Por Franco Guida (17 años)
Desperté sin saber quién era ni dónde estaba, mi mente estaba en tinieblas y me sentía desorientado.
A mi alrededor sólo podía apreciar un bosque bastante espeso y un único sendero, el cual parecía interminable a simple vista.
Me llamo Carlos pensé.
Eso era lo único que recordaba de mi vida.
No podía entender lo que estaba ocurriendo. Mi cerebro funcionaba perfectamente tratando de evaluar dónde me hallaba y cuál era mi situación. Toda la información que tenía había invadido mi mente: hechos e ideas, recuerdos y detalles del mundo y su funcionamiento. Imaginé los árboles cubiertos de nieve, corriendo por un camino tapizado de hojas, nadando en un lago, el reflejo pálido de la luna sobre la pradera. Sin embargo, no recordaba nada de dónde provenía, cómo había llegado a ese espeso bosque ni quiénes eran mis padres. Ni siquiera tenía idea de cómo era mi apellido.
Permanecí sentado durante un rato, demasiado desorientado para moverme. Finalmente, me obligué a pararme para analizar la situación e intentar entender dónde me encontraba.
Tanto enfrente mío como detrás se encontraba un sendero de tierra remarcado por rocas en los bordes, luego de eso sólo se podía apreciar lo frondoso del bosque que me rodeaba.
La luz del sol apenas llegaba a causa de un techo natural provocado por las ramas de los árboles.
Decidí que no tenía otra opción más que avanzar por el sendero, pero no sabía cuál dirección debía tomar.
Después de pensarlo un poco me encamine por la dirección del sendero que tenía delante con la esperanza de salir del lugar en el que me encontraba.
Luego de haber caminado hasta el cansancio, a pesar de mi elevada condición física, no podía asegurar el tiempo transcurrido desde que había comenzado. ¿Minutos, horas, días? No hubiera podido asegurarlo.
El sol se mantenía encima de mí hasta el punto de que me parecía que no se había movido ni un poco. El paso del tiempo era muy desorientador en este lugar.
¿Es que este bosque no se termina nunca? -me pregunté.
Seguí adelante a pesar del cansancio sabiendo que no tenía otra elección.
Luego de haber caminado otro buen rato la sed y el hambre invadían mi mente sabiendo que no resistiría mucho sin comer ni beber.
Me senté un momento en el sendero con la intención de recuperar fuerzas, intenté agudizar mis sentidos para comprobar si podía descubrir alguna señal que me permitiera escapar de este bosque sin fin, pero nada, el silencio del lugar era absoluto y además del sendero y el bosque, con el sol sobre mí no podía apreciar nada más. Intenté levantarme, pero el cansancio no me lo permitió.
Me desmayé a causa de la sed y el hambre pensando que mi final estaba cerca.
Al cerrar los ojos, tuve destellos a mi alrededor, imágenes que venían y pasaban de largo, gente que no reconocía y otros que sí.
En una de esas fotos me vi a mi mismo en una cabaña en el bosque con una mujer sosteniendo a un bebé en brazos llamándome para la cena.
No reconocía a la mujer con el bebe ni a la cabaña en la que me encontraba, pero estaba seguro que ya los había visto.
Al despertar, podía escuchar un sonido que me parecía inconfundible, el sonido del agua corriendo.
No sé de dónde logré reunir las fuerzas para levantarme, pero lo hice y me encaminé hacia el sonido.
Luego de unos cuantos pasos descubrí una pequeña cascada que caía de una formación rocosa con arbustos de bayas a su alrededor.
Me acerqué con desesperación a la cascada de la cual pude saciar mi sed y de los arbustos de bayas, mi hambre.
A la lejanía, por encima de la pequeña cascada, podía apreciar en el cielo un pequeño trazado de humo, el cual provenía de alguna parte.
Sin ninguna otra opción aparte de seguir el sendero, me dirigí a la fuente del humo a través del bosque dejando tras de mí el camino.
Luego de andar por unos pocos minutos di con una cabaña ubicada en una planicie lejos del frondoso bosque.
Al verla con mis propios ojos todo me vino a la mente, desde qué hacía en ese lugar hasta por qué no recordaba nada.
Levanté el pantalón de mi pierna izquierda y pude apreciar lo que parecía una picadura, una picadura de araña.
Al parecer, había salido temprano a buscar leña para el fuego, sin acercarme demasiado al bosque frondoso ya que, en su interior, se encontraba un antiguo sendero que había dejado de usarse y que estaba hecho de forma circular, lo que parecía que daba el efecto de ser infinito. Al estar ocupado recolectando madera no me percaté de la araña patas de tigre que me subía por la pierna, especie que habita estos bosques y cuya picadura puede causar fiebre alta, desmayos, mareos, y hasta amnesia temporal.
Al picarme los efectos del veneno me dejaron inconsciente en el fondo del bosque, en el cual me había adentrado sin querer a causa de la desorientación.
Al recordarlo todo vi que una mujer en la entrada de la cabaña me estaba llamando, mi mujer Margaret con mi hija Aphril de 3 años.
Me dirigí para reunirme con ellas habiendo ya olvidado la experiencia que tuve en el bosque sin fin.
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