[1] Por Graciela Manrique y Susana Lado
Este trabajo se sitúa dentro de una práctica compleja, esa que intenta alojar a niñas, niños y también adolescentes, brindando un lugar posible para que, en términos muy generales, un sufrimiento se acote, una inhibición cercenante caduque, una posible apropiación interfiriente se vuelva visible, esto entre otras cosas y con el fin último de que lo más propio de un ser sujeto, su gesto espontáneo, pueda cobrar presencia y logre su despliegue.
Hablábamos sobre lo complejo de esta práctica porque, como sabemos, el o la niña, no vienen solos/as, vienen con sus padres, tutores, cuidadores, o quienes, en el mejor de los casos, los acompañan funcionando como un sostén, aquel que brinda oportunidades para que el camino de este proceso que implica el crecer, quede comandado por experiencias subjetivantes. Si esto se logra, ese ser potencial se precipita en una existencia dotada con cierta independencia, una relativa autonomía y un sentimiento de estar vivo y sentirse real. En esta descripción, tan densa como sencilla, nos avala Winnicott.
Pero también localizamos que estas niñas, estos niños y adolescentes se encuentran, además, atravesados o sostenidos por otros espacios que generalmente toman mayor relevancia cuando esa situación que idealmente describimos no se verifica. La escuela en primer lugar y, cuando esto no alcanza, acuden como soporte Instituciones tutelares que, en función de su mandato originario, intentan sustituirlas. Vamos viendo que este niño/niña o adolescente se encuentran dentro de una trama que los excede, siendo este el escenario que cobra valor y presencia, atravesando nuestro trabajo.
Por otra parte, hay otra cuestión que nos interesa tomar y es ese otro espacio que se abre mas allá de lo que sucede en ese consultorio, sea público o privado, lugar privilegiado que además deviene en soporte, andamiaje de un tratamiento; nos referimos a ese espacio transicional que se abre entre esos dos que piensan juntos sobre aquello que en el primer escenario se despliega. Estamos hablando del espacio de la supervisión, que comporta una experiencia suplementaria indiscutiblemente necesaria para nuestro trabajo. Es justamente allí donde se gestó la idea de compartir esta experiencia con Uds.
Matías consulta a partir de un pedido de derivación que realiza la colega que atiende a su hermano dos años menor. Matías para a ese momento acababa de cumplir sus 16 años y Manuel contaba con 14. La causa que motiva este pedido es que, en ocasión de una clase de ESI en la escuela del más joven, éste comunica a su entorno haber sido abusado sexualmente por su hermano. A partir de allí la institución implementa el protocolo correspondiente, siendo en un primer momento el menor internado en un hospital y el otro joven separado del hogar bajo la figura de resguardo. En la institución hospitalaria se realizan los exámenes médicos de rutina, surgiendo como resultado que no había sido consumada una relación sexual compatible con penetración. A partir de allí se logran reconstruir ciertas escenas que no carecen de contradicciones, dado que Manuel relata que estas cuestiones venían sucediendo desde hacía algunos años y el hermano mayor en cambio refiere que habían comenzado hace muy poco tiempo y que fueron acercamientos sexuales corrientemente llamados como “juegos preliminares”
Como figura de fondo no poco frecuente, nos encontramos con una historia familiar que bastante se aparta de un ambiente que pueda operar como facilitador para ambos jóvenes: la mamá, quien presenta problemáticas ligadas al consumo de larga data, con reiteradas internaciones que comprometen la posibilidad de ejercer una función, el papá, cuya presencia ha sido prácticamente inexistente, y un abuelo que se ubica a cargo de la familia pudiendo dar cumplimiento a cuestiones de forma, pero dejando dudas de su capacidad para funcionar como un verdadero sostén.
Dentro de este contexto y a raíz de la indicación que realiza la SENAF (Secretaría Nacional de la Niñez, Adolescencia y Familia) es que Matías se presenta en el consultorio. Llega un joven que se muestra dispuesto, expresándose con formalidad, pudiendo abrir la temática, ubicando con convencimiento lo negativo de los acontecimientos y su responsabilidad en este asunto por ser más grande que su hermano. También refiere en más de una ocasión que cuando pasaba un tiempo sin que sucedan estos acercamientos sexuales, se sentía tranquilo y pensaba como que ya estaba, que no iban a volver a repetirse, pero después nuevamente esto sucedía.
Un día llega muy enojado diciendo que le molestaba lo que su hermano había contado, que, si bien sabía de su responsabilidad por ser el más grande, también era cierto que Manuel en muchas ocasiones lo buscaba, que por momentos se le subía encima y se le insinuaba, que sólo hablaba de una parte de los hechos y que él por su parte no había querido exponerlo contando lo que hacía. Se mostraba extremadamente preocupado por lo que de él pudieran pensar, si se enteraran, amigos y conocidos. Señalaba con enfático enojo que en muchas ocasiones había dicho a su familia que no quería seguir durmiendo en la misma habitación con su hermano y que estos reclamos no habían podido ser escuchados.
Como podemos ver en este pequeño relato, estamos frente a una situación altamente compleja donde deberemos indudablemente dejarnos interrogar por todas sus circunstancias. Si bien es ineludible señalar que las cuestiones ligadas a la sexualidad, y sus abusos, pueden ser pensadas y sacadas a la luz gracias a contextos que al presente lo permiten, lo es también el delimitar de forma rigurosa qué situaciones merecen ser definidas como tales en sentido estricto y cuáles otras pueden ser pensadas dentro de otras categorías que se adecuan más rigurosamente a los sucesos que la conforman. Necesitamos entonces poder arribar a un diagnóstico diferencial subrayando las consecuencias subjetivas que conllevarían para estos jóvenes que esto último no se delimitara con certeza.
La primera cuestión que nos interroga es si es posible de ser enmarcado lo sucedido en estas particulares circunstancias bajo la figura de abuso sexual. Es decir, ¿puede ser equiparado aquello que sucede entre un adulto y un niño o una niña o joven, con lo que sucede entre dos jóvenes o niños de edades tan cercanas? ¿Podemos utilizar los mismos parámetros para distinguir las cuestiones que se pusieron en juego, como también las vivencias, los afectos, las marcas que, como saldo de estos acontecimientos, quedarán sedimentadas? ¿Qué cuestiones delimitaron y facilitaron la producción de estos sucesos? ¿Cómo se inscribieron para cada uno de ellos?
Es en este punto que nos servimos y acompañamos de otro bastión indiscutible en el que se apoya nuestra práctica que es el de la lectura, en tanto formación y actualización permanente. Llegamos entre otros a un texto extremadamente valioso y actual de Susana Toporosi, “En Carne Viva”, quien nos ofrece la posibilidad de hallar variaciones indiscutibles para situaciones que pueden ser erróneamente encerradas en rótulos terriblemente estigmatizantes. Allí nos aposentamos.
Nos encontramos con un texto riguroso en su recorrido, en tanto realiza un relevamiento histórico sobre la temática, llegando a formular una pregunta con relación a la pertinencia de realizar una denuncia de abuso sexual en el caso de que el denunciado sea un adolescente, dado que esto podría significar de alguna forma realizar una traspolación de lo que es el abuso sexual en el cual el perpetrador es un adulto.
Toma el resguardo de ubicar para estos casos a una subjetivación en proceso, donde la represión no es aún el mecanismo predominante, distinguiendo la posibilidad de que una corriente psíquica lo haya empujado a la actuación, siendo necesario evaluar si estamos frente a una conducta aislada y/o frente a una cuestión más amplia donde logramos ubicar que se está constituyendo un modo de funcionamiento ligado a lo perverso.
Refiere la necesidad de alojar al adolescente que realiza la consulta para que, a partir de allí, se pueda construir un espacio habitable para él, dado que en general el pedido se presenta desde algún agente externo, como puede serlo la familia o alguna institución.
A partir de allí realiza una teorización sumamente interesante, llegando a distinguir por lo menos tres cuestiones que en ocasiones pueden ser confundidas:
- Entiende al abuso sexual como la intromisión de la genitalidad de un adulto en el cuerpo y en el psiquismo del niño/a, quien no se encuentra aún en condiciones de entender, de poder describir y al tratarse de una relación asimétrica, lo desborda en su capacidad de metabolizar resultándole traumatogénica.
- Diferencia aquello de las conductas sexuales abusivas donde nos encontramos frente a un adolescente o niño/a que obliga a otro/a y lo somete a realizar algo que no desea o que siente que no puede elegir, siendo que allí se instala una situación donde se despliegan relaciones en términos de sometedor-sometido, estando en juego cierto ejercicio del poder de uno sobre el otro -esto puede darse entre niños de distintas o similares edades-, ubicando que generalmente nos encontramos con la presencia de angustia en quien no pudo evitar quedar sometido.
- Por último, delimita en su diferencia a los juegos sexuales, donde vemos la existencia de un acuerdo entre ambos participantes, ya sea implícito o explícito, dado que esta es una condición ineludible para que estemos hablando de un jugar compartido, localizándose además los participantes orientados por la búsqueda de descubrir y experienciar sensaciones corporales placenteras. Además, que estas actividades pueden ser enmarcados dentro de un juego simbólico y que. en términos generales, en estos casos la/os niña/os tienen edades similares, ubicando cierta complicidad entre ellos y no siendo corriente la aparición de angustia.
Entonces hemos delimitado en su especificidad el abuso sexual, las conductas sexuales abusivas y los juegos sexuales. A partir de esta teorización diferencial nos ubicamos -como nos ha enseñado con insistencia Marisa Punta Rodulfo- en la necesaria labor de intentar llevar a cabo una evaluación que permita construir un diagnóstico surgido de cuestiones que, por momentos, se evidencian con claridad y, por otros, no dejan de ser sutiles. No debemos de olvidar lo desventajoso que podría ser dejar a estos jóvenes coagulados en rótulos tan estigmatizantes para ellos, como pueden serlo tanto el de “abusador” como el de “abusado”, sobre todo si tenemos en cuenta que se encuentran atravesando momentos de rearmado narcisista, los que dejarán como saldo una nueva identidad, como así también de un nuevo proyecto identitario.
Deberemos entonces evaluar la presentación del joven en general: si nos encontramos con manifestaciones de angustia, si hay algo del orden de la responsabilidad allí, evidenciando que cuenta con la capacidad para preocuparse por el otro. ¿Qué cuestiones han intervenido para que esta relación se diera en estos términos? ¿Serán estas conductas reactivas que se montan funcionando sobre algún padecimiento propio que este joven no logra registrar?
Como dijimos anteriormente la idea de esta comunicación se gestó en el espacio compartido de la supervisión donde nos fuimos planteando éstas y otras cuestiones que el material nos fue suscitando.
Es importante aclarar que ambos pacientes fueron supervisados por la misma profesional. Manuel estaba en tratamiento hacía alredor de tres años cuando se comenzó el trabajo de supervisión del material de Matías. Esta circunstancia casual nos permite pensar algunas cuestiones que de otra forma hubieran sido hipótesis no confirmadas y que subrayan la importancia de las preguntas planteadas en todos los casos en que se juega una situación potencialmente abusiva por parte de un adolescente.
En principio cabe aclarar que, desde lo legal, las conductas abusivas por parte de los adolescentes no son consideradas desde la ley penal, ya que la edad de imputabilidad es a partir de los 18 años. Sólo en algunas provincias y jurisdicciones existe un fuero penal juvenil en el que, entre los 14 y 18 años se consideran abusivas aquellas relaciones sexuales en donde existen 5 o más años de diferencia entre el perpetrador y su víctima.
En todos los casos deben tomarse en cuenta los principios sostenidos por la Declaración de Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes que dan lugar a la necesidad de un fuero especializado en el caso de los adolescentes. Rigen, entonces: el principio de reserva, el derecho a ser oído, los derechos de todo ser humano más un “plus extra” por su condición de persona en formación, el derecho a no ser separado de su familia, el derecho a que no se registren antecedentes penales y a ser reintegrados a su entorno familiar y comunidad.
Es así que, cuando cualquiera de los organismos que trabajan con niñas, niños y adolescentes recibe una denuncia o conoce que ha existido una conducta sexual abusiva por parte de un adolescente, toma las medidas necesarias para proteger a la víctima y al mismo tiempo orienta a la familia del adolescente para que éste acceda al tratamiento pertinente.
Dicho esto, retomaremos dos cuestiones ya planteadasPor un lado, el hecho de que todas estas reflexiones surgen en el espacio compartido de la supervisión y por otra parte la importancia del ambiente, el entorno de lazos humanos que hace a la posibilidad de inscripciones subjetivantes y sostiene el atravesamiento de las crisis en un ámbito de amparo. Ambiente que siempre, pero más aún en la adolescencia, se amplía a ámbitos escolares, grupos de pertenencia, e instituciones en general.
Algo de ese holding imprescindible para que una experiencia sea tal sucede en el ámbito de la supervisión con respecto al trabajo del analista. Podríamos decir que allí también se superponen dos “zonas de pensamiento-juego” ya que, si el pensamiento es genuino y verdaderamente creativo, es también creador de posibilidades para todos los involucrados en esta experiencia, tanto el paciente como el analista y el supervisor.
En muchos casos de adolescentes involucrados en conductas sexuales abusivas el rechazo ante las mismas por las posibles consecuencias en las víctimas hace más difícil poder tomar en cuenta el sufrimiento psíquico de quien consulta, en caso de que realmente exista, y ayudar a una inscripción subjetivante de dicha experiencia fallida a fin de que no acarree consecuencias patógenas. De allí la importancia de un fino diagnóstico diferencial ya subrayada.
En cuanto a esta cuestión en particular es bueno decir que, en el caso de Manuel, y durante el tiempo en que estas situaciones sucedían, no había en el material producido en sesión trazas de una sobrecarga sexual ni de angustia traumática referida a ello. Sí aparecían cuestiones disruptivas que siempre estaban relacionadas con la vida familiar, los excesos e internaciones de la madre como también los enfrentamientos entre madre y abuelo, altamente agresivos y de los que ambos hermanos en general tomaban parte.
Es dable pensar que el desarrollo puberal de Manuel en este ámbito de desamparo convirtió esta práctica establecida entre ellos en algo angustioso, peligroso e imposible de controlar, razón por la cual el joven, saludablemente, lo denunció. Existe además un antecedente que fue un episodio de grooming sufrido por él unos meses antes y detectado por su hermano en los diálogos del celular de Manuel.
La no contención y el abandono de esta familia que, aunque presente, no pudo preservar los lugares de estos jóvenes, los sumió en situaciones de sobrecarga excesiva por el nivel de agresión que en esa familia se vivía, sobrecarga que de alguna forma fue derivada a lo sexual llegados ambos a la pubertad y adolescencia.
¿Qué estatuto tuvieron entonces dichos intercambios sexuales? ¿Fueron juegos, prácticas sexuales o conductas abusivas?
Es dable pensar a partir del material de Matías, y por lo que conocíamos de Manuel, que se iniciaron como juegos sexuales acordados por ambos en los que, además de satisfacer las necesidades exploratorias, los jóvenes se cobijaron a fin de neutralizar el desamparo que vivían.
Como sabemos el holding ambiental es condición sine qua non para el establecimiento de un juego saludable. A su vez, ese juego saludable incorpora algo de lo experienciado en ese holding en lo que Ricardo Rodulfo denomina el enmarcamiento que, si bien se produce internamente al mismo juego, requiere del sostén ambiental de dos maneras: en primer término, mediante la no interferencia en el juego exigiendo que éste se defina como juego o realidad y, en segundo lugar, a través de una intervención cuando el enmarcamiento falla y el juego se torna por diferentes razones riesgoso.
A nuestro parecer, esta falla ambiental fue la que llevó la situación de estos jóvenes a un impasse desde la que ambos, de diferentes maneras. vuelven a requerir la intervención del ambiente.
Queda ahora para Matías, Manuel y sus analistas el trabajo de inscribir e historizar estas experiencias para que cobren para cada uno de ellos un sentido singular.
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Bibliografía
Ricardo Rodulfo, todos sus escritos
Marisa Punta Rodulfo, todos sus escritos
Donald Winnicott, todos sus escritos
Susana Toporosi, En Carne Viva. Abuso sexual infantojuvenil. Topia Editorial. 2018
Lic. Susana Lado
Lic. Graciela Manrique
[1] Este trabajo fue presentado en el marco de las XXI Jornada de Niñez y Adolescencia que tiene lugar cada año en la Facultad de Psicología de la UBA.
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