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Por María Alejandra Tortorelli [i]

 

A raíz de los atentados del 11 de septiembre del 2001 y de la posterior guerra e invasión a Irak en el 2003 —una guerra denominada guerra preventiva (preventive war)—, Página 12 publica en marzo de ese año una nota titulada “La Máscara de la Guerra” escrita por el sociólogo y filósofo francés Jean Baudrillard.  Alli, Baudrillard vaticinaba una suerte de profilaxis a escala mundial. Un principio universal de prevención que buscaría evitar que las cosas sucedan antes de que sucedan. En la misma nota, Baudrillard recuerda el film de Spilberg del 2002 Minority Report (aquí conocido como Sentencia Previa) en el cual, justamente respondiendo a una lógica de prevención, comandos policiales interceptan al criminal antes de que el acto delictivo hubiera tenido lugar.

 

“Esta disuasión sin Guerra Fría, este terror sin equilibrio, esta prevención implacable bajo el signo de la seguridad se va a convertir en una estrategia planetaria”, escribía Baudrillard.  Y advertía: “No es prevenir el crimen, instaurar el Bien, corregir el curso irracional del mundo. (…) La última razón es la de instaurar un orden de seguridad, una neutralización general de las poblaciones sobre la base de un no acontecimiento definitivo.  El fin de la historia de alguna manera, pero para nada bajo el signo del liberalismo triunfante ni de la realización democrática como en Fukuyama, sino sobre la base de un terror preventivo que pone fin a todo acontecimiento.”

 

Esta vez, algo sucedió y no sin virulencia. Esta vez, algo desafío al principio de prevención y a sus múltiples prácticas de un modo que no habíamos experimentado con anterioridad. Entonces, esta vez, algo del orden de la experiencia tuvo y está teniendo aún lugar:

En Un Virus Demasiado Humano, Nancy escribe: “Hacer una experiencia es siempre estar perdido. Se pierde el control. En un sentido, uno nunca es realmente el sujeto de su experiencia. Es más bien ella la que suscita un sujeto nuevo. Otro “nosotros” está en gestión. Una experiencia supera, desborda, o bien no es una experiencia. ” (Nancy, 2020, p.60)

La pandemia nos tiene al filo.

 

Ella trajo a mi memoria un texto, otra vez de Baudrillard pero de 1990.: La Transparencia del Mal. Recordé entonces un capítulo denominado “Profilaxis y Virulencia” que adquiere hoy una dimensión tremendamente inquietante. Quiero compartir un par de párrafos de allí:

“En un mundo expurgado de las viejas infecciones, en un mundo clínico “ideal” se despliega una patología impalpable, implacable, nacida de la propia desinfección.”

“(…) nos encontramos con nuevas enfermedades que son las de los cuerpos superprotegidos por su escudo artificial, médico o informático, vulnerables así a todos los virus, a las más “perversas” y más inesperadas reacciones en cadena.”

“A la medicina le costará mucho esfuerzo conjurar esta patología inédita, pues ella misma forma parte del sistema de superprotección, de empecinamiento proteccionista y profiláctico del cuerpo.”  (Baudrillard, 1990, p. 69-70)

 

Una suerte de existencia Lysoform donde el 99, 99 % de las bacterias buscan ser eliminadas bajo la eficacia de una película protectora que evite el contagio -el contacto- inminente que acecha a toda existencia. Mas, parafraseando a Heidegger aunque en una versión invertida, diré que “allí donde está la salvación está el peligro”: a mayor prevención, mayor inmunodeficiencia y mayor virulencia. La virulencia es el correlato fatal de la prevención. Es su lado imprevisible promovido y agudizado por ella misma: “La viralidad es la patología de los circuitos cerrados, de los circuitos integrados, de la promiscuidad y de la reacción en cadena. Es una patología del incesto, tomada en un sentido amplio  y metafórico. El que vive por lo mismo perecerá por lo mismo. La ausencia de alteridad segrega otra alteridad inaprehensible, la alteridad absoluta que es el virus.” (Baudrillard, 1990, p.72)

 

Una vida que se guarda para sí, una vida que tiene como fin su propia conservación es una vida mortífera. Prevenir a la vida contra la vida es querer robarle lo que le es más propio: su exceso, su “capacidad de error”, como diría Foucault. “Querer conservarse a sí mismo es la expresión de un estado extremadamente penoso, —escribía Nietzsche en La Gaya Ciencia— una limitación del verdadero instinto fundamental de la vida, que tiende a una expansión de poder, y con bastante frecuencia cuestiona y sacrifica, en esta voluntad suya, la autoconservación”. (Nietzsche, La Gaya Ciencia)


“Habrá que pensar la vida más allá de lo bio”
aconseja Nancy en Un Virus Demasiado Humano. Habrá que redefinir el “buen vivir”, “éste no puede eludir la muerte, la enfermedad y de manera más general el accidente y lo imprevisible que forman parte intrínseca (una vez más) de la vida”. (Nancy, 2020, p.63).

 

Creíamos estar a salvo. Sin embargo, nuestras formas empecinadas del sí mismo que ilusoriamente creímos conquistar —formas preventivas si las hay— quedan hoy expuestas sin más. “El  “auto”, el “por sí mismo”, la voluntad autónoma, la conciencia de sí, la autogestión, la automatización, la autarquía soberana, marcan los ángulos sobresalientes de la fortaleza occidental-mundial, tecnológica y autodeclarada democrática. Es esta fortaleza la que hoy se fisura…” (Nancy, 2020).

 

La venida de lo otro esta vez irrumpió. No la vimos venir. No es posible. No se la esperaba llegar. No es posible. Y trajo experiencia: experiencia como dislocación de lo propio, lo propio del sí mismo en todas sus manifestaciones. Lo propio de sí que se guarda de lo otro. La propiedad de todos los sí mismos —sujeto, familia, Nación, territorio— que se construye a fuerza de evitación. Mas toda evitación es inevitable. La venida de lo otro llegó de manera implacable y no sólo nos dejó al descubierto, nos expuso, sino que expuso radicalmente la exposición misma que toda existencia es. Toda una experiencia.

 

Unos/Otros expuestos a la exposición misma de esa traza, de esa marca que toca lo común. En la India, curiosamente lo llaman comuna virus, cuenta Nancy. “¿Cómo no haberlo pensado?”, se pregunta. Un virus que nos comuniza sin nada que corone. Un virus capaz de socavar la existencia preventiva del sujeto individual.

 

En un diálogo con la psicoanalista Elizabeth Roudinesco, ante la pregunta acerca de la “figura” de “lo que viene” y que Roudinesco asocia a “lo trágico”, Derrida responde: “(Lo) que viene” excede un determinismo, pero también excede los cálculos y las estrategias de mi dominio, mi soberanía o mi autonomía (…) Por eso esta figura está ligada a todas las cuestiones políticas de la soberanía. Alli es donde estoy expuesto y felizmente, si me atrevo a decir, soy vulnerable. Alli donde lo otro puede llegar hay “por venir” o un porvenir.(Derrida, Roudinesco, 2003, p. 62-3).

 

La pandemia nos revela vulnerables. ¿Acaso no radica en ello la posibilidad más franca de una experiencia com-partida, es decir, de lo com-partido, de la partición misma como experiencia, como propone Nancy? Si es que habrá de haber un después, éste no será el de la autonomía soberana de los sí mismos. Lo peor por venir —y he aquí la temporalidad de lo traumático planteada por Marisa Punta de Rodulfo en estas Jornadas, un traumatismo que no envía hacia un supuesto pasado, sino que se abre a lo porvenir— sería el reforzamiento de lo preventivo en todas sus manifestaciones posibles.


María Alejandra Tortorelli: 
Licenciada en Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA) en 1987. En 1991, becada por la Fulbright Commission, cursa el Master y el doctorado en Filosofía en The New School for Social Research, en New York, EEUU. En la actualidad se desempeña como titular de las cátedras de “Filosofía” y “Antropología Filosófica” de la Facultad de Psicología de la Universidad Maimónides, de “Configuraciones Contemporáneas” de la Carrera de Especialización en Niñez y Adolescencia del Hospital Italiano y de “Actualización en el Pensamiento Filosófico Contemporáneo” de la Carrera de Especialización en Infancia y Niñez, de la Facultad de Psicología, de la Universidad de Buenos Aires dirigida por el Dr. Ricardo Rodulfo.

 

Bibliografía

“Las Máscaras de la Guerra”, Jean Baudrillard, Página 12, 13 marzo 2003.

Jean Baudrillard, La Transparencia del mal, Barcelona, Anagrama, 1991.

Jean Luc Nancy, Un Virus Demasiado Humano, Bs As, Ediciones La Cebra, 2020.

Jacques Derrida, Elizabeth Roudinesco, Y Mañana Qué…?, Bs As, Fondo de Cultura Económico, 2003.

[i] Este trabajo fue presentado por su autora en el marco de la XXIV Jornada de niñez y adolescencia, “Después de la pandemia – Reflexiones psicoanalíticas”, las cuales tuvieron lugar el 5 y 6 de noviembre de manera virtual.