Acerca de los movimientos culturales reformadores y de prácticas o intenciones contraproducentes para los mismos
Desde que comencé a publicar regularmente en el campo del psicoanálisis, a fines de la década del 80, fui tomando posiciones crecientemente distanciadas de los motivos freudianos acerca de la femineidad y de la sexualidad femenina, así como del complejo de castración, lo que con el tiempo me aproximó mucho más a Winnicott que a Lacan, aunque había estudiado más a fondo a este último en primer término, desde fines de la década del 60 del siglo pasado.
Esto se intensificó muchísimo con la entrada en escena en mi vida intelectual de la desconstrucción como propuesta derridiana para sortear las configuraciones de la metafísica occidental que, entre otras cosas, campean en las concepciones más tradicionales acerca de la mujer. Dado este recorrido, que se va acentuando libro tras libro en mi obra, no puedo menos que celebrar los mejores desarrollos conceptuales de los movimientos feministas –por ejemplo en Judith Butler, en Jessica Benjamín, en Ana Fernández, en Juan Carlos Volnovich, entre muchas otras firmas- y celebrar el estallido o los diferentes estallidos que fueron produciendo, como todo lo ahora concerniente al abuso sexual, que ya no puede seguir considerándose como una suerte de aberración aislada propia de algún perverso de ocasión, siendo que se trata, en vez, de una práctica institucionalizada regular.
Damos pues la bienvenida a todo eso. Y por eso mismo debemos ocuparnos de cosas que podrían echar a perder o al menos obturar en buena parte la fuerza de estos movimientos culturales, de cuyo futuro depende mucho, y por lo tanto es nuestra función como intelectuales procurar proteger.
Es por eso que adelanto lo siguiente: todo movimiento reformador o revolucionario, sin excepción, debe advertir que no todos aquellos que se le suman comparten de verdad sus ideales ni los tienen en primer término.
Una larga experiencia histórica demuestra esto sin dejar lugar a dudas. Junto a quienes verdaderamente actúan y trabajan en nombre de ciertos ideales y objetivos se suma gente que está movida por resortes bien distintos: oportunismo, búsqueda de beneficios para sí, aventurerismo, resentimientos de varios tipos, violencia patológica, de aquella que hace que “para sentirse real” (Winnicott) una persona necesite matar o al menos dañar, destrozar, etc. Como me decía un paciente luego de haberse desilusionado y alejado de cierto movimiento supuestamente revolucionario “Además de todo, les gustaban los fierros”.
Esta necesidad de violencia patológica en su conformación puede ceñirse al plano de lo verbal y de la escritura, por ejemplo, calumniando y decapitando prestigios y nombres intachables. La venganza es uno de los motivos más acuciantes en esta dirección. Por ejemplo, hoy en día, si una persona separada desea ante todo vengarse de su expareja, le basta con acusarlo de abuso de alguno de los hijos que hayan tenido juntos. Automáticamente es bien posible que esa persona se vea varios años extrañado de la relación con esa hija o hijo, hasta que laboriosamente pueda demostrar su inocencia, y con ella, muchas veces, la patología paranoide del denunciante. Lo he visto con frecuencia en mi trabajo clínico, así como me ha tocado trabajar en situaciones de abusos de verdad. Y me ha asombrado la velocidad con que una denuncia de esta clase puede prosperar y extenderse sin que nadie se tome la molestia de escuchar al imputado e investigar seriamente en la cuestión. Es el mismo fenómeno que llevó a que muchos creyentes de la Revolución Francesa fueran guillotinados como contrarrevolucionarios, sólo porque alguien en particular los odiaba, o ejecutados en la Unión Soviética por acusaciones similares, sin hablar de nuestros “subsubversivos” durante la última dictadura cívico-militar.
Inquieta pensar que acaso una corriente bastante mayoritaria de personas que participan de determinado movimiento, como el feminismo, actúan por esta clase de motivaciones espurias y dañinas para el movimiento en cuestión. Insisto, es muy ingenuo creer que todos los que se enrolan en una causa lo hacen por ideales genuinos, no contaminados por los elementos que inventarié. Ingenuo y muy riesgoso para la salud de una causa como aquella que se mueve espoleada por la necesidad de terminar con las violencias y odiosas opresiones provenientes del androcentrismo falocéntrico, cuya persistencia no es fácil hacer retroceder.
Este problema exige alzarse vigorosamente y sin renuncios contra el terrorismo intelectual que campea en ciertos grupos, propensos a creer sin pensar, a condenar sin investigar, a juzgar con más deseos de venganza que de justicia. Lo contrario puede echar a perder lo más valioso de un movimiento, como ya pasó tantas veces, en que algo que comenzó bajo el signo de un deseo de liberación, desembocó en la más sórdida tiranía. Lo que menos necesitamos es que una nueva tiranía de género venga a sustituir a otra. Lo que más necesitamos es más libertad, y en particular, libertad de pensamiento, libertad de palabra sin que eso sea inmediatamente condenado por celosos “fundamentalistas” cuyos fundamentos suelen ser oscuros como la noche más aciaga.
Como vemos, se trata de, ante todo, tener bien presente este simple y regular hecho de la pluralidad de motivos que llevan a ingresar y sumarse a una causa cualquiera, y de tantos motivos non sanctos que imperan en tantos entusiastas partidarios que solo gozan con vidrios destrozados y reputaciones deterioradas, algo que tanto gusta cuando prima la envidia por sobre todo otro objetivo. No debe bastar con declaraciones y actitudes altisonantes para dar crédito a la autenticidad de una motivación. La ingenuidad suele pagarse cara, como tantas veces se demuestra en el terreno de lo político. Y las personas, por infortunio, suelen moverse más por intereses que por ideales.
No estoy diciendo nada nuevo, pero es necesario decirlo e insistirlo como si fuera lo más nuevo, para que todos abramos los ojos, al menos todos aquellos que creemos de verdad en lo que hacemos. Y una simple ojeada a la complejidad y retorcimientos del inconsciente humano basta para atestiguarlo.
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