los mismos bebés, dice Ricardo. Para ello, no es necesario saber cómo hacerlo, es crucial tan solo hacer posible que la experiencia tenga lugar, que acontezca.
Al psicoanálisis le hace falta apartarse de la idea de que su corpus práctico y teórico es una línea recta y continua que comienza en un origen unívoco. Pero hay fuerzas ya trazadas que amenazan con desapropiar cualquier novedad radical que pretenda transformarlo. Pasa con ello como con el gesto espontáneo y el experientar: ambos están expuestos a la pérdida. Algo parecido a lo que Alain Badiou predica sobre el acontecimiento: de no ser por el trabajo de una fidelidad a él, un acontecimiento puede no sostenerse. Es necesario cuidarlo de las fuerzas que intentan reapropiarse de lo transformador reduciéndolo a una variante de lo conocido. En este terreno entramos en zonas delicadas. El apropiarse de lo propio es una herramienta que usa la cultura para hacernos sociables. ¿Cuál es el punto justo de la defensa de lo propio? ¿Cuál es un precio adecuado (en moneda de sometimiento) que nos conviene pagar para ser sociales? ¿Cuándo se trata de mutilaciones y cuándo, de pequeñas ofrendas? Siguiendo estas ideas, el neurótico podría pensarse como alguien mutilado, desactivado para ser “normal” o “normalizado”. ¿Cuál es la frontera entre violencia primaria y secundaria?
Esto roza también el problema de la enseñanza del psicoanálisis. No podemos sino tener en cuenta de que existe una estructura ya formada –nos recuerda Rodulfo–, como un disco ya formateado, que se opondrá “natural e implacablemente” a la emergencia de lo nuevo. Un psicoanálisis “clásico” con centro en diversos autores se opondrá a cambios radicales. Apenas alguien descubre una inconsistencia y una formulación que suplementaría a lo que viene pensándose, esa novedad será muy probablemente reapropiada por las ideas colonizadoras del establishment.
Ricardo nos hace jugar con una aguda revisión de la frase de Einstein “Dios no juega a los dados”. Aunque no lo dice, parece un buen ejemplo de reapropiación del discurso determinista que envolvía toda la ciencia en los tiempos en que Einstein produjo esa frase y en el que nació el psicoanálisis. Sin embargo, aun siendo hijos de teorías deterministas, la física y el psicoanálisis fueron pronto impactados por concepciones que privilegian lo azaroso, como la física cuántica y el acontecimiento como emergente de ninguna causa: lo incalculable. Y es en ese punto que donde Ricardo ubica al juego. Sin libertad, sin cierta indeterminación, no hay juego. Pero las fuerzas de lo establecido, del logocentrismo ontológico siguieron y siguen presentes en el pensamiento psicoanalítico: “Seguimos –dice Rodulfo– con una cabeza del siglo XIX en medio del incipiente XXI”.
Es cierto que el psicoanalista debe jugar y sobre todo dejar jugar, hacer holding (sostener sin enseñar) al jugar del niño. Pero debe ser intransigente ante todo lo que bloquea la capacidad de juego. Es su responsabilidad hacer y habitar ese espacio hecho en la sesión con el juego del niño. Si es preciso, llega a proponer Ricardo, debe promover la improvisación.
El psicoanálisis clásico se detuvo particularmente en el conflicto, lo que en gran medida desalojó las experiencias de los encuentros que inauguran todo tipo de vínculos. Encuentros que se asemejan a actos de creación. No quizás el hacer algo a partir de nada, propio de Dios, sino para encontrarnos con lo que después llamamos creación. Si seguimos a Winnicott, habría que decir que se trata de la creación de “lo que estaba ahí esperando a ser creado”. De todos modos, la pregunta que debemos hacernos frente al juego no es solo, como fuera clásicamente, “¿qué quiere decir?”, sino también “¿qué está haciendo el niño al jugar?”, “¿Con qué se está encontrando?”. Las pretensiones de significar todo lo que ocurre en un ámbito, como una sesión, a menudo colapsan la posibilidad de que lo que ahí ocurre se desarrolle.
Sabemos que Ricardo es melómano y usa jugosas comparaciones del hacer y el interpretar psicoanalítico con el musical. En música, como en pintura, podemos constatar historias de desapropiación de novedades a cargo de los formatos clásicos. Y también podemos comprobar movimientos de liberación de aquellos cánones clásicos. Cuando lo comparamos con lo que pasa en nuestro que-hacer, no podemos sino sentirnos en inferioridad de condiciones. Nuestra esclavitud a la secuencia causa-efecto mediada por el logos y la obligatoriedad de encontrar significados ligados a él, no han encontrado demasiada resistencia en nuestra especialidad. La música, en cambio, puede ya desprenderse de la composición tonal como paradigma único, ha extendido la grafía del compositor con el intérprete renovando sus formas de conexión, y hasta de la técnica ligada al sonido propio del instrumento, extendiéndose a sonidos que lo exceden, como el de las cuerdas de un piano martilladas con las manos, el soplido no convencional de una flauta, o el golpeteo de la caja de una guitarra y hasta de la “presencia” de un silencio. No es otra cosa lo que sucede con la pintura y la escultura. Se exceden los marcos, lo representacional y los materiales clásicos.
Alrededor de la carta 52 de Freud, de hace ya 120 ciento veinte años, surgió la idea de que los signos son acabadamente traducidos de un sistema al otro. Sin embargo, hoy sabemos que es esencial considerar que algo de lo impreso, del signo, de la marca, es intraducible. Y eso intraducible es crucial, porque habla de lo singular de lo que ese rasgo puede pretender representar. Hay algo insignificable que es crucial para nuestra teoría. Deberíamos cuidarnos mucho de no colapsarlo llenándolo de sentido, y dejarlo desplegar. Esa sería la guía fructífera de nuestra clínica: lo inconsumible, lo que no se desplaza, suele ser lo más importante en nuestra clínica. Deberíamos resistir a la tentación de analogizar sin límites hasta evanecer las presentaciones singulares. Tenemos “palabras para todo” y hemos hecho un abuso excesivo de ellas. Cuando la represión de ciertas palabras cundía, nombrarlas, expresar sus significados tenía un efecto contundente. Ahora, ampliamente banalizados y difundidos por los medios, no producen ningún “efecto sorpresa”.
Lo lúdico, dice Rodulfo, no desaparece nunca de la existencia y tiene una presencia importante en los adolescentes, a quienes acompaña en la “segunda deambulación”, cuando exploran los límites de sus nuevos territorios, las aventuras de sus cuerpos… y puede ser un error sancionarlos antes de pensarlos como juegos exploratorios. Es que el adolescente contiene algo ajeno a sí mismo que requiere al menos conocer en sus bordes, en sus límites y lo empuja a explorar y a explorarse. En épocas pasadas, la sociedad proveía de ritos de pasaje que establecían la ruta que el joven debía transitar para llegar a ser adulto. Ahora debe tiene que recorrer ese camino sin un libreto demasiado explícito, debe hacerlo en un ambiente que, por un lado, se presenta hostil (con altísimos porcentajes de desocupación laboral entre los 16 y 30 años) y, por otro, impone estándares aceleradamente cambiantes.
Cuando Rodulfo se dispone a describir lo que acontece en el vínculo entre padres e hijos, elige temas que en la actualidad resultan cruciales: el dolor de la dependencia y el de la esperanza. Sin embargo, la dependencia es parte integrante de nuestro patrimonio ancestral. En la época de la crianza se transmiten pautas, pero, además, los cerebros de los críos se conforman de acuerdo según el vínculo con su entorno social y familiar. Por lo tanto, los hijos resultan ser un testimonio de la calidad de padres que han tenido, y la dependencia puede cambiar de sentido al pasar de ser de hijos hacia los padres a ser desde ellos hacia sus progenitores.
En la cuestión de la dependencia y el rencor por ella, todo es muy sutil. Pequeñas humillaciones hacen crecer la hostilidad del dependiente, que enfrenta una encerrona: no puede ser independiente y debe pagar un precio demasiado caro (en moneda de rencor) por ello. Ese rencor que tiñe el vínculo es en principio inaparente y perdura por largo tiempo, por lo que a la larga puede manifestarse en pequeñas e inacabadas venganzas. De este modo, el niño puede ejercer un notable control sobre la vida de los padres. Rodulfo destaca que en nuestro medio no se habla demasiado de esto, como sí se habla en abundancia de culpas de los padres por maltratar al indefenso y desamparado dependiente.
Es a la vez difícil e imprescindible darle lugar al dolor que pivotea alrededor del tema de la dependencia. La postura habitual del psicoanálisis clásico ha sido entenderla bajo la consigna imperial del complejo de Edipo. Hubo una sesión en el famoso caso Juanito de Freud en que esto se hace evidente. El lunes 30 de marzo de 1908, ocurre el único encuentro entre Juanito, su padre y Freud. Allí Freud le dice a Juanito:
Tú le tienes miedo a tu padre por querer tanto a tu madre. Crees que tu padre te tiene rabia, pero eso no es cierto… Hace mucho tiempo, antes de que tú vinieras al mundo, yo ya sabía que llegaría un pequeño Juanito que querría mucho a su madre, y por ello se vería obligado a temer al padre.
Edipo y determinismo al 100%.ciento por ciento. En ese momento, el padre interrumpe a Freud (cosa rara dada su obsecuencia hacia él) y le pregunta a su hijo:
–¿Por qué crees que te tengo rabia?, ¿acaso alguna vez te he pegado?
–¡Oh, sí! Tú me has pegado –, replicó el niño.
–Eso no es verdad, ¿cuándo? –, pregunta el padre.
–Hoy a la mañana.
Lo cual, dice Freud extrañado, era verdad. O sea, niño y padre presentan otra cara (no necesariamente edípica) de la cuestión: la hostilidad y el tema del dominio. Si se recorre ese historial, también puede verse como que Juanito y su padre dialogan mucho, pero no juegan. El jugar –opina Rodulfo– sería la clave para que se abriera una posibilidad de modular y habitar estas diferencias. Sobre todo si se juega a “como si” fueran padres e hijos, o hijos y padres.
La “Tercera Parte” del libro, es definitivamente diferente al resto en su formato y en su presentación. Ricardo emprende en ella un “extenso ejercicio de desconstrucción” de un “texto de inocultable filiación Lacaniana”. Un texto que, nos dice, es breve y muy didáctico. Ricardo nos confiesa que ha preferido “reservar el anonimato del firmante”… ”, aunque dice que es un analista de niños destacado y en actividad, autor de lengua extranjera “aún no traducido”.
Luego, quizás no casualmente, Ricardo recuerda ahí a José Bleger en pasajes que aluden a lo improductivo que suelen ser las así llamadas discusiones teóricas, ya que es difícil reconocer las alteridades en nuestro medio.
Frente a estos hechos, se me han abierto dos opciones de interpretación de la discusión entre Ricardo y el autor del texto mencionado. Dos alternativas que yuxtapuestas, siguiendo la modalidad de juego de la escritura de Rodulfo, quizá nos permitan navegar en la ambigüedad más que en la certeza, como él suele él recomendar.
La primera opción sería considerar que el anónimo personaje (llamémoslo Dr. X) existe y que Ricardo prefiere, quizá por discreción, ocultar su identidad.
La segunda es que el Dr. X existe solo en una ficción brillantemente generada por Ricardo para poder discutir con él sin reparos. No sería otra cosa que lo que se dice hizo Nietzsche con Kant: generó un Kant (al que él sí le puso nombre) para, apoyándose en él, poder exponer sus ideas (las de Nietzsche). Si este fuese el caso, nos encontramos con una puesta en práctica de algunas ideas que Ricardo expresa en este libro (y en otros): jugar con el inventado Dr. X. Podrán leer en este libro que Ricardo aconseja que en la relación padre-madre/hijos es mejor desligarse de la pesada carga del binarismo que anula la libertad. Es mejor que jueguen a ser padre/madre y niño sin creerse demasiado que son lo que esas palabras designan. En este caso, quizá la discusión de un lacaniano real y un “rodulfiano” real generaría un binarismo improductivo que Ricardo prefiere eludir jugando a ser o a discutir.
Aun así, para que sea un juego más interesante y creativo, es necesario que bascule entre ambas posiciones: que se trata de un simple juego y que en realidad es una discusión entre Dr. X y Dr. R.
Otra de las virtudes que tiene la segunda opción es que acallando al interlocutor se genera un clima en el que uno puede decir lo que se le ha ocurrido de creativo o de novedoso sin tener que dar pruebas de ello. Si uno le dice a un “iano” algo en lo que uno cree que se equivocó, es típico que este le conteste que “usted. no ha leído bien alAmo ‘“iano’””. Si a un kleiniano le decimos “ustedes no toman en cuenta la realidad exterior”, muchos (sino la mayoría) dirán que : no, no es así y blandirán una serie de artículos que no hemos leído bien. Lo que también podría ser cierto. Si a un lacaniano le dijésemos preguntáramos “¿por qué ustedes elevan a tal punto la noción de significante hasta convertirlo en un Amo siempre presente?”, podría contestarnos “¿cómo?, ¿si el fantasma fundamental de Jaques Lacan ni siquiera tiene significantes?”. O, “se está usted olvidando del objeto a”. Y quizás también tenga razón. Pero esa dilución de la discusión podría llevar todo a la improductividad por salvar a los Amos de cada quien o condenar al Amo ajeno más que generar la develación de inconsistencias, la cuna principal de las diferencias renovadoras.
Con ello, Ricardo quizás elude discutir la discusión con un afectado de “lacanitis”, pero conservando el “oro” que generó Lacan (que Rodulfo parece respetar), y que el Dr. X., como un buen lacayo, reproduce de su Otro indiscutido. Si es así, cabe felicitarlo a Ricardo por su genial estrategia, como un niño (o como un padre) jugando con un padre (o con un niño) imaginario para establecer una producción vincular eludiendo el “creerse” que son en verdad “padre y niño”. (¿Se imaginan al Dr. X. pidiendo un espacio para “derecho a réplica”, como se usa en los medios?). No solo eso, si así fuese, nos hace jugar con él o con ellos.
A este imaginado (o no) y obstinado Dr. X., Ricardo le hace decir “todos tenemos un Amo” que gobierna y determina nuestras acciones. Con lo cual se acabó la libertad, incluso la libertad condicional. Y si así fuera, se acaba el alma del juego. El amo para el supuesto Dr. X., el Amo es el significante. Mejor, el tesoro de significantes del cual no hay Otro. Lacan dijo en forma determinante que “no hay Otro del Otro” y, por lo tanto, ninguna creación podría hacer excepción.
Pero Ricardo logra hacerlo con una a veces graciosa puesta en ridículo del extraño autor, y otras con una magnánima condescendencia. Combinación creativa que me resultó encantadora de leer.
No voy a abundar en los múltiples y jugosos contrapuntos entre el real Rodulfo y el que yo imagino “ficticio” Dr. X. Solo quiero destacar uno que me resultó particularmente importante: cómo en su afán de reivindicar al Amo significante del Otro, reproduce una versión lingüística de uno de los Amos de la biología: el genoma. ¿Habrán entrado en competencia la lingüística determinante lacaniana y el recientemente descubierto genoma determinante de los genetistas? ¿Quién es más determinante que quién? ¿O se trata de cuestiones de mercado? No me atrevo a dirimir.
¿Qué le pasó al psicoanálisis, que empezó su carrera como indiscutible vanguardia y hoy parece dedicarse a la retaguardia? Esta pregunta, que atraviesa este magnífico libro, aparece extendida a lo largo de todas sus páginas.
En primer término el concepto de diseminación En segundo término el de transversalidad , en un juego de inzas destinado a resituar la pareja padres-hijos en un espacio no jerárquico, precisamente tomando en consideración una serie aún en movimiento, de profundos cambios míticos y socioculturales. Se vuelve más adelante sobre el par kleiniano de envidia- gratitud , intentando un nuevo desarrollo que haga lugar a un registro más fino de diferentes posiciones afectivas, A su vez, se retoman la problemática del jugar introduciendo un nuevo eje que deslinda lo exploratorio de lo narrativo. Por último, utilizando un texto de cuño lacaniano cuya identidad no se revela, se opera una deconstrucción de ciertos postulados fundamentales del pensamiento de Jacques Lacan.
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