por Ricardo Rodulfo
A cada renovación de la cuarentena, el Presidente de la Nación aparece rodeado de ciertos personajes particularmente elegidos para asesorarlo al respecto. En las últimas presentaciones se subrayó particularmente la presencia de estas presencias, que le darían un fundamento científico a las medidas que se toman o a su prolongación.
Una costumbre psicoanalítica no podría rehuir el tomar nota no sólo de quiénes están presentes sino de lo notorio de quiénes están ausentes, de los que jamás aparecen convocados a la hora de tomar semejantes decisiones. Están presentes, claro, médicos del orden de los epidemiólogos e infectólogos, principalmente, lo cual es absolutamente lógico. Lo que no parece tan lógico es la ausencia radical de otros profesionales de la salud, como psicoanalistas, psicólogos, sociólogos, psicopedagogos, especialistas en salud comunitaria (como por ejemplo Alicia Stolkiner ), etc., etc.
Su ausencia denuncia la hegemonía de un pensamiento neopositivista respecto a toda la problemática de la salud. Insinúa que se está pensando en el plano de los organismos biológicos afectados por un virus, prescindiendo de las subjetividades a las que, por otra parte, se apela para que obedezcan a la cuarentena, para que sean obedientes a la hora de la reclusión.
Todo esto me hace recordar una película de Ken Loach que se dio por aquí hace más de diez años, “Pan y Rosas”. Ken Loach, lo recordamos, es un director de cine inglés de orientación marxista que sorprendía gratamente con esta película por desbordar también de positivismo que no dejaba de pensar sobre el marxismo clásico. La película tiene como protagonistas a desvalidos inmigrantes mexicanos en Estados Unidos y su tesis principal, bastante revolucionaria, por cierto, es que los pobres no sólo necesitan pan, también necesitan rosas, a fin de que su vida sea digna de ser vivida y no solo resuelta en el plano técnico por una mirada racionalista estrecha. Los pobres se merecen tanto el pan como las rosas.
Análogamente, diría, que la salud pública es más que la salud física, mucho más que eso, cosa que nuestro Ministro no parece estar teniendo en cuenta, ni tampoco puede esperarse sea muy tenida en cuenta por médicos acostumbrados a intervenir desconsiderando el psiquismo de las personas.
En los últimos días se han difundido noticias que demuestran cómo esta prescindencia está haciendo síntoma en los niños/as, niños/as que no pueden correr, ni saltar, ni estar con amigos y que viven encerrados y que están respondiendo con variadas sintomatologías nada minimizables, presentaciones clínicas de cuidado en cuanto a la gravedad que pueden desarrollar.
Pero lo mismo puede decirse de otros grupos de la población, como el de las personas mayores, que ya han sido amenazados con políticas de reclusión de alarmante signo reaccionario.
Nos parece que sería hora de que quienes conducen el Gobierno Nacional se arremanguen y asuman, o bien su ignorancia respecto de temas tan delicados, o bien su formación lastrada por un cientificismo extremadamente unilateral.
Lo que me interesa es centrarme en las peligrosas consecuencias de un desconocimiento masivo de la dimensión subjetiva de la gente: falta reconocer que, más allá de la niñez, el encierro le hace mal a todo el mundo, y mucho peor si se lo hace capitanear por policías y gendarmes que tan malos recuerdos nos traen.
Es atendible el argumento de que el encierro puede ser un mal menor frente a la difusión descontrolada de la pandemia, por eso mismo hasta cierto nivel podemos estar de acuerdo con las medidas tomadas, pero en la medida misma que no se radicalicen y, sobre todo, que no desconozcan, sino que reconozcan frontalmente que el mal menor no es un bien sino también un mal y que la salud de nuestra población puede verse muy afectada por políticas que no tienen una relación directa y necesaria con el virus. De lo contrario, nos exponemos a otro género de pandemias y de virulencias.
En la mesa de los que rodean al Presidente, tendrían que estar, y fuertemente representados, expertos en salud mental de las más diversas profesiones, como por ejemplo nosotros, los psicoanalistas de niños/as, que tenemos una fuerte experiencia de trinchera en la atención y prevención de patologías mentales graves que, precisamente, suelen ser más tributarias de ambientes enfermantes y tóxicos que de herencias genéticas.
Hay demasiados comentarios y noticias sobre iniciativas de profesionales de la salud mental que han sido rechazadas y desconsideradas sin siquiera tomarse el trabajo de pensarlas.
En definitiva, a lo que apelamos es a la necesidad de reestructurar el modo de conceptualizar toda la situación para lo cual es insuficiente promover el encierro como el bien y su contrario como el mal. Corremos el riesgo de quedar en sándwich entre dos males de distinta naturaleza, pero de temible eficacia.
Descargá la versión en pdf de All the President’s Man