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      Censuras del psicoanálisis por Ricardo Rodulfo

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      Como Freud tenía una cabeza irregular no nos extraña que no le dibujara al psicoanálisis fronteras demasiado euclidianas y que por eso el psicoanálisis tempranamente anduviera metiéndose por todos lados. Y de entrada con los fenómenos de lo político: en su primera gran obra, en efecto, desarrolla minuciosamente su concepto de censura recurriendo a un modelo estrictamente prestado del campo de formas de política autoritarias en las que no hay espacio para la libertad de prensa. Freud utiliza esto para pintar el espacio intrapsíquico de cualquier persona que sufra por exceso de represión o por represión en determinadas constelaciones de sus pensamientos y sentimientos.

      Más allá de esto, su obra descuella mucho más en el terreno de conceptualizaciones de largo alcance que en lo concerniente a trabajos puramente técnicos y psicopatológicos, donde no se lanza nunca a un abarcamiento integral, estilo manual de técnica o de psicopatología general, como sí lo hicieron tantos de sus sucesores. En lugar de eso, el psicoanálisis se desplegará de manera irreverente, irrespetuosa, impertinente, metiéndose sin ser invitado en los lugares más inesperados, se trate de la sexualidad de un gran artista del Renacimiento, de las fijaciones infantiles de un presidente norteamericano, de una figura bíblica legendaria, del comunismo como utopía imposible, de los vínculos entre vida y obra de un gran escritor, y de figuras puramente ficcionales, como tantos personajes de cuentos novelas u piezas teatrales. Sin olvidar su especulación antropológica acerca del origen de una sociedad humana reglada.

      La misma figura del padre, tan importante para Freud, no estará exenta para nada de sus costados eminentemente políticos, si bien la fijación excesivamente familiarista del autor empalidece un tanto el análisis de los motivos del poder y de la dominación.

      En fin, la religión tampoco escapará a esta indagatoria que no repara en límites preconcebidos al estilo de los que tempranamente cercan el funcionamiento de una disciplina, convirtiéndola de medio para pensar en una “profesión”. En verdad, Freud aprovecha para esto -lo mismo que algunos de sus primeros seguidores- el que el psicoanálisis carezca de objeto, que se caracterice más por ser una actitud, un modo de pensar, una actitud frente a la realidad a investigar. Cuando con el tiempo se le asigne un objeto, el famoso inconsciente, no será demasiado como para alegrarse; este objeto hará las veces de ligazón con el sistema de la ontología occidental. Como si dijéramos que, so pretexto de buscar solución a las neurosis, Freud y los suyos diseminan el psicoanálisis por todos lados, y sin pedir permiso a nadie.

      Pero tarde o temprano la censura no podía no llegarle al psicoanálisis. Y lo hizo por más de un afluente. Destacaremos dos para este texto: la que provendrá de fijar una ortodoxia y la que responderá a un requerimiento profesionalista convencional.

      La primera ya operaba en manos del propio Freud, hecho bien conocido y bien desdichado. Pero que se fue multiplicando en la medida en que florecieron otras corrientes, siempre personalistas, siempre referidas a un apellido fundador, siempre caracterizadas por cerrarse a las demás corrientes, lo que el lacanismo llevó a su apogeo practicando el no reconocimiento absoluto del psicoanalista que pensara distinto, aun cuando esto no lo privara de recurrir y usar ideas del mismo Lacan, lo cual, para una ortodoxia, es todavía más peligroso e intolerable, puesto que se ha apropiado del significante  “autor tal o cual” y no quiere saber nada de compartirlo. Toda esta cuestión en el fondo más política que teórica, más cuestión de mercado que de pensamiento, generó una vasta red de censuras regionales, cada capilla o secta con la suya.

      La segunda –sin excluir elementos de la primera- se ciñe más a una estrecha definición de límites profesionalistas en el interior de los cuales debe moverse ahora la disciplina: habrá que atenerse a la clínica y a la psicopatología, ya que el profesional es después de todo un psicoterapeuta que vive de su consultorio. Las incursiones por libre fuera de esa circunvalación solo serán toleradas excepcionalmente y de ningún modo estimuladas o puestas en pie de igualdad con el “verdadero” campo del psicoanálisis. En no pocas revistas profesionales de diversas instituciones bien oficiales se advertirá la escasez de trabajos que no respeten la pertinencia profesional. Un poco como cuando desde el Vaticano se reta a los sacerdotes demasiado preocupados con asuntos terrenales, la pobreza, la injusticia, la opresión… Estos no serían los auténticos problemas de un verdadero cristiano. Y poco importará que la práctica clínica, particularmente en nuestra ciudad y en nuestro país, se aventure lejos de la sintomatología clasificada, midiéndose con problemáticas que tocan los derechos humanos, los abusos de violencia familiares o no, los efectos subjetivos de terremotos político-económico que generan desocupación masiva y exclusión, lo mismo que el maltrato a los inmigrantes, etc.

      Ni qué decir del efecto empobrecedor y reaccionario de tales censuras. El psicoanálisis -sin arrogarse las fantasías hegemónicas que alguna vez florecieron en su aplicación– tiene elementos y recursos para aportar algunas cosas, no todas las cosas, a fenómenos extra-consultorio, se trate de lo político, de lo estético, de lo ideológico en general y de tantos otros aspectos de nuestra vida social y cultural. Buenos Aires ha destacado en promover una rica intervención analítica en la cultura, lo que no sucede en tantas partes del mundo para nada. Agradezcamos entonces, y sostengamos, su impertinencia.

      Por otra parte, muchas corrientes filosóficas, sociológicas, politicólogas han sabido convocarlo, lo mismo que no pocos historiadores y semiólogos. Desde su “exterior” estas convocatorias también luchan contra la censura de siempre, la que solo acepta lo preestablecido y lo que no le inspire inseguridad.

      El débil argumento en que se basa ese “corsé profesionalista” que se le quiere imponer al psicoanálisis desde ciertos sectores, se apoya en la partición metafísica entre lo psíquico como algo íntimo, interior, individual, familiar como máximo, y el espacio de la vida comunitaria en sus distintas facetas. Algo que ya no resiste el menor análisis. Hay un nudo borromeo que parte de uno de esos pretendidos espacios para desembocar en el otro sin solución de continuidad. Por lo demás, jugar el porvenir del psicoanálisis a suerte y verdad a esa delimitación rígida de incumbencias no parece muy atinado. Freud mismo, desencantado de la psicoterapia, vislumbró una salida mejor en la dirección investigativa, lo que no tiene porqué limitarse al campo clínico en su sentido más estrecho. Más productiva fue la disposición del psicoanálisis a dejarse usar por el cine y el teatro, gracias a los cuales llegó a mucha gente que nunca había pisado un consultorio.

      Resta el campo del humor, de su actitud, un juego complejo del psiquismo humano elogiado por el psicoanálisis, valorizado por él, pero no tan cultivado, cosa que vengo proponiéndome cambiar. Indirectamente el psicoanálisis lo ha cultivado en su manera poco respetuosa de aproximarse a diversos fenómenos culturales. Y Freud mismo descubrió que ciertos chistes funcionan totalmente como una interpretación, por ejemplo, remitiendo algo “elevado” a un plano de resolución bien prosaico, en convergencia con los procedimientos psicoanalíticos que precisamente más bien tienden a burlarse un poco de aquello demasiado elevado. No obstante, hay muchos chistes sobre analistas y pocos chistes generados por analistas, conforme a ese falso self “neutro” que se fue apoderando de la actitud profesional demasiado propensa a tomarse en serio a sí misma en lugar de reírse de sus propias figuraciones e imposturas. Posturas de imposturas.

      También esa pátina de estar siempre en códigos de angustia y de culpa descolocaron la posibilidad de una práctica de la alegría en el seno de nuestro trabajo. Son otras formas de censura. Lo esencial del psicoanálisis no pasa por sus formulaciones teóricas, pasa antes bien por la capacidad para desmarcar el pensamiento de todo lo que huela a credo oficial, establecido, con significados cristalizados y fronteras seguras e inamovibles. Correrse de allí es el arte del analista. Y eso incluye la identidad profesional convencionalizada con definiciones previas acerca de lo que uno debe hacer y acerca de lo que uno no debe ocuparse.

      Hay psicoanálisis donde alguien puede decir o hacer algo que molesta, no donde alguien dice o hace algo en términos de los buenos modales de una profesión profesionalizada.

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