Por Francisco Hoyos De Marco
Tengo la intención de compartirles algunas reflexiones personales de mi práctica profesional en éstos últimos meses de trabajo, luego de terminada la cuarentena. Como ya se señaló en estas Jornadas, todavía no podemos estar seguros de cuándo concluirá la pandemia, pero sí ya llevamos algunos meses por fuera de las restricciones de aislamiento y distanciamiento social a las cuáles nos vimos expuestos, y es un buen momento para reflexionar acerca del saldo que nos han dejado. Es una tarea que ya se viene realizando desde hace algún tiempo y hoy quisiera hacer mi aporte con esta ponencia que he decidido llamar La amistad y lo táctil.
En éstos últimos meses me llegaron tres consultas que, por los puntos en común, llamaron mi atención y los voy a mencionar brevemente. Se trata de dos niños en jardín de infantes y uno en primer grado, todos provenientes de familias diferentes, pero con un motivo de consulta común: la dificultad para hacer amigos. Tengamos en cuenta que todos hicieron experiencia virtual, en el contexto de la cuarentena, y las familias insistían en el hecho de que fue necesaria la presencia activa y constante de un adulto para que pudieran sostener las actividades virtuales. Lo que notaban en ese contexto, es que había poco interés en interactuar virtualmente con los compañeritos. Todas las familias se consolaban ante aquello, convencidas de que llegada la presencialidad estos niños, podrían hacer amigos, logrando una buena relación con los pares. Sin embargo, a la vuelta a clases, la dificultad para hacer amigos de estos chicos se volvió manifiesta, y en ese momento, deciden hacer la consulta. Las familias observaban que estos chicos no interactuaban, manteniendo una actitud de mucha reserva, y uno de ellos, incluso, llegaba a un estado de rigidez motora limitando hasta la quietud, su circulación en el espacio. Esto, ponía en evidencia otro punto en común, : que los tres tenían temor a entrar en contacto con los objetos y las personas por fuera de su casa, por temor a contagiarse de COVID y luego contagiar a sus seres queridos. Finalmente, en los tres casos pudo observarse como, conforme el tabú del contacto, se iba poniendo en juego en las sesiones, el mejor amigo iba apareciendo. Ese momento en el que los chicos empiezan a distinguir de entre sus compañeros a tal o cuál niño con el que se llevan mejor y se refieren a él por su nombre propio. Estos chicos, por lo que iban refiriendo los padres, empezaban a contar en sus respectivas casas, algunos juegos que compartían en el espacio escolar con aquel amigo[ii]. Cabe destacar que, en ninguno de los casos, las familias habían pensado en consultar previamente a la pandemia, debido a que no se habían presentado dificultades de las cuáles pudieran haber tenido registro desde los primeros años de vida, hasta el período de aislamiento. Más bien, impresionaba que la dificultad estaba bien circunscripta al período de aislamiento y los primeros meses de actividad presencial hasta realizada la consulta.
Estas coincidencias entre los tres casos, hizo que cobrara forma una idea que hoy me resulta evidente: cuanto más pequeño es un niño, más requiere del contacto físico con pares para entablar lazos de amistad.
Dicho de otra forma, no es difícil imaginarnos a dos adultos que viven en países distantes puedan entablar un lazo de amistad de forma virtual, viéndose muy pocas veces personalmente. Tampoco lo es imaginarnos a dos niños de ocho años o más, compartir un juego de mesa -juego de cartas, por ejemplo- sin que el contacto físico sea la condición indispensable para la interacción, y que sin embargo estén cultivando una escena amistosa. Por el contrario, nos resulta artificial y contraintuitivo imaginarnos que un niño pequeño de tres o cuatro años pueda, sin conocer a su compañerito de juegos, construir un lazo amistoso a través de una pantalla. Y fue justamente esta situación artificial la que tuvo lugar durante el período de aislamiento.
Por este motivo me interesa plantear esta idea que, a pesar de ser sencilla, explicita la cuestión del contacto, en este caso circunscripta al lazo de amistad en la primera infancia. Se le podría objetar con derecho a esta idea, el hecho de que hay otras dimensiones que también, de verse afectadas, podrían obstruir el lazo amistoso. Por ejemplo, bien se podría decir que un niño ciego, por no poder ver a su compañero de juegos, va a tener dificultades para entablar lazos de amistad, o que un niño hipoacúsico ante la dificultad de poder oír al otro también va a tener dificultades, ¿Por qué subrayar la cuestión del contacto y no cualquier otra? Hay muchas formas de contestar a esta objeción, sin embargo, hay una que me interesa especialmente, y es que nos encontramos en un momento donde tenemos la obligación de plantear hipótesis y líneas de trabajo donde el contacto físico esté en primer plano. Tenemos la obligación de reflexionar acerca de él, poniéndolo a jugar con otras dimensiones, porque justamente fue el gran faltante en el contexto de la cuarentena. Por medio de dispositivos virtuales pudimos vernos y oírnos, sin embargo, el contacto físico con nuestros seres queridos no pudo ser suplido de ninguna forma.
Ahora bien, pensar la amistad en la primera infancia -preguntarnos qué es un amigo para un niño pequeño- y lo táctil, nos puede hacer caer en un gesto típico del pensar psicoanalítico que quisiera evitar. El de reconducir la dimensión que se esté estudiando, a la escena diádica entre la madre y el niño. Los pensadores psicoanalíticos por lo general proceden partiendo de esta escena primera lógicamente, a partir de la cuál conjeturan y sacan conclusiones, que luego extrapolan a la relación del sujeto con objetos, o con pares -secundariamente.
Quisiera ensayar esquivar este gesto por dos motivos. El primero, es clínico: estos chicos, a los que me referí, estaban en contacto con su círculo cercano. No había dificultades en ese ámbito, ni las había habido previo a la cuarentena. Se trataba de una problemática circunscripta al vínculo con pares. El segundo motivo, es teórico. Por lo general la amistad en la literatura psicoanalítica tiende a ser tratada de forma secundaria. Por ejemplo, un pensador de inspiración lacaniana perfectamente podría pensar al amigo como el par imaginario[iii], y a la amistad como el vínculo heredero de toda la dimensión especular. Por otra parte, si uno va a una concepción más clásica, el amigo podría ser asimilado al hermano y la amistad como heredera de los celos edípicos[iv], poniendo en plano de continuidad la amistad y fraternidad. Desde luego que aquí no se trata de negar estas herencias que la amistad pueda tener. Indudablemente estas maneras de pensarla han puesto de relieve aspectos importantes; sin embargo, si tomamos estos puntos de partida, es difícil poder pensar qué es un amigo para un niño pequeño como instancia inaugural, sin terminar tratando a la amistad como continuidad de vínculos primarios.
Ahora bien, en un intento de pensar una escena que no sea la diádica con la madre, que sirva de punto de partida para la reflexión, pensé en el deambulador. Recordemos que el deambulador es aquel niño que ha dominado la bipedestación y su aparato motor, y que tiene la particularidad -que los padres suelen narrar con alguna preocupación- de estar yendo de un lado a otro perdiéndose de vista. Por lo general un niño que recorre el espacio bajo el gobierno de aquella pulsión epistemofílica, -que ya Freud consignaba en sus trabajos-, tocando todo a su paso. Ese deambulador que Françoise Doltó nombró como el tócalo-todo[v] que va modificando el ambiente a su paso, y que ya no está entregado sólo a conocer el mundo, sino también a transformarlo. En este recorrido, puede ocurrir que se encuentre con otro niño.
Una aclaración que es importante, no estoy afirmando que recién en el momento de la bipedestación el niño se encuentra con otro, desde luego hay interacciones previas. Pensemos en los hermanitos más grandes que tocan la panza de la madre cuando está embarazada, o cuando el recién llegado está en la cuna y el hermano más grande se acerca y lo observa, o cuando el bebé esta en brazos de su madre y otro niño se acerca para interactuar con él. Lo particular que tienen estas escenas y que son distintas al encuentro al cuál me refiero, es que son escenas donde hay otro que ésta mediando directamente entre ambos niños. Es la madre la que permite esos acercamientos y cuida la interacción. Sin embargo, a partir del evadirse de la mirada, típico del deambulador, se produce un encuentro con otro chico donde no existe la mediación directa del cuidador. Este encuentro es inaugural para el niño, es inédito, y por eso mismo nos permite pensar qué puede tener de inaugural la relación de amistad, y no tanto lo que hereda de relaciones anteriores.
En una comparación interesante con el lactante -a trazo grueso- tal como lo describe Winicott[vi], podríamos decir que el lactante está bajo la ilusión de su omnipotencia, él “cree” que su deseo es el que hace emerger el objeto, cuando nosotros bien sabemos, que es la madre la que mediatiza su emergencia en la medida de sus posibilidades. El deambulador en cambio, no está bajo los efectos de la ilusión de omnipotencia, si quiere un juguete va y lo toma. Es un niño que puede coordinar sus deseos con su capacidad muscular. Por eso, para que un niño pueda tener un amigo debe tener coordinadas estas dos dimensiones.
En los ejemplos referidos al inicio, los niños podían verse y oírse, y sin embargo no era suficiente para motivar el deseo de hacerse amigos, superando las dificultades que les imponía la virtualidad. Por este motivo se podría pensar que un amigo para un niño pequeño es aquel otro niño al que se puede tocar. Ese otro niño con el que se pueden poner en juego las propias capacidades físicas que permiten transformar el mundo, en la medida en la que se vuelcan deseos mediante acciones muy concretas.
Se podría objetar con razón que, en el autismo, el niño puede tocar accidentalmente en una figura de giro o aleteo, a otro y eso per se, no da lugar a ningún lazo amistoso. Lo cual pone en evidencia que no es suficiente decir que el tocar basta para que los lazos amistosos surjan entre los niños. Esta objeción es importante, ya que, de poder contestarla, se podría salir del plano meramente descriptivo, para pasar a un plano metapsicológico.
Para intentar contestarla, me gustaría recurrir a una idea proveniente de la Fenomenología del Espíritu[vii] de Hegel. Recordemos que allí, Hegel describe cómo la conciencia filosófica realiza una consideración de sí misma y de su objeto a lo largo de toda una serie de figuras. Una figura que se volvió sumamente popular en nuestro medio fue la que se conoce como la dialéctica del amo y del esclavo. Pese a que Hegel no utiliza esta terminología[viii], esta figura sirvió para pensar muchas cuestiones del psicoanálisis. La menciono para señalar que la figura que me interesa es la que sigue a continuación, o si se prefiere la forma en que se cierra este movimiento de la conciencia filosófica. Me refiero al pasaje en el que Hegel habla sobre el trabajo del siervo. Recordemos lo que propone allí: el siervo, luego de haberse retirado de la lucha a muerte por el reconocimiento, se encuentra frente a dos dificultades. La primera, es que ha quedado consagrado al trabajo, que consiste en producir objetos para el goce del señor, y la segunda, que no ha logrado advenir como autoconciencia vía el reconocimiento. Recordemos que intentó hacerse reconocer por otra conciencia, y no lo logró por temor a morir adviniendo entonces, como siervo. Por autoconciencia entendamos simplemente, una auto captación, una auto aprehensión por vía de otra instancia distinta de sí misma. En este contexto de la Fenomenología del espíritu, advenir como autoconciencia, es esencial y no basta con decir “yo soy yo”, debe ser adquirida por una mediación. Hegel señala, además, que el siervo, conforme produce estos objetos por medio de su trabajo, lo que produce, es cultura; y que, para llevarlos a cabo requiere de la intervención de su propio pensamiento. Pensemos en un artesano que antes de elaborar su producto, debe representárselo en su mente, para luego materializarlo. Dicho de otra forma, el siervo ante el producto terminado se encuentra ante la materialización de su propio pensamiento, porque aquello que primero fue idea, ahora es objeto. Esto lo lleva a Hegel a observar que el siervo, por este camino, logra la autoconciencia en la medida en que logra reconocerse a sí mismo en el objeto que produce. Con razón, esto podría recordarnos a aquellos artistas que aseguran reconocerse en las obras que producen, o en sentirse representados por ellas, porque este tipo de cuestiones, son las que ponen de manifiesto ésta figura.
Hasta acá la figura hegeliana. Ahora propongo usarla como matriz conceptual, como forma, para construir un argumento que nos permita contestar a la objeción que mencionamos arriba. Para ello primero es necesario hacer algunas modificaciones terminológicas. Modificaciones que, desde luego, no están al servicio de la exégesis del texto hegeliano, sino al servicio de permitirnos pensar qué se pone en juego en el tocar de un niño a otro en la primera infancia. Empecemos sustituyendo al siervo por el deambulador, que es el sujeto de nuestra consideración. Tomemos, luego la noción de trabajo que es central en la figura de Hegel. Dijimos que es el pasaje de, el trabajo del siervo. Si tenemos que pensar esta noción en clave psicoanalítica, podemos perfectamente asimilarlo a trabajo psíquico. Desde que Freud propone la idea de trabajo del sueño[ix], en psicoanálisis estamos en condiciones de pensar a aquellos procesos que requieren un esfuerzo, un gasto de energía al servicio de elaborar material inconsciente, como trabajo del psiquismo. A esta consideración se la podría complementar, además, con la línea de continuidad que propone Ricardo Rodulfo en El niño y el significante[x], donde establece una relación de continuidad entre el juego y el trabajo. En aquel texto, el trabajo es pensado como -en el mejor de los casos- la continuación de potencias lúdicas que se despliegan en la infancia por medio del juego. Estableciendo una relación de analogía, entre el trabajo en el adulto y el juego en el niño. Conservemos a su vez algo que está implícito en la figura hegeliana, que es la cuestión del trabajo como trabajo manual. Recordemos que para el momento en que Hegel escribe la Fenomenología del Espíritu, no existe el trabajo a distancia ni nada que se le parezca. Por obvias razones, todo trabajo es manual, y en el contexto de nuestra reflexión, las manos tienen una centralidad total.
Repasemos cómo vamos disponiendo nuestra propia terminología conceptual tomando como elemento ordenador la figura hegeliana. Ya dijimos que se trata del deambulador y no del siervo que realiza un trabajo que, en nuestra clave, se trata de un trabajo psíquico, que se lleva adelante vía juego[xi] donde las manos son centrales. Continuemos ahora con el objeto. Dijimos más arriba que el siervo se reconoce en el objeto en la medida que reconoce su pensamiento. Hegel es un autor moderno, racionalista, la razón y el pensamiento tienen un lugar preponderante en su filosofía, sin embargo, nosotros podemos recurrir a una terminología que nos sea más afín. En lugar de pensamiento, podemos utilizar el término de subjetividad. Y finalmente, en lugar de pensar en términos de objeto, podemos ubicar allí al otro niño con el que el deambulador se encuentra. No hay que perder de vista, además, que Hegel, señala que se produce una transformación en el objeto. Se transforma en cultura. La idea de que una transformación ocurre a partir del tocar es especialmente relevante en nuestro contexto de reflexión porque nos da una pista interesante respecto de lo que podría ocurrir en el tocar. Una transformación, pero que deja abierta una pregunta: ¿quién se transforma? Con Hegel se puede decir que el objeto, lugar donde nosotros colocamos al otro niño, pero ¿qué transformación le ocurre? Una posibilidad es que la transformación consista en que pasa de ser otro-niño a mi-amigo, desde el punto de vista del deambulador. Conviene además no pasar por alto ese mi debido a que señala el componente de auto reconocimiento que ya era manifiesto en la figura hegeliana desde el principio.
Veamos como han quedado coordinados los conceptos que fuimos introduciendo. Sirviéndonos de la forma que aporta la figura del trabajo del siervo, podemos decir que: el deambulador al tocar a otro niño, realiza un trabajo psíquico vía juego, donde se produce un efecto de auto captación de su propia subjetividad, reconociéndose al mismo tiempo que opera una transformación en ese otro niño, volviéndolo su amigo. Más precisamente, como dijimos hace un momento, en mi-amigo.
Punto importante que no habría que dejar de aclarar, es que acá no se trata de una identidad con el objeto: Hegel en ningún momento propone que el siervo se siente idéntico a lo que produce. Sólo se reconoce en la medida en que capta algo de sí. En el caso del deambulador se podría pensar algo equivalente: el niño capta su subjetividad sin dejar de reconocer que allí se trata de otro. Otro que a partir de ese tocar -está relacionado a mí, que no es como cualquier otro niño- se transforma en mi amigo.
Volviendo a la objeción que se hizo más arriba[xii], tomando la construcción que pudimos realizar, se la podría contestar contraponiendo, la figura autista sensación[xiii] y el tocar del deambulador. Si se observa con atención pueden fácilmente pensarse como antagónicos. La figura autista sensación por su parte, de ninguna manera es un juego y por tanto tampoco un trabajo psíquico. Más bien se trata de un proceso de degradación del psiquismo, de perforación de la subjetividad. Tampoco opera ninguna transformación, en la medida en que es idéntica a sí misma y busca evitar introducir cualquier variación o diferencia. Por medio de la figura sensación, no hay un reconocimiento del otro, como otro. Más bien el otro niño podría ser asimilado a uno de los tantos objetos dotados de una absoluta ajenidad para el sujeto autista, y muchísimo menos tiene posibilidad de constituirse en alguien en quien pueda generarse efecto ninguno de reconocimiento, y constitución de un lazo de amistad. Las manos por su parte, en la figura sensación -pensemos en el aleteo- tampoco funcionan como manos, no están articuladas a la pulsión de agarrar[xiv], gesto espontaneo por excelencia.
El tocar del deambulador[xv] es lo contrario y su comparación permite poner de relieve aquellos puntos que son esenciales para la constitución subjetiva. En especial para el lugar que tiene lo táctil y la amistad en la primera infancia, como dimensiones fundamentales del desarrollo psíquico.
Finalmente, otro elemento que podríamos incluir en futuras consideraciones a partir del trabajo realizado con la filosofía hegeliana es el de la mediación[xvi]. Termino esencial y que fue puesto de manifiesto cuando comentamos que el cuidador, media entre dos niños[xvii] previo a la deambulación. Una hipótesis para un futuro análisis, a la luz de nuevos materiales, podría consistir en pensar a la amistad en la primera infancia como instancia a través de la cual el niño se hace mediar por otro, en aquel encuentro que ocurre por fuera de la mirada de los adultos. Pasando, de esta forma, de una mediación (la del cuidador) a otra (la del amigo), permitiendo un nuevo salto psíquico, una superación. Superación que en términos hegelianos supondría la conservación del movimiento anterior abriendo las puertas a un nuevo momento.
Francisco Hoyos De Marco: Licenciado en Psicología (UBA). Ex Concurrente del Hospital de niños “Dr. Ricardo Gutierrez”, CABA. Cursa la Carrera de especialización “Asistencia y prevención en infancia y niñez” (UBA, Director: Dr. Ricardo Rodulfo, Co-directora: Dra. Marisa Punta Rodulfo). Practica la clínica psicoanalítica con adultos, adolescentes y niños en la institución pública y de forma particular desde 2016.
[i] Ponencia presentada en las XXIV Jornadas de Niñez y Adolescencia “Después de la Pandemia. Reflexiones Psicoanalíticas” de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, en noviembre del 2021.
[ii] No está demás aclarar que ninguno de los casos se trataba de problemáticas del tipo autistas. Cuestión -el autismo- que tendré en cuenta más adelante pero no directamente referida a la clínica de estos niños.
[iii] Recordemos cómo Lacan trae a colación la amistad de un paciente de Katan en el seminario sobre la psicosis. Allí todo lo que dice respecto de ese lazo amistoso refiere a la paridad especular, contenedora del desencadenamiento psicótico.
[iv] Otro punto que valdría la pena reconsiderar: la relación fraterna no sólo como una relación celosa, sino como una relación de cooperación y atravesada por otros afectos.
[v] Dolto, Françoise (1986): La imagen Inconsciente del cuerpo, Buenos Aires, Paidós.
[vi] Winicott, Donald (1971): Realidad y Juego, Barcelona, Gedisa.
[vii] Hegel, Georg Wilhelm Friederich (2017): Fenomenología del espíritu, México, Fondo de Cultura Económica.
[viii] En adelante utilizaré la terminología empleada en la Fenomenología del Espíritu siguiendo la traducción de Wenceslao Roses de la edición consignada. En lugar de esclavo, siervo. Y en lugar de amo, señor.
[ix] Freud, Sigmund (1978): La interpretación de los sueños, Buenos Aires, Amorrortu.
[x] Rodulfo, Ricardo (1989): El niño y el significante, Buenos Aires, Paidós.
[xi] O también podría pensarse perfectamente al Juego como un trabajo psíquico en sí mismo
[xii] Ver pág. 4
[xiii] Tustin, Frances (1981): Estados autísticos en los niños, Buenos Aires, Paidós.
[xiv] Freud, Sigmund (1978): Tres ensayos de teoría sexual, Buenos Aires, Amorrortu.
[xv] Y se podría generalizar al tocar en la infancia en un sentido amplio, y no sólo restringido al encuentro entre el deambulador y otro niño, como lo he realizado aquí.
[xvi] Dri, Rubén (2006): La fenomenología del espíritu de Hegel. Perspectiva latinoamericana. Intersubjetividad y reino de la verdad. Hermenéutica de los capítulos I-IV, Argentina, Biblos.
[xvii] Ver pág. 4