El presente texto fue presentado por su autora como Trabajo Final del Seminario on-line “Patología grave temprana: Al borde del borde – Vicisitudes de la separación y de la pérdida”, impartido por Marisa Punta Rodulfo. Consideramos al mismo como un Trabajo Final destacado, teniendo en cuenta que la colega logró articular lo propuesto en las clases de dicho Seminario con un material clínico de su propia práctica profesional, pudiendo, además, plantear sus propias interrelaciones conceptuales y reflexiones, además de llevar a cabo todo ello con un buen estilo de escritura, motivos por los cuales decidimos publicarlo en esta sección.
Por Carolina Tortosa
Walter Benjamin dijo :
« …el soldado volvía mudo de la trinchera… »
No era que no recordaba
…es que las palabras
no alcanzaban…
Hablar de la noción de trauma nos sumerge en una dimensión muy amplia y con vastas aristas, abordadas muchas de ellas a lo largo del presente curso.
La circunscripción en la clínica permite dimensionar “lo traumático” desde las implicancias en el psiquismo y en el devenir de una subjetividad, marcando sus escansiones, sus clivajes, sus rupturas y discontinuidades, así también como sus posibilidades de ser ligado a una trama discursiva que permita aprehenderlo, pensarlo, haciendo viable la instancia de recordar y olvidar, siendo necesario, para que esto último se logre, la puesta en marcha de la actividad de representación que, según la conceptualiza Piera Aulagnier (1975), “[…] es el equivalente[i] psíquico del trabajo de metabolización característico de la actividad orgánica […]”… y continúa “[…] este último puede definirse como la función mediante la cual se rechaza un elemento heterogéneo respecto de la estructura celular o, inversamente, se lo transforma en un material que se convierte en homogéneo a él […]”[ii]. Más adelante aclarará que el “elemento” absorbido y metabolizado es un “elemento de información”[iii].
Ahora bien, el panorama se complejiza si se incorpora el factor tiempo, o sea, la temporalidad que, sabemos, no es lineal en el psiquismo. Ya daba acabada cuenta Freud al hablar de las tres características de la operatoria de lo inconsciente. Entonces, el acontecimiento disruptivo puede vivenciarse desfasado en el tiempo, en la temporalidad cronológica. Precisamente en el trabajo analítico se trata muchas veces de poder vivenciar ese acontecimiento, traerlo al presente a través del trabajo de ligazón; actualizándose la experiencia e inscribiéndose en otro registro que permita que sea pensado, por lo tanto, que se vuelva susceptible de ser narrado.
Habiendo introducido algunas nociones básicas, es posible anclar en la clínica para dimensionar su lógica y operatoria.
Priscila cuenta con 8 años y 9 meses al momento de llegar a la consulta, previa entrevista con la madre en la que relata lo vivido por su hija y por ellos como familia desde que llega la niña.
A los 3 años Priscila y dos hermanas menores, de 2 años y 6 meses respectivamente, habían sido retiradas de su hogar por una denuncia que realizaron los vecinos. Las niñas estaban la mayor parte del día solas, madre que se había ido de la casa y padre -cuyo oficio era el de carrero- fuera la mayor parte del día. Vivieron unos meses con una tía y abuela, pero éstas no pudieron sostener en el tiempo esa guarda y las niñas fueron llevadas al Instituto de Menores dependiente del poder Judicial de la provincia en donde vivían; allí permanecieron un año hasta ser adoptadas por un matrimonio de una localidad cercana. Promediando el año de convivencia, los adoptantes “devolvieron” a Priscila aludiendo que “no podían manejarla”. Priscila regresó sola al instituto, donde luego fue adoptada por la familia que consulta.
En ese momento, encontrándose la niña cerca de sus 9 años, la madre refiere una serie de dificultades en la convivencia, “[…] aún se orina por las noches y a veces en el día, miente constantemente, pelea con los hermanos -dos más grandes y uno más chico-, roba, esconde ropa sucia, se niega a bañarse […]”. Parecería que se está a punto de repetir la historia de la familia anterior, no obstante, la madre se mantiene firme y dispuesta a intentar “algo más”.
Al conocer a Priscila se evidencia una niña con mirada esquiva, con una quietud expectante, muy pequeña de tamaño. En las primeras sesiones se va estableciendo cierta dinámica transferencia que deja un resquicio absolutamente inabordable e insondable. No se interesa por juegos o juguetes, sí por las actividades “plásticas” que aprendió a realizar con su mamá (actual), como si no hubiera ningún interés o aprendizaje previos. Pinta, recorta, arma con distintos materiales, su producción gráfica es rudimentaria, pobre, prefiere armar una suerte de collage en donde combina elementos de forma ciertamente caótica, sin orden o idea directriz previa. Si bien se la observa interesada no está “tomada” en dicha actividad. Persiste algo en ella de cierta postura defensiva que no depone.
En los primeros meses aparecen algunos avances significativos: comienza a comunicarse más en la casa, se la observa de mejor ánimo, acepta bañarse, permite un acercamiento afectivo de su familia. Sin embargo al llegar a los 7, 8 meses de la primera sesión comienza un declive y una vuelta hacia modalidades anteriores, un retornar a lo vivido, agravado hasta el punto en que su familia duda en su capacidad para continuar con la adopción (que está en trámite hasta ser definitiva); los robos son cada vez más frecuentes, esconde objetos de cada uno de los integrantes de la familia, trasgrede todo lo que se refiera a reglas familiares, grita ante el menor llamado de atención, se escapa, deja sus “huellas” por donde va (suciedad, olor, desorden extremo), se corta los brazos dejándose marcas. En ese momento se dan ciertos hechos también en el contexto del consultorio que precisan ser interpretarlos dentro de la transferencia: Priscila va al baño en cada sesión y deja marcas de su paso por allí (excrementos y orina fuera del inodoro y/o dentro del mismo), se lleva objetos del consultorio (incluso aquéllos por los que no mostró ningún interés), como buscando ser mirada y si lo logra no sabe qué hacer con eso. Se la observa evasiva y aislada del momento presente.
A partir de estos indicadores y luego de un tiempo en que algo del orden de la “insistencia” se interpreta allí, es que se decide, autorización familiar mediante, ir al Juzgado de Minoridad actuante a leer el expediente que da cuenta de lo vivido por la niña en sus primeros años de vida.
Luego de esta “intromisión” en la historia de Priscila, este transitar a lo largo de las hojas y hojas que formaban ese expediente, se operó algo significativo en el “entre” que implica el espacio transferencial. Sólo bastó decir, en la sesión que siguió, “Pude saber lo que viviste”, ella miró y miró y aunque no dijo nada, expresó todo. Fue otro momento de clivaje que permitió pensar en que era preciso continuar con ese espacio que compartíamos, con esta familia que está, con esta vida que era posible ahora.
Pasaron muchos años luego de ese momento.
Este recorte de un tiempo -más lógico que cronológico- del abordaje psicoanalítico de Priscila, permite puntuar hoy, a la luz de este recorrido, ciertos aspectos importantes.
- En la entrevista a la madre biológica de Priscila (que figuraba en el expediente), se evidencia la proyección de la sombra de una inexistencia de esta mujer para con esas hijas, no poder verlas, no dimensionar el impacto de su ausencia; sólo pudo interesarse después, cuando se le ofreció un subsidio si volvía a convivir con ellas (a lo cual Priscila se niega). La presencia de esta mujer estaba teñida de ausencia y era en su ausencia física donde se ubicaba el acontecimiento fáctico que marcaba la inexistencia, el vacío físico y psíquico: su pura ausencia, la no disponibilidad de la función materna, en la subjetividad de Priscila.
Tal como se expresara en el contexto de este Seminario, está inscripción del vacío en el psiquismo remite a una clínica del vacío o de lo negativo ya que se debe considerar a esta desinvestidura masiva, radical, en función de las huellas inconscientes a modo de “[…] “agujeros psíquicos” que serán colmados por reinvestiduras, expresiones de la destructividad liberada así, por ese debilitamiento de la investidura libidinal erótica […]”(Green 1983)[vi]
- El pasaje al registro de la palabra, de “algo” de lo vivido llevó años. Lo que vehiculizó su arribo fue el hacer con lo artístico. Se pactó que ella pagaba parte de las sesiones con sus producciones artísticas, a pedido. Esto permitió ir regulando su hacer, ajustarse a lo que el otro le pedía. Fue un modo de “hacerse cargo de sí misma” en un fondo de presencia que constituía su madre adoptiva. Ella propició la revinculación con las hermanas, momento en el que aparecieron recuerdos y una dinámica especular compleja con la hermana que le sigue en edad. No obstante, esta alternancia de verse y separarse fue construyendo un espacio simbólico entre ambas, que antes no existía.
También paulatinamente fueron apareciendo sueños y trayendo, actualizándose, algunos recuerdos que pudieron interpretarse y que posibilitaron una suerte de reinscripción.
En un juego construido por ambas en una sesión, Priscila debía proponer una serie de palabras al azar y luego al repetírselas en voz alta una por una, ella debía decir otra palabra que se le ocurriera. Así ante la palabra “blanco” ella enmudeció, luego de un largo silencio y ante la pregunta, respondió: “Se me ocurre la pared de ahí… a donde me llevaron. Una pared blanca, demasiado blanca”, esa representación trajo consigo la posibilidad de otras tantas más, al mismo tiempo que la dejó suspendida por unos instantes como en otro tiempo, una actualización, a destiempo de esa experiencia. Ahí comenzaba el trabajo de ligazón, la capacidad de articulación, la posibilidad de la actividad de representación que fue permitiendo la asimilación de lo vivenciado.
Esto, circunscripto a todo el recorrido realizado con Priscila, permite dimensionar lo disruptivo en la secuencia: ausencia real de la madre – intervención de la justicia con el consecuente alejamiento del hogar. Aunque parezca a contrapelo del sentido común, ella en su vivencia (lo cual pudo manifestar mucho tiempo después) “Quería seguir viviendo en ese lugar con mi papá, esperando que llegara mi mamá”. Discurso que parece no guardar lógica alguna y que sin embargo rigió la lógica de despliegue de su psiquismo durante mucho tiempo.
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Carolina Tortosa es Licenciada en Psicología (U.N.C.); Magíster en Psicología Clínica (UE Siglo 21); Docente de la Universidad Provincial de Córdoba (hasta 2017). Diploma Superior en Pedagogía de las Diferencias (FLACSO). Practica la clínica psicoanalítica con niños, adolescentes y adultos desde 1997. Ha desempeñado funciones en escuelas especiales y centros educativos terapéuticos (desde 1997 hasta 2017), abordando patologías referidas a discapacidad y trastornos graves de la conducta, espacios de supervisión y formación, así también como elaboración de proyectos institucionales. Dirección de tesis de grado. Tribunal en tesis de maestría.
Bibliografia
- Auglanier, Piera Castoriadis, La violencia de la interpretación – Del pictograma al enunciado, 1ra ed.1975, 5ta reimpresión 2004, Amorrortu editores.
- Benyakar, Moty, Lo disruptivo, 1ra ed. 2003, 2da ed. 2006, Ed Biblos.
- Green, André, Narcisismo de vida, Narcisismo de muerte, 1ra ed. 1983, 3ra reimpresión 1999, Amorrortu editores.
- Lacan, Jaques, Seminario 21, Los no engañados erran o Los nombres del padre, 1972, inédito.
- Punta Rodulfo, Marisa, Bibliografía del curso Patología Grave Temprana, 2017.
[i] Bastardillas de la autora
[ii] Auglanier, Piera Castoriadis, La violencia de la interpretación – Del pictograma al enunciado, pág. 23.
[iii] Ib. Idem.
[iv] Benyakar, Moty, Lo disruptivo, pág. 45.
[v] Benyakar, Moty, Lo traumático. Clínica y paradoja, Tomo II, Ed. Biblos 2005. Bibliografía curso Patología Grave Temprana, Marisa Punta de Rodulfo, 2017.
[vi] Green, André, Narcisismo de vida, Narcisismo de muerte, Cap. 6: “La Madre Muerta”, pág 209.
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