En este escrito me propongo realizar algunas reflexiones sobre la mirada desde ciertas concepciones fenomenológicas, particularmente a partir de los postulados de Merleau-Ponty. Considero que los aportes de la fenomenología permiten arrojar luz sobre el fenómeno de la mirada en tanto la fenomenología es una filosofía que re-sitúa las esencias dentro de la existencia. Desde allí, concibe el cuerpo como la expresión de una subjetividad, poniendo de manifiesto el enraizamiento del alma en el ámbito del mundo a través del cuerpo, el “espíritu encarnado” de las consideraciones merlopontyanas. La fenomenología sostiene que el sujeto, por estar alojado en el mundo, no sólo es vidente sino también visible. El abordaje fenomenológico de la mirada me permitirá también encontrar los puntos de contacto con la tradición psicoanalítica.
Finalmente haré algunas reflexiones sobre la percepción entendiéndola como puesta en escena de la mirada, punto de encuentro donde emerge tanto el sujeto percibiente como el objeto percibido.
La vista y la mirada. Puntuaciones filosóficas
El ojo ocupa un lugar privilegiado en el sentido de la visión, es el órgano encargado de recibir los estímulos visuales y es, además, visible: se muestra, es visto. Desde las ciencias biológicas se ha estudiado su naturaleza, no obstante, su estudio anatómico y fisiológico no abarca el fenómeno de la visión “[…] Nuestros ojos de carne son más que receptores de luces, colores, líneas; son ordenadores del mundo que tiene el don de lo visible […]” (Merleau-Ponty, M. 1977:21). La visión nos permite tener acceso a los objetos, a los entes visibles, que están a disposición del ojo conformando un principio de coexistencia entre el hombre y el mundo, “[…] toda visión es visión de algo, es una relación con el ser, una manera particular de ser-en-el-mundo, una modalidad de existencia […]” (Íbid: 236).
La mirada se nos presenta como una “visión orientada” que nace en el momento en el que el sujeto selecciona del universo visual aquello que posee valor para él. Nace en los órganos de la visión pero los trasciende. Es un fenómeno de frontera entre lo objetivo y lo subjetivo. Merleau Ponty nos muestra este espacio entre visión y mirada: ubica la visión como un ejercicio “pre-personal” que nos abre a todo lo que es no-yo, a un campo; en cambio “[…] la mirada es la visión humana preguntándose por sí-misma […]” (Íbid: 131-133).
Villamil Pineda, en Fenomenología de la mirada (2009:104-111) reconoce distintos modos de mirar con los que la cultura y la filosofía occidental han mirado las cosas, al propio cuerpo y al otro.
- La mirada ingenua. Corresponde a la tesis general de la actitud natural, para la cual el hombre habita en el mundo de la vida y las cosas se nos muestran simplemente frente a nosotros, como objetos totalmente independientes. Según Husserl (1949: 64-66) la actitud natural “[…] es la vida cotidiana […]” hace que “[…] el Yo se mueva directamente hacia el mundo alejándose de sí. Es decir, el interés del hombre no está en sí-mismo sino en las cosas […]. Por lo tanto cuando esta actitud se refiere al Yo, lo concibe como una cosa entre las cosas, como un «algo»”.
- La mirada animista. Es propia del hombre para el que la distinción del yo/no-yo es incompleta, que dialoga con las cosas extendiendo sobre ellas su subjetividad. Es el caso del artista para quien las cosas miran porque vivencian un continuo entre ellos y lo visible; o el del filósofo materialista que concibe al hombre tan sólo como resultado de procesos que están más allá de sí, como una pieza que dispuesta al vaivén de un sentido que le viene impuesto desde afuera.
- La mirada objetivista. Está en relación con la mirada ingenua y en oposición a la mirada animista. Convierte al hombre en un observador capaz de comprender exactamente el universo observado; encarna el ideal positivista de objetividad para observar, y busca la copia exacta de la realidad por medio de la visión. Demanda extrañarse de los fenómenos, buscar la distancia que sea correcta para la ciencia. “[…] La mirada objetivista hace del observador una persona inmóvil, que no parapadea […] Esta actitud es ingenua porque tal tipo de observador es imposible […]” (Merleau-Ponty, 1977: 8).
- La mirada crítica. Parte de la actitud natural de la mirada ingenua y no la afirma ni la niega: la interroga. Su pregunta va orientada hacia dos direcciones, por un lado hacia la objetividad de lo visto y por otro hacia la subjetividad del vidente, es decir, hacia el mundo y hacia el ser que hace posible que dicho mundo pueda ser visto. De esta manera la mirada crítica va más allá de la actitud natural y se nos da como el acto humano más idóneo para asumir la actitud re-flexiva auténtica (Villamil Pineda, 1999:111). Para ello será necesario que la mirada crítica interrogue también la subjetividad del vidente, y dar un paso más, trascender el mundo de las apariencias y de las cosas y fijarse en la subjetividad del otro. Señala Merleau-Ponty (1970: 199) que la re-flexión, para ser auténtica, debe renunciar a las facilidades de un mundo con una o varias entradas accesibles al ser que reflexiona ya que “[…] La re-flexión se mantiene en la encrucijada donde se efectúa el paso del yo al mundo y a los demás […]” Este es el punto en el que las reflexiones merlopontyanas enlazan la mirada psicoanalítica: para conocer la propia subjetividad, es necesaria la subjetividad del otro.
- La mirada del Otro: ésta puede presentarse, por un lado, como mirada objetivadora, extensión de la mirada objetivista al mundo de los otros, que no hace la diferencia entre mirar algo o a alguien. Por ello no podrá derivar nunca en una intersubjetividad auténtica. El modo de coexistencia al que nos conduce es al de conflicto entre contrarios, en el que la propia subjetividad se afirma reduciendo la subjetividad ajena a la condición de cosa entre las cosas. Según Sartre, la libertad propia se salva en detrimento de la ajena: cosifico o me cosifican. La relación entre las subjetividades será siempre conflictiva, será una lucha entre libertades “[…] el infierno son los otros […]”. (Sartre, 1945:55). Esta mirada, desde la ciencia, pone al otro como objeto de investigación del que se procura descifrar sus secretos, intentando “[…] reabsorver su subjetividad en su fenomenalidad […]” (Villamil Pineda, 1999:114).
Por otro lado estaría La mirada del amor. Es la mirada del reconocimiento del otro como sujeto que posee una interioridad más allá de sus apariencias y permite que la co-existencia pueda abrirse en una auténtica intersubjetividad. Estimula al otro a subjetivarse y en ese movimiento estimula la propia subjetivación. “[…] El otro me interpela con su mirada y me obliga a comprender su apelación, a no ceñirme a sus apariencias sino a lo que él es por encima de ellas, recurro a su subjetividad. Es la subjetividad la que apela ante mí en su más noble expresión: la mirada. Es como si su mirada me dijera: sé tu mismo, pero conmigo […]” (Merleau-Ponty, 1954:208)
La vista y la mirada. Puntuaciones históricas
La irrupción a finales del siglo XX de la tecnología digital y las posibilidades de producción y reproducción de imágenes que esta facilitó, nos hacen pensar que estamos en la época del predominio irrefutable de la imagen y con ella, del sentido de la vista. Sin embargo, la historia nos muestra que la vista ha ocupado siempre un lugar destacado y que lo visual está imbricado en el desarrollo tanto de la ciencia como de las artes en occidente.
En la antigua Grecia el sentido de la vista gozó de un especial privilegio respecto de los demás sentidos; sus dioses tenían, entre otros, el atributo de ver y ser vistos, por lo cual, así como así como podían ser espectadores de las acciones humanas, podían aparecer como actores ya que se manifestaban de manera visible ante los hombres. Las matemáticas (especialmente la geometría), el teatro y la filosofía estuvieron marcadas por el sentido de la visión. La etimología del término teoría da pruebas de ello, su significado actual: “[…] Conocimiento especulativo considerado con independencia de toda aplicación […]” (DRAE: 2013), proviene del vocablo griego θεωρία: “[…] acción de ver, de mirar, contemplación, examen, observación, meditación, especulación […]” (Yarza, 1972). Incluso Platón en el Timeo distingue el sentido de la vista de los demás porque su creación se sitúa junto a la del alma y de la inteligencia, mientras la del resto de los sentidos está junto a los aspectos materiales del hombre. Pero vale recordar que para Platón la vista no sirve para ver la verdad que está contenida en la idea, ésta sólo es visible para el intelecto, al que sin embargo llama “ojo de la mente”. Aristóteles llega a definir al hombre y al mundo desde “la visión del ser” (Buber, 1954: 23-46). No es gratuito que desde muchas doctrinas filosóficas, la verdad se defina como recto mirar.
La cultura cristiana medioeval tampoco fue hostil a las imágenes, aunque los primeros padres de la iglesia -Orígenes, Tertuliano y Clemente de Alejandría- desconfiaran “de los residuos paganos de las imágenes y de una noción antropomórfica de lo sagrado” (González Ochoa, 1999:67), sus sucesores pronto reconocieron el poder de las representaciones visuales para hacer accesible los libros sagrados y la historia cristiana a los nuevos creyentes. Un ejemplo remarcable de esto es la edición de las biblia pauperum (biblia de los pobres) también llamadas biblias picta cuyas primeras ediciones datan de comienzos del siglo XV (circa 1420-1440). Estas biblias ilustradas estaban orientadas esencialmente a los que no sabían leer o no dominaban el latín. Representaban visualmente los pasajes bíblicos usando pocas (o ninguna) palabras que estaban escritas en lengua vernacular, de esta forma los sagrados testamentos podían llegar a todos los estratos de la sociedad. Las representaciones se ceñían a un patrón estructurado, a la manera de trípticos, en los cuales se escenificaban tres historias separadamente pero estableciendo, la mayoría de las veces, cierto paralelismo teológico entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.
Por otro lado, Calvino se centraba en la importancia de la ceguera física para poder escuchar la voz de Dios. Nuevamente, la valoración del sentido de la vista, conllevaba una ambivalencia, se lo destacaba o se lo “cegaba” (Sevilla Gódinez, 2008).
El renacimiento es considerado como el alba de la era visual. A esto contribuyeron varios factores. Por un lado, los avances en el desarrollo de la óptica tanto desde el plano práctico como desde el teórico; en el primero con desarrollo de instrumentos ópticos como el microscopio y el telescopio, artefactos que los historiadores de la tecnología han denominado «órganos exosomáticos» (Jay, 2007:11) ya que sirven a la expansión de la capacidad de ver, compensando sus imperfecciones y expandiendo sus limitaciones. En el segundo, con tratados de óptica como Dioptrice de Kepler (1611), un estudio que el físico dedica a la formación de las imágenes.
Por otro lado, se logró “[…] una de las innovaciones más decisivas de la cultura occidental: el desarrollo teórico y práctico de la perspectiva […]” (Jay, 2007:39). A partir del dominio de la técnica de la perspectiva, se crea una nueva concepción del espacio que asienta una relación dinámica entre el sujeto y el objeto que está siendo observado. La perspectiva, a la vez que introduce el punto de vista, plantea la necesidad de determinar la posición de la fuente de luz -que durante todo el medioevo había sido concebida como universal, sin origen; se hace patente que la incidencia de los rayos luminosos cambian la apariencia de las cosas según su intensidad y ángulo. Sin embargo, lejos de comprender que el punto de vista evidenciaba la presencia del sujeto en su representación y que las representaciones sólo nos pueden ofrecer una apariencia del objeto, a través de la observación se perseguía un ideal de objetividad y exactitud: mediante el dominio de la técnica se buscaba la aprehensión total del objeto. El objetivo era reflejar la naturaleza como espejo. La mirada objetivista es la que caracteriza este período.
Desde el pensamiento filosófico, René Descartes dedicó un tratado a la visión: La Dioptrique (1637). Para el filósofo francés si lo que hay en la mente son representaciones de lo observado, la mente es entonces visual. Según Jay (2007:67) no hay duda de “[…] la contribución cartesiana a la orientación ocularcéntrica dominante en la era moderna […]” que se mantuvo fiel a este punto partida durante siglos.
El ideal renacentista por la objetividad y exactitud mantendrá su vigencia hasta alcanzar su punto culminante en el siglo XIX, momento en que las artes y las ciencias se piensan como modos de explicación que pueden formalizar las experiencias mediante representaciones precisas y arribar a conclusiones verdaderas.
La invención de la cámara fotográfica, hecho paradigmático para el ideal de la observación precisa, acentúa esta tendencia, ya que en los inicios se asume que la fotografía puede proporcionar una imagen literal del mundo. La fotografía permitía captar la realidad en términos de objetividad pura y, además, reproducirla. No se consideró el cambio producido por los instrumentos ópticos en el régimen de visión y esto impidió diferenciar la visión de la visualización es decir, la presentación de la re-presentación visual.
El racionalismo, ya entrados en el Siglo XX, se mantendrá fiel a la tradición objetivista y verá a las representaciones como paradigmas del objeto mismo, al que aspira a poder captar en toda su magnitud.
El punto de vista: percepción y emergencia subjetiva
Entendemos ahora que la representación visual es un producto del ver, en el que emerge la presencia del sujeto a partir del establecimiento del punto de vista, es decir, el ver es una actividad humana que asume diferentes modos. La mirada es un producto de nuestro hacer que ha determinado modos de representar al mundo, social e históricamente variadas, y estos modos de representar el mundo han afectado, a su vez, la manera en la que vemos.
El pensamiento contemporáneo, particularmente desde el establecimiento del paradigma de la complejidad de E. Morín, sostiene la imposibilidad de la captación absoluta de la realidad, y busca describir lo inasible que ha escapado a las reflexiones precedentes. Su consideración tiende un velo sobre el concepto clásico de la verdad, vigente hasta el racionalismo y construido sobre la concepción de un sujeto exterior al mundo, que puede abarcarlo con la mirada, rodearlo y conocerlo todo.
Sin embargo, siguiendo a Lacan, se comprende que la inaccesibilidad al saber absoluto no deja de ser una verdad. Verdad que en la definición lacaniana “cojea”, es “no toda”. Lacan recibe de la teoría de la percepción propuesta por Merleau-Ponty (1945) la idea de que el sujeto está incorporado al mundo, que el percipiens no está fuera del perceptum sino que está dentro, que está como un ser en el perceptum mismo, que hay que pensar la inclusión del sujeto de la percepción en lo percibido. (Miller, 1994: 25).
Al caer la concepción del sujeto que puede alcanzar con su mirada al universo y a la verdad, se da paso a la concepción del sujeto que sólo puede ver “desde una perspectiva”, es decir, que hay cosas que esconden otras. Ver desde una perspectiva implica el establecimiento de un punto de vista y asumir una doble imposibilidad: por parte del objeto la de ser abarcado en su totalidad y, consecuentemente, por parte del sujeto la de alcanzar el objeto íntegro. El acto perceptivo se constituye así en el lugar de emergencia tanto del sujeto como del objeto, la percepción los instituye y, al mismo tiempo, los destina a la fragmentación ya que al fijarse un punto de vista se escinde el resto. Los objetos que percibo y mi cuerpo propio comparten, siguiendo a Husserl, la incompletud esencial de no poder exhibirse nunca en su totalidad.
A manera de conclusión: La mirada instituyente, el sí-mismo y el Otro
“[…] el vidente, al quedar cogido en lo que ve, a quien ve es a sí-mismo: hay un narcisismo fundamental en toda visión. Por la misma razón, la visión que ejerce sobre las cosas, las cosas la ejercen sobre él […]” (Merleau-Ponty, 1970: 173).
De acuerdo a lo expuesto, podemos decir que hay un intervalo entre visión y mirada. La mirada nace en los órganos de la visión pero los trasciende. La visión es un ejercicio que nos abre a todo lo que es no-yo, en cambio “[…] la mirada es la visión humana preguntándose por sí-misma […]” (Lacan, 1964; Merleau Ponty, 1970: 131-133).
La mirada se nos presenta como una “visión orientada”, marca el recorrido de la pulsión escópica cuyo objeto se encuentra en la imagen. Estas imágenes, por lo tanto, no son algo externo al sujeto sino también algo interno: la interioridad de lo externo y la exterioridad de lo interno1. El ojo, entonces, “[…] se ve a sí-mismo viendo, se toca a sí-mismo tocando, es visible y sensible para sí-mismo […]” (Merleau-Ponty, 1976:103).
A su vez, la imagen es al mismo tiempo una sustitución metafórica, una ilusión de presencia; y una metonimia, un signo de su ausencia y pérdida. La imagen va a marcar el sitio de una ambivalencia como punto de identificación (Homi Bahbha, 1994:160) ya que constitutivamente siempre está: escindida espacialmente (hace presente algo que está ausente) y postergada temporalmente: muestra un tiempo que está en otra parte. Es una repetición.
La dimensión imaginaria según Lacan es la que se extiende entre el yo y el mundo de las imágenes. Frente al espejo pensamos que podemos discernir que eso que vemos no somos nosotros mismos sino una imagen. El “no ser la imagen” reflejada en el espejo es lo que en óptica, también en psicología, se llama “alteridad especular”. Desde el pensamiento psicoanalítico esta alteridad es falsa, señala Nasio (1992:27) que “[…] en la dimensión imaginaria no hay alteridad especular porque el Yo es tan imagen como cualquier otra imagen percibida […]”.
Podemos afirmar entonces que el perceptor/percipiente está arrojado en lo que ve, que el sí-mismo es la imagen del sí-mismo. La mirada, entonces, constituye la fugacidad de la presencia: la de la escena, la del Otro, es decir la del sujeto
Nota
Lacan trabaja particularmente esto en sus reflexiones sobre lo que denominó extimidad. Con este neologismo nombra la presencia de lo real en lo simbólico. Construido sobre el término intimidad sale al cruce a nociones de interior/exterior, que no dan cuenta de los procesos subjetivos o tienen sentido sólo en el nivel puramente imaginario. La noción de extimidad permite establecer que lo más interno, se encuentra en el exterior. Habilita así una topología que permite situar lo que vacila entre interior y exterior.
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Lic. Roxana Meygide Schargorodsy: Lic en Psicología y Arquitecta (UBA), Suficiencia Investigadora en Diseño e Imagen – Un de Barcelona, España – Psicoanalista clínica, miembro de APA – Prof. Titular de Psicología – FADU, UBA – Prof Titular Regular de: Diseño en Comunicación Visual I, II y III – FADU, UBA – Prof Titular Regular de: Identidad, Nuevos Paradigmas en el Master en Gestión de Organizaciones del sector cultural – FCE-UBA – Prof. Invitado en la Universidad de Barcelona, España – Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina donde coordina la Comisión de Cine y psicoanálisis – Ha publicado capítulos de libros y artículos en revistas especializadas – Ha participado como ponente en diversos Congresos y Jornadas nacionales e internacionales.
Bibliografía de referencia
- Bahbha, Homi (1994/2002) El lugar de la cultura. Buenos Aires, Manatial Ed.
- Buber, Martín (1956) ¿Qué es el hombre? México, FCE
- De Certeau, Michel (1999) La invención de lo cotidiano 2. México, Ed. Universidad Iberoamaricana.
- Escribano, Xavier (1999) “Maurice Merleau Ponty. El anclaje corpóreo en el mundo” en: Concepciones y narrativas del Yo. THÉMATA Núm. 22, 1999, pág 67-79.
- Descartes, René (1637): La dioptrique. Versión electrónica realizada por Jean-Marie Tremblay. Universidad de Québec à Chicoutimi. Disponible en: http://www.irem.univ-montp2.fr/IMG/pdf/Descartes_la_dioptrique.pdf
- DRAE: Diccionario de la Real Academia Española, edición 2013. Entrada: Teoría
- González Ochoa, César (1999): “La mirada y el nacimiento de la filosofía” en Tópicos del seminario, 2. Julio-diciembre 1999, pp. 65-81. Puebla, Ed. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP).
- Husserl, Edmund (1949/2005), Ideas relativas a una fenomenología pura y una filosofía fenomenológica 2. Mexico, FCE.
- Jay, Martín (2007): Ojos Abatidos: la denigración de la visión en el pensamiento francés del Siglo XX, Madrid, Akal.
- Lacan, Jacques (1987/2006): El seminario 11. Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis. Buenos Aires, Paidós
- Merleau-Ponty, M. (1945/1984) Fenomenología de la percepción. Barcelona, Planeta-Agostini, 19841970). Lo visible y lo invisible. Barcelona, Seix Barral(1976) “El ojo y la mente” en Osborne, H., Estética, México, FCE.(1977). El ojo y el espíritu. Buenos Aires, Paidós
- Miller, Jacques-Allain (1995) “Las cárceles del goce” en Imágenes y miradas. Buenos Aires, Colección Orientación Lacaniana.
- Nasio, Juan David (1992) La mirada en psicoanálisis. Barcelona, Gedisa Ed.
- Platón “Timeo o de la naturaleza” en Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 6, Madrid 1872.
- Sartre, Jean Paul (1944/1996) A puerta cerrada. Buenos Aires, Losada
- Sevilla Godínez, Héctor (2008): “Fenomenología de la visión; sombras, espacios y velos de Merleau-Ponty a Derrida” en Revista Observaciones Filosóficas Nº 7 / 2008″ publicación on-line. Disponible en: http://www.observacionesfilosoficas.net/fenomenologiadelavision.ht
- Villamil Pineda, Miguel Ángel (2009) “Fenomenología de la mirada” en Discusiones filosófica. Año 10 Nº14. Enero-junio 2009. pp 97-118.
- Yarza, Florencio S. (1972) Diccionario griego-español. Barcelona, Ed Sopena. Entrada: Teoría, θεωρία.