por Ricardo Rodulfo
Con vistas al 2021, y tomando muy en cuenta que la situación sigue siendo muy incierta, sería altamente deseable que las medidas estatales que se arbitraran en relación a la pandemia no resultasen peores que la pandemia misma, repitiendo aquello de “peor el remedio que la enfermedad”, capitalizando de este modo las experiencias adquiridas durante este desdichado año, para lo cual es indispensable también un reconocimiento franco de los errores cometidos, sabiendo todos que es de los errores de lo que más se aprende.
Indispensable también es para esto que la gravedad de este asunto no sea usado o deje de serlo para manipulaciones políticas de baja estofa, en las que suelen incurrir con gran ligereza los más diversos sectores partidarios, convirtiendo así un juego de vida y muerte en un argumento para propaganda o para pasar facturas. No es esto lo que necesita la población.
Por supuesto esto no hace referencia a un país en particular, el homo sapiens es parecido en todos lados, aunque es cierto que registramos diferencias apreciables entre distintos países.
Tampoco estaría demás por cierto que los gobernantes prestasen alguna atención al trabajo de los psicoanalistas en esta materia y al de otros especialistas, particularmente en niños y adolescentes, que han hecho oír su voz, y muy bien, en textos que se pueden leer aquí y allá. Esto, en lugar de confiar todo el peso del asunto a los epidemiólogos y otros especialistas nada especialistas en lo que hace a la subjetividad humana.
Por otra parte, ciertos desmanes cometidos no tienen edad en cuanto a quien los sufre, pero es cierto que los/as niños/as y adolescentes en algunos aspectos decisivos son más vulnerables a cosas tales como una política de encierro que no repara ni tiene en cuenta los terribles efectos devastadores del encierro.
Últimamente la OMS ha dejado oír su voz en cuanto a lo no aconsejable de prolongadas “cuarentenas”, sin contar con la flagrante contradicción: parece bien establecido que la contagiosidad disminuye realmente mucho al aire libre, pero pasando por sobre eso en muchos lugares se ha extremado largamente una reclusión patógena.
Los efectos de esta ya han sido bastante bien inventariados y hoy tenemos entre nosotros el privilegio de contar con los tres tomos recopilados y dirigidos por , tres tomos que desearíamos fueran consultados por los políticos sin excepción de color político. Un enorme esfuerzo en que se destacó el Psicoanálisis en Argentina (además, hubo y hay otros y que merecería se le preste atención). Yo mismo he venido desgranando desde hace meses múltiples advertencias y comentarios al respecto sobre los daños que se pueden hacer cuando solo se toma en cuenta una variable y se prescinde de todo lo demás.
El Coronavirus no puede ser la única variable. Son muchos los estudios médicos además que han puesto el acento sobre el paradójico efecto del descuido de la salud publica en diversos lugares del mundo que ha tenido lugar al ocuparse casi exclusivamente de tratar de controlar la propagación del virus, como si fuera la única causa de muerte o de enfermedad tanto física como psíquica, los clínicos unánimemente coincidimos en la frecuencia alarmante de regresiones en los niños, trastornos diversos del desarrollo de vínculos, de depresiones, de aumento de tendencias suicidas o autodestructivas en adolescentes sumado todo esto a un síntoma preocupante en muchos adultos: el desarrollo de un miedo que les dificulta o directamente les impide salir, en algunos casos acompañado por sensaciones o fantasías de no salir nunca más.
Recuerdo como José Bleger advertía de que toda política de salud pública debía cuidar de no incentivar fantasmas hipocondriacos en la población. En el caso de niños y adolescentes algunos empeños “educativos” han añadido a estos prejuicios una compulsiva exigencia de reemplazar el peso de lo presencial con agotadoras maratones virtuales, que también cargan sobre las familias.
Sin caer en un economicismo mercenario también habría que escuchar las protestas y malestares por tantos daños económicos infligidos, sobre todo si pensamos que la salud no es independiente de la economía. Así mismo escuchar a aquellos que se revelan en nombre de valores de libertad, valores sin los cuales la vida puede llegar a valer poco, así como valorizar su desconfianza justificada respecto a los poderes políticos de turno, en lugar de considerarlos meros desobedientes irresponsables.
Todo esto a fin de que el 2021 muchas de estas cosas puedan reorganizarse de maneras más matizadas y que en serio tengan en cuenta que el ser humano no es una mera maquina biológica y que la salud es algo demasiado serio para confiársela aun sin restricciones a los sanitaristas.
Como ya dije, me estoy refiriendo a problemas que en este momento no se limitan a los de algún país en particular. La pandemia ha generado un pandemonio de medidas confusas que no llegan a articularse entre sí, lo cual en parte tiene que ver con la irrupción violenta de un acontecimiento imprevisible e incalculable, pero también tiene mucho que ver con la omnipotencia de los poderes a cargo de gobernar.
Ojalá las experiencias de este aciago año puedan aprovecharse para hacer las cosas un poco mejor. No es dable aspirar a mucho más, pero un poquito mejor es mucho en ciertas ocasiones. No es dable aspirar a mucho más dado todo lo que desconocemos acerca de la emergencia y funcionamiento del virus en cuestión.
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