Por Franco Maschietto
Este desarrollo fue realizado en el contexto de los Foros del Seminario “Trabajando en los andamios del psicoanálisis”, dictado por Ricardo, a partir de la siguiente pregunta disparadora: “¿Cómo evaluaría la situación social en términos generales teniendo en cuenta la disminución notoria de la represión en lo que hace a la sexualidad?”
Me interesaba encarar la pregunta un poco al sesgo, puntualmente trabajando cierto tipo de relaciones que la pregunta supone, que quedan mejor esclarecidas si se señala y se asume que esa “disminución de la represión” es un fenómeno que la pregunta aborda en el plano de “lo social”, formulando esa disminución en el nivel de análisis sociológico.
No es infrecuente encontrar descripciones “socio-psicoanalíticas” que formulan relaciones causales entre fenómenos recortados clínicamente, pretendidamente idénticos de un sujeto a otro respecto de su fundamento etiológico, con efectores demasiado inespecíficos y reificados, que no sirven demasiado para de esclarecer trayectos y relaciones de un sujeto particular y su red de afinidades/filiaciones con los objetos culturales e instituciones con los que se vinculan y sus usos particulares.
Guardo cierto recelo respecto de ese tipo de teorizaciones; considero más fructíferas algunas posiciones que, si bien más fragmentarias y modestas, permiten diferenciar variaciones de momentos específicos de una trama cultural, pudiendo discernir a su vez novedades coyunturales de mutaciones inéditas que producen alteraciones profundas.
Las preguntas destinadas a pensar las transformaciones en la producción de subjetividad y cambios socioculturales son necesarias e ineludibles, pero a condición de adoptar disposiciones clínicas y epistemológicas que permitan examinar detalles y relaciones concretas, locales y localizables, ateniéndose a la especificidad particular de cada situación clínica. Esta caución de método intenta evitar o paliar ciertos efectos reificantes, desterritorializantes de algunas de aquellas lecturas, que terminan operando luego como aforismos aplicables y replicables indistintamente a una suerte de esencialidad abstracta del sujeto (o la subjetividad) dudosa, demasiado “cosmopolita” y con efectos reapropiatorios (sin considerar variantes étnicas, socioeconómicas, de género, entre otras).
“No-toda” variable puede fundamentarse como “cambio de época” o por la “claudicación del Nombre del Padre” y argumentos como “por efecto del Capitalismo” necesitan un respaldo menos vago. Como están las cosas en el mundo del pensamiento, los psicoanálisis no pueden permitirse el lujo dilapidario de la “extraterritorialidad”, más bien hay que arremangarse y entrar al debate con otras disciplinas humanas y felizmente enriquecerse del encuentro-desencuentro respecto de estos asuntos, sin por ello renunciar a su singularidad.
En ese sentido, puede ser cierto que en algún sentido haya acaecido un cambio de dimensión de la represión, comparativamente con la moral burguesa que regía la época freudiana. Notablemente destacada en esa diyunción entre pulsiones y cultura, que dota tempranamente al psicoanálisis de una teoría de la cultura bien eurocéntrica, fuertemente colonialista, y que desbroza el horizonte del análisis como un procedimiento de “domesticación pulsional”.
Ahora bien -y en esto tal vez la perspectiva foucaultiana tenga la ventaja de encarar de forma menos ingenua y “sentimental” los asuntos del poder, de los cuáles no hay afuera, y salta rápido a la consideración que lo represivo responde a ese campo-, es sostenible formular que hay un retroceso del ejercicio represivo en los diferentes estratos de la cultura dominante en Occidente, hay un abandono generalizado notable en esas prácticas, sus usos y costumbres en los escenarios de crianza y pedagógicos; esto acompañado de cierto desmantelamiento de esos semblantes, figuras e instituciones fuertes capaces de legitimar ese tipo de accionar. Pero lejos podríamos estar de erradicar esa dimensión y la necesidad que tienen las diferentes sociedades de proveerse de instrumentos de cohesión cultural y matrices institucionales para funcionar, y la moral patriarcal burguesa de comienzos del siglo XX gestionaba esos asuntos y funciones, más mal que bien diríamos hoy, pero proporcionaba criterios y métodos. Aconteció también un cambio de valoración de esas prácticas, como si dijésemos que hoy “está mal visto reprimir”, sobre todo con el matiz siniestro que la represión cobra a partir de las experiencias de las dictaduras en esta región.
Tal es así que hoy llegamos a una curiosa vuelta donde por momentos se registran modalidades discursivas en las que se reprime la represión, se censura la intolerancia (arma de doble filo para la convivencia democrática), se estigmatiza el ejercicio autoritario del poder y los discursos que van desde lo políticamente incorrectos al despotismo descarado. “Una especie de “contra-poder” robusto y con el “buen visto” para reprimir, que es necesario deslindar de la querella “libertaria”, que en última instancia aboga por un liberalismo reactivamente irrestricto y renegatorio”.
Otras variantes a la represión notables son los engranajes de esa mutación que Deleuze esbozó como “sociedades de control”, que se ha instalado e inseminado de forma prolífera y extensa la diagramación de las formas de ejercicio del poder y del intercambio cultural.
Habría que hacer un mapa extensísimo (que no creo poder abordar) para discriminar como esto se juega en los diferentes estamentos y contextos que componen el panorama argentino, pero centrándome en estratos medios y bajos (aquellos con los que algo de la clínica me puede respaldar) son bastante tangibles los Ideales y mandatos que empujan al éxito individual y al consumo, a la “administración de un placer regulado y cuantificable” (Preciado) que desembocan muchas veces en formas erosionadas de la subjetivación. Algo así como una “precarización” (de esas que suelen señalarse para lo laboral) pero extendida a existencia integra. En materia política-cultural, Argentina regularmente regala ejemplos de cómo la reapropiación y el control gozan de excelente salud, lo cual hace a la represión innecesaria, excesiva, muestra de poderío torpe que no hace más que exponer los resortes en juego (por lo general, se reserva a sectores minoritarios o a reclamos en contra de la pauperización de la calidad de vida).
Un fenómeno novedoso, más expulsivo que represivo, es cierta “cultura de la cancelación”, que se populariza por los sectores medios y pudientes, filiales del “progresismo”, donde se prohíben contenidos y figuras que no concuerdan con el ideario promulgado para las masas y sancionan penalizaciones y “exilios” virtuales con efectos bien reales. Algo que se ve muy bien cuando cobra el componente trágico que ronda los “escraches” en redes sociales y las justicias por mano propia, que produce “parias” con los que nada se puede hacer, salvo eliminarlos. Preocupan, más allá de los efectos segregativos y discriminatorios radicalizados, la lesión gravísima que este tipo de prácticas ejercen (por su inmediatez e irrevocabilidad) sobre la vida de lxs jóvenes, y sobre la institucionalidad misma al verse instaladas y racionalizadas, dañando los resortes mismos que hacen posible el diálogo y la justicia (que no gozan de buena salud y parecen volverse una costumbre en desuso).
En fin, hay verdad en que la represión comporta un lugar menor en el diagrama socio-cultural de estos días, más ligado a ser un viejo artilugio de mercado o una estrategia de censura en la “batalla cultural” que un aparato burocratizado y hegemónico. Ahora bien, no hay que perder de vista la “correlación de fuerzas” en juego, y que es posible que los servicios que antes prestaba la represión los presten otras instancias o nos veamos en escenarios cuyas reglas y peligros son otros, y de los que es necesario ocuparse.
Franco Maschietto: Lic. en Psicología (UBA). Concurrente en Salud Mental (Hospital Central de San Isidro). Psicólogo en Centro Municipal de Actividades Especiales (CeMAE). Cursando recorridos de posgrado en Rodulfos y FLACSO.
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