Por Romina Del Valle Leguizamón
Resumen
La paradoja de la alteridad es una problemática incipiente en Occidente, fundamentalmente a raíz de las diversas luchas por reconocimiento político de diferentes minorías. El objetivo del presente trabajo es realizar un recorte de lectura desde el campo de la Psicología y el Psicoanálisis, que permita comprender los modos de fundación de la experiencia de alteridad. Tomando como base elaboraciones teóricas de autores y autoras seleccionados, se exponen lecturas posibles desde una mirada crítica. Al tratarse de una temática que excede el propio campo de la Psicología y el Psicoanálisis, la apuesta final es tender un diálogo con otras disciplinas, en este caso, la Filosofía y la Política. Se concluye que la paradoja de la alteridad está fuertemente vinculada a la construcción del sujeto ético en las sociedades democráticas. Por lo tanto, la mirada debe dirigirse a la construcción de ciudadanía como proyecto político.
Palabras clave: paradoja de la alteridad, sujeto ético, construcción de subjetividad, agresión.
Introducción
El Siglo XXI exhibe a un Occidente atravesado por múltiples y variadas luchas por reconocimiento político. Las diversas minorías instituyentes, estos nuevos actores sociales, incitan con su presencia a revisar nociones, postulados, cartografías de pensamiento que se han cristalizado o naturalizado con el paso del tiempo.
No obstante, desde el Siglo XX se vienen gestando movimientos críticos. Entre ellos, algunos han cuestionado el núcleo de la lógica binaria-occidental que gobierna nuestros modos de pensamiento. En ese marco, el presente trabajo inaugura su recorrido de la mano de una de dichas producciones críticas, proveniente del campo filosófico-político. Cixous, intelectual franco-argelina, convoca a producir una pregunta sobre la alteridad.
¿Es posible tolerarla como paradoja?
La Psicología y el Psicoanálisis, campo desde el cual se escribe, se ve motivado a iniciar un diálogo con otra disciplina, la Filosofía. La alteridad, como una diferencia radical, significada como múltiples figuras de lo otro, se inscribe en la coyuntura de lo subjetivo y lo político. Sin embargo, para poder responder al primer interrogante, se requiere un paso previo que es dar cuenta de cuáles son las instancias histórico-singulares que propician la capacidad de reconocimiento de la alteridad. Para ello se recurre a la metapsicología. Posteriormente, para reflexionar sobre la posibilidad de sostenerla como paradoja (contra-lógica), es preciso repensar la deuda como un más allá de la culpa, esto es, desde la órbita de la reciprocidad y el reconocimiento. La deuda y la transmisión del don, promueven un viraje hacia la ética y la construcción de subjetividad. Esto viabiliza un movimiento recursivo hacia el campo político-filosófico y el campo subjetivo.
Así, este trabajo se convierte en una apuesta de lectura crítica. Se pretende, como resultado final, un escrito que pueda utilizarse como un pequeño aporte, una alternativa teórica a la hora de pensar sobre la alteridad y sus avatares, ya sea al interior de las propias disciplinas, ya sea para mantener un puente de comunicación con otras.
Para cumplir con dicho objetivo se procede a realizar una investigación bibliográfica. Sin embargo, se mantiene cierta estructura ensayística con la finalidad de persuadir al lector o la lectora de recuperar el recorrido de preguntas que cimentaron la elaboración del presente trabajo.
A su vez, el criterio de delimitación de los cuerpos teóricos utilizados está basado en una línea de pensamiento foucaultiana, por considerar que todo dominio de conocimiento es un dominio de poder. Por ende, se realiza un recorte de lectura a raíz de dos variables en juego: la afinidad respecto de las producciones de saber y la búsqueda de discursos teóricos que ayudan a interpelar aquello que se insinúa como certeza o se naturaliza. Se procede así a la elección de los siguientes autores y autoras: primeramente se acude a Freud, para rastrear sucintamente los elementos importantes -en el marco de esta investigación- de su metapsicología. Luego, R. Rodulfo, psicoanalista argentino, permite tender un puente entre Cixous y Winnicott, dando a su vez, las herramientas para leer al psicoanalista y pediatra inglés, comprendiendo sus rupturas y sus grandes innovaciones. Hasta aquí se establece un minucioso examen y reelaboración de la metapsicología, por medio de un análisis detallado de los procesos del desarrollo y de la intersubjetividad. Más tarde, Benjamin, referenciada también por Rodulfo, continúa la línea trazada de deconstrucción al señalar que dependencia-independencia es un proceso constante en la salud e insta a comprender la diferencia como necesaria y positiva. Finalmente Bleichmar, psicoanalista argentina, quien representa un legado inmenso de ética y de compromiso ciudadano, con una brillantez indiscutible, ejemplo de lectura y producción crítica. Sus trabajos proveen instrumentos necesarios para situar la paradoja de la alteridad entorno a la ética y la construcción de ciudadanía.
La paradoja de la alteridad
Así, pues, tengo tres o cuatro años, y lo primero que veo en la calle es que el mundo está dividido en dos, jerarquizado, y que mantiene este reparto mediante la violencia. Veo, que hay los que mendigan, los que revientan de hambre, de miseria, de desesperación, y los ofensores, que revientan de riqueza y de arrogancia, que devoran, que aplastan, que aniquilan. Que matan. Y que se pasean por una tierra robada, como si tuviesen arrancados los ojos del alma. Sin ver que los otros están vivos. Y ya lo sé todo acerca de la «realidad» que sostiene la marcha de la Historia: todo se basa, a través de los siglos, en la distinción entre lo Propio, lo mío, o sea, el bien, y lo que lo limita: luego, lo que amenaza mi-bien (entendiendo siempre por bien sólo lo que es bueno-para-mi) es el otro. ¿Qué es el «Otro»? Si realmente es «el otro» no hay nada que decir, no es teorizable. El otro escapa a mi entendimiento. Está en otra parte, fuera: otro absolutamente, no se afirma. Pero, por supuesto, en la Historia, eso que llamamos «otro» es una alteridad que se afirma, que entra en el círculo dialéctico, que es el otro en la relación jerarquizada en la que es el mismo que reina, nombra, define, atribuye, «su» otro. Y con la terrible simplicidad que ordena el movimiento erigido en sistema por Hegel, la sociedad se propulsa a mis ojos reproduciendo a la perfección el mecanismo de la lucha a muerte: reducción de una «persona» a la posición de «otro», maquinación inexorable del racismo. Es necesario que exista el «otro», no hay amo sin esclavo, no hay poder económico- político sin explotación, no hay clase dominante sin rebaño subyugado, no hay «francés» sin moro, no hay nazis sin judíos, no hay Propiedad sin exclusión, una exclusión que tiene su límite, que forma parte de la dialéctica. Si el otro no existiera, lo inventaríamos. Por otra parte, es lo que hacen los amos: se hacen los esclavos a medida. Con una exactitud perfecta. Y montan y alimentan la máquina de reproducir todas las oposiciones, que hacen funcionar la economía y el pensamiento.
Por supuesto, en ningún momento de la Historia se ha tolerado la paradoja de la alteridad, posible, como tal. El otro está ahí sólo para ser reapropiado, retomado, destruido en cuanto otro. Ni siquiera la exclusión es una exclusión. Argelia no era Francia, pero era
«francesa». (Cixous, 1995, pp. 24-25)
Este fragmento de texto pertenece a La joven nacida escrito en 1975, forma parte del libro titulado La Risa de la Medusa. Ensayos sobre la escritura (1995), un recopilado de varios ensayos publicados entre los años 1975 y 1989.
Hélène Cixous nació en Argelia en 1937, fue hija de una familia de judíos exiliados. Vivió en dicho país hasta su adolescencia cuando se muda a Francia (Romano Silva, 2010). El apartado inicial, muestra la riqueza de su ensayo, que excede cualquier tiempo. Invita a poder hablar, como la autora, en primera persona. Escribir con voz, hablar el texto, situarlo, abonarlo.
También excede cualquier espacio. ¿Cómo no reconocerse, en la mirada de una niña/ mujer, que observa con tajante sensibilidad la forma en que los seres humanos han decidido organizar su sistema productivo económico sobre la base de la apropiación- destrucción de lo otro, lo ajeno?
En el texto citado, Cixous (1995) se propone un trabajo intelectual y reflexivo sobre el sistema filosófico occidental y denuncia cómo el mismo se halla organizado por oposiciones jerárquicas, siendo dicha oposición, una metáfora que organiza el discurso y el pensamiento. Oposición que bien puede resumirse como: actividad/pasividad. Esta pareja, porta un sentido ya configurado: la propia destrucción y el sometimiento de uno de sus elementos a la muerte.
Ahora bien, una lectura atenta del fragmento seleccionado, ubica dos modelos de alteridad. Uno, en el que el otro se afirma, entra en un círculo dialéctico de amo-esclavo, convirtiéndose en el otro de la relación jerarquizada, su otro. En el segundo, se halla al otro que no se afirma como otro en cuanto tal, aquel que supone peligro porque escapa a mi entendimiento, que no es teorizable. La autora dice que la paradoja de la alteridad no es soportada. ¿Por qué?
Porque en un sistema de pensamiento organizado bajo la disputa de lo propio y de lo no- propio, todo riesgo de paradoja es introducido a una máquina de lógica binaria que incesantemente mutila diferencias. Lo propio – que según se lee- se forja como el bien, someterá a lo no-propio bajo dos destinos posibles: re-apropiación o destrucción (cuyo resultado es igual: la muerte).
Por ello, la paradoja se define como una contra-lógica a ese sistema de pensamiento de oposiciones mortíferas.
Desde este lugar parten los interrogantes fundamentales de la presente investigación, la cual se inscribe dentro de la problemática de la alteridad. Se intenta, a su vez, mantener el desafío de sostener paradojas, una manera de correr riesgos en un presente donde la seguridad está tan sobrevaluada.
Aproximaciones a la noción de alteridad
El término proviene del latín alteritas que por su construcción gramatical significa: cualidad de ser otro (Gonzáles Silva, 2011, p. 77). El mismo autor señala que el término alteridad advierte múltiples matices que responden a las diversas perspectivas con las cuales se emplea.
A partir de estas ideas, se propone un primer recorte que provea de una base para pensar la alteridad y el por qué sostenerla como una paradoja.
Debido a que este escrito comienza con una escena social-cultural-político-filosófica, es adecuado introducir la contribución realizada por Hernández Castellanos (2011) en su artículo Formas de la alteridad: un reto epistemológico y político, donde se brindan recursos para poder establecer un puente con el relato de Cixous (1995). De Hernández Castellanos (2011), se tomarán cuatro ejes para interpelar el concepto de alteridad:
- En primer lugar, reconociendo la estrecha relación entre pensamiento y lenguaje, afirma que alteridad es la nominación que los seres humanos producimos para generalizar todas las formas de la diferencia posibles. Acto seguido, plantea el interrogante: ¿esto no constituye una violencia primera que el idioma ejerce sobre el pensamiento?
- Un paralelismo entre la pregunta por el ser y la pregunta por lo otro, le permite abrir paso al desdoblamiento entre ontología y ética, siguiendo las ideas de Emmanuel Lévinas “(…) la ética precede al esfuerzo por aclarar el sentido de la pregunta por el Ser y propugna a superar la clausura del pensamiento griego en la mismidad o identidad del ser, con la fundamental alteridad o apertura al Otro (…)” (p. 18).
- Este cuestionamiento hacia la lógica Occidental que basa sus sistemas de pensamiento en una autorreflexividad que se cierra en la mismidad, lleva a interrogar la concepción de lo político y de una democracia cuyos pilares se reflejan en discursos como el siguiente “La fuerza política de una democracia se revela en que sabe apartar o mantener alejado lo extraño y desigual, lo que amenaza la homogeneidad” (Carl Schmitt 1926/2008, p. 24).
- Por último, la idea de alteridad de Derrida, para quien la misma
(…) nombra la diferencia singular, siempre nueva, siempre irreductible (…) es un nombre que guardamos para todo lo Otro, lo que aún no ocurre, lo absolutamente nuevo cuyas formas no podemos prefigurar pero que desde lo porvenir se anuncian, e incluso pueden anunciarse como los heraldos de lo peor, de lo inhumano de la violencia extrema. Pero que también nombra todo aquello que la identidad de lo Mismo ha sometido, a su vez, a una violencia extrema. (Hernández Castellanos, 2011, p. 16)
Por otra parte, el autor explicita que Derrida invitó a los filósofos a cuestionar el binomio homogeneidad-democracia, postulando que la democracia es una promesa, un modelo político que permite la posibilidad de estar en desacuerdo consigo mismo, ejerciendo la diferencia de sí como algo constitutivo y no a extirpar. Por ello, la alteridad debe ser integral y conformadora de lo democrático-político, ya que la diferencia es parte de los procesos de identificación que hacen a la cultura.
A su vez, es importante destacar una premisa que se muestra transversal en el artículo: delinear la alteridad como “figuras de lo Otro, plurales y diversas en su constitución histórico-política” (Hernández Castellanos, 2011, p. 27). Esta herramienta evita la reducción generada por dicotomías que funcionan al interior de los discursos y del pensamiento y que, consecuentemente, reproducen lógicas de mismidad y obliteración de lo alter.
Iniciado este diálogo con la Filosofía (que en su discurso retoma a la Política) se comienza a leer y buscar vertientes conceptuales en la Psicología -y en el Psicoanálisis específicamente- que pretenden, de algún modo, reflexionar respecto de cómo aparece la alteridad en la constitución del psiquismo; si existe algo que pueda denominarse constitución psíquica de la alteridad en tanto tal; cuál es el lugar que ocupa lo alter en el desarrollo. Bajo estas coordenadas, el presente trabajo busca producir una lectura, que a medida avance, irá depurando sus preguntas.
Alteridad y Psicoanálisis
El título de este apartado resulta prometedor, especialmente porque dentro del campo del Psicoanálisis, aún más, entre los textos fundantes (por ejemplo, los que circulan en la currícula de la Facultad) el vocablo alteridad -expuesto de dicha forma- usualmente no es precisado.
Cuando Freud (1920/2013) escribe Psicología de las Masas y Análisis del Yo advierte que la pretendida división entre psicología individual y psicología social es vana, y para argumentarlo explica que en la vida anímica individual el otro aparece siempre integrado “(…) como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio psicología social, en un sentido amplio, pero plenamente justificado” (p. 2563). Se puede precisar, entonces, que el alter reviste una determinación crucial no solo para el individuo sino para el propio Psicoanálisis, por ello no se trata de fenómenos inconexos o que deban examinarse en paralelo. Todavía más, el propio texto es un esfuerzo de Freud para dar cuenta de que -para él- estudiar al individuo meramente como miembro de una organización colectiva restringe la comprensión de lo humano. De modo que, no es menor que acuda al término libido como aquella “(…) energía (…) de los instintos relacionados con todo aquello susceptible de ser comprendido bajo el concepto de amor” (pp. 2576-2577) y a la identificación entendida como “(…) la manifestación más temprana de enlace afectivo a otra persona (…)” (p. 2585) para proponer que las formaciones colectivas se basan, antes que nada, en modalidades de lazos afectivos.
Sin embargo, es prudente no restringir la alteridad al modo en que la teoría hace aparecer al alter, como algo dado, que ya-está-ahí. Porque sucede que en infinidad de circunstancias un alter puede no representar nada, no ser reconocido como tal o ser violentado. En muchas otras, y en el mejor de los casos, la diferencia del alter se convierte en constitutiva, enriqueciendo al individuo.
Como punto de apoyo, se plantea una breve hipótesis que sirva de guía en adelante: para que algún fenómeno pueda denominarse alteridad se necesita, como prerrequisito básico, la existencia de un ser humano cuyo yo asuma la presencia de un alter.
Esta hipótesis puede parecer simple, pero contiene múltiples vértices que deben resolverse para no producir pseudoverdades. Para su discernimiento se da comienzo a la revisión bibliográfica propuesta.
Deconstrucciones necesarias
Abordar la alteridad y su (hipotética) constitución psíquica, conduce paulatinamente a revisar algunas conceptualizaciones y examinar meticulosamente algunos aspectos de la metapsicología.
Freud (1915/1979) en Pulsiones y destinos de pulsión sienta un precedente sustancial que diversos autores reelaboran posteriormente de muchos modos, entre ellos Winnicott. Freud se encuentra razonando respecto de la trasposición de amor en odio, y argumenta que un conjunto de polaridades -a su entender- gobiernan la vida anímica: sujeto (yo) –objeto (mundo exterior); placer – displacer; activo – pasivo. Lo decisivo para esta revisión, es que partiendo de una situación psíquica originaria que llama narcisismo (cuya modalidad de satisfacción es autoerótica), conduce a pesquisar cómo se va presentando lo diferente, el objeto, la realidad, el mundo para este precario psiquismo. Al inicio, el mundo exterior no está investido de interés, por ende es indiferente para la satisfacción; el sujeto solo se ama a sí mismo y es indiferente al mundo. Sin embargo, el autoerotismo queda interrumpido por los objetos que recibe desde afuera, es decir, por las vivencias derivadas de las pulsiones de autoconservación del yo y lentamente la polaridad placer- displacer, organiza un interior y un exterior: lo que es fuente de placer es introyectado mientras que lo displacentero se expele. Una primera distinción se da por el pasaje del yo-realidad inicial al yo-placer purificado, este último expulsa lo displacentero y lo percibe como ajeno. Para Freud el objeto en esta etapa es odiado, “lo exterior, el objeto, lo odiado, habrían sido idénticos al principio” (p. 131). La repulsión -por displacer- puede llevar a querer aniquilar el objeto, agrediéndolo. Esto abre un largo pasaje en el texto, donde Freud expone por qué es erróneo confinar los vínculos de amor-odio a la teoría de las pulsiones, dado que se trata de la relación del yo-total con los suyos. A su vez, amor- odio tienen orígenes diferentes. El amor es inicialmente narcisista, posteriormente pasa a los objetos incorporados al yo ampliado (bajo la égida de la satisfacción) y más tarde se enlaza a la síntesis de las pulsiones sexuales como aspiración sexual; previo a esto se vislumbra como ambivalente (devorar) -en la fase oral- y se muestra como esfuerzo de apoderamiento en la fase sádico-anal. El odio, aclara el autor, es más antiguo y brota con la repulsa del yo narcisista al mundo exterior manteniendo así un estrecho vínculo con las pulsiones de conservación del yo. Resumiendo, Freud bosqueja en este texto cómo entiende que se da el pasaje de un estado narcisista autoerótico (yo-realidad inicial) a un yo-placer purificado, en la medida en que el cuidado exterior irrumpe con sus objetos en esta etapa de desvalimiento infantil. Desde un estado de indiferencia inicial, el psiquismo va a ir respondiendo poco a poco con repudio-odio a aquello que se le presente como displacentero e introyectando lo externo-placentero. Más tarde el principio de realidad le permitirá obtener su yo-total con un reconocimiento más acabado del yo–no yo. Este es un esquema inicial que será releído, repensado y, muchas veces, transformado. Aun así, estructura un despliegue teórico elemental para el Psicoanálisis.
Se observa que Freud (1915/1979) escribe situado desde el punto de vista de un psiquismo en su fase autoerótica, probablemente como un recurso narrativo para exponer su innovación teórica. No obstante, rápidamente hace entrar en escena el cuidado exterior con sus objetos. En escritos anteriores, como en La interpretación de los sueños, esta escena es descripta como la experiencia de satisfacción (Freud, 1900/2013) donde el auxilio ajeno no solo salva del desvalimiento, sino que con su acción inaugura las primeras asociaciones entre huellas mnémicas del aparato psíquico.
Desde este cimiento, para esta investigación resulta pertinente introducir un giro en el tratamiento de las nociones con las cuales se inició la lectura. El examen del esquema inicial de Pulsiones y destinos de pulsión, invita a abandonar el concepto de constitución ya que puede cercar la visión a la idea de procesos estáticos y cerrados sobre sí mismos, como fórmulas del origen. Si bien Freud utiliza cierta retórica en el planteamiento de sus hipótesis, no demora en hacer aparecer aquello que conmueve al precario y solipsista psiquismo. Se utiliza, entonces, el vocablo fundación por resultar permeable y abonar a la significación de movimientos múltiples, abiertos y convocantes, de creación conjunta.
Ahora bien, el segundo paso es tomar muy en cuenta la idea de experiencia. Se reconoce que Freud, antes de hablar de satisfacción sin más, estableció que hay una experiencia de satisfacción. Gesto que se vuelve a encontrar en otros autores. En el mismo sentido Rodulfo (2009) insiste en la importancia que reviste la experiencia en la obra de Winnicott:
No es lo mismo una experiencia que un estado. Una experiencia tampoco es lo mismo que una defensa patológica o fácilmente proclive a lo patológico (…) el término ‘experiencia’ siempre conlleva en Winnicott un peso muy particular, el de algo que es importante que se cumpla para un desarrollo psíquico acabado, realizado, lo más libre posible de enfermedad. (pp. 34-35)
El peso no radica tanto en el contenido de la misma, que será importante claro está, sino que es preciso algo así como ejercitar la vivencia, atravesarla. La experiencia tiene valor estructurante y su cumplimiento es un de criterio de salud.
De modo que la nueva premisa y coordenada de trabajo es: la fundación de la experiencia de alteridad. Estos parámetros buscan promover un ejercicio de lectura que no se limite a buscar el cómo generalizado y matemático. Pudiendo así bosquejar dentro del experienciar, hacer experiencia de… Qué condiciones son necesarias, en el marco del encuentro con lo otro, para que el mismo tenga valor de una verdadera experiencia.
Se postula entonces, la siguiente pregunta: cuáles son las instancias en la historia del sujeto que fundan la capacidad del reconocimiento de la alteridad como tal.
Infancia como momento fundacional
Se parte del siguiente presupuesto: la etapa principal donde lo fundacional puede darse o no, es la infancia. Winnicott fue uno de los autores que se detuvo a estudiar la infancia con especial particularidad. De modo que, se exponen tres ejes de lectura de Winnicott (1965/2015), útiles para comprender sus postulados.
Primeramente, destaca que la infancia posee un rasgo característico: la dependencia que un niño o una niña muy pequeño/a tiene respecto del cuidado materno (el empleo del término refiere a una función).
Un segundo eje, ubica a la infancia como un período de desarrollo del yo caracterizado por la tendencia a la integración. Así, el yo describe la parte de la personalidad humana en crecimiento que en circunstancias favorables tenderá a integrarse en una unidad. Aquí se sitúa una pausa elemental: antes de hablar de yo, antes de hablar de objeto, antes de cualquier tipo de relación sujeto-objeto, de angustia por la pérdida de… el autor afirma que tiene que poder establecerse un estado de situación que suponga la estructuración de ese yo.
En este punto, a su vez, se ubica un paréntesis elemental para esta investigación referido a la experiencia. En etapas tempranas del desarrollo, “(…) La vida instintiva que exista al margen del funcionamiento del yo puede ignorarse, porque el infante no es todavía una entidad que tenga experiencias. No hay ningún ello antes del yo” (Winnicott, 1965/2015,
- 73). Más adelante se analiza cómo se despliega esto.
Por último, el estado de absoluta dependencia del cuidado de otra/o, instaura una pregunta elemental: “(…) ¿cómo alguien llega a sentirse vivo, ser viviente? (…)” (Rodulfo, 2009, p. 26). En simultáneo al conocido yo, el self es un vocablo que aparece en los textos del autor inglés y que genera al menos un mínimo de incertidumbre. No refiere al yo, a la personalidad, ni siquiera a la identidad, “(…) muchas veces procura atrapar a la vez esa sutil cualidad de lo (subjetivamente) vivo y de aquello que lo defiende, que lo protege, que lo envuelve” (p. 26). Es decir, también designa actos y procesos cuyos efectos se terminan sintiendo como mi cuerpo.
Sintetizando, se presentaron tres vías útiles para captar la elaboración teórica de Winnicott respecto de la infancia como etapa fundacional. Ellas son: la dependencia, la tendencia a la integración que dará como resultado el yo, y el self como cualidad de lo subjetivamente vivo.
¿Cómo empezar a vislumbrar las relaciones entre ellas? Winnicott (1965/2015) menciona tres momentos del cuidado parental satisfactorio que se superponen: a) Sostén; b) La madre y el niño viven juntos, aún el niño no reconoce la función del padre (ocuparse del ambiente para la madre); c) Padre, madre e infante viven juntos. Vivir con ya implica relaciones objetales, pero para que esto suceda la etapa de sostén es de suma importancia, ya que el advenimiento del ser en el niño o la niña requiere que se faciliten ciertas condiciones.
La etapa de sostén -como máxima exponente de la dependencia- se caracteriza por la función del yo auxiliar que ejerce quien dispone el cuidado materno. Sostén, holding, implica tanto un sostener físicamente (que para Winnicott es una forma de amar), como una espera. El cuidado materno suficientemente bueno, satisface las necesidades fisiológicas, por el momento indiferenciadas de las psicológicas, al tratarse de un proceso tendiente a la integración.
Por ello, atravesando este proceso, el yo del infante podrá pasar paulatinamente de una fase de no-integración a una integración estructurada. Un progreso sano permitirá un estado de unidad que se asocia a la existencia psicosomática del/la niño/a, cuya continuación -más tarde- es la membrana limitadora que equivale a la superficie de la piel, la cual ocupa una posición intermedia en el yo/no-yo, y permite la diferenciación de un interior y un exterior, y un esquema corporal.
Emergen los interrogantes acerca de cómo se produce este desarrollo y también la manera en que la diferenciación entre yo/no-yo, un interior y un exterior y, las relaciones objetales se relacionan con la pregunta por la alteridad.
Breve experiencia de omnipotencia
En Freud (1915/1979) se observó el modo en que el mundo exterior interrumpe al psiquismo con sus objetos. Lentamente se debe determinar cómo se experiencia dicha interrupción o si puede sostenerse en tanto tal.
Para ello, es importante rever la infancia como una fase de dependencia y delimitar sus alcances. Winnicott (1965/2015) advierte que: “(…) es necesario no considerar al bebé como una persona que tiene hambre y cuyos impulsos instintivos pueden ser satisfechos o frustrados, sino pensarlo como un ser inmaduro que está constantemente al borde de una angustia inconcebible” (p. 75). Se concibe una primera distinción en referencia a Freud: el psicoanalista inglés parte de no suponer como dado nada, solamente una tendencia a la integración. Por otra parte, lo que va a permitir mantener a límite esa angustia, según Winnicott, es la función materna al poder ponerse en el lugar del bebé y darse cuenta de lo que este necesita.
Dada la satisfacción de las necesidades por una madre suficientemente buena, puede producirse una experiencia -que debe ser breve- de omnipotencia. Omnipotencia que no tiene que entenderse en los términos del sentimiento de omnipotencia, ni mucho menos como un mecanismo de control mágico. Sino que, al decir de Rodulfo (2009), la experiencia de omnipotencia será “(…) condición misma de la dimensión propiamente creadora del psiquismo” (p. 37). La omnipotencia permitirá sacar a la vida psíquica del desamparo.
Experiencia de omnipotencia que no implica otra cosa que la creación de lo que ya está ahí, a su alrededor esperando ser descubierto. Se trata de una adaptación paulatina al principio de realidad. Varias cuestiones merecen la atención aquí, empezando por el siguiente fragmento:
La iniciación de la relación objetal es compleja. Solo puede producirla la provisión ambiental de la presentación del objeto, realizada de un modo tal que el bebé cree el objeto. La pauta es la siguiente: el bebé desarrolla una vaga expectativa que tiene su origen en una necesidad no formulada. La madre adaptativa presenta un objeto o una manipulación que satisface las necesidades del bebé, de modo que éste empieza a necesitar exactamente lo que la madre le presenta. De esta manera llega a tener confianza en ser capaz de crear objetos y de crear el mundo real. La madre le proporciona al bebé un período breve en el cual la omnipotencia es algo que se experimenta. Debo subrayar que al referirme a la iniciación de la relación objetal no estoy hablando de las satisfacciones y las frustraciones del ello, sino de las precondiciones, tanto internas como externas del niño, que establecen una experiencia del yo a partir de un amamantamiento satisfactorio (o de una reacción a la frustración). (Winnicott, 1965/2015, p. 81)
Un ambiente facilitador debe generar confianza. El/la niño-niña en esta etapa precaria está fusionado/a al yo auxiliar. Existe un camino sinuoso hasta lograr un yo soy, que involucra al cuerpo como un todo y que basa su armonía en la vivencia del continuar siendo. La ortopedia que brinda el cuidado materno produce una lectura de las necesidades del cachorro humano, que según Winnicott, aparecen como una vaga expectativa. Se requiere entonces, de un trabajo de identificación por parte de la adulta que cuida, de la capacidad de adelantarse y anticiparse para presentarle al/la niño/a lo que este ha de crear (Rodulfo, 2009). Identificación que Winnicott (1965/2015) denomina como un “estado temporario de preocupación materna primaria” (p. 235). Rodulfo (2009) enuncia que la identificación es la contrapartida indispensable de la omnipotencia y que hay una secuencia decisiva: “(…) si hay un adulto que pueda identificarse con el niño, el niño puede introyectar esta capacidad” (p. 49). Consecutiva a la omnipotencia, la introyección permitirá la estructuración de un respaldo mnémico, no de objetos, sino de los procesos entre, de la operación de facilitar.
Retomando las interpelaciones de cómo llega alguien a sentirse vivo y de qué estado de situación tiene que producirse para la estructuración de un yo, se revela un elemento particular. Para que el aislamiento del núcleo personal del self se establezca, y a su vez, para que se constituya la unidad del yo -vía la integración-, Winnicott (1965/2015) plantea un momento fundamental que es el desarrollo de un cambio en la naturaleza del objeto.
Pausa. Es indispensable aprehender algunas categorías antes de enunciarlas. Rodulfo (2009) brinda recursos interesantes para comprender esta nueva concepción de omnipotencia y qué sucede en relación al objeto. Indica que no se está diciendo ni que el niño o la niña crean el mundo (como quizás plantearía una epistemología constructivista), ni que el mundo los precede (desde una epistemología racionalista). Cuando Winnicott menciona el paso de objeto subjetivo a objeto objetivo u percibido objetivamente, la categoría de objeto se mueve de estos a priori. Entonces, el objeto objetivo no es el de una pretendida objetividad, sino que de lo que se trata es de alteridad. O sea, lo irreductible al self, con lo que este se topa y no se le somete, hecho de suma transcendencia para lo que se viene trabajando y que hay que retener.
Esto también se corre del modelo de pensamiento filosófico según el cual, un objeto conlleva siempre por defecto la precedencia de un sujeto trascendental, convirtiendo al objeto en carente de autonomía.
Desde estas elaboraciones teóricas, el objeto contiene las marcas de los procesos que tienen que suceder entre el infante y su ambiente para su surgimiento como ser humano. El objeto deberá atravesar la experiencia de omnipotencia -cuya base es la confiabilidad en el ambiente- para poder desdoblarse en dos dimensiones: dimensión del objeto y dimensión del otro, y consecuentemente ir y venir con el objeto subjetivo. Por otro lado, se dijo que lo que clásicamente se conoce como relación de objeto, no es algo dado, sino que requiere de complejos matices entre el infante y su ambiente (Rodulfo, 2009). Se introduce aquí un vértice central que servirá para deslindar esto, que radica en el paso del principio del placer al principio realidad. En Realidad y Juego, Winnicott afirma que para los seres humanos la aceptación de la realidad nunca se da por terminada, que siempre existirá una tensión vincular entre la realidad interna y la exterior (Winnicott, 1971/2005).
Por lo que, se debe conceder una ruptura temporal con cualquier preconcepción de la realidad que se tenga, para poder configurar un mapa de situación: suspendiendo brevemente cualquier estatuto de objeto y disponiendo a cuestionar cuáles son las experiencias humanas que se producen desde la creatividad primaria a la percepción objetiva basada en el principio de realidad (Winnicott, 1971/2005). Con paciencia se irá comprendiendo por qué profundizar estos conceptos y la claridad que otorgan.
Ilusión y fusión
De estado deficitario, la fusión pasa a ser un primer logro: implica un “inmenso trabajo” -no un hecho derivado de una inmadurez radical, principio del placer “puro”-; puede, por otra parte, no lograrse o lograrse con muchas restricciones, puede fallar. Proveniente de una condición donde todo está por hacerse -y que movilizará tanto procesos biológicos como subjetivos y ambientales-, la fusión resulta una primera madurez, un inequívoco logro. El bebé ahora tiene la capacidad de fusionarse. (Rodulfo, 2009, p. 46)
Como se expuso en el apartado anterior, el niño o a la niña se encuentra fusionado al yo auxiliar de la madre, este es el primer logro de fusión. A continuación, se detallan diferentes procesos que muestran qué sucede con el objeto y cómo esto va definiendo el paso del principio del placer al principio de realidad.
En el terreno de la dependencia absoluta, una madre suficientemente buena es aquella que lleva a cabo la adaptación activa a las necesidades del/la niño/a y que, en consonancia, la va disminuyendo a medida que aumenta la capacidad del/la pequeño/a para soportar los fracasos y tolerar la frustración. Con respecto al concepto de adaptación, Winnicott (1965/2015) advierte sobre el uso que hace del mismo: no involucra exclusivamente la atención de las tensiones instintivas del infante, sino que también está implicado todo el desarrollo del yo. De modo que la frustración, desde la óptica de la salud, debe darse en el terreno de las necesidades instintivas, mientras que las necesidades del yo tienen que estar satisfechas. Las últimas, comprometen la amplia gama de lo que el autor describe como el sostén; y a su vez, lo que se despliega como la intrusión o no intrusión en la existencia del bebé. La madre tiene que proteger el seguir siendo de su hijo/a, y toda intrusión o falla de la adaptación en este plano causa una reacción que quiebra el seguir siendo. “Si la pauta de vida del infante es reaccionar a las intrusiones, se produce una seria interferencia con la tendencia natural de la criatura a convertirse en una unidad integrada, capaz de seguir teniendo un self (…)” (p. 113). Mientras que, una relativa ausencia de intrusiones, proporciona la base para la construcción de un yo corporal. En esta fase el infante no tiene medios de percatarse de la provisión materna, hito esencial para comprender el estado de fusión y lo que sucede con el objeto.
Lo elemental aquí es que, según el psicoanalista inglés, la niña o el niño, no tiene la posibilidad de hacer el pasaje del principio del placer al principio de realidad sin la existencia de la madre lo suficientemente buena (Winnicott, 1971/2005). Lo que ella producirá en el bebé -a través de la adaptación- es la ilusión de que existe una realidad exterior que se corresponde con su propia capacidad de crear. Si esto pasa, se efectúa una superposición entre lo que la madre provee y lo que el infante puede concebir al respecto. Cobra sentido la paradoja de que “para crearlo, el objeto debe ser descubierto” (Winnicott, 1965/2015, p. 236). Esta es la breve experiencia de omnipotencia que se abordó en el punto anterior.
Lo que la ilusión como experiencia suministra, es una zona intermedia entre la “creatividad primaria y la percepción objetiva basada en la prueba de realidad” (Winnicott, 1971/2005, p. 21) donde se desarrollará todo el universo transicional, -noción que el psicoanalista inglés elabora inauditamente y que, de realizar una lectura rápida, se puede desconocer la importancia teórica que merece-. Los fenómenos y objetos transicionales, inician al ser humano en “(…) una zona neutral de la experiencia que no será atacada (…)” (p. 21), es decir, no habrá un desafío respecto de la objetividad o subjetividad que porte un objeto, un juego, etc., por parte de los/as otros/as. La tensión entre la realidad interna y realidad exterior se alivia en esta zona, se trata y tratará para toda la vida de un lugar de descanso. Lo transicional dará lugar a la capacidad para aceptar diferencias y semejanzas entre lo interno y lo externo.
“El objeto transicional es el primer objeto que viene a reunir algo de lo puramente objeto con lo que ya es algo de alteridad” (Rodulfo, 2009, p. 48). Se trata de una atmósfera que gravita entre lo íntimo y lo compartido, donde la palabra entre puede funcionar un tiempo, pero es necesario salir del plano de la espacialidad. También es necesario por algún instante aplazar las categorías de interno y externo, para no sostener lógicas binarias cuando lo que se está proponiendo es de otro orden. Esto lleva a no leer lo transicional meramente como un espacio mediatizador.
En la creación de la realidad, proceso complejo, participan una pareja (madre-hija/o) y esto es esencial, uno solo de los miembros no basta. La madre ofrece al infante la oportunidad para la ilusión. “En la ilusión, el niño crea algo creyendo que lo crea él”
(Rodulfo, 2009, p. 106). Sin embargo, lo que realmente ocurre se explica por la superposición que se obtiene, como previamente se estableció, entre lo que la madre presenta-ofrece y lo que el bebé concibe.
Esto que se ofrece preexiste (por ej. el pecho), pero sin superposición no hay constitución de la realidad. Es decir, además de preexistir debe ofrecerse para que funcione como other than me. Ubiquemos lo novedoso de lo transicional, “Winnicott dice que el objeto transicional es una posesión no-yo, un other than me, otro que yo, esta sutileza, que no pone el carácter en lo ‘externo’ sino en el reconocer una alteridad en él, sobrepasa la referencia espacial tan obstructiva como ‘interno’ y ‘externo’” (Rodulfo, 2009, p. 104).
La realidad, no se constituye en tanto oposición, sino como superposición, se accede a ella al crearla. Sin superposición -como aptitud del/la adulto/a-, hay interferencia. Por ello la misma designa la capacidad, de quien brinda el cuidado materno, de producir pequeñas adaptaciones en la presentación del mundo al bebé, sin desconocer la naturaleza activa que él mismo tiene en este proceso. Esto grafica perfectamente el primer logro de fusión con la otra o el otro.
En tanto, lo transicional, que no refiere a la cualidad de un objeto sino al uso que de él se haga, que también connota fenómenos… permite aventurarse en la idea de fronteras y lo que allí se genera, en el encuentro con lo otro-que-yo. Dibuja un puente que permite un descanso en este pasaje del principio del placer al principio de realidad.
Inaugura una zona que será por siempre habitada por los fenómenos del juego, la cultura, la religión. Como un espacio donde los seres humanos, podrán seguir creando siempre lo que se ofrece como alter.
Ahora bien, Rodulfo (2009) afirma que es “(…) en el juego de fusión con el otro donde voy a tantear su alteridad (…)” (p. 46). Ya se dijo que el infante se halla fusionado al yo auxiliar y que en esta etapa no puede percatarse de la provisión materna. Este estado de fusión, va a ir promoviendo desarrollos que tienen como objetivo que el/la pequeño/a encuentre lo diferente. Es preciso conocer qué pasa cuando esto acontece.
Por lo tanto, se necesita rastrear –nuevamente- al objeto y su ubicación, desde Winnicott (1965/2015). Aquí hay que concederle al yo del infante un desarrollo un tanto más avanzado. El cambio de subjetivo a percibido subjetivamente es impulsado por las insatisfacciones, más que por las satisfacciones que en poco afectan al establecimiento de la relación de objeto y, por ende, a la posición del objeto. “Las fallas de la adaptación tienen valor en la medida en que el infante puede odiar al objeto, es decir, puede retener la idea del objeto como potencialmente satisfactorio, mientras que reconoce que ese objeto no ha logrado comportarse satisfactoriamente” (p. 237). Aparece otra vez el odio ante el objeto, se describe de aquí en más de qué modo es repensado.
¿Qué sucede en esta etapa del desarrollo? La producción de la experiencia de la omnipotencia (entre la madre suficientemente buena y el bebé), repetidamente, colabora con la vida del self verdadero -que equivale al gesto espontáneo del bebé-. Los instintos todavía no están definidos como internos, porque el yo tendiente a la integración poco a poco irá conduciéndose a ese estado donde las exigencias del ello serán sentidas como propias. Cuando esto finalmente ocurre, la satisfacción del ello es un factor fortalecedor del yo, del self verdadero; si el yo no puede incluir las excitaciones del ello, estas se vuelven traumáticas.
Prontamente, si las condiciones ambientales lo facilitan, se dará una nueva fusión entre la motilidad y los elementos eróticos. Por lo que, la insatisfacción debidamente adaptada, hará surgir el gesto espontáneo del/la pequeño/a que puede visualizarse como agresión, y lo más subrayable, habrá que darle cabida.
(…) la agresión experimentada por el infante, la propia del erotismo muscular, del movimiento y de las fuerzas irresistibles que chocan con objetos firmes, esta agresión, decimos, y las ideas ligadas a ella, se prestan al proceso de ubicar al objeto, ubicarlo como separado del self, y en esa medida el self comienza a emerger como entidad. (Winnicott, 1965/2015, p. 237).
La conducta frustrante del objeto –todavía en la etapa de fusión con la/el otra/o- permite concebir la emergencia de un mundo no-yo, y en la misma medida del propio mundo. La falla ambiental, prudentemente instaurada habilita a la/el niña/o a percibir un mundo que es repudiado. En el medio, una fase intermedia se da durante el proceso de creación del objeto y se identifica con el rechazo del mismo.
Sobre la base de una buena provisión ambiental, el infante puede ir derogando gradualmente la omnipotencia, llegando a reconocer el elemento ilusorio, el hecho de que está jugando. Esta es la base del símbolo: inicia con la espontaneidad y con la creación el objeto que posteriormente será catectizado. Lo es en la medida en que aquello que existe entre la pequeña o el pequeño y el objeto (actividad o sensación), se transforme en unión y no separación, apareciendo el símbolo como una brecha entre el objeto subjetivo y el objeto percibido objetivamente.
Agresión
Se describió cómo desde un estado de fusión con la otra/el otro, se facilita la creación de una realidad que ya-estaba-ahí. A su vez, el pasaje del principio del placer al principio de realidad -conflictivo para el ser humano- solamente se realiza con la adaptación positiva de la madre suficientemente buena. En su curso, mediante la ilusión, el universo transicional posibilita que la alteridad emerja tenuemente en una zona intermedia de la experiencia que no es atacada. Con todo esto, se llega a la instancia donde la fusión con la otra/el otro, hace surgir lo diferente a través de leves fallas ambientales. Ahora un nuevo logro de fusión, parece insinuar que allí comienza a generarse la diferenciación yo- no yo, interior-exterior. En este apartado se examina esto en detalle, tomando como base a Winnicott (1965/2015).
Previamente, se establece un paréntesis sobre qué acontece con el self ya que sirve para comprender los procesos nacientes en esta etapa. Cuando el bebé abandona poco a poco el ámbito de la omnipotencia, se va produciendo el cambio en la naturaleza del objeto que resulta radical por lo siguiente: en el plano del objeto subjetivo, para la comunicación con él no es necesario que sea explicitado; al pasar al objeto percibido objetivamente la comunicación se vuelve explícita o muda. Entonces aparece, por un lado, el uso y disfrute de los modos de la comunicación; por el otro el núcleo personal del self que no se comunica.
Se despliegan, de esta forma, dos tipos de relaciones en simultáneo: una con la madre- ambiente que, cuando domina la confiabilidad, la comunicación con ella se traduce como el seguir siendo del infante (categoría de no-presencia[i]); y otra con la madre-objeto. “El objeto percibido objetivamente va convirtiéndose poco a poco en una persona con objetos parciales” (Winnicott, 1965/2015, p. 239). Antes de llegar al período donde las madres son percibidas objetivamente y sus hijas/os adquieren el dominio de diversos tipos de comunicación (por ej. el lenguaje), hay un período de transición, donde los fenómenos y objetos transicionales facultan al infante en el uso de símbolos. Esto es de suma importancia según Winnicott para el desarrollo del yo, ya que la comunicación con los fenómenos subjetivos proporciona el sentimiento de ser real.
Ahora sí, se procede a profundizar qué significa esta nueva fusión. Consta de un proceso positivo en el cual los elementos difusos propios del movimiento y el erotismo muscular se fusionan (en la salud) con el funcionamiento orgiástico de las zonas erógenas. La agresión aparece aquí, en primer lugar, emparentada con la motilidad o la vehemencia. En segundo lugar, compone la experiencia primitiva de amor.
En referencia a lo último, se ubican esclarecimientos útiles del escrito de Rodulfo (2009). El bebé (camino a la integración) todavía no puede registrar las consecuencias de sus impulsos. “El amor en la violencia de su búsqueda es anterior al desarrollo de un cuidado por el otro (…)” (p. 133). Y esto adquiere relevancia doble: para el autor, un criterio diagnóstico diferencial, será en adelante, la articulación de un impulso a un propósito
Al haber una fractura, desfusión entre el propósito y la vehemencia, puede gestarse la violencia tal y como se presenta al sentido común. O sea, lo destructivo en sí no es la agresividad gestante (traducida como motilidad originaria o espontaneidad) sino su represión, porque esto pone en marcha progresos reactivos que exceden el self del niño que comenzaba a aislarse en su núcleo. Cuanto mayor es el caudal de reacción menor es la oportunidad de creación, y así, de autenticidad. Aclaración primordial: la agresión reactiva, es violenta sobre todo para el/la niño/a, porque no es sentida como personal. No surge de él o ella.
pero para que esto sea posible, la fusión tiene que suceder, de lo contrario, si esa motilidad es prematuramente reprimida la capacidad de amar sufre un daño.
“Lejos de mitigar la violencia de un odio primitivo, el amor temprano la contiene, hasta que la paulatina instalación de un registro de alteridad la equilibra” (Rodulfo, 2009, p. 141). Por ello, la intrusión en este nuevo proceso de fusión, contiene las semillas de una inhibición en la motilidad y el gesto espontáneo del/la niño/a, como también, lesiones en su capacidad de preocupación por el/la otro/a y las consecuencias de la acción.
Vale aclarar que no se está diciendo que la agresión surja como respuesta a la frustración. La agresividad-motilidad-espontaneidad, emerge y es propiedad del bebé, quien no cesa de advenir (léase en términos de un continuo trabajo).
Frente a la misma se pueden bosquejar dos caminos. Experienciarla -sentirla personal- para más tarde poder circunscribirla en un aparato psíquico constituido. O que se instauren repetidamente patrones de reacción, debido al intercambio con un ambiente que ataca más de lo que facilita, lo que abrirá el camino al terreno de la potencial patología.
Retornando al registro de la alteridad y lo que su instalación permite, es decir, el equilibrio de la vehemencia del impulso amoroso, se ubica un segmento cúlmine para esta investigación. Rodulfo (2009) realiza un desglosamiento interesante de la cuestión de la externalidad: de arranque afirma que llegar a la otredad, a la alteridad (la existencia más allá del mí y de su fantasía) es algo que no viene dado y que puede no darse nunca. Conseguirlo no queda solo a cargo del individuo o del yo. Tiene que haber alguien que resista, que no se deje tratar como objeto subjetivo, la diferencia debe ser creada en el seno de la experiencia de fusión (con la/el otra/o), mientras que algo del otro en el otro funciona complementario a la propia proyección. Esto es así durante una etapa parcial (que más tarde se pierde) en la cual los estímulos se explican como proyección y el infante responde a los estímulos sin trauma dado que estos tienen una contrapartida psíquica (Winnicott, 1965/2015). De lo que se deduce que la alteridad no puede encontrarse como mero dato de la realidad, ya que esta última puede colapsarse fantasmáticamente.
“El movimiento de la agresividad espontánea no encuentra satisfacción a menos que tropiece con lo más otro del otro, que es su posibilidad misma de oponerse. Según Winnicott, es esto lo que va a dar sentimiento de realidad a la experiencia erótica infundida en lo agresivo” (Rodulfo, 2009, p. 156). El advenimiento de la subjetividad requiere de una necesidad de oposición que el medio puede otorgar, y que para que se estructure como tal tiene que tener todos los ingredientes de un encuentro.
¿Por qué el encuentro con la oposición tiene que darse en la experiencia de fusión con la/el otra/o? Porque si no hay creación de lo otro, no hay experiencia con la cual el sujeto se encuentra, prevalece algo de lo inanimado, lo inerte (Rodulfo, 2009). Categóricamente, la agresión desde Winnicott es vista como prueba de vida. En tanto que, la carencia de la fusión entre la agresividad (que hace que las relaciones objetales se sientan reales y los objetos externos al self) y los deseos eróticos (que aportan capacidad para la satisfacción libidinal) establece la base para la pura destructividad que no es otra cosa que la ausencia de un sentimiento de culpa (Winnicott, 1965/2015), el cual se trabajará más adelante.
Rodulfo (2009), un poco más avanzado su escrito, plantea que más que postularla como necesidad de oposición es mejor reformularla como diferencia: de lo que se trata, es de la experiencia de un impulso que necesita de la diferencia para irse modelando como agresividad reconocible.
Para figurar mejor este proceso y comprenderlo más íntegramente, se retoman las ideas que Winnicott (1984/1990) plantea en Las raíces de la agresión, donde parte de la tendencia del bebé a moverse y, por ende, obtener algún tipo de placer muscular por medio de dicho movimiento. Simultáneamente saca partido de esa experiencia porque comienza a toparse con lo que no se le somete (oposición). Siguiendo este curso, pronto se pasará del movimiento simple hasta acciones de expresión de rabia o estallidos del ánimo; más tarde un golpe accidental puede transformarse en golpe dado con la intención de dañar. Así, lo que inicia como un mero impulso generador de movimiento, da cauce a la exploración del mundo exterior y lo que más se resalta: “(…) siempre existe un vínculo entre la agresión y el establecimiento de una diferenciación neta entre lo que es el self y lo que no es el self” (p. 64).
En el mismo artículo, señala que a la/el niña/o les lleva mucho tiempo dominar las excitaciones e impulsos agresivos, es decir, adquirir la capacidad de controlarla sin por ello perder su capacidad de agresividad cuando esta resulte oportuna. Cuando el ambiente es facilitador, o sea cuando lo permite, madre-hija/o van pasando de una relación puramente física a otra que se va enriqueciendo con los factores emocionales.
¿Qué se requiere aquí? Para que la necesidad de diferencia cobre un sentido para la persona del infante, tiene realizarse un viraje desde la destrucción mágica -que es paralela a la creación mágica-, hacia la agresión efectiva. En la fase de destrucción mágica los objetos cambian, dejan de ser subjetivos a percibidos objetivamente. Sin un suministro materno suficientemente bueno, estos cambios son súbitos e imprevisibles. Un cuidado favorable, otorgará la posibilidad de afrontar el sacudón que supone la existencia de un mundo que escapa al control mágico, entonces, el bebé podrá ser destructivo – tener conductas e ideas agresivas- en vez de aniquilar mágicamente dicho mundo. Nuevamente esto se tiene que lograr.
Winnicott es contundente cuando dice que, para el infante, experimentar rabia a una edad donde aún no siente remordimiento es valiosísimo. Pero no deja de suponer que esta experiencia debe de resultar aterradora. Lo que conduce a transmitir los tres modos de reflexionar sobre la agresión, en su texto Agresión (Winnicott, 1984/1990):
- Como voracidad (teórica) o amor-apetito primario que, de ser cruel, peligroso, lo es por azar; ya que la finalidad del/la niño/a es la gratificación y relajación del cuerpo y el ser. Sin embargo, la/el pequeña/o tiene un registro de que al gratificarse pone en peligro lo que ama. Llega así a una transacción permitiéndose una gratificación que no suponga ser demasiado peligrosa. Esto conlleva cierta frustración por lo que, o bien odiará alguna parte de sí mismo o encontrará fuera de ella/él aquello que lo frustre y soporte el
- Se logra una separación entre lo que se puede lastimar y lo que tiene menos posibilidades de lastimar (por ej. morder objetos que no pueden sentir otorga la posibilidad de disfrutar del morder independientemente del amar); lo que da como resultado el aislamiento de los elementos agresivos del apetito, pudiendo reservarlos para una agresión efectiva ante una realidad que se percibe como
- El desarrollo de una realidad psíquica interior abre espacio para la fantasía, de modo que la amenaza producida por los impulsos agresivos, podrá volcarse hacia afuera, dramatizando el mundo interior, actuando el papel destructivo para así, conseguir que una autoridad externa ejerza
La finalidad de la agresión es encontrar un control y provocar su ejercicio. Es tarea del adulto impedir que esa agresión vaya demasiado lejos, mediante el ejercicio de una autoridad confiable, dentro de cuyos límites es posible dramatizar y disfrutar sin peligro cierto grado de maldad. (Winnicott, 1984/1990, p. 61)
El nuevo logro de fusión entre la motilidad y los elementos del erotismo muscular, le da un estatuto muy diferente a la agresión en el desarrollo del ser humano. Porque la misma será la encargada de producir en el psiquismo la primera pauta real de la diferencia entre un interior y un exterior. A su vez, la teorización expuesta marca un contraste claro con
Freud: el amor contiene al odio, hasta que el registro de la alteridad equilibra esta secuencia. Lo que genera un motivo mayor para seguir la ruta de la fundación de la experiencia de la alteridad, que poco a poco va estructurándose.
Es menester clarificar que la lectura de las nociones utilizadas debe realizarse por fuera de las significaciones más sociológicas: violencia, amor, odio, agresión. Se intenta, a continuación, fundamentar estas ideas desde la coordenada inicial de lo fundacional.
Soy-estoy solo
Se pretende comprender la forma en que la integración sigue ocurriendo, mientras que el bebé vivencia nuevos impulsos y atraviesa nuevas experiencias. Para ello, debe delimitarse de qué manera lo novedoso de la diferencia y la agresión-motilidad logran sentirse como propias. Con el fin de cumplir dicho objetivo, se buscará concebir la soledad desde la perspectiva de la salud.
Previamente se mostró como cada momento de la vida de un infante implica logros de determinadas experiencias para que el self y el yo, en conjunto con la externalidad del mundo puedan establecerse. En todos estos desarrollos la alteridad no surge como un dato más, sino que es conformadora en el advenimiento del ser del infante.
El yo soy/yo estoy (to be), se inicia para Winnicott (1965/2015), vulnerable, sin defensas. La nueva fase, yo estoy solo, tiene como fundamento parte de lo que se formuló párrafos más arriba: la percatación por parte del/la pequeño/a de la existencia ininterrumpida de la madre confiable. Puede que resulte un poco confuso entender lo que viene a continuación, porque implica vacilar a la hora de teorizar de entrada una mónada independiente del medio. Lo que Winnicott enuncia, sutil y noblemente, es que, en primer lugar, el estar solo es una capacidad (que difiere de la soledad como estado). Para que se dé esa capacidad, la persona debe experienciar en sus primeras etapas una relación bipersonal dada la absoluta dependencia y vulnerabilidad del yo. La inmadurez del yo se equilibra gracias al yo auxiliar de la madre y dicho equilibro posibilita la capacidad para estar solo.
Describir al yo auxiliar conlleva no desdibujar la superposición como aptitud necesaria, y a la vez, como presencia confiable, disponible y aquí lo central… que (por momentos) no le exige nada al/la niño/a.
Rodulfo (2009), en este punto realiza un aporte importante, invita a deconstruir pares, en tanto, no se trata de presencia-ausencia, sino más bien de una no-presencia, categoría que emerge en compañía de la lectura de Derrida y sirve para deslindar la lógica binaria tan arraigada en el psicoanálisis. La madre (operando como ambiente) tiene que poder jugar a la ausencia sin estarlo realmente. El/la niño/a tomará esto para hacer algo consigo mismo, mientras juega a que ella no está allí donde está (esto no se ubica bajo el predominio de la relación de objeto).
Parafraseando al autor, la paradoja se asienta en que por medio de la soledad me vinculo y sin vivenciarla no puedo estar con otro/a, ya que hay formas -parasitarias- de estar en presencia de otro/a que no son precisamente experiencia de alteridad.
Nuevamente se apunta a una realidad compartida e íntima, donde la superposición designa una aptitud subjetiva del/la adulto/a en relación al/la niño/a, en la cual, pese a que parece haber una sola actividad psíquica hay dos o más superpuestas. Si la cosa funciona -como se dice coloquialmente- se tiene la impresión de que la madre no estuviera allí. “Este parecer que no se hace nada, acompasado con algún silencio muy activo en la silenciosidad plena del trabajo psíquico, responde a lo que se nombra como superposición” (Rodulfo, 2009, p. 117). Hay un ofrecimiento de la realidad psíquica adulta, que no debe interferir, o sea, no tiene que ser ni intrusiva, ni demasiado seductora, mucho menos desconectada.
Es una presencia que debe ir fallando, adaptándose a la/el niña/o.
(…) la capacidad para estar a solas es función de la capacidad del adulto para jugar a que no está; en términos de la teoría de la ilusión, esto posibilita la creación de la experiencia de soledad, como experiencia y no como traumatismo. (Rodulfo, 2009, p. 123)
Esto habilita a comprender que la ausencia en tanto tal no construye nada y que una presencia demasiado sostenida perjudica mucho más de lo que faculta.
Winnicott (1965/2015) formula el término relacionalidad del yo para advertir que solo cuando el infante está solo en presencia de alguien, puede descubrir su propia vida personal. ¿Qué significa esto? El/la niño/a puede relajarse, no-integrarse (que es diferente a desintegrarse como defensa que utiliza el caos como recurso), puede vacilar, existir sin determinada orientación, interés, movimientos, sin responder a una intrusión externa. Es este el escenario que prepara para la experiencia del ello, para poder vivenciar la sensación o el impulso -que no tardarán en llegar- como reales, como una experiencia personal. Únicamente en este marco la misma no resulta fútil. Y en el mismo sentido, el impulso puede dirigirse a un objeto, redescubrirse el impulso personal, hacerlo constructivo. La relacionalidad del yo abre camino a las relaciones del ello fortaleciendo al yo y no fracturándolo.
Invariablemente, el ambiente auxiliar del yo se va introyectando e incorporando a la personalidad del individuo, lo que culmina en la capacidad de estar realmente solo. Este ambiente que se introyecta, tiene las cualidades de atmósfera, de encuentro (por ello se habla de la cuna como representante materno). Aunque “no se trata tanto de ‘representar’ a la madre como de que la madre designa un complejo polifónico de escrituras (…)” (Rodulfo, 2009, p. 212).
Para Winnicott (1965/2015) ser capaz de disfrutar de la soledad junto a otra persona que también lo está es una experiencia de salud, y constituye un refinamiento de la capacidad estar solo en presencia de alguien.
Nada de esto se obtiene sin el holding, sostén en tanto espera: dar lugar a los ritmos propios de esa otra-singularidad.
Es menester aquí, destacar los siguientes elementos presentes en la teoría winnicottiana:
- La primera labor de un bebé es constituir un sentido de su
- El yo, denota un formato de experiencia que no será único y que se adquiere por medio del,
- Soy-estoy-vivo, que lo
- Entonces: el soy precede a la experiencia del yo me siento vivo. La conformación del yo es una de las experiencias de ese ir-siendo.
Rodulfo (2009) plantea que Winnicott construye su teoría sin presuponer al Uno, “(…) ni narcisista, ni autoerótico, ni autista, ni anobjetal” (p. 209). La construcción del sentido, deliberadamente depende de las experiencias que se produzcan en el ámbito del ser más-de-uno. No hay ego de arranque, sin que otro/a opere ofreciendo su realidad psíquica superpuesta dando la oportunidad de crear la realidad. Experienciar siempre es con otro/a. Mientras se pueda vivenciar la soledad en un ambiente de confiabilidad, se logrará descubrir lo personal. “La palabra ‘personalización’ puede utilizarse para designar el logro de una relación estrecha entre la psique y el cuerpo” (Winnicott, 1965/2015, p. 293).
Esto acarrea indefectiblemente a interrogar respecto de los procesos de subjetivación que deben cumplirse entre más-de-uno.
Preocupación por el otro
“Sólo si sabemos que el niño desea derribar la torre de ladrillos le resultará valioso que
comprobemos que puede construirla.”
Donald Winnicott
Los procesos de subjetivación, alojan en su interior, la capacidad de los seres humanos de responder por sus propias acciones. Este responder por se traduce como responsabilidad. Este apartado se aboca a dar cuenta de cómo el niño o la niña puede alcanzar un estado de responsabilidad. Para ello, se tienen que producir ciertas transformaciones desde la naciente agresión hasta la preocupación por el otro.
Con la fusión lograda entre los impulsos eróticos y la motilidad, dirigidos hacia el mismo objeto, emerge la ambivalencia. La niña o el niño, se va relacionando cada vez más con objetos percibidos objetivamente (no-yo) y menos con objetos subjetivos. Paulatinamente se va estructurando un self, que entre otras cosas implica la personalización.
La madre, en la mente del/la pequeño/a pasa a ser una imagen coherente (como objeto total). El yo comienza a independizarse de la figura auxiliar del yo materno, configurando una realidad psíquica interior, un esquema corporal y la presunta asunción de la vida psicosomática.
La distinción madre-ambiente/madre-objeto, cobra su sentido ante el surgimiento de la ambivalencia (que debe ser tolerada). La madre-ambiente, como persona que protege al bebé de lo imprevisible y proporciona un cuidado activo, recibe afecto y coexistencia sensual. Mientras que la madre-objeto, capaz de satisfacer las necesidades expectantes, se convierte en el blanco de la tensión instintiva.
Aquí, la ambivalencia se traduce como otra nueva fusión: por una parte, la experiencia y fantasía de una relación con el objeto basada en el instinto, que puede representarse como cruel; por la otra, la relación sosegada con la madre-ambiente. Winnicott (1965/2015) propone la tesis de que la preocupación por el otro aparece en la vida del infante como una experiencia refinada de esta reunión en la mente del/la niño/a de la madre-objeto y la madre-ambiente. Se presentan en adelante las ideas principales de este escrito.
Para explicar la emergencia de la preocupación por el otro, se precisan de ciertas circunstancias favorables (que darán sentido a lo trabajado en torno a la agresividad): la madre-objeto debe sobrevivir a los episodios ocasionados por los instintos y a su vez, la madre-ambiente, tiene que permanecer accesible, poder recibir el gesto espontáneo, ser complacida y poder continuar identificándose con su hija/o.
Como se expuso previamente, la fantasía tiene un fuerte tinte de destrucción y ataque. Al principio, el objeto no es destruido por su propia capacidad de supervivencia no porque el bebé lo proteja. Frente a esto, el infante experimenta angustia, porque si consume a la madre la pierde. Lo novedoso de este planteamiento es que la angustia puede modificarse por el hecho de que “(…) la criatura puede aportarle algo a la madre- ambiente (…)” (Winnicott, 1965/2015, p. 100). De modo que la angustia puede contenerse, y se transforma en sentimiento de culpa.
La preocupación por el otro, que es la expresión positiva del sentimiento de culpa, se constituye si la madre con su presencia confiable, le ofrece la capacidad de dar y reparar al niño o a la niña. Paralelamente hay una liberación de la vida instintiva, al iniciarse una nueva relación con los impulsos del ello que se ve modificada por la capacidad de asumir la responsabilidad por los propios impulsos: ahora el bebé tiene a su alcance la capacidad de aportar.
La posibilidad de reparar, vuelve tolerable la angustia por los impulsos del ello y sus consecuentes fantasías. El gesto de reparación permite que la culpa no sea sentida como tal y emerja la preocupación por el otro. Para que esto prospere la figura materna debe recibir ese gesto de reparación.
Una vez descripto esto, es pertinente despejar posibles espejismos teóricos: Winnicott distinguirá la culpa, como angustia desprendida de la experimentación de la ambivalencia; de la preocupación por el otro como un lazo positivo con el sentido individual de responsabilidad. Ambos, necesitan de cierto grado de integración del yo, que favorezca a retener en la realidad psíquica interior una buena imago objetal junto a la fantasía de destrucción del objeto. Esta nueva integración, contiene la variable del tiempo y depende de procesos madurativos y del estado de organización defensiva interna. Lo decisivo entonces, es la confiabilidad que la presencia materna provea, ya que como se dijo previamente, aceptar el fin destructivo que conlleva el amor primitivo es una de las cuestiones más difíciles para los seres humanos. Pero será más tolerable, cuando la persona tenga pruebas de que cuenta con un fin constructivo, de que hay una madre- ambiente dispuesta a recibir dicho gesto.
Es preciso recordar que la agresividad espontánea solicita ejercitarse para reconocerse y que será esencial para el advenimiento del self como algo separado de lo otro-que-yo. De modo que, es factible empezar por una crueldad que dará paso a la piedad y por una indiferencia que permitirá la preocupación por el otro. Winnicott propone un ciclo beneficioso que comienza por (a) la experiencia instintiva, (b) la aceptación de la responsabilidad, comúnmente denominada culpa, (c) elaboración y (d) un verdadero gesto de restitución.
Solo la agresión que no se niega, da cabida al sentido de la responsabilidad, a la posibilidad de reparar y restituir (Winnicott, 1984/1990).
Para establecer una discriminación más exhaustiva entre responsabilidad y culpa, se vuelve al postulado de Rodulfo (2009), cuando expresa el trabajo muy grande que supone articular un impulso a un propósito. La responsabilidad tiene que ver con estos momentos precarios y constitutivos donde la agresividad-motilidad está asociada al amor y a la fusión con otra/o. Estos impulsos sirven de motor para el encuentro con lo diferente y así, con la estructuración del yo, y facilitará o no la capacidad de hacerse cargo del/la otro/a, según la pauta de fusión madre-infante: “(…) si un chico empieza a preocuparse por algo que le hizo a la mamá ha de influirle como esa mamá le devuelve lo que hizo para inducir un sentimiento de responsabilidad en lugar de un sentimiento de culpabilidad persistente. La responsabilidad no es persecutoria per se” (p. 135).
Winnicott (1984/1990) sostiene la idea de que para un niño la necesidad de dar, es más grande que la de recibir y que naturalmente la construcción se presenta como alternativa a la destrucción. En condiciones ambientales favorables, aparece y se mantiene el juego constructivo, señal de buena salud, que no puede implantarse y que indica que se produjo una relación entre el afán constructivo y la aceptación personal, por parte del/la pequeño/a, de la responsabilidad por su vertiente destructiva.
Como se puede pesquisar, se trata una etapa que es anterior al desarrollo del Complejo de Edipo (relación tripersonal), previa al establecimiento del superyó tal como se enuncia clásicamente, esto es, como residuo de las primeras elecciones de objeto del ello y enérgica formación reactiva contra ellas. Particularmente como sedimentación en el yo de las identificaciones del primer florecimiento sexual (identificación-madre/identificación- padre), luego de la represión del Complejo de Edipo (Freud, 1923/2013). Para Winnicott, pensar al sentimiento de culpa como resultado de la tensión entre el yo y el superyó, aún más, el tratamiento de estas cuestiones nacidas en la mera introyección de la figura paterna, significa desconocer muchas cosas.
Por lo tanto, invita a interesarse por lo que sucede durante esta relación bipersonal, in statu nacendi, de lo que puede encausarse o no como preocupación por el otro (elaboración positiva del sentimiento de culpa). Winnicott (1965/2015) no desconoce, esos temores tan particulares en las/os pequeñas/os, que se generan como expectativa de venganza: la/el niña/o muerde y espera que el objeto también sea mordedor. “La moral más feroz es la de la infancia temprana (…)” (p. 133) conjetura, porque la posibilidad de venganza está siempre al acecho, son temores primitivos que tendrán que ser humanizados: madres y padres desaprobarán determinadas conductas, se enojarán, pero no ejecutarán una conducta retaliativa. Por ello el factor ambiental es decisivo en la constitución del sentimiento de culpa, porque se necesita la presencia sostenida de la función materna para elaborar lo destructivo del amor, y al mismo tiempo, integrar los dos aspectos del objeto amado (dimensión de objeto y dimensión del otro). La angustia que sobreviene a este período, como sentimiento de culpa, podrá metabolizarse en preocupación por el otro, reviviendo al objeto, colaborando a que se reponga, reconstruyendo… siempre que haya provisión de oportunidades. Se trata del anhelo de trabajar o adquirir habilidades, que aparece como necesidad en el/la niño/a y que
(…) surge de la instauración en el self de la capacidad para soportar el sentimiento de culpa con respecto a los impulsos y las ideas destructivas, para soportar el sentirse en general responsable de las ideas destructivas, gracias a haber adquirido confianza en los impulsos reparadores y en las oportunidades para aportar. (Winnicott, 1965/2015, p. 134)
Ofrecer la oportunidad para la creación, implica no desconocer el lugar que tienen en adelante el juego, el arte y el trabajo para el ser humano, como modo de reparación ante el daño realizado en la fantasía inconsciente (Winnicott, 1984/1990). Educar involucra, entre otras cosas, facilitar la autoexpresión que no es más que la posibilidad de ser auténticos/as.
Narcisismo trasvasante y singularidad
“Lo singular es juego o trabajo de diferencia, irreductible a otras, no intercambiable con nada.”
Ricardo Rodulfo.
La singularidad, como el hilo de Ariadna, es la constante evocación a una historia. La historia se compone de nombres propios, lugares, lazos, idas y vueltas. Excede lo meramente particular, lo individual. La singularidad vislumbra una historia hecha de acontecimientos, de narrativas, de modos de significar. No permutable, cada historia tendrá su sentido en la búsqueda incesante de lo genuino por trascender, así sea a costa de la enfermedad.
El advenimiento del ser -self- como gesto espontáneo, condujo a esta investigación al entre que atraviesa toda la obra de Winnicott. Ofrecer oportunidades -guiados por el hilo-, fue permitiendo que el infante advenga como sujeto, que pueda irse integrando como yo, aislar un núcleo muy íntimo del self, reconocer objetos externos. A su vez, adquirió la capacidad de disfrutar de su soledad, y con ella, el poder experienciar sus impulsos y vivencias como personales.
Se detallaron también los procesos que permiten la metamorfosis desde el sentimiento de culpa (que es la elaboración de la angustia frente a la experiencia de la ambivalencia) hacia la preocupación por el otro. La preocupación por el otro se define como la versión positiva del sentimiento de culpa, al permitirle al sujeto responsabilizarse por su vertiente agresiva mediante el gesto de reparar.
Frente a este recorrido, se insinúa un modo alternativo de pensar la deuda fuertemente relacionado con el reconocimiento de la alteridad. El Psicoanálisis clásico vincula estrechamente la deuda con la culpa derivada del Complejo de Edipo en tanto instauración de la ley. Mientras que, como se pudo conjeturar, existe un más allá de la culpa vinculado a la responsabilidad y a lo constructivo que inicia antes de dicha etapa.
Retornando a la hipótesis inicial, ¿qué pasa entonces con la alteridad? ¿Basta con haber llegado a la asunción del yo capaz de asumir la presencia de lo alter?
No. Rodulfo (2009) afirma que, frente al registro de la alteridad, la experiencia de alteridad crea obligación, porque afecta al ser humano, “(…) para ser reconocido dependo del reconocimiento de ella. Mi necesidad de ser amado me hace contraerla (…)” (p. 84). Se entra así, en el juego del reconocimiento. En tanto, el no ser reconocido como alteridad deseante es testimonio de un ataque máximo por parte del medio. Aquí se puede dilucidar la temática de la deuda más allá del registro de la culpa y situarla en el marco del intercambio y la reciprocidad. De la responsabilidad y el amor. Entre el desconocimiento primario de la deuda y su reconocimiento se funda la experiencia de la alteridad como tal.
Para avanzar, se propone analizar otra construcción teórica que ayuda a tejer paulatinamente un puente con los primeros interrogantes de este escrito, es decir, poder conversar desde la Psicología y el Psicoanálisis con la disciplina Filosófica-Política. Finalmente, ¿por qué el reconocimiento de la alteridad es tan importante para el sujeto?
Bleichmar (2011) produce una revisión importante al respecto de la función de esa/e otra/o (quien brinda el cuidado materno). Afirma que dicha función está desdoblada. Por un lado, al brindar un cuidado autoconservativo de la vida del/la niño/a se introducen “(…) acciones propiciadoras de la inscripción de la sexualidad” (p.18). Por el otro, se produce una pautación que el/la adulto/a establece poniendo un coto a su propio goce en relación con el cuerpo de la/el pequeña/o por amor, o sea, viendo a ese/a niño/a (otro) como a un sujeto.
Se abre –nuevamente- la problemática de la ética circunscripta al modo en que el adulto puede originar por medio de sus cuidados una circulación ligada, que se volverá ordenadora en la medida en que sea libidinal pero no exclusivamente erógena. La autora recuerda que Freud sitúa, en esta forma de operar del adulto, la base de los motivos morales (Bleichmar, 2011).
¿Por qué hablar de ética en la constitución misma de la subjetividad y cuando se trata de repensar la deuda? Ante todo, porque como puede precisarse, sin ética no hay demasiadas posibilidades de que una subjetividad emerja.
El presente recorrido condujo otra vez a reexaminar la temática de la ontología y la ética[ii]. Bleichmar (2011) también toma las ideas de Lévinas para dar cuenta de esta última: se trata de un reconocimiento del semejante, de su presencia, que viene a romper con el propio solipsismo y a la vez, de volcar al ser humano a la responsabilidad que esa presencia-otra lo convoca. La ética es trascendental e impersonal y se estructura respecto de la construcción de la noción de semejante, con la forma en que se enfrentan las responsabilidades frente al/la otro/a. Mientras que la moral, “es un conjunto de formas históricas de las cuales se van tomando principios con los cuales se legisla” (Bleichmar, 2008, p. 28).
Potenciando aún más la comprensión del asunto, Bleichmar (2011) afirma que las representaciones de la autoconservación son de orden socio-histórico. O sea, se está diciendo que lo autoconservativo (el cuidado materno, todos los logros que como se bosquejó se deben adquirir entre adulta/infante) es un injerto que la cultura produce por medio de esta otra y no una carga genética instintual (el bebé no sabe qué lo pone en riesgo hasta integrar su yo). Esto se grafica, por ejemplo, en el hecho de que el llanto rápidamente se convierte en un mensaje cuando la anticipación de la madre da una respuesta a esa -interpretada- necesidad.
Aparece entonces un circuito de comunicación (como intercambio de bienes simbólicos), donde la palabra no es necesaria porque la/el otra/o se adelanta. Donde “(…) el otro da porque se anticipa pero uno reconoce que el otro da (…)” (Bleichmar, 2011, p. 76), porque de no reconocerse se transforma en un circuito de apropiación, donde lo que la/el otra/o da es parte de lo que se tiene derecho a recibir y no de lo que se ofrece.
Resulta enriquecedor, a raíz de lo planteado, resaltar una teorización fundamental de la psicoanalista argentina, que complementa lo que se viene pensando desde la mirada de Winnicott. Para que se dé el despliegue de la subjetividad del infante, se necesita la capacidad de la adulta/o de “(…) ubicar una imagen totalizante en el niño, trasvasada de su propio narcisismo” (Bleichmar, 2011, p. 91). Esto se conceptualiza como narcisismo trasvasante, e incluye la necesidad de que ese/a adulto/a se sienta a sí mismo como incompleto/a (castrado/a), para no producir una captura del/la niño/a en la imago propia. Generándose de esta manera, un equilibrio entre estos cuidados precoces y la posibilidad de reconocimiento del otro como semejante y como distinto. También se implantan “(…) un conjunto de representaciones amorosas de reconocimiento de la propia existencia” (p. 52). Se puede localizar de esta forma, la más clara muestra de alteritas[iii], como cualidad de ser otro/a, en este narcisismo trasvasante. El cual señala esencialmente que el juego del reconocimiento lo pone a funcionar el/la adulto/a.
Y puesto que no hay modo de que un ser humano recién nacido sobreviva sin que otros lo salven de su desvalimiento, se comprende que “(…) el primer derecho que tiene el niño es a una asimetría protectora (…)” (Bleichmar, 2008, p. 47).
Se abre un universo, donde ciertas instituciones -como la familia, la escuela, el Estado- son revisadas. Una primera y gran diferenciación es que asimetría no quiere decir en absoluto autoridad sino responsabilidad (Bleichmar, 2008). Por ello, la autora establece una definición radical con respecto a la noción de familia: se trata de al menos dos
Siendo respetados todos estos movimientos constitutivos, recién allí, se puede situar un yo infantil que reconoce la dependencia. Esta fase se nomina dependencia relativa y va camino a la independencia. La muestra más clara de que el niño o la niña conoce su situación, es la emergencia de la angustia ante la ausencia materna que dura más tiempo del que puede soportar (Winnicott, 1965/2015). Es necesario advertir cómo se va instaurando el juego de reconocimiento de la alteridad. El mismo se irá completando cuando el progreso en la capacidad del/la niño/a de identificarse con la madre, lo invite a ponerse en su lugar y esto generará un gran alivio de su dependencia. Irá aceptando que la madre tiene una existencia separada, que hay acontecimientos que están fuera de su control y podrá manejar el odio que experimenta por el desafío hacia su omnipotencia. La aparición del lenguaje ofrece nuevos recursos para la tendencia constructiva-reparadora del/la pequeño/a. Al existir ya una membrana limitadora, y a través de la tendencia integradora que fue forjando un interior y un exterior, se producen intercambios enriquecedores entre la/el pequeña/o y el mundo. Se llega entonces al momento donde “(…) la percepción es casi sinónima de creación” (Winnicott, 1965/2015, p. 119).
generaciones comprometidas en el ejercicio de sus funciones, o sea, con convicción de sus asimetrías y responsabilidades, donde alguien es respaldado y alguien respalda, ejerciendo un cuidado responsable de la supervivencia y del desarrollo simbólico (Bleichmar, 2008). Invita a romper con el esquema conservador de familia y apostar a ubicar los elementos realmente sustanciales que se juegan en el marco de dicha institución: infante-madre, infante-padre, infante-tía, etc., al menos dos que respeten sus funciones propias.
El sujeto ético
Se logró establecer la manera en que la deuda aparece inscripta en el juego de la reciprocidad (amor) y del reconocimiento del otro (al reconocer lo que el otro da, se recibe, y así, el sujeto es capaz de dar).
El circuito del intercambio provoca un exceso que permite la transmisión del don. El acontecimiento del don, como profundo desequilibrio entre lo que se da y lo que se recibe, contiene las semillas que habilitan a que dos generaciones se distingan. Porque lo que se dona es tiempo y con él, diferencia (Bolis, 2008). Como se puede notar, es dado en este lugar, contribuir con una perspectiva de la diferencia distinta a la interpretación de Hernández Castellanos. Ya no se vincula a una violencia primera que el idioma ejerce sobre el pensamiento (Hernández Castellanos, 2011), sino que se manifiesta como una marca olvidada. ¿Por qué? Para que la diferencia suceda, tiene que establecerse una relación entre dos o más elementos en juego. Sin embargo, diferencia no significa sustracción. Su acontecer incluye a la relacionalidad de los elementos, temporalidad y espacio, entonces la diferencia es la posibilidad de singularización, como marca constante que no cesa de inscribirse.
El reconocimiento real del otro supone poder percibir lo común a través de la diferencia, y la diferenciación verdadera mantiene en una tensión dinámica el equilibrio entre separatividad y la conexión. Pero en cuanto se niega la identificación con el otro, el amor pasa a ser sólo amor a un objeto (…) (Benjamin, 1996, p. 211)
Se llega así, a la forma más acabada de la fundación de la experiencia de alteridad con – mínimo- dos sujetos que se ofrecen al/la otro/a en tanto tal, mediatizados por la transmisión del don.
¿Qué significa el vocablo sujeto? Rascován (2013), enuncia que un sujeto es “(…) una configuración única e irrepetible, una organización corpórea con un aparato psíquico, anclada en una civilización particular. Sujeto entendido como singularidad (…)” (p. 35). Mientras que la subjetividad “(…) no es otra cosa que una producción histórica de las significaciones imaginarias que instituyen formas de vivir la existencia humana” (p. 32).
Sin embargo, como bien aclara Rodulfo (2009) “(…) la dimensión de la alteridad no se construye de una vez para siempre ni queda garantizada en los primeros años de vida (…)” (p. 161).
De modo que es fundamental postular dos interrogantes esenciales. El primero es qué procesos tiene que atravesar un sujeto para que la ética sea la propiedad diferenciadora de enlace con el otro. El segundo: cuáles son las condiciones de subjetivación que deben darse, para que el reconocimiento de la alteridad no se desconstruya en desubjetivación. La primera pregunta se responde del siguiente modo. La construcción de un sujeto ético tiene todo que ver con la construcción de legalidades. Pero no se trata de cualquier legalidad. Bleichmar (2008) da un ejemplo muy simple y claro: un “(…) chico que llora por el sufrimiento del otro ya es un sujeto ético (…)” (p. 182). Aquí se amplía la noción de ética, porque añade el respeto por el semejante, que entre otras cosas significa producirle el menor daño y a la vez, brindarle consuelo.
Se trata nuevamente, de un tiempo anterior al Complejo de Edipo -que luego podrá enriquecer ciertas instauraciones- pero “(…) las formas en las cuales se van plasmando las primeras conductas éticas son del orden de la intersubjetividad y no del orden de la triangulación” (Bleichmar, 2011 p. 31).
La ética tiene que ver con el amor, no con la autoridad; porque la legalidad que pauta está dada por la forma de regulación de los intercambios que gestiona el/la adulto/a. Se esclarece por qué la culpa aparece como el reconocimiento de un daño a un tercero y no como pudor. Lo que Bleichmar (2011) enfatiza, es que la única garantía de que exista un sujeto ético es que la ley sea transmitida por alguien amado y respetado. Es el amor ligador del otro el que constituye al sujeto ético.
Lo determinante es que alguien -asimetría protectora mediante- vea a ese sujeto naciente como un lugar de investimento narcisístico trascendente de sí mismo, es decir, que alguien pueda ser-el-yo del infante (alteritas) y al mismo tiempo, reconocerlo como otro/a. Esta asimetría de saber (no de poder), humanizará a la cría, la subjetivará, permitiéndole el pasaje de la inmediatez biológica al orden socio-cultural. Frente a este basamento, el sujeto amará no solo al objeto sino también a lo que este propone, por ello la ética se remite a la lealtad.
El altruismo es efecto de una proyección sobre el otro, pero de una proyección humanizante de la que uno fue objeto en los tiempos de su constitución (…) El nivel de ajenidad que te implica el otro humano te marca el universo en que vos estructurás la ética. (Bleichmar, 2008, pp. 213-214)
El sujeto ético está guiado por una ley interna que pauta las responsabilidades con respecto al semejante. Respondiendo a Cixous (1995), la paradoja de la alteridad será capaz de sostenerse por sujetos que hayan instaurado esta ley interna, como condición inaugural y con todos los factores que deben suceder en tiempos de constitución psíquica y de advenimiento del sujeto. Fuera de estos bordes, existe un universo que tanto la clínica psicoanalítica, la filosofía, la política, etc. pretenderán captar.
A continuación, se trata de responder al segundo interrogante.
Pacto intersubjetivo
Desubjetivación denota que el otro se transforma en un medio para el sujeto. Es una forma de enlace al otro que está desprovista de cualidad humana, donde el otro-ajeno-a- mí se presenta como un objeto para el propio goce o como un obstáculo para la acción o el deseo. La noción de semejante se desdibuja, ya sea por la destrucción de procesos identificatorios, ya sea por la desarticulación de la ley interior que opera como mandato de obligación ante el otro. Y lentamente se favorecen tendencias conducentes a la aparición de la violencia intersubjetiva, donde el semejante queda representado en su peor condición: como enemigo o rival. Esto genera un círculo vicioso, porque la violencia en cualquiera de sus formas, es un modo de desconstrucción de la relación con el otro (Bleichmar, 2008).
Lo que es indispensable exponer, es que esto no se genera in vacuo, como modalidades relacionales micro determinadas por los individuos involucrados. Si la transmisión de la ley proviene de otros, si se requiere de una asimetría que paute los modos de intercambio, la pregunta clave es: cuál es el lugar que ocupa la cultura en todo esto.
El orden discursivo social produce un imaginario colectivo, representaciones, que construyen modos de subjetividad… los cuales pueden ser desubjetivantes. Es decir, el aparato psíquico está abierto a lo real, de modo que puede convertir en sintónicas o distónicas determinadas representaciones. “Pero un sujeto, además de emerger de una situación grupal o social, emerge respecto a sus propios fantasmas, sus propias defensas (…)” (Bleichmar, 2008, p. 101). Hay una imbricada relación entre lo singular, lo histórico y lo social, desde la cual ciertas representaciones colectivas, al hacerse sintónicas con la dinámica psíquica del sujeto, favorecerán modalidades de resolución de las tensiones que pueden tener que ver con un borramiento del otro en tanto humano. Gran parte de esto sucede cuando la cultura, en el marco de la pérdida de condiciones de intersubjetividad, ofrece un exceso de información y el sujeto queda imposibilitado de metabolizarla simbólicamente, pudiendo ejercitar un pasaje a la acción como forma resolutiva del conflicto.
Aún más, el desconocimiento del otro como semejante instala un escenario donde la carencia de una legalidad que paute genera modalidades relacionales paranoicas. Esto puede verse en el marco de la vida cotidiana, cuando al no haber legalidad que organice todo se transforma en potencial amenaza. Bleichmar (2008) enuncia que “(…) el terror es el modo mismo de la paranoia (…)” (p. 104), es bien conocido que la sociedad argentina ha vivido la instrumentación del terror como modo predilecto de ejercicio del poder. El terror, imposibilita al sujeto a armar defensas válidas ya que no se sabe de dónde puede provenir el ataque.
Por ende, no existirá fuerza represiva que alcance para poner un límite exterior a la violencia intersubjetiva. La apuesta apunta a la construcción de subjetividades que puedan poner un límite a su propia violencia y esto solamente se garantiza cuando está instalada una ley interior ética. A su vez, la producción de subjetividad que tangiblemente queda a cargo de las diversas instituciones sociales (familia, escuela, Estado, como también medios de comunicación y redes sociales, etc.) debe elaborar una noción de semejante que sea abarcativa.
Cuando previamente se ubicó la temática del don, se la formuló como acontecimiento, como transmisión y principalmente como dar tiempo. Bleichmar (2008) expresa que la construcción de subjetividades únicamente puede hacerse sobre la base de proyectos futuros, con la creación de realidades por venir. Nadie que quede reducido a su condición inmediata y biológica puede pensarse humano. Siendo consecuentes con lo desarrollado aquí, la idea de asimetría protectora, conlleva a que esos proyectos futuros puedan gestarse en el marco de la ciudadanía. Para que los adultos y las adultas puedan ser responsables, deben ser restituidos de esa capacidad. Específicamente no se puede pretender que alguien responda por si se encuentra destituido simbólica y materialmente: no hay ley que pueda ejercerse fuera del marco del derecho. La preservación de la vida no basta sin un horizonte a crear, el sujeto sin idea de futuro queda despojado de su identidad, porque no hay que olvidar que el ser humano se caracteriza por la búsqueda de sentido de su existencia. La autora manifiesta que la reciudadanización tiene que ver con la recomposición de la condición de seres subjetivados al interior de una sociedad que los reconozca como tal.
La reciudadanización está profundamente enlazada a la restauración del pacto intersubjetivo (Bleichmar, 2008). Lo que significa recuperar el principio del semejante como ese otro/a que con su presencia le crea obligación al sujeto y que debe reconocerse como pensante para permitir el intercambio (lo que condice con la revisión de la deuda instituida en esta investigación). En este marco la asimetría cobra sentido, porque quienes son responsables, están atravesados ellos mismos por legalidades.
La premisa de alteridad que se remarcó en el artículo de Hernández Castellanos (2011): “figuras de lo Otro, plurales y diversas en su constitución histórico-política” (p. 27), juega entonces con la representación colectiva de semejante. Ambas están sujetas a las modalidades de institución de la subjetividad y a la moral de época que decreta los principios legislativos. La producción de subjetividad y la moral son modos histórico- sociales de regulación colectiva de los intercambios.
Desde el propio campo conceptual, existe una coyuntura con la propuesta de Derrida de forjar una ruptura con el binomio homogeneidad-democracia. El aporte que esta investigación otorga a esa coyuntura se fundamenta en que cualquier cultura que subvierte la paradoja de la alteridad somete a sus ciudadanos a una lógica de dominación de lo diferente, de arrasamiento subjetivo y de perversión como una falsa modalidad de lazo. Si todo esto queda recubierto por una ideología que pregona por falso éxito individualista, donde la economía gobierna las representaciones del bienestar, la salud, la felicidad; el proyecto político es un proyecto de mortificación, en el cual “(…) el sujeto se encuentra coartado, al borde de la supresión como individuo pensante” (Ulloa, 1995, p. 239).
Las sociedades mortíferas dan a luz individuos enfermos, enfermedad entendida como sufrimiento. El reconocimiento de la alteridad y la construcción de subjetividad son dos procesos simultáneos que intervienen en la constitución del psiquismo. De manera que resulta indispensable cuestionar, en el marco de los basamentos teóricos- epistemológicos, las democracias actuales, los modelos de subjetivación que ofrecen y los diversos tipos de lazos sociales que generan. Desafío que se exhibe ante los profesionales de la salud, de la salud mental, desde su propia condición de ciudadanas/os.
Discusión final
El largo y sinuoso recorrido que comenzó con una viñeta literaria-filosófica, cuya riqueza se inscribe en los procesos identificatorios que produce, llevó a explorar diferentes conceptualizaciones, rupturas, aportes. Quizás iniciar una investigación con preguntas que se forjaron en el campo filosófico no es más que un modo humano de buscar recursos ante una realidad que genera continuos interrogantes.
Es absolutamente importante lo que la Psicología y el Psicoanálisis pueden aportar en este recorte de problemática. Principalmente, porque existen posibilidades de mora en las respuestas que se pueden dar. En primer lugar, porque de no revisarse los términos morales gestados dentro de la sociedad actual, se alimenta un universo representacional colectivo donde la noción de semejante se despedaza. En segundo lugar, un criterio fundamental que el Psicoanálisis propone y que atraviesa toda esta investigación es que, para que alguien pueda responder por tiene que haber un sujeto emplazado, lo que significa que alguien pueda reconocerse detrás de sus acciones. Esto interpela directamente al total de la sociedad, ya que la construcción de subjetividad es un proyecto que cada pueblo debe darse como discusión, porque la formación de sujetos nace en primera instancia como construcción de ciudadanía. Solo así nociones como las de asimetría protectora adquieren relevancia, en el marco del derecho y también de los derechos humanos. Y cuando estas bases no están dadas, la asimetría debe partir del Estado como aquel que garantiza, que respalda a quienes viven en la inmediatez reducidos a una supervivencia biológica.
Luego de examinar los puntos relevantes para la presente investigación de la metapsicología de Freud, se intentó una relectura y ampliación de la misma desde la producción de Winnicott, con el aporte y el trabajo realizado por Rodulfo. Sus elaboraciones otorgaron la posibilidad de detenerse ante lo que aparece muchas veces como dado. Se buscó recuperar sus meticulosas miradas clínicas para elaborar una forma de entender: cómo llega un sujeto a emplazarse; cómo alguien se siente vivo; qué debe suceder en el desarrollo de una cría humana para que se estructure su yo. ¿Para qué? Para dar cuenta de los modos en que se funda la experiencia de alteridad.
Ese primer interrogante inauguró la exploración, dentro de la órbita de la singularidad y la historia, que condujo a esclarecer que ese experienciar mismo es lo que habilita a que alguien al mismo tiempo se conforme como humano. Alteritas como cualidad de ser otro, es un atributo de lo humano. La premisa que surge a modo de conclusión es: no hay yo sin otro/a. Sin embargo, esta sentencia no se reduce a los tiempos constitutivos. No hay yo sin otro/a, porque sin un verdadero alter, lo personal, esa labor tan intensa de conquista del propio psiquismo y del propio cuerpo, se anulan. El ser humano enferma, se deteriora.
No son dos instancias separadas: cuando se experiencia la alteridad se está asumiendo la propia existencia. Antes o después será imposible de reconocer ese momento tan placentero del sentido del self, de creación de la realidad. Paulatinamente los otros se interiorizan, pero no debe desconocerse el elemento de exterioridad que tienen, por ejemplo, en la conformación del superyó. Sin embargo, la exterioridad es ordenadora, posibilita al psiquismo constituirse con herramientas que lo protejan del colapso: la implantación de la sexualidad por esa otra-ética, arranca al cachorro de la inmediatez biológica y le da a su aparato la posibilidad del universo representacional.
Bleichmar posibilitó dejar en claro que ante todo los seres humanos son seres sociales. Entonces, la pautación de legalidades que bien podría teorizarse solo desde lo micro, tiene inevitablemente que cimentarse en el marco institucional-cultural. Porque no hay creación de sujetos éticos sin adultos que estén atravesados ellos mismos por dicha legalidad. No se puede implantar la ética, es una construcción intersubjetiva. Y sin construcción intersubjetiva de la ética no hay modo de soportar la paradoja de la alteridad, paradoja que tiene que equilibrarse y sostenerse para hablar de salud.
Por último, y no menor, este escrito forma parte de la culminación de la carrera de grado de Psicología de Facultad de Psicología de la UNR. El aporte que este trabajo se propone, no se limita a la producción académica-teórica, sino que también pretende situar puntos de inflexión entre la Universidad Pública y el resto del conjunto social. El año 2019 es un año que colectivamente deja marcas y un legado muy intenso, donde lo alter, los otros, aparecen de muchas maneras ilustrados en el imaginario social. Donde el sufrimiento tiñe pantallas que desbordan al sujeto, pudiendo volver a los/as ciudadanos/as un poco inertes ante el horror. Por ello construir sentido es tan importante, gestar recursos para metabolizar simbólicamente y fundamentalmente hacerlo comunitariamente dado que es una muestra de cómo los lazos se pueden establecer desde otro lugar que no sea la indiferencia o el desprecio. Debatir infinitamente que el semejante no es un medio, ni un obstáculo, que no se puede reducir todo al costo- beneficio. Que el déficit cero no se acota a disminuir el gasto público. Se tiene que poner en escena que un país con la mitad de sus infancias y adolescencias sumergidas en la pobreza, tiene opacado seriamente su futuro. Se debe dar tiempo. El proyecto político es entre los argentinos como comunidad.
Por último, esta investigación enfatiza que toda elaboración intelectual es altamente performativa de la trama significativa social, de modo que es prioritario cuestionar las teorías, hacer una lectura activa de los precursores que escribieron desde sus tiempos. Pero ello no tiene que imposibilitar escribir el propio tiempo. Cixous ubica un descubrimiento, gestiona instrumentos claves para deconstruir e interpelar los sistemas de pensamiento occidentales. El siglo XXI, con sus múltiples escenarios de luchas por reconocimientos políticos y sociales, invita a quienes se atrevan a revisar críticamente cada premisa. A admitir la dependencia que el ser humano tiene fundacionalmente con respecto a otras y otros, remarcando que eso no borra la independencia. Ya no se puede sostener la publicitada idea de libertad amarrada al sometimiento de los demás. Este trabajo fue el modo de fundamentar que las oposiciones jerárquicas que tantas conquistas beneficiaron, están enfermando a las sociedades.
Porque no hay yo sin otro/a, porque cada ciudadano y cada ciudadana es la alteridad.
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Romina Del Valle Leguizamón es Psicóloga (U.N.R). Pasante ad honorem del Instituto Rosario de Investigaciones en Ciencias de la Educación (IRICE-CONICET-UNR) desde 2017 hasta la fecha. Con formación en Derechos Humanos y Salud Mental, Género e Infancias. Voluntaria en Acceso a la Justicia (U.N.R).
Bibliografía
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Bleichmar, S. (2008). Violencia social, violencia escolar: de la puesta de límites a la construcción de legalidades. Buenos Aires: Noveduc.
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Bolis, N. (2010). Adolescentes y convivencia. Interrogantes sobre la transmisión en la práctica educativa. Revista Novedades educativas. Año 22, Nº 240/241: 99-103
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[i] La categoría de no-presencia es trabajada en la página 17 del presente escrito.
[ii] Página 6 de este trabajo.
[iii] Página 6 de este trabajo.
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