por Ricardo Rodulfo
“This fell sargent, death”[i] o bien nos viene a buscar o nos arrebata los seres más queridos y valiosos. Tal el caso del reciente fallecimiento del Dr. Larguía, una de las grandes figuras de la pediatría de nuestro país, un país que se ha destacado repetidamente por el talento, la capacidad y la creatividad de muchos de sus pediatras. La muerte lo sorprendió en pleno desarrollo de su capacidad intelectual y profesional, siendo nuestro único consuelo el que le evitara pasar por alguna cruel enfermedad.
Heredero de esa tradición a la que acabamos de hacer referencia, cuyos dos antecedentes inmediatos son su propio padre, Alfredo Larguía y Carlos Arturo Gianantonio, su trabajo se destacó en varios planos simultáneos: en primer lugar, una renovación profunda de criterios clínicos perimidos, como aquellos que dejaban a un niño internado en soledad, sin la presencia de sus seres queridos; eso se terminó definitivamente con él. Como solía decir “(…) Los padres no pueden ser las visitas del hijo (…)”. En segundo lugar, una decidida militancia que lo llevo a ser de la experiencia del nacimiento una verdadera experiencia preparatoria de lanzamiento de la vida subjetiva, desterrando prácticas que sometían al bebe a protocolos técnicos inadecuados y mecanicistas. En lugar de eso, el respeto por la vida humana desde el nacimiento campeo a lo largo de toda su práctica. Asimismo, en otro orden de cosas, sus conocimientos profundos de las condiciones de la terapia intensiva, unidos a su fino conocimiento de los procesos respiratorios más sutiles y complejos, le hizo posible salvar muchas vidas, y a toda edad.
Se detecta en este conjunto de rasgos una obstinada preocupación por la ética del médico y del pediatra, una ética que lo llevo a trabajar mucho en la Academia de Medicina, alzándose contra la prolongación de la vida en condiciones indignas para una subjetividad, lo que puso a prueba en sus propias decisiones acerca de si mismo, ya que dejo expresamente prohibidas ese tipo de intervenciones que lo único que hacen es prolongar inútilmente nuestra existencia: él quería morir en su casa y qué bueno que se dio ese gusto. Nos tienta decir que la naturaleza lo premio, llevándoselo mientras dormía, sin sufrir dolor alguno.
Esta es solo una puntuación brevísima del contenido de esta gran figura de nuestra medicina: siempre estuvo a la vanguardia, allí donde se trataba de pensar lo nuevo y remover condiciones anacrónicas de trabajo. Si bien tuvo muchos hijos, ninguno siguió sus pasos, pero esto fue largamente compensado por muchísimos discípulos de alta calidad formados a su vera, además de ser alguien sumamente querido en nuestro medio profesional.
[i] Traducida al español, esta frase de Shakespeare significa “Este cruel sargento, la muerte…”.
Ésta obra está registrada bajo la licencia de Creative Commons:
Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual
CC BY-NC-S