por Ricardo Rodulfo
Partimos de la base de que el psicoanálisis se encuentra muy retrasado -lo bastante- en una serie de aspectos cruciales que funcionan como cambios conceptuales en todo el campo de las ciencias humanas.
Nos remitimos a una entrevista en la que Daniel Stern manifestó su asombro y desconcierto ante la lentitud de nuestra disciplina para asimilar e integrar cambios provenientes de otras disciplinas.
Haremos un pequeño inventario necesariamente incompleto o parcial:
– Problemática de género: es una de las más anacrónicas, dada la demasiado fuerte estructuración del psicoanálisis tradicional en cuanto a las posiciones subjetivas masculina y femenina, por una parte, y a la entronización de la heterosexualidad como heteronormalidad y la psicopatologización rígida de la sexualidad en sus dimensiones homosexuales, travestistas y transexuales, asimiladas abiertamente a formas de perversión o psicosis, por la otra.
Esto ha hecho que el psicoanálisis, famoso por su supuesta revolución en la sexualidad, paradójicamente terminara siendo una disciplina extremadamente conservadora y hasta reaccionaria en sus concepciones, particularmente en lo relativo a la mujer.
El ingreso de pensamientos renovadores y la constitución de una nueva problemática conocida como de género se hizo con cuenta gotas y en forma bastante tardía, aunque con el tiempo hayan aparecido nombres donde todo suena diferente, como los de Jessica Benjamin, Emilce Dio Bleichmar, Juan Carlos Volnovich, nosotros mismos, etc. Aun así en la enseñanza más académica del psicoanálisis se siguen escuchando hablar de la envidia del pene, de la ecuación pene-niño y otras nociones ya estereotipadas, cada vez más distantes de la experiencia subjetiva real de la gente en este tiempo.
– Neurociencias: como bien lo señalaba Bowlby y las nociones biologicistas del psicoanálisis tradicional, al no renovarse nunca, particularmente en torno al concepto de pulsión o instinto, se volvieron un obstáculo formidable para que en el psicoanálisis pudieran ingresar los aportes de los nuevos conocimientos sobre el funcionamiento del cerebro humano.
Así, paradójicamente el deseo de contar con un sustento biológico que resultó pura ficción, se volvió en contra de recibir ayuda real por parte de la biología, lo que se incrementó con la actual desconfianza que gran cantidad de psicoanalistas tienen hacía las neurociencias, a las que imaginan como dispuestas a suprimir el nivel subjetivo de la experiencia humana. Puede haber casos -es cierto- de reduccionismos imperialistas, pero la neurociencia no fundamentalista aporta una enorme ayuda, en particular para entender los sucesos tempranos y el funcionamiento de lo genético acoplado al del medio ambiente. Y no pocos hallazgos de las neurociencias son una confirmación independiente de intuiciones e hipótesis psicoanalíticas relativas a aquellos procesos tempranos.
Además las neurociencias vienen a reforzar por su propia cuenta la importancia de la alteridad en las experiencias psíquicas, descartando concepciones individualistas, por lo que se entonan bien con las tendencias actuales de valorizar toda la dimensión conocida como entre.
– Actualización filosófica: Pesó demasiado en la formación del psicoanalista un no tomar en cuenta la necesidad de renovar a fondo las bases filosóficas que habían acompañado silenciosamente el advenimiento del psicoanálisis. Hubo incluso no pocas actitudes de desdén o subestimación respecto a la importancia de la filosofía, ignorando, no sin necedad, que ésta ha proporcionado los formatos habituales del pensamiento científico en general, desde los griegos.
Hubo psicoanalistas que se imaginaron que había una clínica psicoanalítica que por sí misma volvía innecesaria toda referencia o préstamo a la filosofía. El resultado fue desastroso. Por un lado, permanecer atados a una metafísica envejecida y obsoleta, por otro, no ponerse al día con lo que se estaba pensando, por ejemplo, en buena parte del siglo XX, incluyendo las ayudas espontáneas que muchos filósofos descriptos por Derrida como “amigos del psicoanálisis” prestaron al psicoanálisis, robusteciendo conceptualizaciones endebles o perimidas.
Un ejemplo claro es cómo autores como Derrida y Deleuze volvieron a pensar el concepto de repetición, anudándolo a la producción de diferencia, en lugar de condenarlo a una reiteración circular.
Lacan se apartó en buena medida de estas actitudes, pero cierta suficiencia megalomaníaca limitó su consulta a la filosofía, sobre todo porque solía pretender no deberle nada a nadie y, apoyado en esa creencia, eludir citar las fuentes de las que en realidad bebía. Así pasó con su relación con el concepto de archiletra de Derrida.
De una manera mucho menos ostentosa, Winnicott supo incursionar no sólo en referencias a filósofos, sino en una actitud propia del filósofo en cuanto a interrogarse por el ser.
Pese a algunas mejoras aisladas que han permitido que algunos filósofos dictaran cursos en distintas instituciones psicoanalíticas (casos Tortorelli o Cragnolini), la enseñanza de la filosofía y en particular la trasmisión de la actitud filosófica no es moneda corriente entre nosotros y exige una toma de conciencia general y una incorporación orgánica del pensamiento filosófico que, por otro lado, tiene sus propias y estrechas relaciones con el pensamiento psicoanalítico. El psicoanálisis no es una filosofía, pero se le parece más que lo que se parece a la medicina o las ciencias exactas. Hay como un parentesco de fondo entre ambos campos.
– Lo digital: el sujeto de hoy está digitalizado, es efecto de una transformación aún abierta y de curso imprevisible generada por una nueva escritura, tal como sucedió en otros tiempos con el nacimiento de otros modos de escritura. La imprenta de Gutenberg, por ejemplo, genero su propio sujeto: aquel ligado al libro.
Derrida ha trabajado con finesa estos puntos en su Ecografía de la televisión (Editorial Eudeba). Esto quiere decir que no es suficiente con que el psicoanalista incorpore entre sus habilidades el manejo de la computadora y la capacidad para tener sesiones o supervisiones a distancia -cosa que alcanzó tan alto grado de desarrollo por la pandemia. Es necesario que saque cuentas de las transformaciones subjetivas que acarrea lo digital. Un buen ejemplo podría ser la multiplicidad de la atención; otro, cómo lo digital por sí solo introduce la dimensión de no presencia que entra como tercer elemento en lo que hasta entonces era la dupla presencia/ausencia. Pero, sobre todo, el concepto de narcisismo ve ahora posibilitada una nueva conceptualización, en esta era tan abundante en pantallas de todo tipo, conceptualización que poco tiene que ver con las figuras del narcisismo que el psicoanálisis tradicional generó en su momento, ligadas a los prototipos del egoísmo y de la vanidad. Ahora el punto es la capacidad indefinida de duplicación y la intensificación de todo lo que es virtual, no presente, pero con efectos claros sobre la presencia en sí misma.
– Lo socio-político: la relación del psicoanálisis con este campo estuvo largo tiempo reprimida por la hegemonía del familiarismo, una verdadera ideología del psicoanálisis muy ligada, por supuesto, a su centración en el complejo de Edipo.
Dicha centración llevó a que todo lo social, no familiar, fuera alejado del campo donde ocurrían los fenómenos que el psicoanálisis estudiada, como una especie de periferia de menor importancia, lo cual se contradice con la repercusión que numerosos cambios socio-políticos han tenido en la misma práctica del psicoanálisis.
Más allá de esto -para decirlo de un modo clásico- en lo que el psicoanálisis llama inconsciente también viven, se nutren y crecen numerosos elementos de los que luego se ocupan las ciencias sociales. Como diría Deleuze, el inconsciente también es político. Fenómenos como el racismo o la sobreinvestidura del dinero, la inscripción de clases sociales con distintos grados de rigidez, los ideales de libertad y tantos otros habitan el inconsciente, que no se puede sostener que sólo sea el hogar “de papá y mamá”.
En este punto, también la formación del psicoanalista requiere modificaciones de fondo que descarten la oposición entre un orden primario familiar y orden secundario social. La vida ya es vida social en el mismísimo vientre materno. Lo social no llega después, como siguen creyendo muchos colegas. Los niños argentinos, que con soltura nos pueden hablar de que subió el dólar o de que hay mucha inflación, nos aleccionan sobre esto.
En resumen, muy resumido, todo este pequeño inventario está dedicado a detectar puntos estratégicos para una formación de psicoanalistas inspirada en nuevas bases, que destierra además el preconcepto injustificado de que para formarse bien como psicoanalista basta con una formación psicoanalítica regular y que todo lo demás es opcional o periférico.
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