A modo de anticipo de la conferencia que pronunciaré en las próximas Jornadas de Niñez y Adolescencia
En 1980 se produce un significativo episodio en la historia de un psicoanálisis en Argentina dominado por concepciones colonialistas que siempre lo refieren al psicoanálisis que ocurre en metrópolis del hemisferio norte, en particular Londres y París.
Ese año tiene lugar la única visita a Sudamérica que realizara Jacques Lacan, un año antes de morir. Para comentar esa visita, el mismo Lacan produce un neologismo sugestivo, llamándonos –a nosotros, los latinoamericanos- “lacanoamericanos”. Todo un juego del significante que plasma muy bien una metáfora decididamente colonialista a través de la cual nosotros como comunidad somos rebautizados “lacanos”, una suerte de neoidentidad que nos desapropia de nuestras raíces históricas.
Como se trataba nada menos que de Lacan, por supuesto que esta denominación no generó crítica ni reserva alguna, por más que el gesto de apropiación que la metáfora practicaba al llamarnos así fuese tan evidente, casi hasta la grosería. Seguramente hubiera sido distinto si un Primer Ministro español nos hubiera rebautizado como “neo-españoles”, o algo por el estilo.
Esto no es más que una muestra pequeña, si bien jugosa, de toda una dirección de nuestro pensamiento histórico como psicoanalistas que ha evidenciado, cada vez que lo intentó, pensar nuestro psicoanálisis, pensar nuestra práctica, nunca desde nuestra propia experiencia como psicoanalistas y psicólogos clínicos, nacidos y formados en Argentina, sino repetidamente desde las direcciones políticas y teóricas trazadas desde aquellas grandes metrópolis.
De este modo, las corrientes de pensamiento interiores al psicoanálisis que se han forjado entre nosotros, siempre se han nombrado con apellidos europeos: kleinianos, lacanianos, etc. Ni una sola vez, desde una producción local que abriera una dirección de pensamiento nueva y distinta de las metropolitanas colonizantes, por más que en Argentina se haya producido tanto y tan variado, como en una abundancia y variedad de ensayos y exploraciones que muy difícilmente se encuentran en el psicoanálisis que se ejerce en otros países.
Esto mismo ha llevado con frecuencia ha sobre-invitar, quiero decir, a invitar a colegas extranjeros a los que, después de escucharlos, no se entiende muy bien el motivo de esa invitación, ya que no se trata de ninguna producción conceptual que valiera la pena escuchar, como sí ocurre por supuesto en el caso de otras invitaciones que consideraríamos imperdibles.
Una consecuencia de esta colonización voluntaria, casi una auto-colonización por parte de nosotros mismos, es que no exista ninguna historia del psicoanálisis en Argentina que no exhiba una dependencia total y a-crítica respecto del psicoanálisis en Inglaterra y Francia, para citar lo mínimo, tratando lo que aquí ha sucedido como un mero eco o reflejo de lo verdaderamente importante que sucedía siempre en otras ciudades de este mundo.
La única excepción a esta regla no lo es tanto porque proviene de alguien que no se dedicó al psicoanálisis sino a la investigación en Psicología: Hugo Vezzeti, que ha dedicado muchos libros a un estudio preliminar de las condiciones de implantación del Psicoanálisis en Argentina de una manera que no la reduce a una mera extensión de lo que sucedió con esta disciplina en Europa y, eventualmente, en Estados Unidos.
Es de subrayar nuevamente el fuerte contraste que hay entre esta actitud colonizada y la tendencia siempre viva del Psicoanálisis entre nosotros, a exploraciones inéditas, a meterse en terrenos aparentemente inapropiados para el Psicoanálisis, y a experiencias clínicas pioneras del más diverso tipo, como las que lo han llevado a abrirse al trabajo con niños/as retrasados y/o severamente discapacitados.
Esta propensión hubiera merecido un examen histórico independiente y abierto a la singularidad de nuestra propia práctica.
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