El libro Bocetos psicopatológicos – El psicoanálisis y los debates actuales en psicopatología, sostiene verdaderamente tal actualización y tal necesario debate, principalmente a partir de desarrollos diversos en torno a trastornos de gravedad en la niñez y adolescencia, lo que incluye incursiones muy a fondo y muy personales acerca del trauma -descompuesto en sus elementos constitutivos- las múltiples violencias que asedian con demasiada frecuencia los primeros años de la vida -perturbando lo que debería ser un tranquilo proceso de crecimiento físico y psíquico-, así como otras problemáticas en las que urge un diagnóstico a tiempo que permita intervenciones preventivas.
Este libro se dedica a un proyecto de liberación ya encarado desde hace tiempo por el autor, en un amplio abanico que abarca desde nuevas decisiones clínicas hasta el entramado de una conceptualización muy alejada de la tradicional en esta disciplina.
La que tenemos entre manos es una obra singular y valiosa.
Recolecta materiales y trabaja conceptos tomando partido de modo definido en el territorio vasto e intrincado del sufrimiento psíquico, los niños, sus nichos ecológicos, el ambiente global que los rodea, alberga o constriñe.
Y es desde tal horizonte de base que el psicoanálisis, como lecho conceptual, es puesto a prueba en sus bordes y en situaciones límites.
Todo lo cual le da una calidad de instrumento de transmisión viva y eficaz.
Es bueno en este aspecto recordar a Eduardo Galeano, cuando nos hablaba de lo imprescindible de crear ciertos neologismos, para dar cuenta de realidades que no hallan una expresión cabal en las formas existentes.
Y es en tal sentido que sientopienso es una palabra adecuada para referir la experiencia a que este libro convoca en muchos de sus momentos, y sin duda en los fragmentos clínicos.
Puesto que cumplen cabalmente el sentido ilustrativo que se les requiere, pero también abren a dimensiones sociales que juegan en la entraña misma de la situación.
Es decir, no la cobertura extrínseca que la rodea sino la cosa misma, en tanto el niño singular es trozo irrepetible de socialidad, y su vivir y padecer trasunto del medio vital que le tocara en suerte.
Por eso, las consideraciones sobre las formas coercitivas de trato –la medicalización como ejemplo eminente- se desprenden naturalmente, y dan una atmósfera de credibilidad y compromiso.
En los relatos se sostiene la densidad de los “cuadros” y la complejidad relacional y temporal: valga el ejemplo notable de Martina, (pág. …) que rezuma efectos de verdad.
A propósito: es un texto que resiste la prueba de la lectura desprolija; es decir, la exploración errática a que nos lleva la curiosidad y los modos secretos que cada uno tiene de transitar un libro.
Pues se pueden hallar coherencias nuevas, sostenidas en el hilván de la adecuación estilística y la verosimilitud.
La crítica radical a los modos negativos de trato segregatorio como mezcla de prejuicios e intereses, es de gran solidez, pues se basa en construcciones alternativas asentadas en tradiciones psicoanalíticas donde el reconocimiento de la dignidad del otro es clave.
Lo mismo en lo que hace a la problemática del diagnóstico como destinación.
Precisamente, el anhelo de curar –que nada tiene que ver con el furor curandis- nos lleva a introducirnos, para transformar, las coerciones de destino denominadas patologías.
En este punto es que podemos leer la bibliografía utilizada no sólo como referenciación valiosa –que lo es- sino en tanto trasunta la inscripción en tradiciones de pensamiento fecundas entre nosotros.
Con lo que se constituye en un ejemplo de lo que puede llamarse operacionalismo crítico, por acudir a referencias pertenecientes a marcos conceptuales diversos, que se ponen en juego en la complejidad siempre original de la clínica, sin perder densidad.
Lo que marca una diferencia esencial con el eclecticismo débil.
No es fácil mantenerse adecuadamente en ese nivel de consistencia testimonial y conceptual, pero Marisa Punta Rodulfo lo consigue, y tal constituye un rasgo sostenido de este trabajo.
Como puntos específicos hay que destacar el modo en que elabora la temática de las depresiones en la infancia, que es crucial en términos de morbilidad.
Por el enmascaramiento de las depresiones infantiles, que son mal toleradas o simplemente ignoradas por los adultos circundantes.
Y para las cuales no existen a menudo “representaciones”, saberes abiertos donde tengan su lugar y por ende formas de acogimiento pertinente, incluso en la pediatría.
Siguiendo el vasto trazado temático, el capítulo séptimo, a partir del desarrollo de una situación clínica, se expande hasta constituirse en un aporte a la teoría general de lo traumático, que se vincula ulteriormente a la temática del abuso, desarrollada con la especificidad que requiere.
Otras patologías -“las” epilepsias y los trastornos del comer- son transitados con el mismo estilo, de boceto que se expande y se liga, en conexiones surgidas desde la asociación libre, a conceptualizaciones que generan hermandades de referencia y plantean incógnitas nuevas.
Obra lograda, construida con una escritura provocativa y rigurosa, con momentos que evocan la profunda simplicidad winnicottiana: “…distinguimos entre ese mero hecho de estar vivo y la dimensión de lo que llamamos existencia, la cual implica necesariamente el vínculo con los otros.” (Capítulo sexto).
Texto abierto, que por las huellas de una clínica elaborada, siembra la expectativa de un nuevo texto, futuro.
Autor: Rafael Paz
Jugándose la piel en cada encuentro, cuestionando la teoría a cada paso, construyendo un lugar para cada niño, pensando en la especificidad de la infancia, comprendiendo la importancia de la historia y la prehistoria pero con una mirada esperanzada al futuro, así se lee a Marisa Punta Rodulfo.
Bocetos psicopatológicos… apuntes antes de empezar una obra, obra que entre varias líneas, recorre el problema de la psicopatología como principal. Al trabajar la psicopatología nos hace notar y advertir que nuestra cultura tiende a patologizar lo normal como la actividad y el juego del niño y normalizar lo patológico, como el abuso sexual o la violencia social.
En este libro Marisa Punta Rodulfo despliega el recorrido de su práctica Psicoanalítica de largos años acompañada de un sostenido trabajo en la universidad y nos muestra cómo “[…] ha tomado partido por el territorio intrincado del sufrimiento psíquico del niño, sus nichos ecológicos, el ambiente global, que los rodea, alberga o constriñe […]” (Pág. 13 Rafael Paz). Marisa asume la causa de los niños y con rigor teórico y técnico nos propone elementos para un trabajo contemporáneo.
¿Cuáles son los peligros que acechan al niño hoy? Por una parte la desaparición o supresión de la infancia; el niño inquieto, que juega o no se queda donde lo ponen, inmediatamente es señalado y clasificado psicopatológicamente. Y se solicita a las instituciones una derivación médica o psicológica que lo que va a conseguir es un amaestramiento con psicoterapia o un embotamiento con medicamentos.
En nuestra cultura el movimiento del niño es considerado patológico, déficit de atención, hiperactividad, como si el niño ideal fuera el que juega al muerto, el que no se mueve. El niño que no se queda donde lo ponen es casi un criterio diagnóstico en la propuesta de la autora: un niño debe ser “espontáneo e imprevisible”, si se queda donde lo ponen, eso debe hacernos pensar que algo está sucediendo en la construcción de su subjetividad y el lazo con el otro.
Le preocupa la supresión de la infancia, la medicalización excesiva y los problemas de la clasificación, que apunta a eliminar lo que hay de único, de diferente.
Se centra en un derecho elemental, humano, el derecho del niño a salir de la medicalización. No se refiere a no atenderlo médicamente, sino a una sobre medicalización que le anula.
Y es importante que estos nuevos derechos se establezcan, como el derecho a la paz y el derecho a ser buscado cuando desapareces, como sigue pasando en nuestro país.
No rehúsa el trabajo entre disciplinas, al contrario, rechaza el planteamiento de un cuerpo sin psiquismo tanto como el de un psiquismo sin cuerpo.
Y esto se vuelve particularmente importante en uno de los debates actuales en cuanto a la intervención en trastornos del desarrollo, no solo al proponer el trabajo inter disciplinario y la intervención temprana, lo más temprana posible, también el compromiso ético que conlleva, escribe lo siguiente: “[…] ¿Cuál es el niño del psicoanálisis si éste se limita a ciertos niños, dejando para otros solamente el camino de la adaptación, la exclusión? […]” (Pág. 66).
Y más adelante “[…] si puedo imaginarlo en una posición otra de aquella en que lo recibo, entonces estoy éticamente habilitado para iniciar un tratamiento […]”.
Nos explica la diferencia entre el diagnóstico y la clasificación, el diagnóstico lo plantea como entender en qué momento de estructuración subjetiva se encuentra el niño o el adolescente con quien se encuentra, no el encerrar a la persona en una categoría en donde se olvida la historia individual, la subjetividad.
Y cuando hablamos de la clínica con niños considera necesario reflexionar sobre el modelo que apunta al niño y su mundo interno y descarta la comunicación con los padres, así como la comprensión de los efectos del medio familiar en la construcción del psiquismo, “[…] analizar a un paciente, de cualquier edad no se limita a reunirse con él, conocer sus fantasías y tratar de captar su inconsciente. No porque ello no tenga enorme valor, pero es absolutamente insuficiente si no podemos reconstruir en que medio está implantado, que mito respira y que significa en esa familia ser padre o ser madre […]” (Pág. 54-55).
Con los padres y su historia, pero sin considerar al niño sólo como síntoma, los excesos de esta propuesta llevaban a pensar al niño como un ente pasivo de lo depositado por los padres, pero como decíamos antes, el niño se mueve constantemente, no se queda ni ahí donde lo pone alguna teoría ni solo recibiendo, se mueve, se rebela, se enferma…
“[…] la cuestión de que es un niño, en qué consiste un niño, conduce a la prehistoria […]” (R. Rodulfo). Y no sólo remitiendo clásicamente a los primeros años de vida, sino a lo sucedido en otras generaciones.
En el capítulo 3 en el que Marisa trabaja las diferencias entre la separación y la pérdida, propone pensar en el otro lado del proceso: una separación puede verse por un lado asociada al dolor y a la pérdida, pero también tiene un aspecto alegre; el nacimiento marca una separación pero también la alegría del nuevo ser, al caminar el niño se separa de los brazos de la madre y descubre la alegría del desplazamiento. No suprime el sentimiento de angustia que acompaña a las separaciones, pero vivir con conflicto no es una categoría psicopatologíca sino una categoría vital.
Esta postura la lleva a reflexionar sobre el tema de los duelos, que marcan la adolescencia y a los que reiteradamente se ha asociado el dolor y no el aspecto del deseo de ser grande, deseo que marca el recorrido.
Reflexiona sobre aspectos en relación con los adolescentes, los medios y la educación, preguntándose y preguntándonos si no estamos colocando a niños y adolescentes en una especie de tubo, de un lugar a otro, de un grado a otro, sumergidos como un submarino sin llegar a salir a la superficie.
Tal vez considerando la separación como peligrosa, o como menciona, con el par de separación y ausencia sin considerar un entre que apunta a la posibilidad de pensar al otro.
Incluso, reflexiona que con el uso del celular, la primera pregunta es “¿Dónde estás?” y no “¿Cómo estás?”, agregando además imágenes del lugar o si es posible la ubicación.
Como si no se pudiera tolerar ninguna pérdida, pensar la separación como algo que cae, vivir el crecimiento como una pérdida, esto puede verse tanto en el incremento en cirugías plásticas, no aceptar el paso del tiempo, o el denominar el síndrome del nido vacío al momento que los hijos ya no viven en el hogar, haciendo una categoría de un proceso que puede vivirse con entusiasmo.
En otros capítulos habla sobre el dolor y la depresión, sobre todo de la depresión en la niñez y sus inscripciones en el cuerpo.
Entre los factores asociados a perturbaciones graves trabaja el tema de lo traumático. La dimensión individual y social del trauma y la importancia de los otros en la elaboración de lo traumático como co-metabolizadores. La clínica del trauma puesta en primer plano después de que fue retirada en beneficio de la realidad psíquica o del fantasma. El hecho acontecido más el factor subjetivo, que se convierte en trauma en un segundo tiempo, el de la resignificación.
Lo traumático de lo social, los dobles duelos; nos habla de los desaparecidos, la apropiación y la restitución de los niños, el trauma transgeneracional.
Estos son algunos de los temas que trabaja, la preocupación por la medicalización que borra al niño, la intervención temprana en problemas del desarrollo, las patologías graves, lo traumático y la construcción del cuerpo.
Todo lo acompaña con experiencias clínicas, Martina, Nadine, Francisco, Matías, Leonardo, Celeste, Gustavo, Catalina, en donde nos queda claro que no son “casos” ni “viñetas”. No están ahí para “demostrar” algún aspecto de la teoría, acompañan a la autora en su pregunta sobre el diagnóstico, su cuestionamiento a la teoría y su compromiso por entender.
Este es un libro que puede acompañarnos en esas preguntas. En la clínica con niños escuchamos y decimos que es un trabajo difícil, frustrante a veces, los padres, las instituciones, niños que ya han pasado por demasiados tratamientos, o que llegan demasiado tarde, este libro nos anima a que las cosas pueden hacerse bien, a que hay esperanza. Nos invita a trabajar: “[…] con ilusión siempre sostenida apunto al porvenir de nuestro trabajo y nuestros niños […] Allí está nuestro futuro […]” (Pág. 19).
Y esa esperanza es también la que anima nuestro encuentro.
Un gran eje en la armadura de este libro se contiene en el mismo término de boceto: en efecto, boceto connota una provisoriedad, un ensayo, que se opone a la rigidez del cuadro de la clasificación clásica. Los contornos del boceto son imprecisos, mal definidos, en flotación, en contraste con la dureza de la línea geométrica, precisamente en un libro que se propone hacer resistencia crítica a la psicopatologización del niño y de la existencia humana en general. De este eje derivan otros, particularmente la invitación al diagnóstico diferencial respecto del clasificatorio tradicional, que aísla cada entidad o hace de cada formación clínica una entidad cerrada. Un diagnóstico de este tipo se basa en partir de la salud, de un primer inventario de cuanto funciona bien en un niño, antes de partir a la zaga de lo que falla, lo que equivale a decir que la autora no considera que la enfermedad sea un criterio globalizador que abarque a todo el mundo.
Asimismo hay que considerar los ejes conceptuales que identifican lo que consideramos patologías tempranas graves; la gravedad aquí se mide según perspectivas psicoanalíticas, no meramente comportamentales. En este punto se cruza otro gran eje que incluye la patología del medio, la necesidad por ende de una semiología del medio, suplementando la del que está en posición de enfermo, lo esté o no. Y no menos importante es el que procura trazar los contornos más exhaustivos posibles de lo traumático y su campo de incidencia, así como los límites de su curación, lo cual por otra parte se empalma con la problemática de los duelos tempranos. Siguiendo el hilo de lo que hemos llamado estudio clínico, los materiales que el libro ofrece sin retaceos sirven para pensar y conceptualizar o para estudiar el punto tan decisivo de las intervenciones del analista; de ningún modo son reducidos a la categoría clásica del ejemplo ilustrativo.
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