El tema de la adopción es muy amplio y solo pueden darse algunos lineamientos en un articulo breve, de modo que lo que sigue serán algunas pinceladas para ayudar a que, este inmenso desafío, sea satisfactorio.
Uno de los mitos más extendidos sobre la adopción es que todo lo que los niños necesitan es unos padres que los quieran. Si bien esto es cierto, también es preciso entender cómo se va gestando ese afecto entre personas desconocidas hasta entonces, qué nutrientes son necesarios para construir una vinculación que cambiará la vida de todos los involucrados y algunas de las principales dificultades que pueden presentarse y cómo enfrentarlas.
Para empezar es necesario reconocer que, por más que una adopción tenga éxito, siempre habrá algo distinto de lo habitual tanto para los padres como para el niño con lo que será necesario estar interiorizado. Desde el punto de vista de la Salud Mental exige la comprensión del desarrollo emocional del ser humano a partir de una edad muy temprana.
Trataremos el tema intercalando el relato de una serie de entrevistas realizadas por dificultades en el proceso de adopción de una niña pequeña, a la que llamaremos Magi. Con fines didácticos nos ocuparemos por separado de aspectos referidos primero a los padres y luego a los niños.
En relación a los padres es necesario considerar los siguientes aspectos básicos: a. Motivación, b. Capacidades o recursos psico-emocionales, c. Disposición emocional cuando se concreta la adopción y d. Configuraciones familiares diversas.
- Motivación. El deseo de ser madre / padre esta multi-determinado, y posiblemente no sea posible ni necesario conocer las diversas fuentes que lo nutren. Sin embargo es necesario asegurarse de que el niño no sea entregado a un adulto con la finalidad principal de compensar su propio estado depresivo, neurótico, o de carencia personal, sumidos en la creencia errónea de que si esa persona tuviera un niño para cuidar mejoraría. Ello suele resultar desastroso para el pequeño y muy frustrante para quienes aspiraban resolver sus problemas de esa manera.
- Capacidad del adulto para preocuparse por el otro y para resignar en parte sus necesidades personales priorizando el cuidado y el contacto afectivo y sensible durante el tiempo que el pequeño lo requiera -como es necesario también con hijos biológicos. Además, en el caso de una adopción, los adultos deberán ser capaces de realizar los duelos relativos a sus propias carencias si las hubiera (infertilidad por ejemplo) y a las que cada niño traiga consigo (abandonos, experiencias traumáticas, etc.).
- La disposición emocional que los adoptantes tengan en el momento de la llegada del niño, depende en parte importante del tiempo y de las condiciones de espera. Tomar la decisión de adoptar activa sentimientos profundos y cuando finalmente los futuros padres se resuelven a hacerlo, una demora de meses, o aún de años, puede generar problemas ya que no es posible conservar por un tiempo indeterminado esa particular tendencia al cuidado de un bebé pequeño, tal como la van adquiriendo los padres biológicos naturalmente hacia el bebé que nace después de nueve meses de espera. Conocer la fecha probable de nacimiento, ayuda a tolerar el extraordinario cambio de prioridades que se produce en la vida de personas adultas con una diversidad de intereses, pero puede resultar mucho más difícil mantener todo en suspenso mientras se espera “indefinidamente”.
- El paisaje de la configuración familiar en la actualidad es variadísimo: concubinato, familias monoparentales, familias reconstituidas, familias adoptivas, familias que han utilizado la reproducción asistida, familias de acogimiento a lo que se agregan las familias homo parentales. No hay duda que esto es un tema “abierto” que no se puede separar de los inmensos cambios culturales, sociales y jurídicos que se presentan en las últimas décadas y que marcan fuertemente el cambio de siglo. Desde el punto de vista de la Salud Mental aportamos lo explicitado por Dio Bleichmar, E (2009)[i], quien sostiene que las evidencias indican que “Salvo en la procreación, las diferencias entre mujer y hombre para la parentalización son aspectos pasibles de aprendizaje”. Reconociendo las diferencias entre las familias antes mencionadas lo siguiente parece ser fundamental: “Podríamos resumir el derecho de los niños en contar con padres que los hayan deseado y que estén capacitados para cumplir con las funciones propias de la parentalización, funciones múltiples y diferenciadas que suelen definirse por la fórmula apego seguro o un buen vínculo”.
En relación a los niños, tendremos en cuenta dos aspectos básicos a. Historia previa a la adopción y b. Información dirigida a la construcción de una identidad integrada y saludable.
Historia previa a la adopción.
Cada vez prevalece más la tendencia a pensar que el self, la personalidad, el carácter, los modos de interesarse, de proponer, de resolver, etc. están íntimamente construidos, ligados y tejidos en interacciones complejas con el entorno, complejas desde su inicio y no sólo a posteriori. El ser humano va acumulando experiencias en la que intervienen su potencial heredado, las influencias congénitas o intra utero y las relaciones que establece con otros desde su nacimiento. Se va generando una sensación de continuidad existencial que permite construir una perspectiva organizada del sí mismo y de los otros, desde la cual nos relacionamos con el mundo.
Esto implica que las bases de la personalidad y las pautas de relacionamiento intersubjetivo se instauran en etapas muy tempranas de la vida y esto tiende a ser mantenido aún cuando las condiciones exteriores se modifiquen.
Si alguno de estos aspectos se ve perturbado, pueden observarse problemas serios aún en la etapa neonatal.
De modo que es necesario conocer el tipo de vínculos que el niño estableció en los días, semanas o meses que precedieron la adopción. Puede que a los padres adoptivos les cueste aceptar las fallas que no son de ellos, pero hacerlo evitará que se sientan ineficaces como padres y que tiendan a culparse de todas las dificultades que se presenten. Donald Winnicott[ii] advirtió que si hubo problemas que complicaron las primeras etapas del desarrollo emocional podemos ayudarlos a comprender el tipo de dificultad que pueden encontrar en el niño y en ocasiones tendremos que anticiparles que tal vez sea necesario de que ellos mismos cumplan un rol terapéutico junto a sus funciones parentales.
La historia de Magi y su familia mostrará algunos aspectos de lo expresado hasta aquí:
Consultan los padres de una niña de 2 años, adoptada a los 7 meses de vida. “Es muy activa, se cayó de una escalera, tuvo una quebradura. Trepa, salta, se tira. No encontramos la forma de frenarla sin excedernos. Llorisquea todo el tiempo. Estamos muy angustiados”.
Si bien se habían anotado dos años antes para recibir un bebé, el aviso de su llegada fue abrupto: “Nos avisaron de un día para el otro que la teníamos que buscar, saqué ropa y medio a las apuradas hice un lugar en el placar”.
En esa época ellos estaban centrados prioritariamente en su primer hijo, adoptado dos años atrás, desde el primer día de vida y en óptimas condiciones y habían dejado en suspenso, emocionalmente, la espera de otro bebé. Por lo tanto, su disposición emocional para recibir a un nuevo hijo, no se correspondería con un nacimiento a término. Pero esto no debía ser confundido con falta de deseo por esta hija.
Los primeros contactos fueron angustiantes “Tenía siete meses cuando llegó a casa, pesaba 5 kilos, nos dijeron que era prematura pero no hay muchos datos. Nos leían el legajo pero yo no quería escuchar, era dolorosísimo. Cuando la trajimos se movía muchísimo, no fijaba la atención en nada, no se dejaba tocar”. Desde que llegó a lo que sería su hogar, a pesar de los intentos genuinos de los padres por acercarse, Magi los evitaba retirando su cuerpo, extendiendo su manito, tirándose de la cuna o alejándose a su antojo apenas aprendió a caminar.
Como lo expresaran en un principio, ambos padres preferían desconocer lo que la nena había vivido antes y optaban por centrarse en la relación actual. Sin embargo no entendían por que este bebé, a diferencia de su otro hijo también adoptado casi no los miraba, lloriqueaba todo el día, no paraba de moverse, impedía que la consolaran si se golpeaba, no dejaba que la acunaran para hacerla dormir, o que nunca pidiera lo que necesitaba en lugar de tomar todo por su cuenta a pesar de las dificultades que la superaban o los riesgos que implicaba.
Parte del tratamiento consistió en ayudarlos a tolerar el dolor de contactarse con la historia de la pequeña, y ello permitió saber que había sido retirada de su madre biológica al mes de vida por violencia familiar hacia otros niños y que luego vivió en un hogar de transito hasta que ellos la buscaron. En esos meses, estuvo a cargo de personal que rotaba tres veces por día de lunes a viernes y los fines de semana diferentes voluntarios la llevaban con su familia, estimulándola cada uno de diversas maneras.
Conectarse con esta información, permitió entender que la pequeña había desarrollado un tipo de Apego Inseguro Evitativo y posiblemente Ambivalente, producto del tipo de vinculaciones con múltiples personas que la sobreestimulaban y luego la dejaban, sin posibilitarle una experiencia de continuidad ni de confianza en algún referente privilegiado. Si a ello se le agrega el desconcierto y relativa falta de disponibilidad de los adoptantes ante su abrupta llegada, se daban las condiciones para la instauración de un feed back negativo, en el que los padres al no sentirse reconocidos como tales por la bebé, insistían en un contacto que la niña no toleraba, incrementando la inquietud y ansiedad de Magi que los rechazaba cada vez mas, facilitando culpa, frustración y enojo en los padres. “Busco todas las formas posibles de acercarme y no me deja, creo que no soy la mamá que ella necesita, me da mucha culpa”.
A continuación, las entrevistas pudieron centrarse en explicar a los padres que la nena no parecía rechazarlos a ellos, sino que mas bien necesitaba su tiempo para establecer una relación de confianza con dos personas con las que no tenía por qué suponer algo diferente a lo que ella había vivido hasta el momento: podrían dejarla en dos días y venir otros a llevarla como había pasado hasta entonces, subirla, bajarla, sostenerla, manipularla sin conocer sus tiempos, sus ritmos, sus preferencias. Por otro lado, ellos mismos estaban en una disposición de animo que no era la optima para recibir a un bebé recién nacido, y menos para una niña con dificultades tan severas, para las que no se los había preparado, sino tan solo aconsejado: “Cuídenla y quiéranla mucho”. Pero ¿Cómo querer y cuidar a un bebé que no permite que lo toquen?
Todo ello permitió modificar el clima emocional de modo tal que ellos pudieron acoger los pequeños pero significativos indicadores de aceptación que la niña empezaba a ofrecer. Se les sugirió por ejemplo, que le ofrecieran a Magi algún objeto de los padres para la hora de dormir, ya que la nena no aceptaba su presencia directa. Como una grata sorpresa para ellos, la pequeña eligió unas botas de la mamá que instaló sobre su cama, luego de haber puesto adentro sus zapatitos. Daba cuenta de que empezaban a surgir algunos fenómenos transicionales en la niña, actos con significado simbólico para los padres -la madre en particular- en los que claramente la pequeña expresaba su deseo de ser cobijada. De esta manera se pudo continuar generando una ligazón emocional que lenta, pero significativamente, los está convirtiendo en padres e hija.
Información dirigida a la construcción de una identidad integrada y saludable.
Decir que los niños adoptados necesitan información sobre sus orígenes, es cierto, pero puede no ser suficiente. El niño necesita palabras, junto con actitudes, que le permitan comprender cognitiva y afectivamente aquello que ha vivido en una etapa en la que no podía integrar en una experiencia personal lo que le estaba pasando.
Pero ello suele no ser fácil, pues en esta “verdad” se condensan emociones muy profundas, tanto para los hijos como para los padres adoptivos. Por eso, conviene pensar más que en una información puntual, en un pozo profundo del que permanentemente podrán emerger tanto recuerdos (a veces tan solo sensaciones aisladas como un olor, una melodía, una textura, un gesto), como interrogantes, a pesar de lo inalcanzable o penoso de las respuestas.
Debemos saber que esta “información” va a ser una madeja importante de la trama con la que se fabrique una relación parental y familiar confiable, de modo que la formula de “Me dijo que yo tenía que esperar que el nene preguntara”, solo puede resultar si hay una predisposición genuina a ayudar a que el hijo integre diferentes aspectos de su vida. Los padres tendrán que lidiar con sus propias dificultades, y necesitarán hacer el duelo por la infertilidad, por la ausencia de rasgos físicos o de carácter que los conecten con sus hijos adoptivos, por tener que hacerse cargo de errores ajenos, etc., etc. Los hijos deberán afrontar el dolor de preguntarse por qué no están con sus padres biológicos, si estos nuevos padres los quieren a pesar de tener otro color de piel o de ojos, que pasó con aquellos que dejaron atrás, como serán ellos mismos cuando tengan un hijo, etc. etc.
La información en estas circunstancias, conecta con aspectos centrales de la identidad personal, evoca sentimientos de autenticidad, continuidad, cohesión, integración de si mismo y diferenciación del otro. Si todo va bien, esto incluye movimientos identificatorios que permiten que el sujeto pueda tolerar un cierto cambio en sus referentes personales. Pero un cambio acentuado en estos ejes puede constituir experiencias de “inquietante extrañeza o de despersonalización”.
Emilce Dio Bleichmar (2009) al tratar el tema de la adopción, relata el tratamiento de un niño de nueve años que, en una etapa de integración de su historia vital, dibuja una escena en la que figuran dos casas, una al borde del derrumbe y otra entera, un sol cuya expresión es diferente en cada lado y un camino que a pesar de sus dificultades, conecta ambas circunstancias. Expresa con mucha claridad sentimientos dificiles de traducir en palabras, muy usuales en estos niños.
La misma autora expresa lo siguiente: “La cuestión de la filiación es central para cualquier ser humano y sabemos la magnitud que cobra la pregunta sobre los orígenes en los niños adoptados. Pero el interrogante sobre los orígenes no es tanto “¿De quién soy hija?” sino “¿Por qué soy hija de quien soy hija?” Una pregunta sobre el deseo del otro… De ahí la importancia de la fantasía sobre el coito de los padres como un hito importante en la organización de la identidad de los niños, ya que si tuvieron deseo de engendrarlos, ese deseo parece sostener la necesidad de buscarlos, de conocerlos, de parecerse a ellos y sabemos cuantos niños adoptados llegados a la adolescencia o adultez emprenden este camino”.
Cada momento significativo o de cambio suele generar la necesidad de volver a descubrir lo que ya se sabía, o intuía, ahora bajo otras facetas. Una hermosa película, “Ser digno de ser”[iii], nos permite intuir muchas de estas vivencias.
En el mismo sentido, Winnicott (1955)[iv] se refiere a la pubertad y adolescencia como una época particularmente sensible: “Es absolutamente necesario que se les diga a los niños adoptivos cuáles fueron los hechos de su vida. Otros niños se las ingeniarán para averiguar las cosas aquí y allí, y jugar con la imaginación y el mito; pero los adoptivos tienen que tener respuestas cabales y ser ayudados para que formulen las preguntas adecuadas. No basta con que se les cuente que el bebé crece dentro de su mamá. Necesitan saber de qué manera los instintos complican las relaciones afectivas, así como descripciones anatómicas y físicas; y precisan tiempo para asimilar lo que se les diga….
Para aprender acerca del sexo -que es otro modo de aprender acerca de los orígenes-, los adolescentes necesitan entablar una relación con alguien maduro y confiable. Los padres adoptivos pueden o no ser capaces de hacer frente a este problema central de manejo. En general, los adolescentes precisan a alguien ajeno a la familia, con quien puedan ver su hogar desde cierta distancia, evaluarlo y criticarlo. El niño adoptivo tal vez encuentre muy peligroso usar con este fin a sus amigos, y de hecho no es raro que sucedan cosas sorprendentes en una amistad cuando se da esta información sobre la adopción. Surge la necesidad de una relación profesional con un extraño, que no se preocupe directamente de la conducta, los logros o los aspectos morales, sino que pueda ser usado para explorar ciertas ideas….”.
Por otra parte, es necesario tener en cuenta que la verdad debe ser administrada con prudencia y que se debe estar alertas a no caer en “sincericidio”, es decir, cuando lo dicho no corresponde y en lugar de ayudar, daña al otro e impide la construcción de vínculos que ayuden a crecer. Siguiendo con Winnicott en el mismo texto: “El problema radica en el misterio y la mezcla consecuente de los hechos con la fantasía, así como en la carga potencial que lleva el niño de las emociones de amor, ira, horror, asco, siempre inminentes pero que nunca se experimentan. Si la emoción no es experimentada, jamás se la puede dejar atrás…”.
Para finalizar, la adopción siempre existió y seguirá existiendo por múltiples razones, la mayoría de ellas muy válidas y humanas. Importa en especial que prevalezca la necesidad de establecer un fuerte vínculo afectivo, permitiendo que todos los involucrados puedan dar y recibir, creando un clima de intimidad que permita transformar experiencias de profundo desamparo en otras en las que confianza y el amor sobreviven al odio, a las carencias, a las frustraciones. Parte del desafío de la adopción es que pone de manifiesto una tarea que es común a todos: transformar un hecho biológico en algo humano, mucho más sutil, delicado y difícil de precisar.
Apéndice – ¿Y qué pasó con Magui?
Casi cinco años después de la primera consulta, recibí un nuevo llamado de sus padres.
“Magui ya tiene 7 años, ha pasado a 3er grado, es muy bonita e inteligente”…
Cuentan que hubo un episodio en la fiesta de Navidad en el cual notaron que la niña corría sin parar, estaba muy excitada, se agarraba la cabeza, decía que tenía las manos grandes, la veían rara, “medio loca” según su papá. Estaba muy asustada… Salió corriendo buscando dónde esconderse.
Trataron de esperar unos días y de restarle importancia a lo sucedido, pero eso no fue posible ya que Magui comenzó a quejarse de sentir mucha presión en la cabeza y de tener miedo a todo, miedos que no podía controlar. Empezaron a verla triste, ansiosa, con dificultad para dormir, pesadillas frecuentes.
Los padres, muy sensibles y empáticos con la niña, explicaron que si bien siempre fue muy inquieta, persistiendo este rasgo desde pequeña, esto que notaban era “otro tipo de inquietud”.
Ante mi pregunta sobre cómo habían seguido transitando los temas de la adopción, comentan que no se habla mucho del tema, los niños saben que ellos no son los papás biológicos pero no mucho más…. Más tarde recuerdan que Magui hace poco había preguntado por qué la habían abandonado, por qué alguien deja a alguien… Otra vez unos niños le contaron que una yegua tuvo una cría a la que había rechazado, a lo que la niña comento “¿Era eso posible?…”.
Según la mamá “Es inteligente, sensible, pero a la muerte no la comprende”… en los últimos meses había acontecido la muerte de un abuelo, de una mascota muy querida y varios nacimientos y adopciones en la familia ampliada.
Se iba tornando evidente que la vida y la muerte empezaban a ser cuestiones de gran importancia en el equilibrio emocional de la niña, ahora con mayores recursos para considerarlos.
Cuando vuelvo a ver a Magui, luego de la entrevista con sus padres y cinco años después de la primera consulta, ella me miró a mí y también al consultorio muy atentamente y dijo que recordaba todo de cuando estuvo a los dos años.
Tenía mucha disposición a venir y comprendía perfectamente de que se trataban los encuentros.
“Siento como ruidos en la cabeza, cada vez más fuertes….”.
“¿Sabes por qué corro? Yo aprendí el ritmo de galope de los caballos…. Me gustaría tener un león…, cuando sea grande voy a ser veterinaria, no me gusta ver a los animales encerrados, tienen que vivir con su familia, en su hábitat natural…”.
De esta manera quedo planteada la necesidad de la niña de tramitar, metabolizar, integrar, dar sentido a vivencias que habían ocurrido pero no habían sido experimentadas, en el sentido en el que lo describe Winnicott, en su texto El miedo al derrumbe[v]. Poco a poco Magui desarrolló un juego en el que había dos madres, una que la mantenía cautiva impidiéndole ir a la selva, a la vida salvaje y natural en donde habitaba otra mujer, otra gente, que le proporcionaría cosas valiosas pero que a la vez la asustaba mucho. Durante unos meses se mantuvo muy hostil con su madre adoptiva, provocando su enojo y desafiándola continuamente. Al mismo tiempo comenzó a acercarse cada vez más al papá, buscando su proximidad física como manifestación afectiva y de apego.
En un momento me dijo “Ya es hora que Babau te conozca” y trajo a su osito, quien se había convertido en su objeto transicional a poco de llegar a esta familia. Cuando le pregunté desde cuando lo tenía, me contesto -con cierto desconcierto– “Desde siempre, desde que nací”… Este desconcierto daba cuenta de una escisión que empezaba a cerrarse, ya que la niña sabía muy bien, pero al mismo tiempo “no sabía”, que su “siempre” no empezaba en esa familia.
Todo esto fue trabajado con los padres mostrándoles que Magui tuvo vivencias posiblemente terroríficas, angustias sin nombre, pertenecientes a una etapa en la que no podía significar, tolerar ni procesar, las que habían dejado su marca y ejercían efectos en la formación de los síntomas actuales. Nuevamente las funciones parentales fueron puestas en cuestión por ellos mismos, inseguridades, miedos, expectativas, dolor por el alejamiento temporario de la niña, etc., etc., volvieron a activarse y necesitaron ser trabajados para liberar los hilos que impedían seguir tejiendo la trama vincular presente y futura.
Creo que fue de mucho alivio para la madre cuando pude decirle que Magui creía que su vida empezó cuando llegó a esa casa, a la que verdaderamente consideraba su hogar. Sin embargo, ese profundo sentimiento de ligadura emocional con ellos no alcanzaba a borrar lo que había vivenciado anteriormente y las fantasías que se estaban generando para llenar esos vacíos y el caos emocional que habían dejado.
De este modo Magui y su familia pudieron metabolizar aspectos fundamentales de su historia que no habían sido integrados hasta el momento. Poco después de finalizar esta etapa del trabajo terapéutico, dos hermanitos biológicos de la nena, adoptados por otra familia, quisieron conocerla. Los papás accedieron y luego de que conversamos algunas cuestiones puntuales del encuentro, me enviaron una foto de todos los niños: Magui con su hermano adoptivo y con 2 hermanitos biológicos, y una nota de la mamá en la que decía: “¡Ya te darás cuenta por su sonrisa cómo le fue!”. Un dibujo que Magui me dejo al finalizar esta etapa da cuenta de cómo la nueva Navidad estaba siendo vivida de manera diferente, como una apertura a la vida, menos terrorífica y atrapante.
Aqui, podes descargar este documento en pdf
Irene Kremer: Médica Pediatra – Psicoanalista – Profesora psicología Universidad Siglo 21 – Profesora Carrera Especialización Psiquiatría Infantil U.N.C – Doctora en Medicina de la Universidad Católica de Córdoba, con una brillante tesis donde se propone un despliegue de la psicopatología Infanto-Juvenil desde la salud, siguiendo los lineamientos propuestos por Winnicott. Pertenece por derecho propio a esa raza de psicoanalistas que saben mantener un pensamiento independiente.
Referencias Bibliográficas.
[i] Dio Bleichmar, E.; “Apuntes sobre clínica de la adopción”; Publicado en Aseperturas Psicoanalíticas nº31 2009, disponible en http://www.aperturas.org/articulos.php?id=587&a=Apuntes-sobre-clinica-de-la-adopcion
[ii] Winnicott D.; Peligros de la adopción; (1954) disponible en http://www.psicoanalisis.org/
[iii] “Ser digno de ser” de Radu Mihaileanu Selección Festival de Berlin (2005)
[iv] Winnicott D.; Los hijos adoptivos al llegar a la adolescencia (1955); disponible en http://www.psicoanalisis.org/
[v] Winnicott D. “El temor al derrumbe” (1963) en Exploraciones psicoanalíticas; Paidos; Buenos Aires; 1991.