Pequeño análisis psicoanalítico de un fenómeno político
En la Argentina hemos desaprovechado el carácter sintomal del peronismo desde su emergencia en los años mil novecientos cuarenta y pocos, un rasgo que intrigó a no pocos historiadores y politicólogos, a saber, cierta dimensión inclasificable, que ponía en crisis la tranquila delimitación que opone derechas e izquierdas, y que en principio puede dar lugar a una idea de confusión, por más que tal noción enseguida resulte insuficiente.
En cambio, el concepto de síntoma –siempre que se lo impregne desde el psicoanálisis- parece abrir caminos fértiles. Se manifiesta muchos años después, y no solo en sus comienzos, por ejemplo, cuando leemos prolijos artículos en Página 12 firmados por intelectuales posicionados como “progres”, en general abiertamente izquierdistas, con toda la escala de matices que tal denominación supone, refiriéndose al peronismo (o al justicialismo) dando por probada su esencia revolucionaria, sin que les cause demasiados problemas sus inocultables raíces y ramificaciones en el fascismo europeo de los años de la primera gran posguerra, ni siquiera cuando esas raíces hayan seguido dando frutos muchas décadas más tarde, caso de la masacre de Ezeiza en 1973. Desperdiciamos así aquel rasgo sintomal que bien nos puede servir para poner en crisis y en entredicho la seguridad estereotipada con la que seguimos hablando y calificando a troche y moche de derecha o de izquierda todo tipo de manifestaciones políticas.
Mi hipótesis es que el peronismo de mínima sirve de analizador para diagnosticar lo caduco de esta bipartición, tan cómoda para quienes no gustan de tomarse el trabajo de pensar.
Sea de ello lo que fuere practicaré ahora un necesariamente limitado inventario de rasgos fuertemente comunes en los que los dos miembros de aquella partición se muestran estrechamente entrelazados, deshaciendo o arruinando la posibilidad de mantenerlos bien separados, bien divididos.
Recurriré a una enumeración convencional: Para ilustración anecdótica usaremos los nombres de Maduro y de Bolsonaro, esos dos próceres contemporáneos, distinguidos ambos por sus calidades intelectuales, así como por la sutileza de sus reflexiones. Esto como para visualizar mejor la caída de aquella vieja oposición binaria.
- El dominio que ambos otorgan al concepto de soberanía, una que además se reivindica como nacional –en flagrante contradicción con las tesis de Marx acerca de la dimensión supranacional o transnacional de las clases sociales, por una parte, y con el carácter transnacional o supranacional del capitalismo en su “esencia”. Este contrato consigo mismo del Estado como soberano que no reconoce ninguna instancia por sobre él, dejando como rehenes a sus habitantes en el interior de su soberanía en la que nadie tendría derecho a inmiscuirse, viene de perillas a los gobiernos de corte autoritario cuando la comunidad internacional enciende luces rojas relativas a violaciones serias de los derechos humanos, cuando no a genocidios lisos y llanos, o a otras cuestiones que conciernen, por ejemplo, a regulaciones del comercio o a temas de protección ambiental. Ambos tipos de gobernantes invocarán entonces la sagrada “autodeterminación de los pueblos” como última ratio para su pretensión de impunidad sin límites. Entre nosotros la “campaña antiargentina” denunciada e inventada por la dictadura militar del 76 es una muestra culminante de este procedimiento, que encontramos idéntico al que hoy se practica en Nicaragua y Venezuela y que en cualquier momento podemos esperar de un Bolsonaro. El recurso a la soberanía estampa elegantemente el deseo de dominio por sí mismo que no tolera restricción alguna amparándose en un ideal nacionalista cuya cualidad regresiva ya fuera denunciada por Marx. El mismo Trump hoy practica otra variante de esta concepción de soberanía discrecional, que no conoce nada superior a ella misma.
- Una concepción paranoica conspirativa que hace de toda oposición o diferenciación un sombrío modo de conspirar, desestabilizar, traicionar, atacar, con el vago respaldo, sea del “imperialismo norteamericano” o del “comunismo internacional”, sin importar cuan anacrónicas se han vuelto ya aquellas figuraciones de otro tiempo. No existe el beneficio de la duda, ni una oposición de buena leche, todo es malintencionado y pérfido, sean los que desfilan protestando en Caracas, sean los pocos que se animan a manifestarse en la Plaza Roja. Para líderes como Maduro o Bolsonaro su país siempre está amenazado por un ente extranjero cuyas manifestaciones deben perseguirse. (Como el brasileño recién empieza, todavía no ha tenido tiempo para que esto se despliegue totalmente, pero basta leer lo que dice para no dudar de su confluencia en este curso de cosas).
- Una nítida animadversión y predisposición negativa a todo lo que se aparte de la heterosexualidad “normal”, sin margen de tolerancia para homosexuales o figuras de lo trans, tampoco con las políticas de género que critican el androcentrismo fálico. En ambas posiciones se afirma un notorio y no muy disimulado “machismo”, haciendo del feminismo una ideología burguesa extraña a la gran revolución o una subversión anticristiana de los valores tradicionales asignados a los dos sexos cuyo derecho a existir se reconoce. Trump acaba de impedir que un trans pueda ingresar al ejército, en el último Mundial la policía se llevó a la rastra a un pequeño grupo que ingresó a la cancha para reclamar por la discriminación sexual que sufren en Rusia. Ya el cine registró algo de lo que le pasaba a un homosexual en Cuba en tiempos de Castro. Y es bien conocido el “pensamiento” de Bolsonaro al respecto.
- Idéntica posición en lo que hace a las preocupaciones que en nuestros tiempos ha introducido la ecología, tan descuidada por la China actual como despreciada por el republicanismo salvaje preconizado por Trump, que niega la validez de todo tipo de investigaciones al respecto, así como, desde los viejos tiempos de la Unión Soviética y su hegemonía en toda la Europa del Este cualquier interés por la ecología era un índice de mentalidad burguesa o pequeño burguesa. “Un solo corazón” en este tópico, se trate de la Amazonia o de la contaminación ligada al petróleo en Venezuela.
- Una pendulación que va de la indiferencia hasta la desconfianza hostil hacia la cultura en sus dimensiones estéticas, se trate de prohibir el rock como propender a suponer rápidamente una tendencia antiestatal en los artistas en general, reactivando modos de censura o inventando nuevos. La restricción presupuestaria para las actividades culturales es también un modo -en apariencia- más suave de esa misma hostilidad. De últimas, el arte es algo más bien superfluo, bien porque no da ganancia (un Macri puede pensarlo así), bien porque no es importante en comparación con el lavado de cabeza político que se desea practicar sobre la población. Y cuando algún ejemplo parece desmentir esta regularidad, como cuando se menciona la política cubana de alfabetización, esto bien pronto exhibe su relatividad: te enseño a leer, pero luego te indico lo que debes leer y lo que está prohibido que quieras leer.
- La promoción estricta e intensa de los valores de obediencia como aquellos prioritarios en el aspecto psicológico del sujeto que se desea formar. Estos valores a veces hay que descubrirlos en dichos más sutiles, como en las instigaciones de un Macri a hacer las cosas “todos juntos”, pretendiendo con ese giro de su vocabulario tapar una creciente desigualdad en el país. Pero el que no obedezca esta consigna será un “malo”. Esta arcaica simbolización rige mucho más de lo que parece las evaluaciones de estos izquierdistas y derechista, por básica que suene o precisamente por su nota elemental, carente de matices y de gradaciones. El mundo se divide entre buenos y malos, cada uno de un lado bien dibujado y sin mezclas. Por eso mismo la autocrítica no puede tener ningún lugar, lo malo está siempre proyectado en la figura del otro. Cristina es mmala, Mauricio es bueno. O a la inversa. Sin variación alguna de procedimiento ni de mecanismos.
- Una concepción sumamente banal y lineal del motivo del representante, que sería un reflejo directo y sin mediación ni desvío alguno de ese pueblo cuyos intereses representa, sea un sindicalista enriquecido empresarialmente durante su militancia en el peronismo, sea un gobernador retrógrado como el que hoy en día disfruta Jujuy. En ambas posiciones, no se lee crítica ni desarrollo desconstructivo nuevo sobre la categoría tan devaluada de representante, dándola por buena. ¿Acaso alguien que sigue las instrucciones de un Maduro o de un Bolsonaro podría no ser un fiel y directo representante del “pueblo”?
- En las dos posiciones pretendidamente opuestas en todo –nuestra tesis es que solo lo están en los contenidos ideológicos declarados- se da por sentado que encarnan cada una en sí misma la democracia como tal, como algo realizado y llevado a cabo por ellas. La democracia ya está, la expresan Maduro tanto como Bolsonaro. No hay diferición alguna entre ella como ideal político y su concreción empírica en gobiernos que responden a las tendencias que expuse. La imposibilidad esencial de la democracia en tanto tal, su carácter de promesa en el porvenir, en un porvenir siempre asintótico, es algo que escapa o excede las posibilidades intelectuales de las ideologías del tipo de las que abordamos… y sufrimos cuando nos gobiernan.
Propongo a los/as lectores/as que añadan a esta lista provisoria y borrador sus propios puntos en los que detecten las coincidencias-convergencias sobre las que he procurado trabajar.
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