Por Marisa Punta Rodulfo
Cuando uno se refiere a la subjetividad informática hay que cuidar mucho de no deshistorizarla, y devolverla a su contexto histórico: entonces, cada vez que nos referimos al exhibicionismo virtual o al giro que convierte la intimidad en espectáculo no debemos olvidar que se trata de un gigantesco levantamiento de la represión que la hace contrastar, por ejemplo, con el modelo de la sociedad victoriana, donde campea una represión muy estricta no sólo de la sexualidad sino de toda referencia a lo más corporal del cuerpo; si esto no se registra corremos el riesgo de caer en una visión conservadora y hasta reaccionaria de los rasgos más propios de la sociedad informática. El elogio de la intimidad tal como era practicada en épocas recientes debería incluir qué era la represión y una valoración negativa de la libertad erótica la que gobernaba aquella intimidad. Pasamos entonces de tiempos en que era mejor que la mujer no accediese a la plenitud sexual, o que callara si esto le ocurría, a los actuales en los que acceda o no, puede hablar libremente de ello y hasta aparentar una plenitud que no existe en el campo de la sexualidad virtual.
La palabra Show puede tomar un cariz despectivo de acuerdo a cómo se use, mientras que “montar un show” que tenga verdadero valor artístico es un proceso creativo, un verdadero trabajo. Se trata de “escenas de escritura” siguiendo a Derridá, por lo tanto, suponen un marco, un enmarcamiento de las escenas que se van a desplegar, suponen un reparto de posiciones entre los personajes de las escenas en cuestión, suponen una secuencia en la que se relata lo que se muestra al público, suponen la destinación a un público al cual se dedican estas escenas. Podemos juzgar que algunas de estas escenas son superficiales o evidencian signos patológicos de promiscuidad o de exhibicionismo, pero malas o buenas hay que escribirlas y montarlas e inscribirlas en un dispositivo informático que tiene sus propios códigos y procedimientos, no se trata, por lo tanto, de un simple mostrar en presencia a alguien que esté a su vez, presente allí. Y el show del yo, en todo caso nos está diciendo algo de la búsqueda de una identidad. del proceso de su creación, de la necesidad hasta desesperada, a veces, de adquirir cierta consistencia identitaria en una época tan velozmente cambiante con tantos puntos de referencia caídos o desactualizados y tanta caótica estimulación y exceso de información. Al decir “Intimidad como Espectáculo”, Paula Sibilia resume en esta frase el cambio de dirección de un proceso, el de la intimidad que antes iba en dirección contraria al espectáculo, cuando designar algo como íntimo excluía hablar de eso o mostrarlo, cuando las paredes prevalecían sobre las redes. Es una enunciación paradójica: la intimidad, nada menos, ahora es lo que se exhibe montando un cierto espectáculo. Pero no tanto como lo que se exhiba sea un núcleo secreto antes escondido, la intimidad misma se fabrica en ese dar a ver, se inventa, no se trata de una revelación en el sentido filosófico clásico de revelación de una verdad oculta. Eso es lo más paradójico de todo; la realización performativa de una intimidad forjada para ser espectáculo para espectadores no presentes, sino interrelacionados a través de la pantalla. Según Byung- Chul Han [1] :
“La topología de lo digital consta de espacios planos, lisos y abiertos. El secreto, en cambio, prefiere espacios que, con sus fisuras, mazmorras, escondites, profundidades y umbrales dificultan la difusión de la información […] Su alta complejidad hace que las cosas digitales sean como fantasmas y resulten incontrolables […] La sociedad de la transparencia tiene su cruz o envés […] Tras ella, o bajo ella se abren espacios espectrales, que se sustraen a toda transparencia. Por ejemplo[…] en un campo distinto, ‘dar pool’ designa el comercio anónimo con productos financieros. El comercio de alta velocidad en los mercados financieros es, en definitiva, un comercio con fantasmas o entre fantasmas […]Se llama <Tor> (acrónimo de the onion router) la red cuasi subterránea en la que es posible estar en línea de manera anónima. Es un profundo lago digital en la red que se sustrae a toda visibilidad. Con el crecimiento de la transparencia crece también lo oscuro.
Empezando, sobre todo, porque todo está bajo el control, no para hacer una lectura paranoica de ello, sino que existen espacios espectrales que uno no controla, hay un registro invisible de todo lo que acontece en ese espacio ciber. Hemos pasado del hombre psico-lógico, al tecnológico.
Sabemos que siempre somos en un tejido de relaciones entre otros, pero en el caso de esta dimensión informática esto tiene sus particularidades, porque hay un dispositivo de pantallas que organiza el sistema de miradas, porque hay un control anónimo que en algún momento da señales de su presencia y porque el peso de lo visual se singulariza de un modo inédito en una dimensión de no presencia que vuelve desactualizada la antigua teoría psicoanalítica del narcisismo como tejido de presencia. No es accidental que en los albores del siglo XX emerja el cine como un primer gran dispositivo estructurado por la no presencia, a diferencia del teatro.
En nuestra cultura como en ninguna otra, la herramienta privilegiada que necesitó crear el ser humano es el espacio virtual. Convendría tener presente más a menudo que además de la singularidad del desarrollo del lenguaje la especie humana se caracteriza por un desarrollo tan grande o más que aquél de la dimensión especular y por lo tanto de la virtualidad, con un alcance inédito en las demás especies.
Nos dice Ricardo Rodulfo en su estudio sobre el mito de Narciso [2] que:
“El término virtual aquí se impone con una fuerza que todavía no podía tener en los tiempos en que Lacan escribía su estadio del espejo. Todas las culturas conocidas conocen la virtualidad, pero diríamos que la occidental la potencia de un modo desusado, muy particularmente en sus dimensiones visuales. Los cuerpos mueren para renacer espectralmente y el espejo de ese lago secreto es la punta de un inmenso desarrollo, una primera pantalla cuyo atravesamiento lleva a existir de un modo ficcional que hoy despliega toda su fuerza y toda su violencia en la pantalla de la televisión y de la computadora. Esta última en particular multiplica la aparición de una pluralidad de narcisos adolescentes. Pero hubo otras, como el espacio y el universo de los libros de caballería adonde se va a vivir Don Quijote. Las relaciones entre ficción y locura se mantendrán siempre inquietantes y ambiguas. Y Narciso es el primero que, abandonando la materialidad de su cuerpo, se muda a un espacio espectral y virtual de ficción”.
A partir de las distintas conceptualizaciones de la intimidad desde la modernidad hasta la actualidad, me permito reflexionar acerca del estatuto de la histeria en la clínica con pacientes mujeres, niñas y adolescentes.
Hasta ahora hemos pensado que en la histeria destacamos: el ser objeto del deseo del otro con el propio borramiento subjetivo, la teatralización y el armado de escenas donde ser es parecer, la insatisfacción constante, los vahídos, desmayos, conversiones y más allá de ellos, la aparición de una dimensión del cuerpo que se rebela contra sus configuraciones científicas, ligadas a la medicalización del cuerpo reducida a un organismo biológico. Contra eso, el cuerpo de la histeria emerge en una multiplicidad de experiencias y dimensiones traumáticas, fantasmáticas incomprensibles para la mirada médica.
Como psicoanalistas debemos revisar nuestras categorías conceptuales y dejarnos interrogar acerca de lo específico de cada subjetividad en la época en la cual transcurre su vivir. Lo cual reafirma que no hay verdades establecidas una vez y para siempre ya que, por un lado, cada subjetividad es diferente, y por otro, también son diferentes las circunstancias históricas y sociales que condicionan a la misma, tal como nos enseñan la antropología y la sociología. Por ejemplo, actualmente los medios han tomado la posta y de la mano de Twitter, Facebook, Instagram, TikTok, MySpace y otros, no sólo nos mostramos como protagonistas, sino que también producimos nuestros propios videos de nuestra propia intimidad.
La captura de la imagen no es ni buena, ni mala, no debemos demonizar ni tampoco banalizar, pero sí reconocer y estar atentos al hecho de que se producen de esta manera subjetividades distintas. La imagen aquí se pretende como algo mucho más que una mera apariencia en tanto nos conduciría directamente a la identidad del que la soporta. La moraleja de una vieja fábula es “que las apariencias engañan”, lo cual presuponía una esencia que la apariencia era incapaz de poner de manifiesto y que sólo podría encubrir; ausente toda esencia aquí la apariencia se hace cargo de mostrarnos paradójicamente la verdad de una identidad que es pura ficción, un disfraz que no disfraza nada porque nada habría por debajo de él.
Entonces, ¿cómo hacer a la hora de elaborar un diagnóstico diferencial, para poner sobre la balanza tanto lo que está imperando en el espacio ciber como aquello que le está sucediendo en particular a la subjetividad que tenemos enfrente? ¿O… podemos seguir intentando separar lo producido por el ciber espacio de la subjetividad producida?
Vayamos ahora al material de Candela en el que quisiera marcar los rasgos comunes propios de una problemática psicopatológica y aquellos que están fuertemente marcados por el dominio de la imagen en nuestra cultura.
Se trata de un material en dos tiempos, o tramos de tratamiento.
Primer tiempo del tratamiento
Cuando la conocí a los 5 años presentaba:
- Masturbación compulsiva. Espasmo del sollozo. Alternancia entre constipación y diarrea
- Oposicionismo. Momentos de desconexión
El grupo familiar estaba compuesto por:
- Madre y padre: 42 y 45 años respectivamente. Vida bohemia
- Dos hermanos mayores y Candela, cuyo nacimiento se produce después de una separación de los padres con la fantasía de reconciliación
Aspectos no precisados en este proceso:
- Candela insistía en una escena en la que vio a sus padres copulando. Un juego reiterado en que los muñequitos hacían “tucu,tucu”, enfrentándose ambos cuerpos.
Entrevistas con el padre y la madre:
- Ambos padres niegan que este suceso haya existido, así como la existencia de algún tipo de violencia sexual. Según ellos todo es producto de la fantasía de la niña, quien muchas veces no distingue entre realidad y fantasía.
Finalización de este tiempo de tratamiento
- Se produce a los 6 años y medio.
- Los síntomas por los cuales consultaron habían cedido. La productividad era muy escasa. Quedan como interrogantes para el analista, si se trata sólo de una actividad fantaseada de Candela o si los escasos fragmentos del material corresponden a violencias verdaderamente existidas.
Segundo tiempo del tratamiento
Los padres vuelven a consultar, en primer lugar, por un fracaso masivo en la escolaridad secundaria. No quedaba ningún área del aprendizaje libre de patología
En segundo lugar, por las reiteradas crisis de violencia situadas privilegiadamente en su casa.
Candela era una adolescente muy conflictiva, compartía con su familia una característica muy marcada en relación con la impulsividad, a la teatralización y al armado de escenas. Cabe acotar que en esta familia prevalecían tendencias artísticas fuertes, que en el caso de ella tomaron una dimensión ajena a alguna profesión en particular, más bien patologizándose en un modo de relación francamente histriónico y con evidentes manipulaciones psicopáticas. La expresión show del yo le iría muy bien a esta paciente, un show fundamentalmente hipersexualizado dirigido a seducir indiscriminadamente al otro, a la otra o a los otros según el caso. Es decir, que se comportaba como una joven actriz componiendo su personaje. No es superfluo añadir que el medio familiar rápidamente celebraba cualquier pequeño show de ella como si se tratase de una realización probada de verdadero talento. Y menos superfluo aún hay que añadir que había padecido experiencias de violencia sexual cuando era una niña muy pequeña, lo cual da un trasfondo traumático a su permanente show hipersexualizado, pensable aquí como cierta fallida tentativa de curación, ya que la inversión de pasivo en activa se cumplía cabalmente.
Candela caía en francos estallidos de violencia durante los cuales podía golpear, revolear platos, muebles pequeños, objetos que ella hacía volar con su propia fuerza. Todo esto podía extenderse en el tiempo y, además, algo singular: el poner pausa y volver a la escena anterior (pausa y retroceder, como en los objetos electrónicos) cada vez que entraba alguien nuevo en la escena. Por otra parte, las mismas, son congruentes con la performance de gran histérica que ponía en juego: a una vedette digna de ese nombre incluso se le toleren semejantes caprichos y despliegues de “temperamento”, todo esto formaba parte de su show del yo, contracara del montaje erotizado. Está claro que estas escenas de violencia jamás tenían lugar estando ella sola.
Este show del yo incluía el aprovechamiento de todos los recursos de lo virtual que por la época de su tratamiento ya estaban en floración, aunque sin el alcance actual. Por ejemplo, desde pre-púber hubo videítos realizados por ella, en los que se mostraba semidesnuda.
Tuve que realizar un estudio minucioso para que aspectos repudiados de su infancia fueran emergiendo poco a poco en el análisis de su historia vital. Reconstruir fragmentos totalmente inasequibles para la paciente. Allí pudimos reconstruir la violencia sexual padecida en su temprana infancia, que se instala como traumatismo temprano y el segundo traumatismo al no ser escuchada ni por sus padres ni hermanos. Ninguno de los miembros de su familia le da crédito, diciendo que son sólo fantasías y que no distingue entre realidad de ficción.
Conductas que emergen en el análisis de Candela, muchas de las cuales eran renegadas por la familia o vistas como cosas propias de la adolescencia
Candela consumía alcohol en exceso -incluso un día fue internada por un coma alcohólico, lo cual facilitaba las cosas para hacer el Show del Yo, más tarde organizaba tríos sexuales en los cuales cumplía el rol de director de escena. El recurso a la marihuana también era regular, particularmente lo utilizaba todos los días antes de entrar al colegio por la mañana. En conclusión, su sexualidad puesta bajo la bandera de su show privado (en el sentido de las locuras privadas, desarrollado por André Green) tomó un sesgo decididamente promiscuo, disyunta del amor propiamente dicho. Podía mantener relaciones con cualquiera y en cualquier lugar dentro y fuera del “boliche”. También llamaba mi atención el tipo de diálogos obscenos que entablaba con la madre en las entrevistas a las que ambas concurrían y sobre todo que esto no fuese registrado por esta última.
A partir de exhibirse para ser deseada, lo cual, además, dificultaba que ella pudiera sostenerse en una posición deseante- se colocaba en situaciones de mucho riesgo: no se sabía dónde ni con quién estaba, ni qué edad tenía esa persona. Tanto era así que un día, caminando por la playa, se encontró con un vagabundo mucho mayor que ella, casi un viejo, y terminaron teniendo relaciones sexuales. La promiscua actividad de Candela constituía para ella, la única manera de sentirse viva.
Kernberg lo que destaca es “la difusión de identidad” y la “estable inestabilidad”; Al respecto se suele decir a los pacientes borderline que son narcisistas, generalmente, en apariencia sí, pero es una compensación por déficit narcisista. Por abandonos, negligencias, abusos físicos y/o físicos. Imposición de la otredad, problemas que parten de su estructura en relación con el mundo y que el mundo les devuelve amplificada la imagen negativa que tienen de sí mismas. Kernberg establece la diferencia entre Neurosis Histérica y Trastorno Límite de la personalidad: histriónico”.
Observé también en ella una característica detectada en pacientes que habían sufrido violencia sexual: la de quedarse “tildada” durante prolongados espacios de tiempo o irrumpir en violentos ataques ante una intervención mía en la cual se trataba de un cuidado a la manera en que Piera Aulagnier conceptualizó como violencia primaria. Parecería ser que, ante el exceso de violencia secundaria, todo cuidado que esté bajo el signo de la violencia primaria fuera inmediata y teatralmente rechazado. Parecería quedar “arrasado” lo que sería una relación de tipo de intercambio amoroso o del orden de la ternura con el otro.
Candela era la que centralizaba los deseos de todos: se trataba de una adolescente muy bonita quien además se producía siempre, ya fuera para ir a la escuela o para venir a sesión. Y se producía en un doble sentido, además, si tenemos en cuenta que estaba en permanente show. Pude enterarme de que también antes de venir a sesión necesitaba apelar a un desfile del cual era la única modelo antes de decidir qué se iba a poner efectivamente para asistir a aquella. Me llamaba la atención siempre su manera teatral de entrar y conducirse, durante la cual su mirada no se dirigía a mi sino a un más allá como a un auditorio imaginario en no presencia. Sería pertinente aquí señalar que un mundo regulado permanentemente por pantallas de diverso tipo, desde el celular a la computadora pasando por otras varias apoya la hipótesis de que es un mundo donde se incrementa la potencialidad histriónica que lleva las cosas más allá y un poco más violentamente que la histeria a secas, ya que esa dimensión de no presencia constituida por las pantallas exige un suplemento de intensificación no requerido cuando las cosas se dan en presencia.
El espectáculo ahora no se monta frente al psiquiatra perplejo ante la escena de la histérica. El espectáculo ahora se globaliza y recurre al arsenal de nuevos medios que ofrece toda la tecnología contemporánea.
La vida real duplica la pantalla. Haciéndonos recordar como profética aquella frase Oscar Wilde: la naturaleza imita al arte que invertía la concepción clásica del arte como expresión de una naturaleza humana centrada en lo interior. Podemos recordar aquí el párrafo en que Foucault considera la vida interior como “literatura interiorizada”.
Una adolescente en sus principios se dio cuenta durante una sesión que su manera de sentir y referirse a sus primeras escaramuzas amorosas copiaba sin que ella se lo propusiera, fragmentos de telenovelas, que habían ocupado mucho tiempo en su niñez. Es éste un punto a no pasar por alto: lo que luego aparece significado como “de mi intimidad” no es “endógeno”.
En nuestra época son muchas las disciplinas que revalorizan la ficción y lo ficcional, deconstruyendo el antiguo sustancialismo de la visión clásica de identidad para pensar ésta más bien en términos de una “construcción ficcional”. Pero un aplastamiento o una reducción de lo ficcional a un espectáculo visual puede empobrecerlo o derivar a formas de cultura light demasiado bidimensionales. En este sentido al propio analista puede resultarle difícil de discriminar entre lo psicopatológico de lo que no lo es
El espectáculo de la sexualidad ya es más que la sexualidad como espectáculo. Por otra parte, la intimidad misma es algo que cada época, cada sociedad, cada grupo social debe constituir en un trabajo incesante, pues no es algo que ya esté dado por alguna naturaleza psíquica inmutable y definida o de manera fija para cada tiempo histórico. Lo que consideramos que es íntimo en un momento dado puede no serlo en otro, lo cual debería llevarnos a cierta prudencia en cuanto a precipitarse a declarar “ya no hay intimidad” cuando se trata de una intimidad diferente.
Primera presentación en octubre 2016.
Reescritura en febrero 2025
[1] Byung-Chul, H. (2013): En el enjambre (páginas 84 a 86) Herder Editorial, Buenos Aires.
[2] Rodulfo. R. (2008): “Del estadio del espejo al estudio del espejo”, Cap. 17, en Futuro Porvenir. Editorial Noveduc, Buenos Aires.
