Juventud despierta
Por Ludmila Prahl
La idea de que “la juventud está perdida” no es nueva. De hecho, quienes hoy piensan eso probablemente hayan sido receptores de dicho comentario durante su propia juventud. Es que no tenemos que irnos mucho antes en el tiempo para recordar una época dorada de la juventud, como fueron las décadas de los 60s y 70s, donde la mayoría de quienes eran adultos en ese momento miraban con recelo los cambios que acontecían entre la juventud de ese momento.
Vivimos en un mundo incierto y volátil. Un mundo más conectado, en términos tecnológicos, que hace tres décadas. Este aspecto, entre otros, impulsó cambios en todas las áreas y la juventud es una de ellas. Hoy, la juventud no es la misma que la de hace unas décadas, pero sigue habiendo quienes piensan que está también perdida.
Parto de la base de que generalizar no es bueno. Somos personas, todas con nuestras particularidades, por lo que trataré de no hacerlo en estas líneas. Dado esto, dicotomizar acerca de una juventud perdida u otra que “vale la pena” es algo, como poco, injusto.
La perspectiva que busco utilizar tiene que ver con rescatar lo bueno del todo. Por eso, que se sostenga la idea de una juventud perdida puede quitarnos de vista aquello que vale la pena rescatar.
La juventud de hoy está despierta. Es diversa. Ciertamente no todos los que la integramos pensamos igual. Formamos parte, pero además hacemos de ella nuestra propia versión. Los avances tecnológicos son una herramienta clave para caracterizarla. Permiten que la juventud esté más conectada entre sí. Problemáticas locales, se vuelven conocidas a niveles mucho más grandes. Esto moviliza e interpela. Y la ilusión de un “futuro por delante” nos mueve a actuar.
Maddy Malone, de 23 años, es un ejemplo reciente de que es en vano decir -una vez- más que “la juventud está perdida”. Ella vive en Vidor, Texas. Una ciudad pequeña pero conocida por actividades del Ku Klux Klan y el alto grado de discriminación a personas de color a lo largo de su historia. En el marco del auge de movilizaciones en Estados Unidos contra de la discriminación a la población afroamericana a partir del asesinato de George Floyd, comenzó a organizar una protesta pacífica en dicha ciudad y lo publicó por las redes sociales. Ante esta situación, muchos de quienes veían la publicación aconsejaban a la población afroamericana no ir. Podía ser una emboscada y terminar en catástrofe, en una ciudad conocida por el rechazo de gran parte de su población por las personas de color. Sin embargo, no fue así. La protesta pacífica contra el maltrato fue una muestra de que no todos en Vidor eran iguales. “Mi generación está llegando a romper el ciclo”. Esta fue una de las declaraciones de Maddy, la organizadora, quien estuvo acompañada en su gran mayoría por jóvenes.
Este es solo un ejemplo. Tampoco se busca acá hacer deducciones a partir de unos pocos casos y afirmar que esta juventud es excepcionalmente buena. No se trata de eso. Más bien, de impulsar y apoyar aquello bueno y ver como contribuir a deshacer lo malo.
Estos hechos positivos cohabitan con otros que no lo son. Nos encontramos en un mundo que parece ir en dos direcciones al mismo tiempo. Por un lado, un resurgimiento de nacionalismos y grupos en contra de la globalización cuyo símbolo más fuerte parece ser Trump. Estados Unidos desde el fin de la Guerra Fría hasta alrededor de los 2000 fue un hegemón indiscutido en el sistema internacional, abogando por un orden liberal y un mundo con fronteras más abiertas (principalmente en términos comerciales), a la vez que buscaba un papel protagónico en el arbitraje internacional. Hoy, es un país presidido por un nacionalista y fuerte defensor de bordes más fuertes y menos permeables tanto en cuanto a políticas migratorias como comerciales. Además, parece retraerse de organismos multilaterales en pos de volver a unos Estados Unidos aislacionista, más parecido al de antes de la Primera Guerra Mundial que al árbitro mundial post Guerra Fría. Este direccionamiento intra-bordes tiene su correlato con derechas nacionalistas extremistas que surgen en países europeos y también con el ascenso de Bolsonaro en Brasil, país muy importante en la región.
Pero a su vez, otras personas parecen ir en una dirección diferente, más esperanzadora. Un mundo donde se reconoce que las problemáticas a nivel global son reales y que lo que pasa a nivel local, en muchos casos, es un ejemplo de temas más amplios, que no se limitan a un único país. El calentamiento global es responsabilidad de todos, el racismo no solo existe en EEUU y el hambre no solo en África. Estos son solo algunos de los temas que hoy más resuenan. Como habitantes de un mismo mundo es necesario reconocer todo esto para así contribuir desde nuestro lugar a solucionarlos.
Además, junto con la identidad nacional, para muchos surgen otro tipo de identidades que exceden fronteras. La identidad nacional lejos está de desaparecer, pero en algunos casos es complementada por un sentimiento de pertenencia distintos. En todo esto, los avances tecnológicos, que permiten conexiones con diferentes partes del mundo de manera casi instantánea, juegan un papel clave.
Sin duda hay grandes desafíos por delante, pero la juventud no parece apática ante esto.
Ludmila Prahl es una joven estudiante de Relaciones Internacionales en la Universidad Torcuato Di Tella. Fue parte de un programa de estudios japoneses en la Universidad de Keio, en Tokio.
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