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      Significaciones del Significante Parte I

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      • Significaciones del Significante Parte I

      por Ricardo Rodulfo

      Pienso que el concepto de significante merece nuevos desarrollos más alguna desconstrucción.

       

      En primer lugar, hablaría con preferencia del motivo del significante antes de referirme a él como a un término (de una eventual cadena) o de situarlo como un concepto en el sentido académico más clásico. Al nombrarlo como motivo lo desplazamos al espacio musical, liberándolo del campo de la lingüística donde estuvo prisionero, digamos prisionero del logocentrismo o del falogocentrismo. Al pensarlo como motivo musical, lo complejizamos considerablemente, ya que un motivo musical es una formación a la vez pequeña, concentrada y compleja, espoleada principalmente por un diseño rítmico.

       

      Para que en este escrito suene algo de música recordemos un fragmento sinfónico muy conocido y transitado en exceso, aunque tan perfecto que nadie logró banalizarlo: el primer movimiento de la Quinta Sinfonía de Beethoven. Si lo canturreamos con cierta atención, repararemos enseguida que está totalmente recorrido de punta a punta por una célula que contiene un silencio de corchea, tres corcheas a continuación y una nota larga con calderón al final (el calderón indica que esa nota se prolonga más de la cuenta). Esta pequeña célula se despliega en múltiples variaciones, llegando a veces a transformarse en una tranquila melodía distante del acento épico inicial. Y con un efecto paradójico: más varía el motivo, más sencillo es reconocerlo. La diferencia le da identidad segura, inconfundible. Cambia todo menos el ritmo, pero llega siempre un momento en que el ritmo también cambia, se alarga, se contrae, se estira, se lentifica o se acelera, y sin embargo se las arregla para ser identificado, por lo menos si se lo atiende con un oído de capacidad media.

       

      Pero con esto no alcanza, un verdadero significante es más cosas que esto que acabamos de describir. Por lo pronto, este motivo convoca enseguida a muchas otras obras del siglo XVIII y XIX que el compositor conoce bien, piezas de Mozart, de Haydn, de Beethoven mismo, así como de otras firmas, donde se lo escucha batiendo ese ritmo peculiar, insistente. Y siempre con entonaciones majestuosas épicas o trágicas. Es como si durante unas cuantas décadas muchos compositores anduvieran buscando algo en ese perfil rítmico, culminando en él de cuando en cuando, como culmina Mozart en la Fantasía para piano K. 457. Por este camino, el significante adquiere un espesor histórico que lo conecta a través de muchas obras donde se intenta plasmarlo, y al hacerlo, se vincula con toda una trama afectiva de singular intensidad. Tiene historia, digamos. Y una historia con secretos que no se dan a conocer así nomás.

       

      Al mismo tiempo esto introduce la posibilidad de la mentira: este motivo puede ser fingido por un compositor mediocre, que imita lo que no siente desde adentro. El significante siempre puede imitarse a sí mismo precisamente por el giro de su posibilidad de repetición interminable, abierta indefinidamente a la variación. Puede pues, fingir una genealogía que en verdad le es ajena.

       

      Veamos: hoy escuchamos tres motivos significantes que se refieren a una “lucha contra…” a lo que sigue “el terrorismo”, “el narcotráfico”, de inspiración norteamericana, y otra lucha, esta vez, “contra el hambre”, copiada en nuestro país. La mención a una “lucha” convoca enseguida un motivo heroico, que poco tiene que ver con el recurso a la propaganda a veces bastante barata que se encuentra en el sin espesor de estos motivos, que encubren con un vocabulario épico intereses más bien sórdidos en nada preocupados por semejantes objetivos, más la posibilidad riesgosa de que entre nosotros pase lo mismo o algo similar, y todo quede en propaganda sin contenido. El significante es espléndido para mentir, el motivo de la “lucha” también conjura la oposición del Bien y del Mal, indispensable en estos casos.

       

      Hay algo en la composición significante que propende rápidamente a la mentira y a provocar efectos de significado engañosos, basados en cómo introduce, en el seno de la realidad, una escisión dada por su naturaleza de dicho. Por ejemplo, consideremos esta frase, cuya autoría se remonta al General Perón durante su primer mandato: “…Mejor que decir es hacer, mejor que prometer es realizar…”, una frase que empapeló paredes en aquellas épocas. Nos encierra en un laberinto de difícil salida; si ha de ser verdadera entonces no habría que pronunciarla, más bien se debería ejecutar la acción, el hacer que dice que propone. La consecuencia es que dice sin hacer que hay que hacer, pero se limita al decir. Se contradice a sí misma sin remedio. Y ello porque el significante en el fondo lo que siempre enuncia es la victoria del orden logocéntrico, que dice en el momento mismo en que ordena abandonar el decir. Surge de allí una contradicción ineliminable, aunque paradójicamente ofrece otra vía de salida siempre y cuando modifiquemos nuestra perspectiva acerca de los planos en que transcurre nuestra existencia.

       

      Esa otra salida es de otra amplitud que la dimensión de engaño apto para propagandas que caracteriza el orden significante. Sin embargo, es curioso que el término que estamos por llamar a comparecer se usa a veces en el sentido de una mentira. Es lo ficcional, la ficción en tanto tal. Toda una dimensión que conlleva su propia dimensión de verdad. El significante es un generador de ficciones que no solo circulan en discursos de tipo artístico o científico, también en los estratos más corrientes de la cotidianeidad, allí donde me creo simplemente real, hasta que advierto que ese real es uno penetrado hasta su médula por esa ficción. Basta pensar para eso en todo lo que considero mi “identidad”, empezando por mi “propio” nombre y apellido, y siguiendo con todos los aspectos de mi vida de ser social. Son precisamente las cosas más sencillas en apariencia las más cargadas de ficción: cuando digo que soy de Independiente, que soy de centro izquierda o de una socialdemocracia posible, cuando digo que soy heterosexual, etc.

       

      Compruebo entonces que el orden de la mentira, del engaño propagandístico, es parte secundaria del orden ficcional, mucho más abarcativo. Lo ficcional me dice que, al decir, hago. Además, este orden significante tiene dimensiones imperativas en su performatividad, que no tan a menudo llaman la atención como sería necesario. Sobre todo, cuando rige el deseo de dominio, como en lo político. “Alpargatas sí, libros no”, es una buena muestra de la imperatividad: nos manda desechar la lectura en nombre de un régimen de vida particular, una que no se adhiere fácil a diversos hechos y producciones culturales a fin de ensalzar un modo de vida calzado con lo más elemental que rescata una figura postergada socialmente. Se dirá que para esto no haría falta oponer el libro a las alpargatas, que ambas cosas podrían ser promovidas al mismo tiempo. Puede, pero no es lo que esa frase significante ordena hacer. Y ordena hacer para que la cultura quede más arriba, donde está la cabeza que manda y dirige la marcha de los significantes. Nunca, me parece, estos marchan sin una imperatividad más abierta o más subrepticia. Nunca sugieren sin presionar y solicitar obediencia. En el plano significante no prospera la discusión ni el debate crítico, se impone la obediencia, por eso mismo lo transmite tan adecuadamente la propaganda.

       

      Lacan es ejemplar en este punto, al hacer de la teoría del significante una propaganda de su propia teoría del significante. En consecuencia, no es de él de donde procedería alguna liberación posible. Cuando parece que así es, que eso ha ocurrido, descubrimos al tiempo que hubo un recambio respecto a hacia donde se debe dirigir ahora nuestra obediencia. El significante no está conducido por el amor sino por un claro deseo de hegemonía, y es esa la razón por la que regularmente despierta obediencia, docilidad, tal como lo demuestra la publicidad en sus efectos acríticos.

       

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