Por Daniela Muiña
Al retomar la idea de indirección (2020), Ricardo Rodulfo nos propone acompañarlo una vez más en el trabajo de deconstruir, de desmenuzar conceptos y teorizaciones, de pensar en otras nuevas, que quizás, por no estar aún del todo nominadas, ni haber tomado formas demasiado definidas, nos permitan hacer uso de ellas para construir posibilidades de análisis, de pensamientos y de intervenciones que puedan ayudarnos a entender aspectos de estos tiempos tan cambiantes que estamos transitando, a pensar prácticas que alojen estas nuevas cotidianeidades y apuesten a trasformaciones críticas.
Son tiempos cambiantes, de incertidumbres, de aceleraciones, de discontinuidades y de desamparos, que no se inician con la pandemia. Entiendo que la pandemia multiplica en forma exponencial y deja al desnudo la violencia a la que nos venía enfrentando la velocidad de las transformaciones sociales y culturales que se fueron produciendo en las últimas décadas, tanto en sus aspectos constructivos como destructivos, los intentos de objetalización de gran parte de las poblaciones y de la vida misma en función de intereses de determinados grupos de poder sostenidos en grandes desigualdades sociales; las prácticas de dominio disfrazadas de libertad; los intentos de patologización y medicalización del sufrimiento, y de anular las tradiciones, los ritos y las ceremonias que dan cuenta del paso del tiempo y nos habilitan a no vivir en un eterno presente.
Estos aspectos y varios más, son constitutivos de las subjetividades; no generan destinos únicos ni prefijados, sino que pueden abrir un sinfín de recorridos y posibilidades; implican una exigencia fuerte de trabajo a realizar, en los cuales no quedan exentas las posibilidades creativas.
Hace ya casi una década, podíamos leer en uno de sus libros la siguiente frase: “Están mutando una serie de aspectos en una dirección que todavía lejos estamos de conocer bien o de prever su itinerario, concernientes a todo nuestro sistemas de distancias con la subjetividad del prójimo (…), de ritmos e intensidades en los contactos (…) mis modos de enunciación, la estructura de mis discursos, mi estilo, se configuran en forma diferente a lo acostumbrado, que por otro lado no ha desaparecido, pero esta misma yuxtaposición comporta problemas interesantes para los cuales no hay soluciones prescriptas” (Rodulfo, 2013, pág. 43). También agregaba -no sé si en el mismo texto, pero sí por esas fechas- que el Psicoanálisis en tanto actitud, en tanto método y manera de pensar, quedaba suelto de brazos, listo para encaminarse en cualquier dirección no previsible.
Hoy estamos tratando de pensar qué nuevas dimensiones toman estas cuestiones cuando nos encontramos con acontecimientos sociales traumáticos (Puget, 2018) que implican rupturas con formas institucionalizadas, generan desconcierto, requieren nuevas formas de transmisión, y pueden promover mecanismos de renegación, de sobreadaptación o de construcción. Acontecimientos que conllevan violencias sociales, que tienen que poder ser pensadas dentro de cada sociedad: no es bueno aquí, como en tantos otros aspectos, acudir a la universalización, ya que las mismas toman diferentes significaciones según los espacios donde se presentan y dejan marcas particulares que pasan a formar parte de la historia y de la vida de cada comunidad.
Estas violencias inciden en la construcción de sentidos, se vinculan con las relaciones de poder; deben ser entendidas por los sistemas que brindan protección. Se ven atravesadas por los excesos de información; excesos que limitan los tiempos para la elaboración de los datos recibidos, lo que vuelve vulnerable a las defensas que podrían erguirse frente a las manipulaciones. Según Puget, “la administración de las violencias incluye el desacuerdo, y sus efectos dependerán de la manera en la que se administren las diferencias no reconciliables (…) hacer algo con un amplio espectro de ideas no armónicas enriquece el diálogo, y por ende, debería formar parte de los compromisos políticos” (Puget, 2018, pág.111). Cuán difícil se vuelve esta posibilidad si cualquier discusión termina planteándose como un campo de batalla en el cual el intento es hacer desaparecer al otro, eliminarlo, o sesgar absolutamente la mirada, señalando sólo sus errores y desconociendo sus aciertos.
Para que lo vivido se transforme en experiencia es necesario un proceso de deconstrucción que habilite el pensar. La pandemia pone en juego entretejidos complejos y paradojas que atraviesan distintas dimensiones, que son interesantes para desmenuzar y analizar. Voy a tomar sólo algunas de las varias que me inquietan y quedaron enunciadas en lo que decía previamente…
La primera es en relación a la libertad. Estamos en tiempos en los que las modalidades de encuentro se ven limitadas en el contacto corporal y plantean, casi exclusivamente el estar con otros, a través de lo virtual. Un autor como Byung-Chul Han (2014) nos dice que el medio digital nació con la promesa de una libertad y una movilidad ilimitada. Que en él sus participantes se comunican y se desnudan en forma voluntaria y los datos se terminan entregando por necesidad interna, lo que produce un fenómeno de transparencia que vuelca todo hacia el exterior. Esta información que circula sin contexto, se cuantifica, se vende y es usada; por lo cual la contracara de la supuesta libertad es que ese conocimiento que se tiene de la sociedad habilita y facilita la dominación para controlar y predecir lo actual y lo futuro; facilita dentro de lo que se denominan sociedades de control, vinculadas estrechamente con los intereses del Mercado, a imponer su voluntad, a sostener poderes que, disfrazados de libertad, pueden buscar la sumisión a través de su invisibilidad e intentar promover certezas acerca de qué necesitar, qué pensar y qué desear, ligadas directamente a lo que conocemos como violencia secundaria (Aulagnier, 1977). Ésto se vuelve muy riesgoso si se combina con intentos de desreconocer las diferencias, de homogeneizar sentidos, de limitar los espacios de intercambios de pensares y saberes, que en sus construcciones y pensamientos compartidos pueden poner coto a los intentos de dominación.
Desde hace tiempo sabemos que lo digital no viene libre de contradicciones y de ambigüedades, lo dice muy bien Sibilia (2008) cuando sostiene que mezclan una explosión de creatividad que viene de la mano de la democratización de los medios de comunicación y de los dispositivos móviles, con la utilización que de ellos hacen el Mercado y los dispositivos de poder en función de sus propios intereses. Y como ella misma expresa, algunos seres humanos quedan deslumbrados por lo digital, otros pueden hacer uso de él con responsabilidad y analizar las libertades que intenta coartar, sobre todo cuando no pueden ser visualizadas y pensadas sus complejidades, y varios quedan por fuera o con muchas complicaciones para acceder a su uso. Y es dentro de lo digital que planteo una primera paradoja, cuando hoy su uso, el uso de los medios, de las redes, creció tan exponencialmente, y se volvió imprescindible -en algunas situaciones casi con exclusividad- para estar con otros, para sostener espacios de trabajo y de atención, para estudiar, para intercambiar y juntarse a pensar, para llorar las pérdidas, para disfrutar compañías.
Al mismo tiempo que ese campo se habita y genera tanta necesidad de presencia, también hastía, deja sin tiempos, produce sensaciones de encierro y ensimismamiento que se vuelven asfixiantes y aplastantes, lo que rompe con la idea de lo sustituible y de lo remplazable, de que una y otra modalidad de encuentro, serían equiparables. En situaciones como ésta se generan lo que Sibilia llama cortocircuitos, capaces de generar tal desequilibrio, que sólo los caminos a los que nos lleva se podrán conocer en el ir transitándolos.
Segunda cuestión, vinculada a las sensaciones de desamparo, ligadas a lo desconocido, a lo impredecible, a la falta de garantías, a la dificultad para sostener las cotidianeidades y a la imposibilidad de anticipar proyectos a futuro. Maren Ulriksen de Viñar (2002) entiende al desamparo como una de las presentaciones de las violencias destructivas, ya que complica el desarrollo y la subjetivación de las personas, trastoca sus valores, sus costumbres, sus restricciones y transmisiones; el impacto, la paralización y la falta de participación, constituyen los mayores riesgos para su metabolización. Si bien estas sensaciones nos atravesaron a todas y a todos, e hicieron indispensable poder pensar y construir actitudes e intervenciones tendientes al sostén y al cuidado, no podemos ignorar las grandes diferencias que se plantearon entre personas provenientes de distintos ámbitos sociales, muchas de las cuales venían con sus derechos básicos altamente vulnerados.
Hay grandes grupos poblacionales que hace tiempo tienen complicadas sus posibilidades de proyectarse en un mañana, y que viven en condiciones que se alejan en mucho de lo que sería una vida digna. Estos grupos humanos, otra vez, fueron quienes se encontraron en las peores condiciones para afrontar lo catastrófico de una crisis; en este caso, social, económica, sanitaria y laboral. En muchos casos, se les hizo casi imposible mantener indicaciones de bioseguridad, de distanciamiento social, de sostener la generación de ingresos a través de los trabajos informales que venían realizando; algunos de sus chicos perdieron la continuidad de lo escolar tanto en el seguimiento de los aprendizajes -porque aún no es igualitaria la posibilidad de conectividad-, como en el sostén ambiental que muchos dispositivos escolares cumplen en tanto función de alojamiento social. Comprender la profundidad de cada una de estas conceptualizaciones nos permite pensar en nuestra sociedad de una manera más clara, analizar sus pliegues para orientar nuestras prácticas y nuestras modalidades de acercamiento.
Tampoco aquí los destinos estuvieron absolutamente fijados; allí donde las complicaciones se presentaron en grados extremos, también hubo quienes construyeron salidas. Docentes que acercaban materiales de estudio y bolsones de alimentos, en presencia, a la casa de sus alumnas y alumnos, que una y otra vez intentaban de alguna forma entrar en contacto con niñas, niños y jóvenes con grandes dificultades para introyectar la posibilidad de que se podía estar presentes aún en situaciones de no-presencia; con trabajadores de la salud que se reinventaban una y otra vez en sus prácticas, que se acercaban a cada puerta o se mantuvieron trabajando en las trincheras; y también con personas que se juntaban en un hacer con otros, con organizaciones de Derechos Humanos que intentaban generar salidas inesperadas, creativas, frente a un presente devastador.
Y una tercera cuestión, que también se monta sobre los valores de la cultura occidental: la medicalización y la patologización del sufrimiento. Hace unos días Stolkiner (2020) planteaba cómo la pandemia desnudó la fragilización en la que se encontraban los servicios de salud; fragilización que fue dejando al descubierto sus carencias a nivel insumos, infraestructura y condiciones laborales para los trabajadores del campo, y que terminó de concretarse cuando en el 2018 se eliminó su Ministerio. Con la prima de las concepciones neoliberales, el campo de la Salud quedó atravesado por intereses contrapuestos: el bienestar humano frente a la rentabilidad económica; cuando el acento se pone en esta última, los abordajes terminan resultando mercantilistas, con escasa regulación del Estado, una atención primordialmente asistencial, especializada y restringida, y con grandes brechas entre quienes cuentan con servicios ante sus necesidades, y quienes tienen muy limitadas sus posibilidades de acceso. Esas dificultades se concretan, en algunas miradas, focos e intervenciones dirigidas fundamentalmente hacia la enfermedad, con la consecuente rotulación de las subjetividades y la descontextualización de los entramados familiares, sociales, culturales, políticos y económicos que las constituyen. También planteaba cómo en estos meses fue un trabajo intenso romper con los intentos de igualación que se intentaban producir entre sufrimiento y patología mental; homogenización que resulta muy eficaz a los fines de la medicalización.
En este tiempo se volvió fundamental pensar en vulnerabilidades, pensar en diferencias, tal como una y otra vez propone Punta Rodulfo en sus escritos, para habilitar intervenciones posibles y oportunas. Si se desconocen las vulnerabilidades y las diferencias de los sujetos y de sus comunidades, quedan des-reconocidas muy direccionalmente las complejidades y las distintas dimensiones a tener en cuenta para pensar los padeceres humanos, los aspectos bio-psico-sociales que ellos conllevan -son muy claros los escritos de Galende, en este punto-, como así también el respetar a las personas como sujetos de derechos y correrlas del lugar de objetos de atención. Aquí tampoco las posiciones, las experiencias y los recorridos fueron únicos ni unidireccionales.
Frente a los acontecimientos altamente disruptivos que presentaba cada realidad, nos encontramos con negaciones, con naturalizaciones de situaciones terribles, pero también con equipos que salían a contener a sus pacientes, con dispositivos de abordaje que buscaban alguna forma de estar presente, con organizaciones que se constituían y tomaban parte en la necesidad de alojar, cuidar y buscar alternativas para que las necesidades básicas de grandes grupos poblacionales encontraran algún tipo de respuesta, con espacios de transmisión y formación que buscaban transformarse ante un presente que irrumpía una y otra vez con su extrañeza y su violencia.
Voy a terminar este recorrido con unas palabras de Byung-Chul Han sobre el acontecimiento; término que también conceptualiza Rodulfo (2004) a lo largo de sus escritos, revalorizando una y otra vez la potencia de lo actual. “El acontecimiento pone en juego un afuera que hace surgir al sujeto y lo arranca de su sometimiento. Representa ruptura y discontinuidad, lo que puede abrir posibilidades de nuevos espacios, habilita una posible experiencia de transformación” (Byung-Chul Han, 2014, pág. 115).
Y aquí también me parece que puede jugarse la indirección… el acontecimiento de la pandemia, el acontecimiento de las vivencias y los haceres de cada uno, el acontecimiento de un ir haciendo entre varios, el acontecimiento de poner a pensar situaciones tan entramadamente dolorosas y complejas, y obviamente un sinfín de más acontecimientos…
Dranda. Daniela Muiña: Ver Equipo Docente
Referencias bibliográficas
- Aulagnier, P. (1977): La violencia de la interpretación, Bs. As.: Amorrortu.
- Byung-Chul Han (2014): Psicopolítica, Barcelona: Herder.
- Galende, E. (1997/1998): De un horizonte incierto. Psicoanálisis y Salud Mental en la sociedad actual, Bs. As.: Paidós.
- Galende, E. (2012): Consideración de la subjetividad en Salud Mental. Revista Salud Mental y Comunidad. UNLa. Recuperado de http://www.unla.edu.ar/saludmentalcomunidad/Revista-Salud-Mental-y-Comunidad.
- Galende, E. (2019): ¿Qué aportan las neurociencias a la salud mental? Una discusión desde la psiquiatría; en Ferreyra, J. A. y Castorina, J. A. (comp.). (2019): Neurocientismo o Salud Mental. Discusiones clínico-críticas desde un enfoque de derechos, Bs. As.: Miño y Dávila.
- Puget, J. (2018): Subjetivación discontinua y Psicoanálisis. Incertidumbres y certezas, As.: Lugar.
- Punta Rodulfo, M. (2016): Bocetos psicopatológicos. El psicoanálisis y los debates actuales en psicopatología, As.: Paidós.
- Rodulfo, R. (2004): El psicoanálisis de nuevo, Bs. As.: Eudeba.
- Rodulfo, R. (2013): Andamios del Psicoanálisis. Lenguaje vivo y lenguaje muerto en las teorías psicoanalíticas, Bs. As.: Paidós.
- Rodulfo, R. (2020): La indirección, Conferencia en Jornada El trabajo virtual en tiempos de trauma, Bs. As.: Facultad de Psicología UBA.
- Sibilia, P. (2008): La intimidad como espectáculo, Bs. As.: Fondo de Cultura Económica.
- Stolkiner, A. (2020): Problemáticas y prácticas del campo de la salud mental en tiempos de pandemia, Conferencia en Congreso internacional de Psicología, Argentina: UCP.
- Ulriksen de Viñar; M. (2002): Ruptura del vínculo social, transferencias de responsabilidades, en Dolor social; Revista APDEBA, Vol. XXIV, Bs. As.