El pensar en las histerias hoy me hace reflexionar acerca de la “histeriquización” de Occidente. Al decir histeriquización me estoy refiriendo a ciertas modificaciones del término histeria en el uso de la calle, lo que la gente entiende por ello; mi histeriquear no se refiere a la problemática de la histeria; es lo que Canguilhem establece como un trabajo del concepto, sobre todo al pasar de una disciplina a otra o en distintos momentos de la historia. Entre otras cosas, histeriquear sería dedicarse a montar escenas, vivir montando escenas, vivir en una suerte de escenificación permanente dedicada no sólo a los demás sino al sujeto mismo: aparecer como la forma privilegiada de ser. Escenas de escritura como las llama Derridá. Al decir intimidad como espectáculo, Paula Sibilia se refiere a este tipo de proceso.
Desde la segunda mitad del Siglo XX se establece en el arte, pero no sólo en el arte, la performance en el cual ser es exhibirse, es ser a partir de la mirada del otro. Sabemos que siempre somos en un tejido de relaciones entre otros, pero aquí esto se especifica en relación al poder y al lugar de la mirada del otro y a la importancia que toma el ser mirado por el otro. No es tanto “Me quieren luego soy”, sino “Si me miran soy”.
Ahora bien, si nos encontramos en una sociedad con estas características, tan centrada en el espectáculo visual, puede ocurrir como cosa regular, por ejemplo, que la identidad se centre en la apariencia física: la vestimenta, la silueta, el tatuaje y una actitud más o menos permanente de entrar en escena.
Podríamos retomar para usos no psicopatológicos algunos rasgos de la histeria que nos pueden servir de guía, más allá de la neurosis en cuestión, para referirnos a una problemática cultural mucho más amplia Hasta ahora hemos pensado que en la histeria destacamos: el ser objeto del deseo del otro con el propio borramiento subjetivo, la teatralización y el armado de escenas donde ser es parecer, la insatisfacción constante, los vahídos, desmayos, conversiones. Pero entonces, como psicoanalistas, debemos revisar nuestras categorías conceptuales y dejarnos interrogar acerca de lo específico de cada subjetividad en la época en la cual transcurre su vivir.
Ello nos invita a replantear el tema de lo íntimo en tanto privado: ese pudor victoriano que se sentía en otros momentos de la historia por el mostrarse actualmente es desplazado por la intimidad como espectáculo; mostrarse ahora es necesario para ser. Esto reafirma que no hay verdades establecidas una vez y para siempre ya que, por un lado, cada subjetividad es diferente y, por otro, también son diferentes las circunstancias históricas y sociales que condicionan a la misma, tal como nos enseñan la antropología y la sociología. Actualmente los medios han tomado la posta y de la mano de Twitter, Facebook, Myspace y otros no sólo nos mostramos como protagonistas sino que también producimos nuestros propios videos de nuestra propia intimidad.
En nuestra cultura como en ninguna otra, la herramienta privilegiada que necesitó crear el ser humano es el espacio virtual
Nos dice Ricardo Rodulfo en su impecable estudio sobre el mito de Narciso [1] que
“[…] el término virtual aquí se impone con una fuerza que todavía no podía tener en los tiempos en que Lacan escribía su estadio del espejo. Todas las culturas conocidas conocen la virtualidad, pero diríamos que la occidental la potencia de un modo desusado, muy particularmente en sus dimensiones visuales. Los cuerpos mueren para renacer espectralmente y el espejo de ese lago secreto es la punta de un inmenso desarrollo, una primera pantalla cuyo atravesamiento lleva a existir de un modo ficcional que hoy despliega toda su fuerza y toda su violencia en la pantalla de la televisión y de la computadora. Esta última en particular multiplica la aparición de una pluralidad de narcisos adolescentes. Pero hubo otras, como el espacio y el universo de los libros de caballería adonde se va a vivir Don Quijote. Las relaciones entre ficción y locura se mantendrán siempre inquietantes y ambiguas. Y Narciso es el primero que, abandonando la materialidad de su cuerpo, se muda a un espacio espectral y virtual de ficción […]”.
Me parece muy relevante para la temática que estamos desarrollando realizar otro tipo de cita, esta vez cinematográfica: se trata de una escena de Toy Story III. Es interesante el recorrido que hacen sus realizadores a lo largo de las tres películas: en Toy Story I el protagonista es un cowboy-sheriff: Woody; en Toy Story II aparece un cowboy del espacio representado por Buzz Lightyear, donde el ser ya está desdoblado en un acá y en un más allá, donde Buzz es su propia versión y a la vez la transformación de otra anterior, significando para muchos la caída nostálgica de un tiempo que ya fue: los juguetes de antes ya no son los mismos. En Toy Story III aparecen, por primera vez, Barbie y Ken [2].
Justamente en una de esas escenas Ken le muestra a Barbie su cuarto de vestir, en donde tiene una importante cantidad de ropa. Los dos se entusiasman mucho al respecto, contando Ken con una vestimenta para cada ocasión: vestimenta de Kung Fu, de tenis y baloncesto, traje espacial, vestimenta de campo y también de “hippie”, entre otros. De pronto Ken se entristece porque dice que allí donde vive nadie aprecia toda esta ropa, pero Barbie lo consuela pidiéndole que él desfile para ella. Es entonces cuando Ken hace de modelo, con una música muy divertida, interpretando con gestos y movimientos cada traje a lucir, estando muy presente allí el armado de escenas y la teatralización según la cual “Yo soy respecto a qué atuendo me pongo” (ser = aparecer).
Barbie estaba tendiéndole una trampa a Ken para sacarle información con respecto a un tema lateral. En un momento de distracción de Ken ella lo ata y lo amenaza con romperle sus valiosas prendas si él no habla, amenaza a la cual Ken se puede resistir sólo en un principio, cediendo rápidamente luego de la rotura de dos de sus vestimentas. Es muy interesante el detalle sutil en que los realizadores de la película colocan la tortura máxima que resultaría para los protagonistas: romper su guardarropa es literalmente romperlo a él. La captura de la imagen no es ni buena, ni mala, no debemos demonizar ni tampoco banalizar, pero sí reconocer y estar atentos al hecho de que se producen de esta manera subjetividades distintas.
Paula Sibilia también se refiere a una publicidad de Botox en la cual una mujer de aproximadamente cincuenta años dice: “Yo no quiero ser distinta a mí misma. Quiero aparecer como yo misma”. Podemos leer allí que el aparecer está reemplazando al ser y, a la vez, que el ser es el aparecer frente a otros. Soy en la medida que aparezco para los demás, se trata de la identidad puesta en juego.
En los comerciales, tanto mujeres como varones somos tipificados de forma binaria. Los medios de comunicación proponen imágenes de mujeres “filiformes”, (tan delgadas como hilos) imágenes anoréxicas, imágenes de mujeres luciendo aspectos parciales de su cuerpo como las largas cabelleras agitadas al viento, imágenes de las mujeres-madres que alimentan o limpian… ninguna publicidad de shampoo va a mostrar a una mujer estudiando. En contraposición observamos imágenes masculinas de figuras musculosas o poderosas, manejando coches de alto valor en el mercado, donde el varón aquí subsume su identidad al del automóvil de alto costo. Esto tiene que ver justamente con las categorías de género que una época impone y vende, sobre todo en un mundo globalizado donde, además, importamos dichas categorías rápidamente.
En distintos medios de comunicación apareció la noticia acerca de que “La delgadez de las modelos de Victoria´s Secret generó polémicas en octubre de 2014. La empresa de lencería debió disculparse por haber lanzado una campaña en la cual se leía el slogan ¨El cuerpo perfecto¨ mientras las chicas flacas se mostraban en bikini” [3].
Como lo mediático exige, a la vez, ser políticamente correctos, hay una nueva tendencia, una nueva moda, en donde la propaganda más cool es dar el mensaje contrario: “No importa el cuerpo que tengas”. Tal es así que en otra publicidad se ven mujeres de todas las razas y de todos los cuerpos: mujeres obesas, mujeres delgadas, mujeres anoréxicas. Esto obtiene crítica y cuanto más aumenta la crítica más empiezan a circular comentarios en Twitter, Facebook y demás redes sociales que le hacen más propaganda aún a la propaganda. Se trata del mundo actual, en el cual todos tenemos que estar informados las veinticuatro horas. Informados/ Performados.
Entonces, ¿cómo hacer a la hora de elaborar un diagnóstico diferencial, para poner sobre la balanza tanto lo que está imperando en el espacio ciber como aquello que le está sucediendo en particular a la subjetividad que tenemos enfrente? O… ¿podemos seguir intentando separar lo producido por el ciber espacio de la subjetividad producida?
Vayamos ahora al material de Candela en el que quisiera marcar los rasgos comunes propios de una problemática psicopatológica y aquellos que están fuertemente marcados por el dominio de la imagen en nuestra cultura.
Candela era una adolescente muy conflictiva; compartía con su familia una característica muy marcada en relación a la impulsividad, a la teatralización y al armado de escenas. Por otro lado, caía en francos estallidos de violencia durante los cuales podía golpear, revolear platos, muebles pequeños, objetos que ella hacía volar con su propia fuerza. Todo esto podía extenderse en el tiempo y, además, algo singular: el poner pausa y volver a la escena anterior cada vez que entrara alguien distinto. Está claro que estas escenas de violencia jamás tenían lugar estando ella sola.
Hacía mucho tiempo que no estaba en contacto con un gran ataque histérico, a la medida del siglo XIX. Antes de recibir a Candela la clínica me devolvía que la fisonomía del paciente histérico había ido cambiando con el tiempo: actualmente ya no encontramos personas que se quedan en la cama para toda la vida, aquejadas de todo tipo de dolor, acompañadas por sus hijas. Ya no hay tanta gente disponible para los cuidados, por lo cual esto ha tenido que retroceder: si no tengo el público o la atención que necesito para esos males, no cuento con ese requisito indispensable de ser atendido, como fuera antes, por alguna “solterona” de la familia siempre disponible para realizar ese trabajo. Hoy en día el malestar del cuerpo y la necesidad del cuidado constante de otra persona se han desplazado hacia el cuidado excesivo del cuerpo y hacia la problemática de la alimentación, ligadas en algunos casos a cuestiones francamente histéricas. Es decir que, sin embargo, actualmente encontramos personas muy disponibles a presenciar escenas.
Candela consumía excesivo alcohol -incluso un día fue internada por un coma alcohólico-, fumaba marihuana todos los días antes de entrar al colegio y se comportaba de modo muy promiscuo respecto a su sexualidad, teniendo relaciones dentro y fuera del boliche con cualquiera. La hipersexualización de Candela y el ofrecerse permanentemente como objeto de deseo del otro llamaban la atención, sobretodo porque a ella esto no la preocupaba.
A partir de exhibirse para ser deseada -lo cual, además, dificultaba que ella pudiera sostenerse en una posición deseante- se colocaba en situaciones de mucho riesgo: no se sabía dónde ni con quién estaba, ni qué edad tenía esa persona. Tanto era así que un día, caminando por la playa, se encontró con un vagabundo mayor que ella y terminaron teniendo relaciones sexuales debajo de una autopista. La promiscua actividad de Candela constituía para ella, la única manera de sentirse viva.
Candela era la que centralizaba los deseos de todos: se trataba de una adolescente muy bonita quien además se producía siempre, ya fuera para ir a la escuela o a sesión. Antes de venir al consultorio hacía un desfile de modelos como el que mencionáramos de la película Toy Story III. Su mirada no estaba tanto dirigida al otro sino centrada en ver como el otro la miraba, modulando todo su cuerpo para captar su atención.
También llamaba mi atención el hecho de que, tal como sucedía con los diálogos obscenos que entablaba con su madre, Candela no distinguía entre lo público y lo privado, por lo cual se sacaba fotos semidesnuda que iban circulando por las redes sociales, siendo ella una especie de pionera puesto que en esa época esto aún no solía suceder.
Si la vieja histeria decimonónica Freud la pensó como la realización de un acto sexual que retornaba de la represión, actualmente deberíamos pensarla como la realización de una identidad, el querer asumir distintas identidades, “Fuera de la escena no soy”. La seducción sexual no está ligada al placer sino al ser; distintas formas de mostrarse, en las cuales el mostrarse o exhibirse es ser
En Jessica Benjamin la identificación tiene más que ver con un deseo de reconocimiento, mientras que en estas condiciones que estamos planteando el deseo de reconocimiento carga todo su peso sobre la escena de reconocimiento visual a través de dar el espectáculo. De aquí se deduce todo un trabajo para que la singularidad no se vea reducida a un puñado de rasgos visuales, para que no quede limitada a un espectáculo.
Decíamos que la teatralización y el armado de escenas se transforman y tejen su entramado de acuerdo a categorías epocales: en estos momentos el gran “ataque histérico” descripto por Charcot no es lo predominante en esta problemática, aunque todavía lo encontremos en algún material como el de Candela. Ocupan su lugar la anorexia, la bulimia, la escarificación, etcétera. (La escarificación es el acto de dejar marcas sobre la propia piel, también denominado como automutilación cutánea). El espectáculo ahora no se monta frente al psiquiatra perplejo ante la escena de la histérica sino que se globaliza y recurre al arsenal de nuevos medios que ofrece toda la tecnología contemporánea. La vida real duplica la pantalla, haciéndonos recordar como profética aquella frase de Oscar Wilde: “[…] la naturaleza imita al arte […]”, frase que invertía la concepción clásica del arte como expresión de una naturaleza humana centrada en lo interior.
En nuestra época son muchas las disciplinas que revalorizan la ficción y lo ficcional, deconstruyendo el antiguo sustancialismo de la visión clásica de identidad para pensar ésta más bien en términos de una “construcción ficcional”. Pero un aplastamiento o una reducción de lo ficcional a un espectáculo visual puede empobrecerlo o derivar a formas de cultura light demasiado bidimensionales. El espectáculo de la sexualidad ya es más que la sexualidad como espectáculo.
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[1] Rodulfo. R: “Del estadio del espejo al estudio del espejo” en Futuro Porvenir, Buenos Aires, Noveduc.
[2] Link: https://www.youtube.com/watch?v=mtGRYZS31Q0
[3] Link: http://ahguapas.infonews.com/nota/169712/polemica-publicidad-de-victoria-s-secret.