por Ricardo Rodulfo
Es una forma de compartir con todos que estoy preparando un Seminario de ocho clases destinado a deconstruir este motivo, tan central y tan centralizador en el psicoanálisis desde hace mucho tiempo.
Casi podríamos decir que los psicoanalistas podrían dividirse trazando una línea nada lineal, irregular, que deje de un lado a todos aquellos que siguen invocando este concepto como algo inseparable e indispensable en el psicoanálisis y del otro lado dejando a quienes de hecho se han ido alejando de él y mayormente lo tienen en desuso. Pero con una característica: lo han hecho de hecho, como acabo de decir, pero sin examinar a fondo el viejo motivo y fundamentar así su deserción. En algunos casos, de Winnicott principalmente, el abandono de este motivo puede reconstruir su fundamentación siguiendo paso a paso el itinerario conceptual nuevo, y nuevo como itinerario, que despliega este autor, itinerario que indirectamente desactiva sin hacerlo notar mucho el dispositivo de la castración en tanto tal. Otros simplemente la eluden sin mayores aclaraciones.
Pero todo concepto merece un funeral, merece su funeral, más todavía si desborda los límites del concepto para volverse un motivo, es decir una configuración que ordena elementos a su alrededor en un determinado sistema. Y en este sentido el de la castración es un motivo extremadamente vigoroso. Basta ver cómo, colocado en el centro, dispone de todas las partes del cuerpo para intercambiarlas con el penefalo haciéndolas su sustituto. Ejemplo clásico, cuando la ceguera de los niños que el personaje siniestro mutila se convierte rápidamente en ablación lisa y llana de los genitales. No puede entonces uno deshacerse de este motivo sin mayores ceremonias; merece atención, merece dedicación, casi una dedicación amorosa para terminar con él y liberar la reflexión psicoanalítica de su poder.
Para esto es indispensable destacar y tomar conciencia de que el problema principal a deconstruir en referencia a la castración no es su contenido semántico, es su posición de centro de todo centro, particularmente en la inflexión que cobró en la obra de Lacan. Es este un paso absolutamente decisivo para toda reformulación a fondo del psicoanálisis: descentrarse del centro, en lugar de limitarse a sacar algo del centro para poner en su lugar otro término con una función análoga. Un viejo problema del psicoanálisis, con el que viene lidiando sin terminar de tomar nota y hacerse cargo de él es el de practicar una serie de descentraciones aparentemente muy revolucionarias, pero sin tocar jamás ni interrogar jamás el lugar del centro en tanto tal.
Eso mismo le permitió a Lacan invertir Freud e invertir la metafísica occidental para colocar en el centro no el ser en su plenitud clásica sino la falta de ser, falta de ser que preludia la preeminencia del motivo de la castración. La falta de formación psicoanalítica seria en la mayoría de los psicoanalistas de todo el mundo y de todas las corrientes que uno quiera imaginar, ha sido un factor decisivo en esta imposibilidad de desarmar el motivo mismo del centro en lugar de ocuparse de desalojar un determinado concepto allí alojado, lo cual hace mucho ruido, suena revolucionario, pero en el fondo es un movimiento bien conservador. Nadie más conservador que Lacan en este punto, aunque por supuesto no el único. Despojado de esta posibilidad por su propia ignorancia, desconociendo todo lo que una nueva filosofía venía haciendo para deshacerse del centro, el psicoanálisis se mantuvo como un astrónomo que nos predicara que es la tierra la que gira alrededor del sol, y se contentara con eso.
La riqueza de este enfoque y de este trabajo es que deja intacta y abierta al trabajo posible toda una clínica de la angustia de castración que por cierto existe y requiere muchas veces nuestra atención. Pero a esta clínica no le sirve de nada la operación de centrar en la castración toda la compleja configuración de la subjetividad; esta clínica necesita poder abordar aquella angustia, cuando existe, como un elemento más de la vida psíquica, sin pretensiones de centro.
Cuando uno hace el esfuerzo de colocar en un centro todo lo que ese centro reclama para sí, cae en la cuenta de lo conservador y potencialmente reaccionario de esta operación. En efecto, el centro atraerá hacia sí cosas tales como la primacía del falo a costa de la mujer, la heterosexualidad como posición normativa y normalizadora, la palabra hablada como núcleo esencial de la vida psíquica, la pretensión de verdad como aquello que el psicoanálisis alcanzaría y en mayor medida que cualquier otra disciplina. Toda una serie de motivos metafísicos de larga data, sumamente anteriores al nacimiento del psicoanálisis.
La tragedia secreta del psicoanálisis es creerse destinado a operar una revolución sin par a la vez que se hacía responsable por cargar en sus brazos y en su mochila todos los viejos despojos de la metafísica que heredaba a través de la psicología, sin advertir que, cargado de esa manera, quedaba sin libertad de movimientos para emprender revolución alguna, permaneciendo apenas en un tibio reformismo con más pretensiones que efectos reales. Esto mismo llevo a que la política de las instituciones psicoanalíticas fuera la misma de siempre, jerárquica y verticalista, sin ningún cambio apreciable en su configuración. Hubiera debido ser evidente que, si el psicoanálisis se proponía cuestionar el poder del Padre, alguien que lo liderara, caso Freud, tenía que cuidarse mucho de no ocupar jamás el lugar de lo paterno. Pero para evitar semejante compulsión de repetición hubiera debido ser necesario un diálogo de verdad y serio con el pensamiento filosófico, particularmente con el que se libera a partir de Nietzsche.
Más vale tarde que nunca entonces mi decisión de emprender en este Seminario -sin otra pretensión que la de introducir- una deconstrucción lo más pormenorizada posible del motivo de la castración, con el objetivo de despedirse de él y liberar al psicoanálisis de su influencia. Recordemos para esto que al deconstruir un motivo se lo desarma, se lo descompone en sus elementos, haciendo posible el ir viendo como está hecho y a qué intereses -míticos, religiosos, políticos- responde, qué Gobierno debe asegurar y sostener. Esto debe ser llevado adelante, desde mi punto de vista, con una radicalidad tal que emprenda sin basilar la deconstrucción del psicoanálisis mismo, en lugar de idealizar una u otra de sus teorías, tan intoxicada por lo general de metafísica.
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