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      El abuso sexual y su impacto en el Psicoanálisis.. por Ricardo Rodulfo

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      • El abuso sexual y su impacto en el Psicoanálisis del siglo XXI

      El abuso sexual y su impacto en el Psicoanálisis del siglo XXI

       

      Nada ha ocurrido en el sistema clásico de la teoría psicoanalítica comparable en conmoción a ese tsunami que significó y sigue en plena vigencia significando el descomunal blanqueo de la regularidad y frecuencia insospechada del abuso del adulto sobre el cuerpo y por ende la entera afectividad del niño, de la niña sobre todo, algo que se une y se suma a otras intervenciones ambientales patógenas, como la trata de niños/as previo secuestro, su explotación en modalidades de trabajo esclavo, etc. Con el agravante nada menor de que este abuso es en su mayor habitualidad incestuoso, a manos de padres, padrastros o parejas de la madre, abuelos, tíos. Con un doble factor agravante que es la regular complicidad de madres y de abuelas que lo consienten en silencio no pocas veces durante largos años. Y con otro factor agravante, como si los demás no bastaran, de coexistir con actos múltiples de violencia, maltrato físico y psíquico y crueldad hacia el niño o la niña.

       

      Este abuso generalizado fue levantado en el terreno de nuestra clínica particularmente por psicólogos/as y médicos/as ejerciendo la psicoterapia en hospitales públicos, pero también fue llegando al consultorio privado una vez que el manto de silencio extendido sobre estas aberrantes prácticas fue levantándose, lentamente primero, hasta hacer irrupción de forma más violenta cuando la denuncia ascendió de caso aislado a oleada incontenible.

       

      El lugar de la Iglesia Católica al respecto viene siendo de máxima importancia por tratarse nada menos que de la gran institución religiosa occidental supuestamente a cargo de la moral pública y privada, con tanto arraigo en las familias. Un desenmascaramiento espectacular.

       

      Contribuyen a este levantamiento diversos factores socio-políticos que han suscitado lo que podríamos conceptualizar como un aflojamiento importante de la represión, muy en particular todo ese movimiento que viene socavando el falocentrismo estructural de nuestra cultura desde los más diferentes sitios, y no solo el de ella, considerando el carácter virósico de la cultura occidental.

       

      El propio psicoanálisis se cuenta entre estos factores, pese a los “renuncios” que pasaremos a considerar, ya que su prédica contra el silenciamiento y el enmudecimiento en general ha sido una de sus principales virtudes y contribuciones a la vida social, una contribución en sí misma más valiosa que tal o cual dirección teórica que tomara. Ninguna teoría de las psicoanalíticas predica el callar como modo de negar conflictos, traumas y diversas problemáticas. Y en el campo de la niñez, se desmarcó de viejas concepciones que siempre desestimaban creerle al chico, o siquiera por lo menos escucharlo y observarlo.

       

      De todos modos, el psicoanálisis, como otros discursos, viene demorando en sacar cuentas y oficializar el hecho de que, visto y considerando que el abuso sexual lejos se encuentra de ser una práctica aberrante aislada, ligada a ciertas patologías medio raras, que no es un mero abuso, un ocasional exceso, sino que es una práctica regular e instituida en las relaciones entre chicos/as y grandes.

       

      Pero además de esto, la irrupción de estas denuncias que no cesan de multiplicarse funciona como un retorno de lo reprimido para el psicoanálisis mismo, revolviendo la olla de un pasado que se pretendió dejado atrás, pretensión sostenida por el mismísimo Sigmund Freud, que no es para nada inocente en un ocultamiento que hoy nos suena vergonzoso. Y asombroso, porque, junto con otros psiquiatras y otros médicos mal conocidos, el psicoanálisis, hacia los finales del siglo XIX, nacía bajo el impacto de un descubrimiento que luego se tapó: el de la regularidad e insólita frecuencia de lo que Freud llamó, ambiguamente, seducción, y que coincide en todo con lo que hoy más descarnadamente se conoce como abuso, sea o no incestuoso.

       

      Es una historia olvidada o lo era hasta que el historiador Jeffrey Masson la descajoneó en su estudio dedicado a ese oscuro período (Masson, 1984). Conocemos bien lo que luego pasó, o la manipulación que se desencadenó para acallar el escándalo que la denuncia –que Freud llegó a efectuar antes de retroceder- había empezado a levantar polvareda, una que podía arrastrar la propia carrera profesional del denunciante. A partir de eso, dóciles, los textos psicoanalíticos, cuando hacen historia, nos cuentan el abandono de la teoría traumática de la seducción y un segundo comienzo del psicoanálisis, en el que el trauma se ha convertido en fantasía y la realidad empírica se ha transformado en realidad psíquica. Y, con un golpe de mano magistral, en un giro de ciento ochenta grados, la iniciativa del abuso caerá del lado de un niño metamorfoseado en incestuoso y parricida, promoviendo una lectura arbitraria de la figura de Edipo y, sobre todo, callándolo todo sobre la figura y la historia de Layo. (Soffrosky, 2018).

       

      Freud nunca volverá sobre el asunto y, cuando las circunstancias lo obliguen a retomar y reactivar la importancia del factor traumático, lo hará sin ninguna referencia a la historieta edípica por él fraguada, emprendiendo una dirección sumamente abstracta que lo inducirá a imaginar una pulsión o instinto de muerte. Y cuando su mejor discípulo, Sandor Ferenczi sí retome con ardor aquellos antiguos hallazgos clínicos, al reencontrarlos en su propia práctica, Freud lo expulsará sin miramientos. Lo más notable es con qué pasmosa ingenuidad muchas generaciones de psicoanalistas repitieron obedientemente la historia de esa primera teoría encontrada falsa y abandonada. Pero, ¿es tan sencillo y fácil abandonar una teoría? ¿Y si la teoría en cuestión se negara a abandonarnos, así como así? ¿Y cómo precisamente Freud, a quien le cuesta tanto abandonar una idea cuando la ha amasado y amado, va a encontrar tan llano el abandono de esta? Pero él mismo escribirá, al final de su vida, que lo más difícil no es cometer un crimen sino borrar sus huellas… Y el psicoanálisis se encuentra ahora con el paradójico trabajo de reencontrar en la escena social y bajo formas escandalosas su propio descubrimiento desestimado y producido en un espacio menos exhibicionista.

       

      Pero es como el impacto de aquel asteroide que ocasionó la desaparición de los dinosaurios. No es que ahora se pueda enmendar el “error”, aceptar lo del abuso y proseguir como si tal cosa, sin mover ninguna pieza del tablero. Porque el impacto de este misil golpea nada menos que la universalidad y centralidad del complejo de Edipo, que por otra parte ya venía fallando cuando se produjo la despatologización de la homosexualidad, ya que aquel concepto “nuclear” estaba a cargo, nada menos, que de asegurar el buen funcionamiento de la heterosexualidad como salida evolutiva normal por excelencia (R. Rodulfo, 2012). No queda otra que barajar y dar de nuevo, volver a pensar cosas tales como las periodizaciones de la vida infantil, muy determinadas por el postulado edípico. Es cierto que el trabajo merece la pena, entre otras cosas por la medida en que revitalice al psicoanálisis, buena parte de cuyo arsenal conceptual se ha convertido en lenguaje muerto (Winnicott) y a través de este proceso intensificar la potencia terapéutica de nuestra disciplina, hoy puesta en tela de juicio, y ya puesta en tela de juicio por un Freud desencantado.

       

      Pero, ¿cómo tenerla y acrecentarla si se ha renunciado a un descubrimiento capital encerrándose para ello en un supuesto interior individual del paciente? En ese sentido no es casual que nuestros mayores progresos en las últimas décadas hayan venido del lado del trabajo con lo vincular, con la dimensión del entre, con el análisis y la semiología del medio donde un niño crece o no puede crecer. No implica esto necesariamente que todos nuestros conceptos sean declarados inútiles, pero sí implica su revisión y su muy a menudo necesidad de reestructurarlos reconfigurando sus formatos. Por suerte ya hay muchos autores que se fueron adelantando en este sentido, caso Bowlby remodelando lo edípico en términos de necesidad de apego y no pocos otros. Pero no se debe ser concesivo con el psicoanálisis clásico o tradicional y su sistema conceptual y sus postulados de fondo, incluyendo sus variantes kleinianas y lacanianas, a menos que nos desinteresemos de la continuidad del psicoanálisis en el porvenir, y nos complazca un museo de nuestra disciplina, un museo conservador, repleto de citas y de pequeños fetichismos.

       

      Dirigiría este llamado a los jóvenes en particular, aquellos que en sus manos tienen algo de una promesa del futuro: lo más esencial en este momento es que no pierda fuerza el impacto de este “descubrimiento”, no del deseo incestuoso en el corazón del niño sino de la universalidad del abuso en las relaciones de poder entre grandes y chicos/as, del deseo de dominio, de lo que he llamado en otro lugar prescripción del incesto como ley de la vida social y familiar. (Rodulfo 2013). No hay que permitir que el impacto se amortigüe, que la sorpresa se atenúe, que se encuentren “buenas razones”, sino, por lo contrario, permitir que llegue al corazón más vivo de nuestra clínica el tronar de este estruendo, que nos motive para dar a luz nuevos pensamientos, en lugar de continuar justificando el sacrificio del hijo.

       

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