por Ricardo Rodulfo
Hace más de setenta años que Donald Winnicott propuso ocuparse en serio del jugar, al que describió como “otra raíz”, independiente de la de la sexualidad. Por mi parte, empecé hace más de veinte a trabajar en esa dirección y con esa meta, que al principio demoró lo suyo en que la hiciera verdaderamente consciente y me llevara a adoptar una política intencional al respecto.
En esta breve nota, puntuaré desordenadamente algunas proposiciones que defienden y aconsejan esta postura:
- En primer lugar, una observación que tiene las apariencias del sentido común pero que van más allá de él y de su lógica previsible: lo que más caracteriza a los niños, largamente, es el juego, su principal ocupación, no la sexualidad, que en ellos está en una posición secundaria y subclínica cuando el medio no erotiza indebidamente a los pequeños. La masturbación infantil misma, no es todo lo extendida que se ha supuesto, hay muchos chicos y chicas que no la practican y no por haber sido amenazados con la castración; sencillamente no la tienen investida todavía. Y cuando es demasiado intensa y habitual, de nuevo obliga a examinar las condiciones ambientales, por ejemplo, que los niños estén expuestos a exhibiciones eróticas entre los adultos, suscitando una fijación en algún detalle que puede con el tiempo dejar un saldo de rasgo fetichista (con frecuencia poder observar ciertas caricias del padre en tal o cual parte del cuerpo de la madre, etc). En el niño sano o de normalidad ajustada a un medio no patológico, la sexualidad pasa inadvertida, no visible fácilmente, muy lejos de la figura legendaria de Jaimito, que encarna a un niño sobreexcitado por el medio, tal cual muchos de los chistes que se le consagran lo muestran claramente. Por el contrario, el jugar del niño se nota y mucho, está siempre puesto de relieve y deja ver su transformación y paso a otras actividades, como las que conciernen al aprendizaje. De este modo, su papel estructurante está a menudo en primer plano, y eso también cuando su despliegue tropieza con dificultades.
- La centración unilateral en la sexualidad infantil llevada adelante por Freud, su pansexualismo, está demasiado comprometida –hoy podemos ya establecerlo- con esa retractación respecto a la seducción en la que se embarcó después de la muy mala acogida que su primera teoría tuvo en la comunidad médica vienesa, con la amenazante consecuencia de dejarlo aislado de aquella. Pienso que en este proceso se jugaron factores no solo conscientes, que lo llevaron a no creerle más a sus pacientes a fin de poder absolver a sus padres de culpa y cargo. Eso le hizo emprender una gigantesca de 180 grados, mediante la cual el niño pasó de ser víctima de abuso a pequeño salvaje incestuoso y parricida, concepción que forzó a Freud a dejar de lado el papel de Layo en ese mito, nada menos. Por lo tanto, la centración en la sexualidad infantil para pensar todo lo del niño es tendenciosa y malparida, emanada de circunstancias nada nobles, y hace preferible relevarla de su función tradicional. No puede menos que señalarse que, en el psicoanálisis de niños propiamente dicho, algo de esa descentración empezó a ocurrir hace bastante tiempo, dando paso paulatinamente a un examen detallado de la configuración fantasmática familiar.
- La teoría del juego está mucho más libre que la sexual de elementos positivistas anacrónicos cuya función hace rato se ha vuelto reaccionaria y retrógrada: tal la referencia tan inactual a las pulsiones o instintos, y para peor, la ecuación colonialista trazada por Freud que equipara “niño” a “primitivo”, dejándolo fuera del orden cultural durante varios años y favoreciendo propuestas idealistas como las de la sublimación, que arroja la vida corporal del niño a una mítica Naturaleza. Por el contrario, el juego más sencillo ya está en la base de la experiencia cultural.
- Las intrincadas vinculaciones entre el juego y la sexualidad se piensan clínicamente mucho mejor desde el jugar que partiendo de la sexualidad, que haría del jugar un subproducto de ella, recayendo otra vez en un pansexualismo reduccionista.
- La teoría de la cultura que se asienta desde la hegemonía de la sexualidad es eminentemente reactiva, organizada por la represión de la sexualidad y la aceptación selectiva de sus retoños; por su parte, desde la perspectiva del juego, la cultura se despliega sin semejante papel de la represión y en su lugar se piensa por primera vez sin jerarquías metafísicas la creatividad. Esa operación fundamental que Winnicott designa con el lema de crear lo que ya está –suspendiendo así la disputa binaria entre idealismo y materialismo- sería imposible de formular desde la primacía de una sexualidad infantil biológicamente pautada, tal cual la propone Freud desde sus Tres Ensayos.
Instalando el jugar como nuevo eje nos salimos de una concepción reactiva del psiquismo: el jugar emerge porque sí, no como reacción a nada, ni para reducir la energía psíquica al cero absoluto. Al contrario, preconiza la diferencia, vista como un problema para sacarse de encima en la teoría clásica del principio del placer, que no tiene nada de placentero.
El jugar presupone alegría, desarticulando el monopolio de la angustia y de la culpa en las consideraciones clínicas y teóricas. De este modo, abre nuevos caminos para el trabajo del analista y el de sus pacientes.
Cerramos aquí un inventario no exhaustivo. Por supuesto, la problemática sexual no es despreciada ni expulsada, pero sí reubicada, reestructurada.
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