Con profunda tristeza les hacemos llegar hoy las palabras de despedida al queridísimo Adrián Grassi, de la mano de Ricardo. ¡Hasta siempre Adrián!
Lo irreparable
Algunas veces el curso de la vida nos enfrenta con experiencias no sólo dolorosas sino también irreparables, pérdidas sin posibilidades de reposición, digamos. Acaba de morir Adrián Grassi después de doce días de debatirse contra un infarto masivo y otras complicaciones, a los 66 años de edad. Estaba trabajando a la vez como profesor titular de Psicología Evolutiva de la Adolescencia en la UBA, como Director de la revista Generaciones en la misma Facultad de Psicología, en un ambicioso proyecto para constituir un Foro Nacional Multidisciplinario dedicado a discutir y a intervenir en diversas problemáticas de la niñez y de la adolescencia. Con todo esto entre manos aún le quedó tiempo para organizar en agosto pasado unas inolvidables Jornadas en las que la Facultad de Psicología le otorgó el Dr. Honoris Causa a Janine Puget. Era un hombre sumamente emprendedor y amigo de proyectos que implicasen equipos de gente y actividades institucionales; si bien trabajaba en su consultorio como psicoanalista, no era el tipo de psicoanalista que se limita a esa solitaria actividad clínica, su energía necesitaba desplegarse en muchas otras direcciones. Nos conocimos hace cuarenta años, en 1978, cuando siendo un profesional recién egresado empezó a supervisar y a estudiar conmigo. Desde el principio me gustó, pese a su inexperiencia del momento, su fuerte propensión a pensar por su cuenta, a colocarse en una posición activa como estudiante, y a usar creativamente las ideas que uno le transmitiera, en lugar de repetirlas como loro, según se estila en los más diversos ambientes académicos, no sólo en el nuestro. Así fue que trabamos amistad y lo invite a incorporarse a nuestra incipiente cátedra de Clínica de Niños en 1984, cuando el proceso de normalización tras la dictadura se había iniciado.

(Adrian Grassi)
Empezó como ayudante y llegó a adjunto, y luego salió en busca de una titularidad que merecía y que consiguió, pero eso no detuvo nuestro trabajo juntos, tras un corto intervalo de alejamiento. En verdad fue mi primer discípulo, no el primero que estudiaba conmigo, el primero que merecía ese nombre precisamente por su creatividad potencial y por su independencia y libertad de pensamiento, que lo protegió siempre de embanderarse en líneas psicoanalíticas cerradas y dogmáticas. Si hubo algo que le pude enseñar fue precisamente que embanderarse en esas líneas era malo para la salud… y también para la salud de los pacientes. Todo esto significa que hemos perdido un amigo entrañable y al mismo tiempo un interlocutor de los que nunca sobran y de los que siempre hacen falta. Y que hemos perdido a un muy consistente profesional comprometido a fondo con la causa de la salud en su propio campo. Y hemos perdido a un excelente profesor. Hemos perdido varias cosas a la vez. De ahí lo irreparable.
Por fortuna siempre aparece cada tanto alguna persona joven y valiosa con ambiciones e ideales que van mucho más allá de hacerse una posición económica, pero cada uno de ellos en su singularidad es insustituible si se pierde. Digamos contra Freud y su sórdida teoría del amor que no hay sustitución en el campo de los afectos más íntimos y personales así como no hay sustitución cuando se pierde a alguien que ha pensado y piensa de verdad.
Adiós, Adrián.