por Ricardo Rodulfo
Se trata de una muerte inmensa de una persona también inmensa, pero por suerte no se trata de una desaparición, por la multiplicidad de huellas vivas que ha dejado, en el plano de la escritura y en el plano de lo relacional, ya que se constituyó desde hace mucho tiempo como una figura inolvidable.
Dicho de otra manera, sus rasgos de personalidad fueron tan importantes como las ideas que escribió. Y todo eso, para colmo, desde una sencillez modesta, sin hacer de su figura un camelo, o un señuelo para quienes siempre andan buscando líderes que los manipulen y dogmaticen.
En este sentido no se trata de elogiar su bondad, más bien siempre estuvo en juego su rotundo deseo de ser libre, y no se puede serlo sin dejar en libertad a los demás.
Para brillar no necesitó hablar de sí misma como de una especie de mesías del psicoanálisis, ni necesitó propagandearse como tantas otras de sus figuras.
Tampoco para ser compleja necesitó inventar una neohabla ni una jerga para iluminados. Y, sin embargo, hablando sencillamente, su paso por el psicoanálisis dejó a esté en una posición otra que aquella en la que se encontraba antes, en una más que fértil alianza con su compañero de ruta Isidoro Berenstein.
Lo vincular ingresó en nuestra disciplina para no desaparecer más de ella, porque con ella lo vincular no quedó en una descripción de superficie, sino que realmente cobró un estatuto de nueva categoría para pensar, alejándose para siempre de las concepciones individualistas del psiquismo heredadas de la metafísica occidental.
Tampoco necesitó nunca inventarse un enemigo para ser, como en su momento lo hiciera Lacan con la Psicología del Ego. Se peleaba cuando tenía que pelear para defender una posición personal y ciertamente no trepidaba en hacerlo, pero no para afirmar su identidad contraponiéndose al otro como el bien al mal.
Por otra parte, odiaba los cultos nostálgicos y las puestas en escena melancoloides, lo cual siempre la ayudó a apostar por un porvenir abierto, sin proyecto de retorno a ninguna postura idealizada, sin suponerle ni regalarle la verdad a ninguna figura paterna ni materna.
Es mucho lo que hay que releer y reprocesar de sus ideas; si en este momento quisiéramos mencionar un rasgo relevante de su producción diríamos que su concepto de presentación urdido junto con su gran camarada ya mencionado- se volvió una referencia insustituible para terminar con la teoría de la representación clásica, metafísica hasta la medula, tan metida en el corazón de la llamada metapsicología.
De todo esto se desprende un modo de ser riguroso a la par que generoso, siempre dispuesta a valorar ideas nuevas allí donde surgieran, sin importarle que no fueran necesariamente derivadas de ella. Creo que estaba dotada de una excepcional seguridad de sí misma que paradójicamente la mantuvo siempre a salvo de cualquier idolatría de su propia figura. No necesitó nada eso para saber quién era ella y esto ayudo a que su transmisión fuera y sea inolvidable, a la medida de nuestra gratitud.
Sin duda haber pasado por ella es un privilegio imborrable.
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