Este trabajo práctico se propone desarrollar brevemente el problema de la centralidad en el psicoanálisis desde una mirada crítica sobre los supuestos clásicos de la disciplina. El objetivo de este análisis no es dar cuenta específicamente del recorrido de la problemática sino abordar algunos conceptos claves que entorpecen, a mi entender, el entendimiento de los problemas políticos del saber.
Coherente con el espíritu de la época, Freud presenta “pruebas” de su método tratando de explicar de qué se trata su invento, llamado el inconsciente, el cual describe como una instancia reguladora de la vida anímica. A la par, presenta el concepto de sexualidad ampliada, en el cual se base la energía pulsional. El ingreso en la vida social del sujeto requiere de un “sacrificio” de esa pulsión que obliga a la socialización de esta energía. Sin embargo, algo de esto no termina de domarse y se manifiesta de diferentes maneras como actos fallidos, chistes, el olvido de nombres propios, la formación de síntomas y el sueño. En estas manifestaciones es donde se puede dar cuenta del inconsciente y sus mecanismos de funcionamiento.
Por ende, a partir de estas “pruebas” el sujeto queda descentrado, tal como lo explica en La interpretación de los sueños (Freud, 1991). Allí para Freud la interpretación no consiste en develar un sentido oculto, que se esconde detrás de lo manifiesto, sino más bien develar la manera en la cual los significantes se van encadenando unos con otros como parte del mecanismo de funcionamiento inconsciente. La pregunta sería ¿por qué el sueño ha adquirido determinada forma? Freud responderá que hay determinaciones múltiples:
Lo que en los pensamientos oníricos constituye evidentemente el contenido esencial ni siquiera necesita estar presente en el sueño. El sueño está por así decir diversamente centrado, y su contenido se ordena en torno a un centro constituido por otros elementos que los pensamientos oníricos (Freud, 1991: 311)
Así, el sujeto descentrado está constituido por una estructura que tampoco tiene centro, más en el desconocimiento imaginario del “yo” (Althusser, 1976: 36). Sin embargo, esta revolución en la concepción del sujeto, esta mirada analítica que pierde foco, no logró descentrar su método.
La disciplina no fue tratada con su propio accionar. Muy por el contrario y en contradicción con sus supuestos, Freud se declaró “padre” del psicoanálisis, ubicándose en el centro de su propia descentralización, lo que limitará su posibilidad de inflexión sobre su propio accionar inconsciente (Rodulfo, 2013: 18). Si bien Freud cuestiona la soberanía del sujeto, no puede aplicarlo a su propia producción del saber.
La verdad psicoanalítica, al igual que cualquier verdad, está ligada circularmente a los sistemas de poder que la producen y la mantienen, y a los efectos de poder que induce y la acompañan (Foucault, 1979: 189). Según Foucault (Foucault, Chosmky, 2007: 14) los dispositivos y las condiciones transforman la teoría del conocimiento, o sea, el estado en que se presentan las condiciones de verdad del sujeto. Freud no desconoce esto en el método que propone para sus pacientes pero lo olvida en el psicoanálisis como disciplina, en donde procede con una impronta positivista.
De hecho, tanto en el mundo como en las comunidades analíticas, estos modelos positivistas o espiritualistas, estos axiomas metafísicos de la ética, del derecho y de la política todavía no han sido rozados, mucho menos “deconstruidos” por la revolución psicoanalítica (Derrida, 2000)
La paternidad freudiana, su derecho de autor, está marcada por “[…] la fábula del genio que crea su obra de la nada y sin deuda, la pretensión de originalidad que desemboca rápidamente en obsesión por ella, seguramente, como reflejo al no dejar de percibir su imposibilidad y falacia […]” (Rodulfo, 2013: 16). Freud no logra despegarse de la fantasía de la individualidad (Hernando, 2014) propia del positivismo racional, en tanto que la razón puede ser autónoma, desligada de vínculos, instancias concebibles de formas aisladas y separadas del grupo al que pertenece. La fantasía de la individualidad “[…] pretende que cada uno de nosotros, aislados, tenemos una seguridad y un poder que no tenemos, lo que quedaría en evidencia si en realidad tuviéramos que enfrentarnos individualmente al universo en que vivimos […]” (Hernando, 2014: 35).
Esta marca de identidad, esta falsa pretensión de autor único, generó un dispositivo de represión (Rodulfo, 2013: 16) que marcó los caminos, jerarquizó autores, desvalorizó aportes de otras disciplinas y de otros estudiosos del sujeto, intocabilizó ciertos conceptos, eternizó el aquí y ahora, y estableció formatos técnicos inamovibles. Todo ello tuvo como efecto el debilitamiento del psicoanálisis, lo que la llevó a un conservadurismo aún latente y palpable, que le dio a la pregunta “¿Qué es el psicoanálisis?” una respuesta única, atemporal e incuestionable.
Sospecho que, falto de verdadera unidad, el psicoanálisis la buscó en un falso self hecho de un vocabulario rígido y una serie de formatos teóricos y clínicos que hicieran las veces de la unidad fallida, que a cada paso amenazaba exhibir su dislocación, su cuerpo fragmentado irremediable, su multiplicación diseminante. (Rodulfo, 2013: 12).
Fue así cómo Freud centralizó El Edipo; Lacan, la falta; Klein, la posesión depresiva (Rodulfo, 2013: 83). Este acento en ciertas instancias de subjetivación no deja de empobrecer la labor psicoanalítica y su transpolación a otros ámbitos que piensan en la subjetividad. Estos anclajes no dejan de producir una manera de conocer centralista y mono-focal. “[…] El discurso sobre la estructura a-céntrica que es el mito no puede tener a su vez él mismo ni sujeto ni centro absoluto […]” (Derrida, 1989: 393).
La cosificación del inconsciente, claro, llevó a concebirlo como una suerte de entidad atemporal, inmóvil, regido ya sea por instintos básicos, ya por significantes sujetos a la abstracción de una combinatoria formal o por matemas, aún más descentrados y sustraídos a toda historicidad (Rodulfo, 2013: 47).
Pero las diferentes instancias de subjetivación son singulares y no se reducen a estos anclajes como únicos y necesarios. Existen diferentes instancias que están cumpliendo con la función subjetivante, tales como el orden ficcional, los imperativos sociales, la escuela, los amigos y también la familia, pero ya no, esta última, como eje central.
Esto reconfigura el inconsciente como tal -sacudiendo las verdades únicas de sus virtudes-, moviliza su propia deificación:
En el inconsciente de la gente hay amigos, otros chicos, pedazos de otros chicos, maestras y muchas otras figuras, imágenes que ve en la televisión que le transiten ideales del yo, efectos de pantalla, resultados de culto y mito de lo que se empapa. Esta descentralización es fundamental porque lo que yo estoy proponiendo no es desalojar el Edipo del centro para darle a otra cosa ese poder, bien fálico por cierto, sino contar con un modelo teórico-clínico verdaderamente descentralizado (Rodulfo, 2013: 85).
Desafortunado fue el proceso que llevó al psicoanálisis a este anclaje nodal y de prescindir de toda jerarquización de la conciencia. Para poder abordar la subjetividad desde una teoría que advierta la complejidad, el orden de lo reconocido y consciente tiene que ser abordado con el desorden de la emoción y de los comportamientos negados o inconscientes.
La creencia de que el lenguaje es capaz de expresar ideas sin cambiarlas, que en la jerarquía del lenguaje escribir es secundario a hablar, que el autor de un texto es la fuente de su sentido, son ideas que Derridá deconstruirá y con esto cuestionará la presunción del psicoanálisis, como también así de la lingüística.
El psicoanálisis, en mi opinión, todavía no se ha propuesto, y por lo tanto menos aún ha logrado pensar, penetrar, ni cambiar los axiomas de lo ético, lo jurídico y lo político, particularmente en esos lugares sísmicos donde tiembla el fantasma teológico de la soberanía y donde se producen los acontecimientos geopolíticos más traumáticos, digamos incluso, confusamente, más crueles de estos tiempos (Derrida, 2000).
La deconstrucción muestra múltiples estratos de sentido en el que trabaja el lenguaje; el lenguaje está mutando constantemente, tensionando los ideales de claridad y coherencia que gobierna la razón moderna. Ante esto Derrida se pregunta por la crisis de la razón psicoanalítica, una crisis que es el mismo saber del psicoanálisis.
A modo de conclusión
Lejos de ser inocentes los caminos que tomó la disciplina, la centralización psicoanalítica se trata de “[…] una operación política con poco o nada de necesidad científica […]” (Rodulfo, 2013: 17). La centralización de “un padre del psicoanálisis” es parte de la fantasía en que se sustenta el discurso que sostiene el orden social.
Lo mismo sucede con el orden de lo inconsciente. Su preponderancia, no solo sacó del centro de la escena a lo consciente, sino que desresponsabilizó al sujeto, y lo colocó dentro de unas estructuras que lo dominan.
Siguiendo a Deleuze (2013: 90) creo que es, al menos, desestabilizador plantear invertir la fórmula freudiana, y en lugar de pensar que el sujeto está provisto de un inconsciente, entender que el inconsciente es una producción. “[…] El inconsciente no tiene nada que ver con recuerdos reprimidos, ni siquiera con fantasmas. No reproducimos recuerdos de infancia, producimos, con bloques de infancia siempre actuales, bloques de devenir-niño”. Y agrega: “[…] Acá cual fábrica o agencia […] con el trozo de placenta que ha arrebatado y que siempre es contemporáneo como materia con la que experimentar […]”.
Esta propuesta de descentrar lo descentrado hace del inconsciente una sustancia fabricable, pero fundamentalmente, en palabras de Deleuze (2013: 90), “[…] un espacio social y político que hay que conquistar […]”.
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Nuria Ortega: Licenciada en Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires – Pertenece al Proyecto Biopoder, tecnociencia y subjetividad, radicado en el Instituto Gino Germani, UBA – Maestranda de la Maestría Estudios Interdisciplinarios sobre el Sujeto y la subjetividad en la Facultad de Filosofía y Letras, UBA. En proceso de escritura de tesis.
Bibliografía
- Althusser, L. (1976): “Freud y Lacan” en Posiciones, Barcelona, Anagrama.
- Chomsky, N.; Foucault, M; y Elders, F. (2007): La naturaleza humana: justicia versus poder. Un Debate, Buenos aires, Katz.
- Derrida, J. (1989): “La estructura, el signo y el juego en el discurso de las ciencias humanas” en La escritura y la diferencia, Barcelona, Anthropos.
- Derrida, J. (2001): Estados de ánimo del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós.
- Deleuze, G.; Parnet, C. (2013): “Psicoanálisis muerto analiza” en Diálogos. Valencia, Pre-Textos.
- Freud, S. (1991): La interpretación de los sueños, Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu.
- Foucault, M. (1979): “Verdad y Poder” en Microfísica del poder, Madrid, La Piqueta.
- Hernando, A (2014): La fantasía de la individualidad, Madrid, Katz.
- Rodulfo, R. (2013): Andamios del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós.